Reflexiones sobre la experiencia del gobierno de la Unidad Popular chileno (1970-1973). Aline Maciel.

ALINE MACIEL
HISTORIADO BRASILEÑA

Texto sobre la experiencia del gobierno de la unidad popular en chile 

 

Los dilemas y enseñanzas sobre una experiencia tan particular y nueva todavía estimula importantes reflexiones para el presente. Principalmente para la actual coyuntura brasileña

La experiencia de la Unidad Popular, ocurrida a principios de los años 1970 en Chile, suscitó, en el campo de las izquierdas, innumerables análisis posteriores al período. Los dilemas y enseñanzas sobre una experiencia tan particular y nueva todavía estimula importantes reflexiones para el presente. Principalmente para la actual coyuntura brasileña, que presenta profundos retrocesos a las conquistas de la clase trabajadora y aleja cada vez más la utopía de grandes transformaciones. Sin embargo, revisar un proceso de intensas movilizaciones y cambios permite compartir experiencias históricas que pueden contribuir a las luchas políticas y sociales en la actualidad.

En la década de 1970, mientras que la mayor parte de la izquierda latinoamericana apoya la lucha armada como una estrategia para la revolución, inspirado principalmente en la Revolución Cubana, en Chile la experiencia de la Unidad Popular 11 fue marcada por su originalidad e ineditismo. La idea de una transición pacífica, sin el uso de las armas, y valiéndose de los espacios institucionales, representó un gran desafío para la izquierda chilena. Por un lado, el carácter original de la UP exigía un debate en profundidad sobre las formulaciones políticas y las concepciones tácticas y estratégicas respecto de los caminos a seguir para la realización de las transformaciones y, por otro, acciones rápidas por parte del gobierno de la UP y de sus partidarios en un momento en el que se configuraba una zona de intensos conflictos. En el calor de los acontecimientos era imprescindible examinar a fondo el proceso, pero también actuar y dar respuestas a los desafíos que la coyuntura presentaba.

Cuando el socialista Salvador Allende fue electo presidente de Chile, en 1970, varias expectativas fueron generadas en la clase trabajadora identificada con las propuestas del nuevo gobierno. El proyecto político propuesto por el gobierno de la Unidad Popular, conocido como «vía chilena al socialismo», era caracterizado por profundos cambios económicos, políticos y sociales sin el rompimiento con la institucionalidad. La propuesta incluía entre los ejes principales la constitución del llamado Área de Propiedad Social (APS), creada a través de la nacionalización de sectores estratégicos de la economía y la conformación de un sistema de participación popular que trasladara el poder político de las manos de la clase dominante a la clase trabajadora y para los sectores progresistas de la clase media. Para eso, sería fundamental la conquista de los poderes Legislativo y Ejecutivo con el fin de eliminar los obstáculos a las transformaciones defendidas por la UP. Y ese fue uno de los temas que impregnaron los debates en el interior de la coalición, pues Allende no tenía mayoría parlamentaria.

Los minerales (cobre, hierro, nitrato) eran las principales riquezas del país, pero su explotación estaba en manos principalmente de empresas norteamericanas. En el gobierno anterior, el democristiano Eduardo Frei, tuvo una propuesta de chilenización del  cobre, pero, por innumerables motivos, no hubo avance. La nacionalización sería fundamental para disminuir la dependencia al capital extranjero y debilitar el poder de las oligarquías nacionales. En ese sentido, el primer año de la UP fue marcado por la ofensiva política de la izquierda. En los primeros meses del gobierno de Allende, un conjunto sustancial de cambios se hizo, como, por ejemplo, la nacionalización de grandes monopolios industriales y bancarios y la reforma agraria. Se suma a ello la victoria de la UP en las elecciones municipales de 1971 que representó la aprobación del gobierno. En el mismo año se estableció un acuerdo entre el gobierno y la central Única de Trabajadores(CUT), que versó sobre las formas de participación de trabajadores en la APS. El acuerdo abrió el camino para las discusiones relativas a la gestión participativa en las empresas y contribuyó al surgimiento de nuevas formas de organización de la clase obrera en el sistema productivo.

El clima de avances que marcó el primer año del gobierno sufrió un revés en los meses siguientes, y el escenario de inestabilidad se intensificó. La crisis instaurada fue marcada por altos índices inflacionarios, tanto en consecuencia del aumento del poder adquisitivo de trabajadores como del desabastecimiento resultante del boicot al gobierno. 

Las acciones de sectores de la derecha con intención de deslegitimar el gobierno se realizaron desde los primeros días de la UP. Entre ellos: el asesinato del general René Schneider, cometido por el grupo fascista Patria y Libertad con apoyo norteamericano, la Marcha de las Ollas Vacías, organizada por mujeres de las clases más altas en protesta por el supuesto desabastecimiento que la élite mismo había creado, acciones de boicot a la producción y la creación del mercado paralelo, el embargo económico de EEUU y las importaciones la devaluación de las existencias de los minerales en el mercado internacional, el despido de varios ministros del gobierno de Allende, una huelga de los conductores de camiones que ganó la pertenencia de los sectores empresariales, el intento de golpe de Estado conocido como tanquetazo , hasta el golpe militar que derrocó al gobierno e implementado una brutal dictadura en el país que duró casi veinte años.

Además de las acciones por parte de la oposición, la izquierda chilena presentaba divergencias que se profundizaron en el transcurso del proceso. En la historiografía sobre el tema, las principales diferencias se organizaron en dos polos. Uno de ellos, llamado polo gradualista , que abogaba por la necesidad de una alianza con sectores de la burguesía «progresista», y el gobierno de la primera etapa de la revolución chilena que debe ser presentado como oligárquica, anti – imperialista y anti – monopolio. Este polo estuvo representada principalmente por el Partido Comunista, por un sector Socialista conectado a Allende y en una fracción del Movimiento de Acción Popular Unificado (MAPU), cuyo insignia fue » consolidar para avanzar «. Por otra parte, el   polo rupturista  defendió la profundización de los cambios realizados por el gobierno, con base en el fortalecimiento del poder popular y sin una alianza con los sectores medios de la Democracia Cristiana (DC). Entre ellos estaban los militantes de un ala del Partido Socialista y del MAPU, la Izquierda Cristiana (IC) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que a pesar de no formar parte de la coalición defendía un apoyo crítico al gobierno, estaban representados por la consigna » avanzar sin transar «.

Los desacuerdos se profundizan con el así – llamado Paro de Octubre 1972, una huelga de los propietarios de camiones absorbida por sectores empresariales, que agrava aún más la crisis en el país. Desde la parada del empleador hubo un proceso de profundización de la polarización entre los partidarios y los no – partidarios del gobierno y también una profundización de los desacuerdos entre los representantes de los partidos y movimientos que formaron la propia UP.

Con el paro de octubre y las acciones de boicot a la producción, el gobierno junto a la CUT convocó a trabajadoras y trabajadores para actuar contra los intentos de la derecha de desestabilizar el país y como forma de garantizar la producción, distribución y abastecimiento de la población. Varias agencias de base actuaron en defensa del gobierno, incluyendo las articulaciones de abastecimiento y Precios (JAP), comandos comunales (una especie de coordinador de las demandas de los trabajadores), las juntas de vecinos . Durante este período, para hacer frente a la parada del empleador, los trabajadores formaron los llamados industriales cordones 2, que fueron ocupaciones de fábricas organizadas territorialmente y que tuvieron el papel de mantener la producción frente al boicot realizado por empresarios y presionar al gobierno a avanzar en los cambios. Los cordones se fusionaron las empresas nacionalizadas, los que estaban en el proceso de nacionalización y fábricas ocupadas, donde los trabajadores exigieron su nacionalización en vista de las acciones de boicot a la producción por sus propietarios. El sector gradualista condenaba las ocupaciones de fábricas más allá de aquellas aprobadas por el gobierno alegando que la radicalización del proceso minería la posibilidad de un apoyo de sectores progresistas vinculados al empresariado.El polo  rupturista defendía las ocupaciones como forma de avanzar en las transformaciones propuestas y como expresión real del llamado «poder popular». Las ocupaciones de fábricas y la formación de cordones transgredían el programa político de la UP, cuyas demandas no coincidían con los ritmos de los cambios propuestos por el gobierno. Allende, tras el paro de octubre, llegó a formar un gabinete integrado también por militares como forma de buscar una salida a la crisis instaurada y fue fuertemente criticado por parte de la izquierda chilena.

El clima de alerta que caracterizó los meses siguientes al paro hasta culminar en el golpe militar de 1973 fue acompañado por una intensificación de las movilizaciones de la izquierda y de sus partidarios, pero también de intentos para destituir al gobierno Allende. La situación casi insostenible, agravada por un intento de golpe por la derecha, el apoyo de Estados Unidos, conocido como tanquetazo, hizo que los trabajadores de los cordones enviaran una carta al presidente Allende alertando sobre la inminencia de un nuevo intento de golpe y la urgencia en prepararse para enfrentarlo. La carta fue enviada seis días antes del «septiembre chileno», que instauró una dictadura en el país y acabó con el Estado de derecho, reprimiendo fuertemente los movimientos populares y marcando profundamente su historia.

El proceso duró más de quince años y fue marcado por el autoritarismo y las violaciones de derechos humanos que dejaron miles de muertos y desaparecidos, cuyos métodos más brutales de tortura fueron usados ​​como forma de impedir cualquier oposición al régimen.

Los años de la dictadura chilena marcaron un período de profundización de las desigualdades sociales con la implantación y desarrollo de las políticas neoliberales en el país. Además, se buscó desmoralizar y apagar la experiencia de la UP, caracterizándola como un período de desorden, violencia, marcado por el desabastecimiento, cuyo papel del régimen militar sería de «reconstrucción de la patria». Pero la resistencia se dio de varias formas, desde movilizaciones en oposición a la dictadura hasta la formación de frentes armados que lucharon por su fin.

La experiencia chilena de la UP al valerse de los marcos constitucionales para promover cambios profundos en la sociedad amplió y profundizó también la propia democracia, pero sus esfuerzos fueron insuficientes para impedir las acciones opositoras que culminó en el golpe de 1973. Su gran desafío era realizar cambios tan profundos y estructurales que ponían en jaque el poder de las oligarquías y los intereses del capital extranjero, a través del sistema electoral y de respeto a la institucionalidad.

Como se ha señalado por el historiador chileno Mario Garcés, fue el gobierno de Allende que el país experimentó el período más largo de la movilización social y popular y los principales cambios en las relaciones de poder en su historia 3 . En ese sentido, el golpe de Estado de 1973 fue la manera de borrar la «revolución popular» que venía avecinando y de impedir el avance en las transformaciones que se estaban realizando en el país.

En el período post-dictadura, la transición democrática vino acompañada de los traumas dejados por las violaciones y abusos cometidos en la dictadura y los esfuerzos de reconciliación nacional. Como se señaló Nelly Richard, los gobiernos de transición se caracterizaron por el desplazamiento del foco central de las demandas de verdad y justicia, acordaron construir un acuerdo nacional que favoreció a los narrativas sobre el pasado dictatorial 4.

Por otro lado, las narrativas épicas militantes buscaron resaltar las experiencias de lucha en la UP y de resistencia a la dictadura. Las memorias y las narrativas históricas sobre el período, sin embargo, siguen en disputa, y comprender esas disputas posibilita entender los intereses en juego en el presente. Recientemente, en el país, la derecha volvió al poder, después del último gobierno en 2010, con propuestas que involucra, por ejemplo, el endurecimiento de la ley antiterrorista, que afecta directamente a los movimientos sociales en el país (principalmente indígena y estudiantil).

Los análisis posteriores al proceso se realizaron a lo largo de los años e incluyeron colecciones de textos, libros y artículos publicados sobre el período, con reflexiones de teóricos, militantes e intelectuales. Gran parte de ellas fueron también formuladas por personas que participaron en la experiencia de la UP, por lo que integran memorias individuales y colectivas sobre el proceso. Los estudios presentaron reflexiones de diversos aspectos de la experiencia de la UP e incluyeron también críticas y autocríticas. Algunas de ellas apuntaron que los debates y teorías propuestos en la época estaban más centrados en las discusiones estratégicas, tácticas y programáticas que en el modelo por el cual luchaban. También incluyeron un componente fundamental de la derrota de la UP: las divisiones internas y las divergencias sobre los ritmos y los caminos que debía seguir la «revolución chilena». Otros análisis destacaron una preocupación del gobierno de la UP centrada más en la coyuntura que en los límites del propio proyecto político. En ese sentido, subrayaron que era necesario elaborar más profundamente debates sobre cómo realizar la transición al socialismo, a través de cambios profundos en la sociedad, que pusieron en jaque la producción capitalista, siguiendo los marcos constitucionales.

Hay una vasta bibliografía sobre la Unidad Popular con diversos análisis sobre las experiencias que compusieron el período, como está arriba citado. En este artículo pretendí abordar algunos de sus aspectos principales y señalar algunas reflexiones que se hicieron sobre un período en el que las clases menos favorecidas se atrevieron a ser protagonistas de su propia historia.

 Los estudios incluyen, además de los análisis y formulaciones teóricas, las memorias de aquellos que participaron directamente del proceso. Las reflexiones y rememoraciones sobre el pasado contribuyen a que los acontecimientos no caigan en el olvido, muchas veces forzado, y posibilitan que, en el presente, las personas puedan ir formando sus propios juicios sobre los procesos históricos. Es una forma de compartir experiencias entre las generaciones. Los conflictos y controversias que involucran los esfuerzos de pensar el pasado permiten que los aspectos de lo que se estudia sean reanudados y debatidos. En ese sentido, las memorias sobre el pasado, incorporadas por la historia, pueden funcionar como espacios de luchas políticas en el presente.

Los estudios y debates sobre el tema no están agotados, por el contrario, el distanciamiento en el tiempo puede traer nuevas reflexiones sobre el pasado, y nuevos análisis están siendo producidos, mostrando la riqueza del proceso histórico que se destacó por su originalidad. No había un paradigma y un modelo a seguir, ya que la UP presentó nuevos caminos teóricos y prácticos. Entre errores y aciertos, buscó construir una sociedad menos desigual y ese es uno de los más importantes legados del período. Las experiencias de luchas y movilizaciones enfrentadas en el período contribuyen fuertemente a pensar proyectos futuros que buscan una sociedad más justa e igualitaria.

bibliografía

FLAG, Luis M. Fórmula Chaos: la caída de Salvador Allende (1970-1973) . En el caso de las mujeres.

BORGES, Elisa Campos. ¡Con la UP ahora somos gobierno! La experiencia de los cordones industriales en Chile de Allende. Tesis de doctorado. Universidad Federal Fluminense, 2011.

GARCÉS, Mario. El Despertar de la Sociedad. Los Movimientos Sociales en América Latina y el Caribe. Santiago: LOM Ediciones, 2012.

Maciel, Aline F. Nosotros Gobierno! Participación y organización de los trabajadores en los cordones industriales de Santiago y empresas nacionalizadas de Tomás durante el gobierno de Allende (1970-1973). Tesis de maestría. Universidad de São Paulo, 2015.

MOULIAN, Tomas. Conversación Interrumpida con Allende. Santiago: LOM Ediciones – Universidad Arcis, 1988.

PINTO, Julio; SALAZAR, Gabriel. La historia reciente de Chile II: Actores, Identidad y Movimiento . Santiago: LOM, 1999.

PINTO, Julio (Orgs.). Cuando Hicimos Historia: la Experiencia de La Unidad Popular. Santiago: LOM, 2005.

Soto, Sandra C. cordones industriales: Formas Nuevas sociabilidad del Obrera y Organización política popular . Concepción: Escaparate Ediciones, 2009.

RICHARD, Nelly. Critica de la Memoria (1990-2010). Ediciones Universidad Diego Portales, 2010, 271 p.

Maravall, José. Las Mujeres en la Izquierda Chile Durante la Unidad Popular y la dictadura (1970-1990) . Tesis de doctorado. Universidad Autónoma de Madrid, 2012.

Aline Maciel es  historiadora  doctorada en el programa de Historia Social – USP

NOTAS

1.

La Unidad Popular fue una coalición de izquierda que venció las elecciones en Chile e integraba las siguientes organizaciones políticas: Partido Comunista (PC), Partido Socialista (PS), Partido Radical (PR), Partido Socialdemócrata (PSD), Movimiento de Acción Popular Unificado (MAPU), Acción Popular Independiente (API), Izquierda Cristiana (IC).

2.

Algunos trabajos tratan específicamente de la temática, entre ellos: SOTO, Sandra C. Cordones Industriales: Nuevas Formas de Sociabilidad Obrera y Organización Política Popular. Concepción: Escaparate Ediciones, 2009 .; BORGES, Elisa Campos. ¡Con la UP ahora somos gobierno! La experiencia de los cordones industriales en Chile de Allende. Tesis de doctorado. Universidad Federal Fluminense, 2011 .; MACIEL, Aline F. ¡Nosotros gobierno! Participación y organización de los trabajadores en los cordones industriales de Santiago y empresas nacionalizadas de Tomás durante el gobierno de Allende (1970-1973). Tesis de maestria. Universidad de São Paulo, 2015.

3.

GARCÉS, Mario. El Despertar de la Sociedad. Los Movimientos Sociales en América Latina y el Caribe. Santiago: LOM Ediciones, 2012.

4.

RICHARD, Nelly. Critica de la Memoria (1990-2010). Ediciones Universidad Diego Portales, 2010, p. 16.

La experiencia de la Unidad Popular, ocurrida a principios de los años 1970 en Chile, suscitó, en el campo de las izquierdas, innumerables análisis posteriores al período. Los dilemas y enseñanzas sobre una experiencia tan particular y nueva todavía estimula importantes reflexiones para el presente. Principalmente para la actual coyuntura brasileña, que presenta profundos retrocesos a las conquistas de la clase trabajadora y aleja cada vez más la utopía de grandes transformaciones. Sin embargo, revisar un proceso de intensas movilizaciones y cambios permite compartir experiencias históricas que pueden contribuir a las luchas políticas y sociales en la actualidad.

 

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Apuntes sobre las relaciones entre el MIR Chile y el Partido Comunista.

 

 

 

 

Apuntes sobre las relaciones entre el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el Partido Comunista de Chile.

 

 

Caridad Massón Sena*

 

 

 

El  Partido  Obrero  Socialista  de Chile     fundado     por     Luis     Emilio Recabarren se adhirió a la Internacional Comunista   (IC)   en   1921   y,   al   año siguiente    se    convirtió    en    Partido Comunista. Según un informe de M. A. Komin, representante de la Comintern en América       del       Sur,       el movimiento  obrero  en  Chile era muy unido, tenía un carácter más proletario que en otros países de la región y, al mismo tiempo, varios representantes en  el Parlamento.1  Su línea política se basó en la conquista del poder no por medios insurrecciónales, sino a través de las instituciones democráticas burguesas fundamentalmente.  Es  por  ello  que  en 1924,   se   involucró   seriamente   en   la campaña electoral.2

Durante los años de la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931), el Partido vivió un período de gran represión, sin embargo se convirtió en un actor político con gran arraigo entre los mineros y otros sectores proletarios. Esta es la etapa en que comienza una  relación más directa con   la   IC.       En   ese   contexto   de clandestinidad,  el  Comité  Central  del PCCh se dividió ante la ambigüedad de aquel  gobierno  que  se  movía  entre  las posiciones      anticomunistas      y      los propósitos de modernización económica, desarrollo nacional y medidas a favor de las  capas  más  pobres.  Algunos  de  sus miembros pensaban que el gobierno tenía un carácter   fascista y había que luchar contra  él,  mientras  que  otros  querían apoyar   el   proyecto   corporativista   del presidente. Por su parte, el Secretariado Sudamericano (SSA) de la IC, en un lenguaje que pretendía impedir  la  división,  orientó que  debían  ser  muy cuidadosos con las vacilaciones  y los  elementos dudosos. El secretario del PC Rufino Rosas viajó a Moscú en   busca   de   orientaciones.

¿Debían  pactar  con  la pequeña burguesía para derribar al     gobierno  o combatir solos contra él? Rosas creía imposible que, en esos momentos, se pudiera establecer un gobierno obrero y campesino, por eso sugirió apoyar a la burguesía y enarbolar un plan de demandas  populares  inmediatas.  La  IC no  dio  mucha  importancia  a  lo  que

 

2   Eugenia Palieraki, ¡La revolución ya viene! El MIR chileno en los años 1960, Santiago, LOM Ediciones, 2014, p.12.

pasaba en Chile entonces.

 

 

 

 

3 Olga Ulianova, «El PC Chileno durante la dictadura de Ibañez (1927-1931): primera clandestinidad y”bolchevización” estaliniana», en Olga  Ulianova  y  Alfredo  Riquelme  Segovia (eds.),  Chile  en  los  archivos  soviéticos  1922-

1991, t. 1, Santiago de Chile, LOM Ediciones,

2005, pp. 215-232.

 

 

 

 

 

Entre 1928 y 1929, la mayoría de la dirección del Partido estaba en prisión, sus filas desmembradas y con múltiples contradicciones internas. Sin embargo, en

1929 empezó a implementarse la “bolchevización”4   encauzada directamente desde el SSA por el comunista italo-argentino Vittorio Codovilla,   quien   pretendió   llevar   la

dirección del Partido hacia Valparaíso, donde  se  encontraba  el  grupo  liderado por  Galo  González.  En  esa  etapa,  se daban fuertes contradicciones entre Codovilla, representante además de la táctica “clase contra clase”5, y el grupo residente   en   Santiago,   dirigido   por Manuel Hidalgo, el cual era favorable a realizar  asociaciones  con otros  sectores políticos.  Esta  situación  fue  muy discutida  y  Codovilla  desautorizó  las

intenciones de crear un partido legal y a las posiciones hidalguistas, asunto que terminó  con  la intervención  directa  del SSA y las expulsiones de militantes y dirigentes.6

Durante el período que va de la caída de Ibáñez a la formación del Frente

 

 

4  La bolchevización fue una directiva de la IC que en término generales, indicaba a los PPCC que debían adquirir un carácter de masas a través de su reestructuración por medio de células dentro de las empresas, del impulso a la labor en los sindicatos obreros y entre el  campesinado. En cuanto a  la organización  interna,  esta  debía  basarse  en  un fuerte centralismo y una severa disciplina.

5  La política de “clase contra clase” prohibía alianzas con grupos de otras tendencias ideológicas y el trabajo dentro de los sindicatos reformistas y

en los parlamentos burgueses. El frente único solo

se podría concertar con elementos de la base de las organizaciones sindicales y partidistas.

6  Olga Ulianova, «El PC Chileno durante la dictadura    de     Ibáñez    (1927-1931):    primera

clandestinidad y ”bolchevización” estaliniana», en

Olga Ulianova y Alfredo Riquelme Segovia (eds.), Chile en los archivos soviéticos 1922-1991, t. 1, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2005, pp. 233-

258.

Popular en 1936, el Partido osciló entre las actitudes muy radicales y la política de colaboración de clases, a la par que sufrió una grave crisis interna con la escisión de un sector afín al trotskismo.

Al gestarse el golpe de Estado de

1932 y la proclamación de una República Socialista, la dirigencia comunista trató de  instaurar  una  dictadura  del proletariado basada en los soviets. Ello sembró  mucha  confusión  en  su militancia.  Posteriormente  en  julio  de

1933 dio un giro importante al pasar a otra estrategia basada en la revolución democrática burguesa, agraria y anti- imperialista,  que  facilitaba  alianzas  de con otras clases y frentes amplios. Pasó a considerar a la burguesía nacional como el principal aliado del proletariado, cuya tarea   iba   a   ser    el    desarrollo    del

capitalismo. Lucharían juntos contra tres enemigos esenciales: el imperialismo estadounidense, el latifundio y la oligarquía nacional. Se adoptaba así una línea más moderada, alejándose del izquierdismo y el sectarismo.

La   política   de   Frente   Popular, adoptada por el VII Congreso de la IC en

1935, ya era conocida en Chile y su aplicación tenía por objetivo impedir el desarrollo del fascismo; frenar la fuerza

de la derecha; unir a la clase obrera con las clases medias; impulsar la liberación nacional, la industrialización y la modernización del país. Ella permitió crear una coalición que eligió como presidente al político del Partido Radical, Pedro Aguirre Cerda, en 1938, quien organizó su gabinete acompañado de socialistas y democráticos, pero exceptuando a los comunistas.

Aquella táctica   frentepopulista resultó positiva en lo inmediato. El PC logró aumentar sus votos parlamentarios y hasta el nombramiento de tres ministros más adelante. A largo plazo quedaron beneficios en los sectores de educación y salud y la experiencia de aquel esfuerzo democrático. Sin embargo, la guerra fría impuso un realineamiento gubernamental contra los comunistas. Estos fueron desalojados del gobierno y su organización declarada ilegal por la Ley de Defensa Permanente de la Democracia en septiembre de 1948.

En las circunstancias descritas se produjo un repliegue combativo y se formaron dos tendencias en el seno partidista: una minoritaria sostenida por Luis   Reinoso   orientada   a   la   lucha armada,  cuyo  el  objetivo  era  implantar una democracia popular; y otra mayoritaria sostenida por el Secretario General, Galo González, que impulsaba un Programa de Emergencia para poder unificar   las   fuerzas   de   oposición   y realizar la revolución democrática- burguesa. Las desavenencias entre González y Reinoso acabaron resolviéndose  con  la  expulsión  de  este

último.7

Ante la proximidad las elecciones presidenciales de 1952, muchas organizaciones y dirigentes políticos trataron de buscar apoyo del PC para los comicios. En su novena Conferencia, este adoptó la línea de Frente de Liberación Nacional, la tesis de un gobierno de coalición amplia, capaz de llevar adelante la revolución democrático-burguesa. La misma  tenía  similitudes  con  las anteriores, pero entre sus especificidades estaba  la  pretensión   de   alianzas   con

 

 

7  Manuel Loyola T., «“Los destructores del Partido”: notas sobre el reinosismo en el Partido Comunista de Chile», Revista Izquierdas, a. 1, n.2, en

 

http://www.izquierdas.cl/images/pdf/2011/07/Rei nosismo.pdf, consultado diciembre de 2014.

algunos  sectores  de  la  burguesía,  pero con hegemonía obrera y la adopción de la vía pacífica como medio para hacer las transformaciones. El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética aprobó  a  nivel  internacional  dicha política.

Según Luis Corvalán, secretario general del Partido, la vía pacífica no estaba necesariamente vinculada a las elecciones, era una lucha de masas para acceder pacíficamente al poder de distintas maneras. Una de ellas podría ser la  elección  del  Presidente  de  la República. Además la misma no excluía

totalmente las acciones violentas.8 Los comunistas consideraban que la contradicción principal en la sociedad chilena se reflejaba en dos bloques: el pueblo que incluía prácticamente a toda

la  sociedad  y  el  poder  económico  y estatal, o sea, los latifundistas y la burguesía monopólica. Consideraban ineludibles la modernización y democratización para llegar al socialismo a través de la democracia. Esa política fue revalidada en 1962 y, a la derrota del socialista Salvador Allende en las elecciones de 1964, el PC de Chile inició la ampliación de sus coaliciones para los próximos sufragios.

El tema de la vía pacífica se situó en el centro de la polémica en los años

  1. En América Latina tuvo además sus peculiaridades por las influencias de la Revolución Cubana, la teoría del foco guerrillero defendida por Ernesto Che Guevara y las ideas Mao Tse-Tung. El triunfo en Cuba impulsó a que desde la URSS se  elaboraran nuevos conceptos

 

 

8 Luis Corvalán, Los comunistas y el MIR, 15-12-

1970,                   en         http://www.socialismo- chileno.org/apsjb/1970/Corvalan%20los%20com unistas%20y%20el%20Mirdic70.pdf,  consultado en diciembre de 2014.

 

 

 

 

 

como  el  de  Estado  Nacional Democrático, en el cual el liderazgo no debía corresponder al PC en particular, sino a las fuerzas progresistas de cada nación.   Precisamente en esa etapa se fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) el 15 de agosto de

  1. Sus miembros salieron  de varios grupos  de  izquierda:  trotskistas, disidentes  socialistas,  maoístas, militantes expulsados del PC, anarco- sindicalistas y cristianos de izquierda. El trostkista     Enrique  Sepúlveda  fue  su

primer secretario general.9

Para  la  investigadora  griega Eugenia Palieraki, los orígenes del MIR hay que buscarlos en el contexto de la historia de la izquierda chilena durante las décadas del veinte y del treinta del siglo pasado. Los políticos, dirigentes de izquierda y sindicalistas que se reunieron para formarlo servirían de puente entre aquella y la joven generación de los sesenta, núcleo que asumiría la dirección del movimiento.

 

[…] Sólo las trayectorias militantes y las motivaciones políticas de los fundadores del MIR pueden aportar respuestas, ya que –salvo algunas excepciones– habían sido militantes sindicalistas o de izquierda mucho tiempo antes de crear el movimiento. Por lo tanto, su acción política no dependió tanto de unas determinadas condiciones económicas y sociales como  de  un  compromiso  militante

 

 

 

 

 

 

9E u g e n i a P a l i e r a k i ,   “ L a   o p c i ó n   p o r   l a s a r m a s .  N u e v a  i z q u i e r d a  r e v o l u c i o n a r i a  y v i o l e n c i a     p o l í t i c a     e n     C h i l e     ( 1 9 6 5 –

1 9 7 0 ) ” , P o l i s ,  19, 2 0 0 8 ,  P u b l i c a d o  e l  2 3 j u l i o  2 0 0 8 ,     h t t p : / / p o l i s . r e v u e s . o r g / 3 8 8 2 , c o n s u l t a d o d i c i e m b r e d e 2 0 1 4 .

personal o generacional de larga data

[…]10

 

Como hemos analizado Luis Reinoso, expulsado del PC por promover la lucha armada,  había desarrollado una visión  crítica  con  respecto  a  las relaciones entre ese Partido y la URSS, al tiempo  que  simpatizaba  con  los principios de la Revolución China y la teoría maoísta de las “dos piernas”, que le otorgaba un rol esencial a los campesinos como fuerza revolucionaria. Algunos de sus seguidores contribuyeron a la formación de un pequeño aparato militar y fomentaron sus ideas dentro del MIR.

También Clotario Blest, el experimentado líder sindicalista, se unió al MIR y tras una visita a Cuba, invitado por  el  Comandante  Guevara,  radicalizó su posición. Él provenía de la corriente del cristianismo social. Pensaba que la moral constituía un elemento central de la identidad de la izquierda, tenía desconfianza en los partidos y era partidario de la unidad de todos los revolucionarios, la acción directa y la insurrección  de  los  trabajadores  de  las

ciudades.11

Un grupo de jóvenes hizo suyas aquellas ideas. Dentro de ellos Miguel Enríquez  y  sus  partidarios,  a  quienes había impactado mucho la experiencia cubana. Antes habían pertenecido al Partido Socialista y a Vanguardia Revolucionaria Marxista. Después del Segundo Congreso del MIR realizado en

1967,   los   trotskistas   abandonaron   o fueron expulsados de la organización. Entonces    estos    muchachos    ganaron

 

 

10  Eugenia Palieraki, ¡La revolución ya viene! El MIR chileno en los años 1960, Santiago, LOM Ediciones, 2014, p.11.

11 Ibídem.

 

 

 

 

 

posiciones    y    Enríquez    asumió    su secretaría general.

Paralelamente, la falta de apoyo del Partido  Comunista  Boliviano  a  la guerrilla del Che y el respaldo del PCCH

generaciones de militantes del PC. Por tanto, el peso de la tradición familiar es un factor a tener en cuenta para explicar por qué apenas hubo jóvenes militantes del PC que

12

 

a la invasión soviética a Checoslovaquia provocó  un  gran  desencanto  entre muchos jóvenes militantes chilenos y un parte de ellos se unió al Movimiento.

En  definitiva,  desde su  fundación las relaciones entre el MIR y el PCCH fueron muy conflictivas.  El  MIR  había intentado, en un primer momento, acercarse al Partido, pero ante su desconfianza hacia los miristas, cambió de posición,  y comenzó  un  proceso  de críticas recíprocas. En criterios de Palieraki:

eligieran al MIR como opción.

 

Ambas organizaciones compitieron en la búsqueda de nuevas afiliaciones entre la juventud Sus programas se excluían mutuamente, por lo que si un militante se decidía por el PC o por el MIR, ello implicaba rechazar al otro. Con la entrada de nuevos militantes, la dirección pasó a manos de Miguel Enríquez. Y es importante destacar como la influencia de los cristianos se fue haciendo mayor, cuando un grupo de jóvenes   de   la   DC   se   incorporó   al

13

 

 

[…] la transición de un comunista al MIR podía ser interpretada por el militante como una ruptura violenta de su trayectoria, lo que no era el caso de los democratacristianos o de los católicos. La adhesión a la Democracia Cristiana o la pertenencia a una organización juvenil católica estaba, ante todo, motivada  por  consideraciones éticas.  En  cambio,  la  adhesión al Partido Comunista comportaba una sólida formación teórica marxista y la adhesión a unos principios ideológicos concretos. Por lo tanto, la transición a otro partido de izquierda que tenía desacuerdos teóricos con el PC podía ser visto como una ruptura radical con la militancia comunista. La segunda razón era la tradición política familiar. La DC era un partido relativamente nuevo y, por consiguiente, carecía de fidelidades partidistas intergeneracionales. Los jóvenes  militantes  comunistas,  en

Movimiento.

Durante las sesiones de su XIV Congreso, el PCCH buscó la unidad entre obreros, campesinos, capas medias, pequeños  y medianos productores  y en un Manifiesto al Pueblo consideró que dentro del Partido Radical y la DC también podían encontrarse sectores populares. En consecuencia ayudó a fundar la Unidad Popular (UP), en la cual también tomaron parte socialistas, radicales, social-demócratas, ibañistas, demócratas-cristianos y miembros del Movimiento de Acción Popular Unitaria. Con un programa de gobierno antimperialista y antioligárquico, la Unidad Popular declaró su candidato presidencial al socialista Salvador Allende.

En tanto el MIR realizaba sus primeras  acciones  armadas  en  junio  de

1969 al asaltar varios bancos. Luego de algunas polémicas sobre la pertinencia de una guerrilla rural, Movimiento focalizó

 

cambio,  provenían  con  frecuencia                                                        

 

de   familias   de   larga   tradición partidista, familias con dos o tres

12 Ibídem, pp. 221.

13 Ibídem.

 

 

 

 

 

sus  combates  en  el  sector  urbano,  con poca influencia entre el campesinado y los obreros.

Según Pascal Allende, quien fuera posteriormente   secretario   general   del MIR y por revelaciones de la hija de Salvador Allende, en plena campaña presidencial el candidato de la UP realizó una reunión secreta con Miguel Enríquez. Este le explicó que el MIR había dejado en libertad a sus militantes para que decidieran votar o no por su candidatura y  que  estaba  preocupado  por  su seguridad. Salvador le pidió que detuvieran las acciones armadas para no perjudicar su campaña y aceptó que militantes miristas formaran el Grupo de Amigos     Personales     para     que     lo

protegieran.14

El triunfo de la Unidad Popular en septiembre de 1970 constituyó la plasmación de la política del PCCh. Por primera vez, una coalición de izquierda gobernaba ciertamente, aunque no tenía todo el poder. Sus medidas más importantes fueron la nacionalización de ramas básicas de la economía, la expropiación de los monopolios y la banca, la liquidación del latifundio, la implementación de la Reforma Agraria, la atención a los reclamos de los trabajadores, el mejoramiento de las condiciones de las condiciones de vida de los sectores más pobres.

Con  el  ascenso  de  Salvador Allende a la silla presidencial, el MIR suspendió sus operaciones armadas, abandonó la clandestinidad y trató de insertarse a la vida política a través de los Frentes  Intermedios de  Masas. Además colocó su estructura militar a disposición

 

14  Andrés Pascal Allende, “El MIR y Allende”, Punto Final, n. 665, 26 de junio de 2008 en http://www.puntofinal.cl/665/mir.phpPunto final, edición 665 (26 de junio-10 de julio 2008)

de su seguridad. Pocas semanas después de haber asumido,  se produjo  un altercado entre el MIR y el PC en la ciudad de Concepción, durante el cual murió un mirista. El Presidente intervino personalmente  exigiendo  a  la  dirección del Partido que dialogara con el Movimiento para impedir nuevas pugnas. Ante esa situación, el secretario General del PC Luis Corvalán declaró públicamente el 15 de diciembre de 1970 que el MIR tenía una concepción completamente  diferente  a  los comunistas sobre las formas de lucha revolucionaria, sin embargo había comprendido el rumbo que debía seguir la revolución chilena y estaba apoyando al Gobierno  Popular. Por lo tanto, creía que se iba a dar “una suerte de entendimiento” entre ambas organizaciones, aunque subsistían diferencias en muchos aspectos y la lucha ideológica continuaría en un plano más

fraternal.15

A  finales  de  ese  año,  se  produjo una amnistía presidencial para los miembros del MIR y posteriormente se le ofreció a Miguel Enríquez que ocupara la cartera de Ministro de Salud, quien no aceptó alegando que no creía posible llevar a vías de hecho los cambios revolucionarios   a   que   aspiraba,   por

medios institucionales.16

Los partidarios de la Unidad Popular, que en el momento en que Allende fue elegido eran poco más de un tercio de la sociedad chilena, fueron aumentando su volumen hasta llegar al

43,85% en las elecciones parlamentarias

 

 

15Luis Corvalán, Los comunistas y el MIR, 15-12-

1970,                   en         http://www.socialismo- chileno.org/apsjb/1970/Corvalan%20los%20com unistas%20y%20el%20Mirdic70.pdf,  consultado en diciembre de 2014.

16 Pascal Allende, obra citada.

 

 

 

 

 

de 1973; sin embargo,  la oposición (la Democracia Cristiana y el Partido Nacional) unieron sus fuerzas formando la Confederación de la Democracia (CODE), que aumentó la polarización del país.

de los partidos de toda la Izquierda, cuando miles de hombres y mujeres del pueblo rodearon el palacio de La Moneda para defender al compañero presidente y exigir castigo a los golpistas.” Pero,

 

En mayo de 1972 se realizaron varias conversaciones entre el MIR y la UP, que fueron ineficaces, según criterio de Pascal Allende. Posteriormente, en el mes de julio, el MIR y todos los partidos de la Unidad Popular, con la excepción del Comunista, convocaron a una asamblea popular en Concepción, y ello provocó el crecimiento de las tensiones con el Presidente.

 

El 5 de agosto la policía de Investigaciones  -que  estaba encabezada por dirigentes comunistas y socialistas partidarios de reprimir al MIR- allanó el campamento Lo Hermida -donde la influencia mirista era muy fuerte- y dispararon sobre los pobladores que se resistieron a la incursión policial, matando e hiriendo a varios de ellos. El MIR advirtió al gobierno que si no detenía la ofensiva represiva usaría las armas de que disponía  para  defenderse.  Una  vez más, el presidente Allende intervino para evitar el conflicto […]17

 

Por otra parte, la derecha antigubernamental iba tomando fuerzas y en octubre de 1971 realizó un paro patronal.  Los  medios  imperialistas estaban dando apoyo a la oposición más reaccionaria y particularmente a sus elementos  dentro  de  las  Fuerzas Armadas.  Cuando  en  junio  de 1973  se produjo   el   intento   de   levantamiento militar -cuenta Pascal Allende- “las banderas  rojinegras  del  MIR  ondearon

[…] ni el MIR se decidió a repartir las

armas al pueblo […] por temor a provocar un enfrentamiento con el gobierno y dividir el movimiento popular, ni el gobierno aprovechó esta victoria para intervenir dentro de las FF.AA (…) A partir de entonces, el inmovilismo del conjunto de la Izquierda y del gobierno creció, junto con la desmoralización y el temor, en el movimiento de masas.18

 

Aunque el presidente Allende intentó una salida política institucional, convocando a un plebiscito, ya el golpe era imparable. La mañana del 11 de septiembre, Miguel Enríquez y Allende se comunicaron por última vez. Miguel le ofreció  el  apoyo  de  combatientes  del MIR   para   proteger   su   salida   de   La Moneda y continuar la resistencia en los barrios populares. Allende no aceptó y le mandó  a  decir:  “Yo  no  me  muevo  de aquí, cumpliré hasta mi muerte la responsabilidad que el pueblo me ha entregado.      Ahora      es      tu      turno , Miguel…”19

18 Ibídem. Los propósitos del Partido Comunista al involucrarse en el proyecto de la Unidad Popular no estaba tratando de  iniciar  una  lucha  por  el  socialismo, sino de conseguir objetivos antimonopolistas,     antilatifundistas     y Democracia  Cristiana.  Mientras  que  el MIR,   que   reconocía   teóricamente   la necesidad   de  atracción   de  las   clases junto a la bandera chilena y las banderas medias, en la práctica no se mostró dispuesto a hacer concesiones para conseguirlo: su proyecto de alianzas era esencialmente  entre  obreros  y campesinos con las capas pobres del campo y la ciudad. Así pues, el PCCh y el MIR fueron las dos organizaciones que más claramente muestran su desacuerdo sobre la concepción del poder popular y los  dos  proyectos  de  la  izquierda  más                                                        

 

17 Pascal Allende, obra citada.

19 Ibídem

 

 

 

 

 

 

contrapuestos.20

Los Cordones Industriales –nos analiza Luis Corvalán- surgieron, por iniciativa del MIR y de un sector del Partido Socialista en 1973 y fueron proclamados como órganos de poder alternativo. El PC los objetó al comienzo. Después de varias conversaciones, socialistas y comunistas llegaron a la conclusión de la necesidad de apoyar dichos cordones, para darles el carácter proletario y que no órganos paralelos, ni opuestos a la Unidad Popular.   El MIR que fue uno de las organizaciones más activas dentro de los Cordones, sin embargo tenía una visión totalmente diferente, pues los consideraba un poder autónomo   e   independiente,   en   lucha contra el Estado burgués y sus instituciones.    Por eso su línea de orientación era construir un poder dual que abriera paso a un Estado proletario.21

Según el criterio del estudioso francés Franck Gaudichaud, en busca de la moderación para aplicar el programa de la Unidad Popular, el Partido Comunista desempeñó un papel esencial. Sus  objetivos  eran  garantizar  la estabilidad del Gobierno y no asustar “a la  burguesía  nacional”.  Y  a  la  larga,impuso una hegemonía sobre el gobierno con el lema “Consolidar para avanzar”. Es por eso que Orlando Millas, ministro comunista,  llamó  a  devolver  las industrias ocupadas por sus obreros  y el PC frenó la constitución del “poder popular” (en particular los Cordones Industriales).  Mientras  que  la  posición del MIR fue más radical: entregando un apoyo crítico al gobierno y pronunciándose por un “poder popular alternativo” al Estado burgués. El Frente de Trabajadores Revolucionarios (tendencia sindical  del  MIR), criticó  el “control burocrático” de la UP sobre el movimiento obrero.

 

 

20 Jesús Sánchez Rodríguez, Reflexiones sobre la revolución                       chilena,                       en http://www.rebelion.org/docs/52569.pdf, consultado en diciembre de 2014.

21 Ibídem.

 

Pero la mayoría de este sector político continuó dependiente de las iniciativas gubernamentales y no logro ocupar un espacio político copado por los dos grandes partidos del movimiento obrero (el PC y el PS). Además, el MIR chileno adopto en algunas ocasiones posicionamientos infantiles, producto de su desesperación por tratar de tener más influencia en una clase obrera que tenía depositadas       mayoritariamente  sus esperanzas en el gobierno. 22

Si  bien es  cierto  que el  gobierno Allende no capituló ante la reacción, ocurrió otra de las posibilidades previstas por el MIR, el golpe de Estado, que encontró a la izquierda dividida y desorganizada, por lo cual no pudo emprender  una  resistencia  popular masiva. En esas circunstancias y consecuente con sus principios, el MIR decidió  que  sus  miembros  no  debían asilarse, sino presentar una batalla frontal contra la dictadura pinochetista.

Como hemos señalado, tanto el Partido Comunista como el MIR fueron actores  políticos  importantes  durante el período  de  la  Unidad  Popular. Fatalmente, siendo ambas organizaciones de la izquierda política, no pudieron concertar   un   compromiso   de   lucha común,  pues  primaron  por  encima  de todo las divergencias de tipo estratégico- táctica que cada una enarbolaba. El costo político de esta situación fue altísimo. La reacción arremetió contra el pueblo chileno y, en especial, contra sus organizaciones representativas. Los partidos tuvieron que pasar a la clandestinidad, miles de sus integrantes fueron asesinados, torturados, encarcelados o tuvieron que salir del país y se instauró una tiranía, cuyas secuelas aún pueden verse en la sociedad chilena.

 

 

 

 

22 Franck Gaudichaud, “Pensar las alternativas yel socialismo en la América latina del siglo XXI”, en http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/congreso0

4/gaudichaud_290204.pdf,  consultado  el  9  de febrero de 2015, p. 6.

 

 

 

 

 

 

 

Este texto forma parte del libro de Rosario Alfonso Parodi y Fernado Luis Rojas López (comp.), Ahora es tu turno Miguel. Un homenaje cubano a Miguel Enríquez, Instituto Cubano de Investigación Cultura Juan Marinello, La Habana,

2015, pp. 77-86

Ver

https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160304/asocfile/20160304095103/Ind-Gral_LaIzquierdaChilena.pdf

 

Tortura: Aspectos Médicos, Psicológicos y Sociales

Tortura: Aspectos Médicos, Psicológicos y Sociales

S E M I N A R I O     I N T E R N A C I O N A L

TORTURA:
Aspectos Médicos, Psicológicos y Sociales. Prevención y Tratamiento

Equipo de Salud Mental-DITT del Comite de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU)
Organización Mundial contra la Tortura (O.M.C.T.) Ginebra – Suiza

Santiago – Chile. Noviembre 1989

PRESENTACIÓN

 

 

 

Desde la instauración de la dictadura militar el 11 de septiembre de 1973, la tortura sistemática, individual o masiva, brutal o refinada, se hizo una constante en Chile.

Desde esa misma época, profesionales de la salud asumieron la tarea de dar tratamiento a aquellos que lo necesitaban. El desafío comprometió acciones en diferentes terrenos que iban mucho más allá de lo estrictamente clínico: lo jurídico, lo ético, lo social, lo político, entre otros; y las condiciones en que se desarrolló el trabajo asistencial bajo la dictadura no sólo estuvieron marcadas por severas dificultades, sino también implicaba riesgos que son fáciles de comprender.

La experiencia acumulada durante más de 16 años atendiendo a las víctimas de la represión política y a sus familiares, es inmensa. Ella abarca innumerables aspectos en el campo clínico, tanto en lo terapéutico propiamente tal, como en la prevención y en la denuncia.

Actualmente la mayoría de dichos profesionales trabajan en equipos especializados e interdisciplinarios en el seno de organismos de Derechos Humanos. Conocidos son el equipo de Salud de la Vicaría de la Solidaridad, el equipo de Salud Mental de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), el equipo de Denuncia, Investigación y Tratamiento del Torturado y su núcleo familiar (DITT) del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), el equipo de Salud Física y Mental de la Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia (PIDEE) y, últimamente, el grupo médico del Centro de Investigación y Tratamiento del Stress (CINTRAS).

En 1985, el equipo de Salud Mental del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo había efectuado, conjuntamente con el Comité para la Defensa de la Salud, de la Ética profesional y los Derechos Humanos del Pueblo Argentino (CODESEDH), en Buenos Aires, el Primer Seminario Latinoamericano sobre la Tortura.

La aspiración era, sin embargo, realizar en Chile, bajo dictadura, un evento de carácter internacional que develara el profundo significado que la presencia de la tortura tenía en Chile, en todos los campos del quehacer humano y ayudara al conocimiento, denuncia, investigación y superación del sistema que tortura y de los efectos que provoca individual y socialmente.

Apoyados por la Organización Mundial Contra la Tortura con sede en Ginebra, y con el patrocinio de FASIC, PIDEE, CINTRAS, se llevó adelante esta iniciativa con los siguientes objetivos:

– Reunir profesionales que han brindado asistencia a las víctimas de la tortura en el interior de Chile, así como a personalidades internacionales que se han destacado por su trabajo en el tema.

– Avanzar en el tratamiento y en la prevención de la tortura a través del intercambio profesional de conocimientos y experiencias.

– Difundir y denunciar, tanto en Chile como en el extranjero, la persistencia de la práctica de la tortura y contribuir a través de esta denuncia a su erradicación.

Bajo el título «Tortura: aspectos médicos, psicológicos y sociales. Prevención y tratamiento», este seminario se realizó en Santiago de Chile exactamente un mes antes de las elecciones presidenciales, elecciones a través de las cuales Chile pretende dejar atrás la dictadura c iniciar su camino de transición a la democracia. El problema de la Salud Mental y los Derechos Humanos, debía estar entonces presente de una manera destacada en la discusión y el interés de la opinión pública.

Si bien este Seminario estuvo marcado por la necesidad de revelar la verdad de lo ocurrido, no es menos cierto que resultaba fundamental también reunir a todos quienes han sufrido la tortura y a quienes la han estudiado con el fin de combatirla y contribuir así desde ambas perspectivas a una mejor comprensión de sus consecuencias tanto a nivel individual como colectivo: es la tarea de la reparación y la rehabilitación. Hemos pretendido asimismo, discutir las acciones concretas para evitar que los atropellos de los Derechos Humanos, de entre los cuales la tortura es el paradigma más atroz, vuelvan a ocurrir: es la tarea de la prevención de! trastorno socio-político y de la promoción efectiva de la dignidad humana.

El fin de la dictadura no suprime los daños que su imperio durante más de 16 años ha provocado. Habrá que atenderlos. El advenimiento de la democracia no garantiza por si mismo que el respeto de los Derechos Humanos quede automáticamente preservado. Habrá que trabajar por ello, cuidar que ética y política sean cuestiones indivisibles y esta es una tarea de todas las organizaciones sociales y políticas, de todo el pueblo. Profesionales de la Salud y la Jurisprudencia, sin embargo, cargan sobre sus hombros un deber particularmente insoslayable en lo que se refiere a la prevención de la tortura.

El Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo entrega al conocimiento de la opinión publica el presente volumen, que reúne todos los trabajos presentados por profesionales chilenos y extranjeros en este Seminario, en la confianza que represente una contribución efectiva a la tarea éticamente intransable en la que el pueblo de Chile está hoy empeñado: el establecimiento de la Verdad, el encuentro con la Justicia y la construcción de una sociedad basada en el respeto de los Derechos Humanos.


SEMINARIO INTERNACIONAL

TORTURA: 
Aspectos Médicos, Psicológicos y Sociales. Prevención y Tratamiento

Organizadores
Equipo de Salud Mental-DITT
del Comite de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU)

Santiago – Chile

Organización Mundial contra la Tortura (O.M.C.T.) Ginebra – Suiza

Patrocinantes

Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC)
Fundación para la Protección de la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia (PIDEE)
Centro de Investigación y Tratamiento del Stress (CINTRAS)

PROLOGO

ANTECEDENTES

SESIÓN INAUGURAL

SYMPOSIUM

Symposium Nº l: Concepto. Orígenes, objetivos y técnicas de la tortura. Agentes ejecutores

La Tortura: Agencia Primaria del Terror. Tito Tricot

La tortura: un enfoque social. Domingo Sánchez

La tortura como Crimen Contra la Humanidad. Andrés Domínguez

Represión Política e Impunidad en la Argentina. Darío Lagos, Daniel Kernec

Acerca de Cinco Ex Torturadores. Eduardo Pérez Arza

Casos Arsenales y Atentados: la dimensión de lo personal y lo social en la tortura. Carlos Madariaga

Incomunicación Prolongada: Otra forma de tortura repercusión psicológica en el individuo. Elisa Neumann, Consuelo Macchiavello

Symposium Nº 2: Efectos médicos, psicológicos y sociales.
Repercusiones sobre el individuo, la familia y la sociedad.

El dolor invisible de la tortura en las familias de exiliados en Europa. Jorge Barudy

Lo igual y lo distinto en los problemas psicopatológicos ligados a la represión política. Mario Vidal

La Tortura como experiencia traumática extrema, su expresión en lo psicológico, en lo somático y en lo social. María Isabel Castillo, Elena Gómez, Juana Kovalakys

Salud Mental y Derechos Humanos. Sergio Lucero

Tortura en el Hospital «Almirante Neff» (Valparaíso): Comunicación de tres casos. Luis Ibacache

Situación de Salud en prisioneros políticos. Algunos efectos de la tortura y reclusión.
Pedro Marín Hernández

Algunos comentarios sobre la experiencia de asistencia urológica en pacientes torturados. Guillermo Sohrens, Fernando Bustamante

Un viaje muy particular. Sergio Vuskovic

Vivir en parejas: Vivencia y elaboración de los traumas. Héctor Faúndez, Mónica Hering, Sara Balogi

Adolescencia en familias reprimidas. Héctor Faúndez, Mónica Hering, Sara Balogi

Symposium Nº3: Asistencia y tratamiento. Diversas formas de abordaje terapéutico.

Daño y reparación: una aproximación conceptual. Gloria Maureira

Efectos psicológicos de la represión en la comunidad universitaria de San Luis. Eduardo Llosa

Experiencia terapéutica integral con niños. Nicolás Zárate

Grupo terapéutico de reencuentro. Mónica Esterio, Lilian Román, María Teresa Almarza

Taller Terapéutico: una experiencia de trabajo grupal en pacientes sometidos a situaciones de violencia extrema. Carmen Contreras, Carlos Corvalán

La comunidad y la asistencia terapéutica en Derechos Humanos. Norberto Liwski

La psicoterapia de la tortura: el valor terapéutico de la solidaridad, la esperanza y la justicia. Jorge Barudy

Trauma, encuentro y significado. Inger Agger, Soren Buus Jensen

El modelo de trabajo de CEPAR: una práctica transcultural. Julio González

Terapia al torturado: una reflexión de una práctica humana. Paz Rojas

Prisioneros políticos: dimensiones psicoterapéuticas de la asistencia jurídica. Sergio Pesutic

Tortura y terapia familiar: discusión acerca de la integración de un enfoque sistémico en un caso de traumatización extrema. David Becker. Elizabeth Lira

Una experiencia de terapia ocupacional con afectados por la represión política. Alejandro Guajardo

Kinesiología y daño psicológico: una experiencia clínica. Patricia Cardenal

Violencia organizada y problemas psicosociales de los refugiados: algunas experiencias en un país de reasentamiento. Dr. Nils Johan Lavik

MESAS REDONDAS

Mesa Redonda Nº1: El daño y la reparación en Salud Mental. La perspectiva de los afectados directos.

Mi experiencia personal con la tortura. Hernán Montealegre

Daño psicológico y social en las víctimas de la represión. Atenas Dedes

Los detenidos-desaparecidos y la Justicia. Sola Sierra

La situación de los presos políticos. Cecilia Acuña

La tortura, el daño y la reparación. Juez Rene García Villegas

Mesa Redonda Nº 2: Acerca de la patología provocada por la tortura: problemas epistemológicos y nosológicos.

Objetividad en ciencias. Juan M. Pérez Franco

Cuestiones epistemológicas. Héctor Faúndez

El problema de las clasificaciones psiquiátricas frente a la patología provocada por la tortura. Rodrigo Erazo

Mesa Redonda Nº 3: Experiencia de trabajo de grupos e Instituciones. Modos de abordaje terapéutico.

Programa terapéutico de FASIC. Una experiencia de psicología viva. Adriana Maggi

Experiencia de trabajo de CINTRAS. Mario Vidal

Estudio prospectivo de los talleres como recurso terapéutico. Sonia Herrera, Gunter Seelmann

El método testimonial como ritual y evidencia en psicoterapia para refugiados políticos. Soren Buus Jensen, Inger Agger

Tortura, exilio y salud mental: nuestra conceptualización. Jorge Barudy

Experiencia de trabajo en el centro psicosocial de Frankfurt, Alemania Federal. Carlos Corvalán

Mesa Redonda Nº4: Aspectos preventivos: experiencia de trabajo con grupos. 
Capacitación y Salud Mental

La tortura desde una perspectiva jurídica. Carlos Fresno

Nuestra respuesta a la situación de tortura institucionalizada. Rosa Parissi

Capacitación y salud mental: una experiencia colectiva. Mónica Peña

En torno al modelo psicosocial de dominación. Jorge Pantoja

Represión, temor y participación. Formación de monitores en Salud Mental. Elisa Neumann, Angélica Monreal

La visita carcelaria: un abordaje terapéutico en grupos familiares de presos políticos. Chetty Espinoza, Myriam George, M. Inés Villar, Gloria Vío Grossi

FORO PLENARIO

Perspectiva para la reparación y para la profilaxis del daño. Cuestiones éticas y jurídicas. Responsabilidades individuales, de grupos profesionales y del Estado.

Reparación y prevención. Perspectiva desde la salud mental. Angélica Monreal

Reparación jurídica. Jorge Mera

Verdad y Justicia desde la perspectiva de los partidos políticos. Fabiola Letelier

Consideraciones éticas. Padre José Aldunate

PRESENTACIÓN DEL LIBRO «Persona, Estado, Poder. Estudios sobre Salud Mental. Chile 1973-1989»

Palabras de Alfredo Jadresic V.
Palabras de Jaime Castillo Velasco
Palabras de Fernando Oyarzún P.

ANEXOS

Comentario a «Un viaje muy particular» Sergio Vuskovic
La tortura en la formación militar. Miguel González

Introduction (english)
Introduction (francais)


© Este libro fue elaborado y editado por el Equipo de Denuncia, Investigación y Tratamiento del Torturado y de su núcleo familiar (DITT) del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU).

Santiago de Chile, Abril de 1990

El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)

El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)

ELIZABETH LIRA
INTRODUCCIÓNEn muchos países, al final de las dictaduras y guerras civiles, se han establecido comisiones de la verdad que han escuchado a las víctimas y han reconstruido la historia de las violaciones de derechos humanos ocurridas durante el período examinado. La coincidencia de miles de testimonios ha posibilitado la identificación de los recintos secretos de detención, sus rutinas cotidianas así como los procedimientos represivos y el clima de terror instalado en las víctimas y en la sociedad. El reconocimiento oficial de lo ocurrido ha hecho exigible al estado procurar la justicia y la reparación de las víctimas.

En el caso de las violaciones de derechos humanos en Chile miles de personas dieron testimonio durante el régimen militar denunciando detenciones arbitrarias, torturas, desaparición de personas y ejecuciones políticas ante organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, tribunales de justicia, espacios terapéuticos y medios de comunicación entre otros, desde 1973 en adelante. Después de 1990, la Comisión de Verdad y Reconciliación reconstituyó la situación de muertos y desaparecidos por razones políticas (1990-1991) y luego la Comisión de Prisión Política y Tortura (2003-2005) recibió testimonios de miles de personas que fueron detenidas y torturadas entre 1973 y 1990.

La tortura, la desaparición de un familiar, así como sobrevivir a la propia ejecución eran situaciones simultáneamente políticas y personales, identificadas en la mayoría de los casos como experiencias traumáticas. Los represores eran agentes del estado que ejecutaban la política definida por el régimen militar. Los perseguidos eran declarados “enemigos de la patria” y un peligro para la seguridad nacional.

En este trabajo se analiza el testimonio de experiencias políticas traumáticas como instrumento terapéutico en el tratamiento de víctimas de tortura y de otras víctimas de violaciones de derechos humanos durante el régimen militar en Chile. Consideramos como testimonio el relato personal realizado por quien ha sido protagonista de hechos que tenían implicaciones sociales, políticas o criminales entre 1973 y 1990 y que ha sido testigo de lo sucedido a otros que compartían su situación. En este contexto, el testimonio de la experiencia represiva comprende el relato descriptivo o en primera persona acerca de la detención, los interrogatorios y la reclusión de quien estuvo preso por motivos políticos. En los casos de detenidos desaparecidos o ejecutados políticos el relato suele ser realizado por un familiar. Casi siempre incluye la situación de detención, la desaparición o ejecución de su hija o hijo, de su padre o madre y de su compañera o compañero y las acciones realizadas para encontrarlo y conocer las circunstancias de su muerte y las consecuencias de esta situación sobre los miembros de la familia.

La primera parte del trabajo describe la función terapéutica del testimonio. En la segunda parte se analiza la función social del testimonio al ser utilizado para denunciar las violaciones de derechos humanos.


PSICOTERAPIA Y REPRESIÓN POLÍTICA

La modalidad de trabajo que describiremos fue una de las respuestas de los profesionales de salud mental ante las consecuencias de las violaciones de derechos humanos sobre las personas y las familias. Es importante recordar que el régimen militar se inauguró con una política de represión masiva contra los partidarios del gobierno derrocado. El país fue declarado en estado de guerra interna y se suspendieron las garantías y derechos individuales. Más de cinco mil personas fueron detenidas entre el 11 y el 13 de septiembre de 1973 a lo largo del país y más de dieciocho mil fueron detenidas en los meses siguientes.1 La mayoría de los detenidos fueron torturados brutalmente durante horas, días o semanas. Miles de personas partieron al exilio. Muchas fueron ejecutadas sumariamente. Otras desaparecieron después de ser detenidas.

Esta situación llevó a representantes de diversas denominaciones religiosas a crear en octubre de 1973 el Comité de Cooperación para la Paz, con el fin de otorgar defensa legal a los perseguidos. Durante 1975 se creó la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC). En enero de 1976, la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago sustituyó al Comité Pro Paz disuelto por presiones del régimen. Esas instituciones proporcionaron asistencia legal y humanitaria a las personas que solicitaban ayuda.

Se constataba día tras día que la represión política tenía efectos devastadores sobre las personas y sus familias. Por ello, algunos profesionales de salud mental empezaron a proporcionar atención de emergencia en sus consultas particulares como parte de la red de apoyo creada en los organismos de derechos humanos. Solamente en septiembre de 1977 se inició en FASIC el Programa Médico Psiquiátrico formado por médicos psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales.2

Las personas que consultaron en 1977 y 1978 en su mayoría eran presos políticos que habían sido condenados en consejos de guerra y tramitaban la conmutación de la pena de cárcel por extrañamiento, es decir, debían partir al exilio acogiéndose al decreto ley 504, de 1975.3 En pocos días salían de la prisión, se reunían con la familia y emigraban. En la mayoría de los casos era posible realizar sólo una o dos sesiones, individuales, familiares o grupales según los casos. Se trabajó principalmente en grupos caracterizados como “grupos de orientación al exilio” formados por ex presos y sus familias. Los participantes pudieron hablar del impacto de la represión política sobre sus vidas, principalmente acerca de los efectos de la tortura. Hablaron de sus temores e incertidumbres y pudieron anticipar también las dificultades del exilio que se avecinaba. Un número cercano a los cinco mil presos políticos conmutaron la pena de cárcel por el exilio según el decreto ley ya mencionado y tramitaron a través de FASIC su salida del país entre 1975 y 1980. Cerca de seiscientos recibieron atención psicológica (familiar, grupal o individual) entre 1977 y 1980.4

El atropello a la dignidad personal, la situación de amenaza generalizada y el desamparo legal y social había afectado a las familias de distintas maneras. El prisionero político había pasado mucho tiempo separado de su familia, recibiendo visitas esporádicas bajo condiciones de extremo control, desconociendo muchas veces los detalles de lo que les había ocurrido a sus familiares después de su detención y había temido por ellos. A su vez, la familia había presenciado con impotencia la detención, la incomunicación y la reclusión de su familiar y temía por su integridad física y psicológica y por su vida. La incertidumbre, el temor y la inseguridad se sumaban a la confusión ante las acusaciones oficiales difundidas por los medios de comunicación acerca de que el padre, el esposo o esposa, la hija o hijo, el hermano o la hermana era un delincuente que había cometido los peores crímenes. Los problemas económicos, el aislamiento, los miedos y las rabias circulaban entre las familias, y los conflictos entre sus miembros se agudizaban.

La mayoría de los ex presos señalaban que necesitaban reivindicar su dignidad y su honor. Habían carecido de las más elementales condiciones procesales y habían sido acusados de los peores crímenes en nombre de la defensa de la patria, estigmatizándolos como delincuentes. Requerían ser reconocidos como protagonistas y militantes de un proyecto de cambio social y político legítimo y no como gestores de un proyecto criminal.

Los profesionales observaban que la realización de denuncias y acciones en los tribunales exigiendo justicia favorecían la recuperación moral y psicológica de los afectados. Por esta razón se consideró la posibilidad de elaborar la denuncia en el contexto del proceso terapéutico que incluía atención médica integral, medicación y terapia ocupacional, entre otras. El objetivo primordial de la intervención era aliviar los síntomas y permitir a las personas restablecer sus vínculos afectivos y sociales, recuperando el control sobre su vida.

La propuesta de grabar el testimonio fue acogida con gran interés por quienes consultaban. La grabación era percibida como una forma de registro permanente de su experiencia que confirmaba que aquello les había sucedido “efectivamente”, contradiciendo la negación oficial de la tortura y, en muchos casos, de la detención, no obstante existir testigos de la misma.

El testimonio era un proceso penoso y al mismo tiempo aliviador. La grabación se transcribía y se trabajaba con el texto en algunas sesiones, volviendo sobre el relato y sus detalles, sobre las emociones, sobre la tristeza, la culpa. El testimonio era finalmente el documento que encerraba la historia de la persona tal y como quería comunicarla. Esta forma de trabajo fue implementada principalmente en los casos de presos políticos torturados y se fue adaptando a los requerimientos de los pacientes y a la mejor comprensión acerca de su función terapéutica. En 1980 se analizaron los resultados obtenidos en los primeros casos atendidos y se revaluaron en 1981. Esta experiencia psicoterapéutica y sus resultados fueron publicados en los años siguientes.5

La atención de víctimas de la represión política tenía un fuerte impacto moral y emocional sobre todos aquellos que trabajaban con las víctimas. Ese impacto era encauzado hacia el cuidado y la protección de la vida de las personas y también hacia la necesidad de denunciar lo que sucedía ante los tribunales, ante las iglesias, la opinión pública nacional e internacional, entre otros.6 Las denuncias enfatizaban las secuelas que se advertían en las personas y en las familias, en particular los efectos traumáticos que persistían en el tiempo y se buscaba impedir que continuara la represión política.7 De esta manera, la denuncia canalizaba parcialmente la rabia y la violencia asociada a este tipo de casos, no solamente para los consultantes sino también para los abogados, terapeutas y trabajadores de derechos humanos.

PSICOTERAPIA Y MEMORIA

La psicoterapia para las víctimas de la represión política era un ámbito profesional desconocido. Fue necesario investigar sobre diagnóstico y tratamiento en situaciones relativamente afines tales como las situaciones de persecución durante la Segunda Guerra Mundial. Algunos de esos estudios documentaban la sintomatología observada en ciertos casos clínicos, pero muy pocos se referían a los procesos terapéuticos. Eso hizo necesario rastrear en los trabajos que dieron origen a la investigación clínica y terapéutica sobre el trauma a mediados del siglo XIX. Se trataba de casos de mujeres jóvenes que presentaban una sintomatología angustiosa, cuadros de parálisis parcial no vinculados a las estructuras neurológicas correspondientes o cegueras repentinas sin que fuera posible atribuirlas a algún daño sensorial. Se trataba de patologías invalidantes que resultaban incomprensibles para el conocimiento científico de ese entonces. El significado de la sintomatología no era claro, aunque los médicos consideraban que ese comportamiento se debía a “algo mental” de origen emotivo. Las hipótesis de diagnóstico y tratamiento se fueron construyendo sobre la base de atribuir el origen de la “enfermedad” a una experiencia intolerable que no había podido ser procesada psicológicamente. En consecuencia, se requería encontrar modalidades de tratamiento que permitieran acceder a esa experiencia. Esta manera de aproximarse a los casos surgió durante la segunda mitad del siglo XIX, en el hospital de la Salpêtrière de París. El médico neurólogo Jean-Marie Charcot trabajaba con esos casos y buscaba la manera de comprender y tratar esa patología. Atribuía gran importancia terapéutica a la posibilidad de recordar lo sucedido y para ello utilizó la hipnosis. Se pudo observar que en estado de trance la persona “recordaba” lo que hoy sería caracterizado como “el hecho traumático”.8

La mayoría de los casos atendidos remitían a experiencias de abuso sexual u otras experiencias conflictivas vinculadas a la sexualidad. Las pacientes eran mujeres y el diagnóstico global fue “histeria”, connotando una vinculación específica a la sexualidad femenina. En muchos casos parecía que la experiencia sufrida había constituido una amenaza existencial de gran envergadura. Se suponía entonces que el origen del trauma se vinculaba a un conflicto moral y psicológico (de origen religioso o cultural) asociado a una experiencia sexual principalmente abusiva. La persona disociaba el recuerdo de la experiencia vivida y de todos aquellos elementos significativos vinculados a ella, intentando funcionar como si aquello no hubiera sucedido jamás. Suprimido el recuerdo solamente quedaban los síntomas que expresaban de manera aparentemente “incomprensible” la huella de esa experiencia intolerable.

Aunque inicialmente el objetivo del tratamiento era acceder a la experiencia traumática y a las emociones que habían sido reprimidas, en la hipnosis el recuerdo se producía en un estado alterado de conciencia y aunque desencadenaba emociones de gran intensidad, no modificaba el estado mental de la paciente. La imposibilidad de acceder posteriormente al recuerdo recuperado bajo hipnosis hacía que lo que se había “descubierto” se mantuviera disociado y permaneciera reprimido, es decir, continuara en el “olvido”.

Sigmund Freud, que había estado en el hospital de La Salpêtrière en París trabajando con Charcot, descartó posteriormente la hipnosis y exploró otras alternativas, utilizando finalmente la asociación libre y desarrollando, hacia fines del siglo XIX, el psicoanálisis como práctica clínica y teoría psicológica. Su trabajo clínico con este tipo de casos describió cómo el recuerdo reprimido rescatado de las profundidades del olvido era clave en el proceso de mejoría. Observó que la catarsis asociada al recuerdo producía un alivio ostensible, aunque casi siempre transitorio. Concluiría más tarde que los síntomas desaparecerían y el alivio podría ser duradero si ese recuerdo llegara a formar parte de un saber del sujeto sobre sí mismo y su historia. Era necesario que la persona comprendiera cuándo y cómo esa experiencia había amenazado su existencia y cómo el síntoma “traducía” el significado de la experiencia y, al mismo tiempo, la defensa y la “negociación” psicológica para sobrevivir, lo que implicaba asumir y elaborar el significado de la experiencia y no solamente “recordar” lo sucedido, que era lo que ocurría en la catarsis.9

Atribuíamos importancia a esta discusión por sus analogías con algunos aspectos de las situaciones que enfrentábamos. Sin embargo, una diferencia importante era que no estábamos trabajando con memorias suprimidas y olvidadas por completo. También trabajábamos con fragmentos de memorias penosas y persistentes que abrumaban a las personas cotidianamente. Se trataba de un pasado reciente que para muchos no llegaba todavía a ser pasado sino que era vivido como un presente traumático. La intervención terapéutica se realizaba sobre memorias vivas y al mismo tiempo sobre memorias disociadas. Nos parecía que era necesario recordar, verbalizar y nombrar, pero a veces era imposible: no había palabras. Sin embargo, hablar y decir permitía ordenar en parte las dimensiones caóticas y fragmentadas del recuerdo. Pero la palabra y la memoria estigmatizaban y aislaban a las víctimas. Pocos querían escuchar y saber lo que les había sucedido. Muchos negaban. Otros se angustiaban y se llenaban de miedo y tampoco querían saber. Un silencio general rodeaba a la represión política como si aquello solamente existiera en la mente de las víctimas.

EL TESTIMONIO COMO INSTRUMENTO TERAPÉUTICO (1978-1982)

La psicoterapia de las víctimas de la represión política, en particular de quienes fueron torturados y estuvieron presos durante varios años, permitió identificar un hecho central: para muchos de ellos, el compromiso político constituía el eje más significativo de sus vidas y había jugado un papel decisivo en su capacidad de resistir las atrocidades. Esa capacidad de enfrentar lo insoportable surgía del valor de aquello por lo cual se había luchado y se había amado más que la propia vida.10 A su vez, la pérdida que significaba la derrota del proyecto político en lo personal, se asociaba y subordinaba a la pérdida sufrida por la sociedad chilena.

Para algunos la percepción de derrota era acompañada también por una disposición a reflexionar sobre su responsabilidad en el fracaso de dicho proyecto, buscando repensar y proyectar su vida ante el cambio de escenario político que cambiaba su lugar y su poder. Otros subrayaban la angustia ante “la muerte y la pérdida” del proyecto político, como si la suerte del país y la suya propia fueran una sola y misma cosa. Esa percepción de pérdida irreversible desmoronaba sus defensas y el sentido de su resistencia ante la catástrofe vital experimentada. Algunos se aferraban a las prácticas partidarias como si la rigidez de los rituales garantizara la permanencia del proyecto y el sentido de sus vidas. Era angustioso para ellos percibir que carecían de control sobre muchas situaciones que los afectaban vitalmente y que estaban expuestos a nuevas detenciones o a perder la vida o tener que salir del país para protegerla.

Por su parte, la violencia represiva y la indefensión generalizada habían producido desconfianza e inseguridad en la relación con los otros y consigo mismos. En muchos casos se alteraba el juicio de realidad. El miedo afectaba el pensamiento y las funciones cognitivas básicas, dando crédito a rumores que aumentaban la inseguridad.

La ilegalización de los partidos políticos de la Unidad Popular y de muchas organizaciones sindicales y sociales había destruido las redes sociales en las que estaban insertos. Muchos perdieron sus trabajos y sus medios de vida, empobreciéndose dramáticamente. Todo ello contribuía a que muchos se abrumaran y se aislaran, corriendo el riesgo de interiorizar lo que les ocurría como una pérdida insuperable, dándose por vencidos.11

La situación terapéutica podía constituir una suerte de tregua, un espacio en el que se podía hablar y se podía pensar. Para ello era fundamental establecer un vínculo de confianza que pudiera contener el dolor y la rabia y que permitiera proyectar la propia vida bajo estas nuevas y adversas circunstancias.

Los fragmentos siguientes de los testimonios de José, Pedro y Diego, quienes fueron presos políticos entre 1973 y 1978, ilustran las posibilidades de esa elaboración. Todos ellos habían sido condenados de por vida. Cuando fueron atendidos, habían optado por conmutar la pena de cárcel por exilio y estaban por salir a los distintos países que les habían otorgado visa. Se iban a separar después de haber compartido casi cinco años de cárcel y de haber pasado juntos los interrogatorios y torturas. En ese sentido, sus testimonios fueron resultado del diálogo que sostuvieron entre sí, a propósito de la represión padecida y sus consecuencias pero también por la separación forzosa debido a la partida al exilio. La elaboración de la experiencia represiva vivida había ocurrido entre ellos durante los largos años de reclusión.

Dijeron que se habían preguntado muchas veces acerca de “quién soy, qué me pasó, qué me perturba, qué me duele, dónde estoy y para dónde voy”. Los hechos vividos fueron entramados por cada uno en un relato escueto que, si bien soslayaba en parte aquellos aspectos que sentían que los desmoronaban, a la vez proporcionaban, por su concisión misma, las claves de su supervivencia.

El relato grabado fue transformado en un testimonio, excluyendo aquellos aspectos más íntimos y penosos que habían sido comunicados en las sesiones. Separaron lo íntimo y privado de aquello que, aunque también era personal, consideraban que formaba parte de lo público y social.12

José, militante socialista, detenido el 30 de septiembre de 1973.

Yo soy José, tengo veintinueve años, nací en el campo cerca de Chanqueahue. […] Llegué a ser miembro de la seguridad del presidente Allende. Llega el 11 de septiembre y se acaba todo. Caí como todos los compañeros en una situación de inseguridad, en la cual no se sabía qué hacer. […] Muchos compañeros determinaron entregarse [voluntariamente]. Según alegaron, no había que resistir, y se entregaron; de ellos, cuatro fueron liquidados al poco tiempo; Otros [que fueron encontrados y detenidos] fueron encarcelados, entre ellos, yo. De los encarcelados hubo fusilados sin sentencia, veintiséis fueron muertos.

A todo esto yo no me quise entregar. Me fui de mi casa, bueno, era una reacción natural si se quiere dentro de uno, de lo que uno conoce. [Se había ocultado para evitar su detención]. Fui detenido en el pueblo por prevención [en un operativo] por carabineros, y de ahí trasladado a distintos retenes, comisarías, hasta llegar a la Dirección General de Investigaciones. Posteriormente, el mismo día me trasladaron al Estadio Nacional, donde estuve más o menos, durante cuarenta y cinco días. De ahí fui trasladado a la Oficina Salitrera Chacabuco. Posteriormente, quince días después, al Regimiento de Calama. Bueno, ahí empezó un proceso en el cual yo no tuve participación, sino que fui como el hombre que necesitaban, porque si al interrogarme de una forma decía lo que tenía que decir, no lo creían. Si hubieran querido interrogarme para conocer alguna cosa, lo habrían hecho, pero no lo hicieron, me interrogaron tres veces, pero una fue para preguntarme, la otra para golpearme. Sin preguntar nada.

Después de eso viene el proceso, según ellos. […] Bueno, de partida ningún hecho comprobado: que tuve un viaje a Cuba, que fui a aprender artes marciales, actividad guerrillera –absolutamente falso, no lo podía comprobar yo ni ellos tampoco–, la situación de ser miembro de la seguridad del Presidente Allende. Se sabía que era miembro de la seguridad, pero buscaban otras actividades que no eran las de seguridad, sino asaltos y cosas así, nada que ver. Después de eso viene el Consejo de Guerra y en seguida una condena a muerte, firmada y todo; después la intervención –creo yo– del arzobispo. Me rebajaron la condena a perpetua. Después de un año y meses que estuve encarcelado me trasladaron por razones de seguridad a Copiapó; estuve quince días en Iquique, de paso. En Copiapó estuve dos años y tantos, con lo cual hice cuatro años, cuatro meses y días más. Solamente estuve libre desde el 11 hasta el 30 de septiembre de ese año. […]

Toda nuestra situación ha sido tan terrible, ¡y cómo se ha cumplido en parte lo que pretende la Junta! Aquí, si no se puede matar en todo sentido, se trataba de hacer que cada uno viera cada cantidad de problemas que desembocaban en llegar a pensar que la vida no tiene ningún brillo, que no tiene valor, cuando somos nosotros los que le damos ese valor; pienso que prácticamente ése es el logro de lo que la Junta quiere: llevarnos a esa condición de quebrarnos así.

Es lamentable, para mí es lamentable, porque muestra que han logrado en parte lo que querían, y muestra cómo fue tan terrible lo que pasó el 11 de septiembre. Las organizaciones, todos los compañeros quedaron prácticamente desarticulados, y generalmente se cayó en el aislamiento, y el aislamiento fue debilitando a los compañeros, los fue llevando a centrarse en sus problemas, vivir para sus problemas, hasta llevarlos a sentirse inútiles, cuando siempre somos útiles, somos útiles de una u otra manera, y la vida siempre tiene valor, siempre es bonita, todo depende de cómo nosotros tratemos de encontrarle ese valor.

Pedro, funcionario público, detenido el 11 de septiembre de 1973.

Me llamo Pedro U. Tengo treinta años. Nací y me crié en Rancagua. Estuve preso y salí recién. Cuando me encontré fuera de la cárcel tuve una depresión nerviosa, porque me “quise comer la calle”, por usar un término así. Salí de la cárcel, fui donde mi familia, estuve un par de horas ahí y me dieron ganas de salir y recorrer Rancagua de punta a cabo, y anduve y anduve y anduve mirando, no sé, una cuestión media rara, porque salí medio diferente de la cárcel, fue así como un shock el que tuve. Salí medio diferente y sentía como que eso era mentira, era mentira todo lo que estaba viendo. Posteriormente me vine a Santiago y aquí ha sido verdaderamente terrible pasear, caminar, me he ido al paseo Ahumada, he visto, no sé, me da la impresión de ver en la gente cierto automatismo de indiferencia, el trabajo de las hormigas, que no es un trabajo consciente sino que es un trabajo mecánico. Entonces después que llego a la casa como que llego cansado, agobiado, me agobia este trabajo de hormigas, si lo pudiéramos llamar así, tan indiferente, tan frío. Y cada uno va por la calle, se mete a un negocio, sale a tomar la micro y si muere alguien al lado, a nadie le importa; si alguien está pidiendo una limosna, no importa, y si sale en los diarios un asesinato que hay que condenar, a nadie le importa. Y cuando hablan, por ejemplo, lo de Aldo Moro, las declaraciones de gobierno, yo digo: ¡qué cinismo! ¡Cómo repudian esto y todas las cosas que han hecho ellos, que uno ha visto, la experiencia misma de uno! […]13

Lo otro es que, para mí, Santiago es estar solo. Es estar metido entre dos millones de personas, solo; estar en un recinto apretado de gente, pero solo. Yo pienso como la gente de provincia que viene a Santiago. Uno siente que aquí en Santiago son todos más o menos parecidos, que en el centro la gente se comporta como robots, con cara de robots, de cadáveres. Lo otro es la hipocresía, del que dirá “yo no entiendo tanta hipocresía, para qué?”; eso a uno lo deprime y es mejor no pensarlo, porque si uno se pone a ver todo lo que escriben los diarios, digamos, es claramente programado, ¡y cómo mienten, cómo pueden ser tan hipócritas! Lo mismo en la televisión cuando dan informaciones, yo digo cómo se sentirán ellos, cómo se sentirán como personas, ¿sentirán que están haciendo la historia? ¿Se sentirán los salvadores de Chile? ¿Los salvadores del país? Me imagino que sí.

Seguramente la historia no nos va a nombrar, no nos va a individualizar, pero en una u otra medida, nosotros somos entes partícipes de un momento histórico, de un proceso, y actualmente somos todavía partícipes de la historia, la historia no nos ha dejado de lado, tan sólo si nosotros mismos nos apartamos de ello. Entonces toda la experiencia nuestra debe ir encauzada hacia allá, a ubicarnos nosotros mismos dentro de nuestra vida futura y dentro de toda la vida de este pueblo.
Diego, veintisiete años, condenado a muerte por Consejo de Guerra.

Tenemos una situación adversa –la realidad es adversa, es terrible–, que nos lleva a provocar las crisis en nuestro interior, en nuestras ideas, en nuestras aspiraciones; si nosotros no entendemos esa realidad como un elemento antagónico que nos permite poder enfrentar nuestra propia vida, frente a eso estamos sonados, estamos fritos. Porque si uno cae preso, el mundo sigue igual; cuando a uno lo están interrogando, [uno] sabe que le están poniendo corriente, y afuera la gente está caminando, comprando en la feria o qué sé yo. O sea, eso es lo terrible de descubrir, o sea, el poco significado o la poca importancia que tiene la vida. Realmente la vida no tiene ninguna importancia, la importancia se la da uno, y esa importancia se la da uno en la medida en que uno vea las cosas y las exprese con una mayor dosis de equilibrio, de sentido común, de unidad de criterios. Y en el matrimonio yo creo que eso es importantísimo, lo esencial; por eso que las decisiones del matrimonio mismo, incluso lo que se quiere poner o lo que se quiera hacer, por muy particular que uno lo crea, debe hacerlo ver a la compañera, debe hacerlo ver a la otra persona porque es lo único que nos permite desprendernos un poco y conocernos.

Yo creo que es un asunto muy difícil de superar en la pareja, en el matrimonio. Es reconocer la crítica de la compañera; para mí, mi mujer es antes que nada una compañera; es compañera y la compañera con mayúscula. Yo entiendo el sentido de compañera, lo entendí estando preso, lo entendí cuando la llevaron detenida y la interrogaron, lo entendí cuando me amenazaron con matarla, y lo entendí cuando me amenazaron con llevarme la guagua para meterle corriente, tenía 4 meses. Lo entendí cuando me fue a ver a la fiscalía cuando aparecí por primera vez; lo entendí cuando fue por primera vez a la cárcel y vi la forma en que la registraron, y cómo la tocaban; cuando viajaba hasta allá lloviendo, comprendí el sentido de la palabra compañera. Es decir, antes no captaba; sabía lo que era, porque era mi compañera, porque estaba conmigo, pero lo entendí, mejor dicho, verdaderamente ahí, en ese momento: antes que nada mi mujer es mi compañera, no es propiedad mía.
Como instrumento terapéutico, el testimonio permitía restablecer las capacidades del yo de la persona que eran necesarias para iniciar un proceso psicoterapéutico. El testimonio conectaba a la persona con sus sentimientos y daba lugar a una catarsis. Dicha catarsis era penosa, violenta, y casi irreal. Podía ser considerada como el inicio de un viaje hacia el pasado que permitía reconocerse en una historia que era propia aunque en ese momento fuera percibida en muchos aspectos como ajena.

En las sesiones, la comunicación reconstituía los hechos de la experiencia represiva así como la historia personal en todas sus dimensiones. El trabajo de elaborar el documento del testimonio daba lugar a una profundización de su contenido. Finalmente se transformaba en la expresión material de una etapa del trabajo realizado. El documento quedaba en poder de la persona y en la carpeta personal que permanecía en la institución. A veces con su nombre e identificación completa. A veces utilizando un seudónimo para proteger su identidad.

En algunas situaciones el testimonio tenía mayor valor terapéutico que en otras. Los ex presos políticos y los torturados experimentaban un alivio importante al comprender mejor cómo la represión y la tortura se habían instalado en sus vidas, y cómo, por otro lado, a pesar de que sus consecuencias los acompañarían por largo tiempo, paradójicamente, la tortura no era “personal”. Torturador y torturado no se conocían previamente; cada uno representaba los “bandos” en conflicto en la sociedad. La crueldad y la intimidad del dolor y la muerte compartidas entre extraños y “enemigos” daban cuenta del conflicto profundo existente en la sociedad, que tarde o temprano habría de volver al espacio público donde se había originado, y donde podría empezar realmente la reparación de las víctimas.


SOBREVIVIENTES DE EJECUCIÓN

La experiencia de sobrevivientes de ejecución es distinta a las de los presos políticos. Al parecer no más de cinco ejecutados sobrevivieron a esa experiencia. Dos de ellos, Lázaro y María, consultaron entre 1979 y 1980.14

Lázaro era un dirigente sindical campesino, de cincuenta y cinco años de edad en el momento de la consulta. Relató haber estado detenido durante nueve días en un recinto policial y luego en un regimiento, de donde fue sacado y llevado en la mitad de la noche a un puente donde fue fusilado el 26 de septiembre de 1973, y arrojado al río. Los impactos de bala no le afectaron órganos vitales y permaneció herido en el lugar, escondido entre matorrales. Caminó durante tres noches hasta llegar a su casa. Permaneció oculto en una pieza durante cinco años, en condiciones de extrema pobreza. Allí sobrevivió gracias al apoyo afectivo de su familia y al compromiso de todos ellos de no comunicar su presencia a nadie, lo que cumplieron incluso los hijos menores que todavía no iban a la escuela.

Un día supe que uno de los tres más pequeñitos –el mayorcito– se pasaba llorando, se pasaba tardes enteras llorando porque el papá se había muerto, entonces el otro lo consolaba. Le decía, “no llorís, Coné” –porque así le decíamos, Coné–, “no llorís Coné que el papito no está muerto”. Tampoco sabía el que lo estaba consolando que yo estaba vivo. Así es que cuando supe que se la pasaba llorando, le dije a mi señora “mira, aquí yo me voy a arriesgar el todo por el todo, porque no vamos a dejar que se enfermen, les vamos a decir que estoy vivo”. Entonces fue la mamá, los llevó al comedor y les dijo “miren, el papá […] el papá no está na’ muerto, el papá está por allí, va a llegar ligerito aquí a conversar con ustedes”. Los fue preparando, entonces luego los trajo y ahí tuvimos una alegría enorme, no se puede decir de otra forma, no hay palabras para esas cosas.
El trabajo terapéutico se desarrolló entre octubre y noviembre de 1979. Apuntó a reconstituir la historia personal, desde la niñez, la vida sindical, las opciones políticas, así como la represión padecida. Los primeros destinatarios de su testimonio fueron sus hijos. Empezaba su historia diciendo:

Yo conocía la miseria desde muy pequeñito; quizás va a parecer mentira, pero a los dieciocho años aún no me había puesto zapatos […]. Les cuento que en mi casa sólo había un catre, una sola cama, donde dormían mi padre y mi madre, los demás dormíamos en el suelo, en payasas de hojas de choclo, hechas con sacos de cáñamo […].

[…] Las miserias que uno ha vivido no se olvidan, y todavía más, si esas miserias después de treinta años de vida sigue viéndolas en otros niños, sigue viendo a estas familias campesinas tan pobres como uno ha sido, entonces empieza a pensar uno ¿quién tiene la culpa de esta situación? ¿Por qué existe esto? ¿Es verdad que es la borrachera de los campesinos la que los mantiene en la pobreza, o es que no se les da el pago suficiente por su trabajo? Y cuando uno empieza a comprender que no es la flojera de los campesinos, que no es la borrachera lo que los mantiene pobres, sino que es la injusticia, entonces ya uno no tiene miedo de luchar, ya sabe quiénes son los culpables.

[…] No recuerdo muy bien la fecha, pero me parece que fue el año de 1965, cuando por primera vez hablé con un patrón en nombre mío y de otros trabajadores. Fue para reclamar el pago de veintitrés horas de trabajo extraordinario que se nos adeudaba. Esto que, dicho así parece tan fácil y simple, en ese tiempo era tan peligroso como tirarle la cola a un león.
Al momento de consultar, Lázaro y su familia estaban decidiendo qué hacer con sus vidas. Debido a la situación extrema padecida por esta familia, les habían ofrecido visas para un país europeo. Tenían temor de permanecer en el país y también temían verse obligados por las circunstancias a salir al exilio. Las historias compartidas entre el padre, la madre y los hijos acerca de lo que vivieron y sintieron en todo ese tiempo tuvo un efecto catártico para todos. Posibilitó hablar acerca de las fantasías y temores que habían tenido y les permitió entender el compromiso político del padre y el sentido de su lucha sindical. Tomaron la decisión de permanecer en Chile, a pesar de las adversidades y la pobreza y de la eventual persecución que les significaba seguir viviendo en el campo, y bajo la dictadura.

María, tenía algo más de cuarenta años al consultar. Había sido alcaldesa de un pueblo en el sur durante el gobierno de Salvador Allende. Fue fusilada el 18 de septiembre de 1973 en un puente cerca de su casa. No le alcanzaron los impactos de bala, pero cayó al río. Su esposo fue fusilado con ella y fue arrastrado por las aguas. Ella sobrevivió oculta en diversos lugares y sus hijos fueron internados en hogares de menores por las autoridades de la época. María experimentó un grave trastorno emocional y una pérdida de memoria que la llevó por algunos años a ignorar su nombre, y a olvidar totalmente la experiencia vivida. La terapia duró casi dos años. Al inicio, solamente recordaba la detención y la ejecución. La parte del testimonio que citamos a continuación fue realizada en enero de 1980, algunos meses después del inicio de la terapia.

En la comisaría no me interrogaron absolutamente para nada; me pidieron nada más el nombre, el número de carnet. Conmigo, al comienzo, llegaron mansos, pero sí llegaron a allanarme la casa; en el allanamiento de la casa me hicieron pedazos los colchones. Yo los tenía tapizados; ésos los partieron a lo largo, atravesados, porque ellos creían que entre el tapiz estaban las armas, y los colchones los hicieron pedazos, los plumones, porque allá se usa la pluma, los abrieron. Las cosas las dejaron de una manera terrible, no le dejaron una cama a mis hijos para que duerman, una cama, porque yo les tenía plumones a todos mis hijos. Y después que destruyeron todo, nos llevaron y dejaron a mis hijos mirando y llorando.

Y el sargento tuvo la sinvergüenzura de decirle a mis hijos “los otros ya lloraron, ahora les toca a ustedes llorar”. Se lo dijo a mi niñita de seis años. ¿Qué sabría esa criatura? ¿Qué sabría la otra de ocho años? ¿Qué sabría el otro de diez años? ¿Qué sabría el otro de doce años? ¿Qué sabrían? ¿Tendrían ideas ellos?

Estuve ahí desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche, estuve en el retén. Finalmente llegó un cabo de carabineros y abrió el calabozo y me dijo: “Señora, salga”. Salí. “Pase al despacho.” Pasé al despacho. En un papel en blanco ordinario que estaba en el libro me hicieron firmar y me pidieron el carnet y pusieron el número del carnet ahí, y el carnet se perdió porque no me lo entregaron. Y así lo hicieron con todos.

Como a las doce de la noche dispararon dos tiros de metralletas al aire, ése fue el aviso para que llegara el grupo que nos venía a buscar y para atemorizar a la gente de la comuna. Echaron a los hombres a patadas y a culatazos dentro del vehículo y a mí me mandaron un culatazo y de ladito me echaron para adentro. Andaríamos en vehículo como dos horas, porque es lejos, y otra es que se fueron por caminos desviados para emborracharnos a nosotros.
Lázaro y María habían sobrevivido a la propia ejecución. En ambos casos se trataba de una experiencia extraordinaria. Estar inerme ante la arbitrariedad, el despojo y la inminencia de la muerte llevó a María a condensar toda su vida en una sola vivencia, olvidando todo el resto y perdiendo hasta la noción de su identidad. La miseria, la persecución, el temor permanente de ser encontrada y asesinada, coexistían en ella con una angustia cuyo origen no podía recordar. El testimonio de María se fue elaborando paulatinamente durante casi dos años. Cada cierto tiempo se recapitulaba en la medida en que habían surgido los recuerdos. En ese tiempo pudo recuperar la relación con sus hijos y empezó a vivir con uno de ellos. Al tener un lugar donde vivir e iniciar acciones legales por lo que le había sucedido, María mejoró notablemente.

Lázaro y María hablaron de su vida antes de la dictadura y de su quehacer social y político; de sus esperanzas y proyectos; de la ejecución frustrada, de la angustia ante la muerte y de la azarosa supervivencia posterior. Cada una de esas etapas era relatada como parte de su propia vida, pero al mismo tiempo como una experiencia muy distante, disociada y casi ajena. Lograron ponerle palabras a su historia a pesar de la angustia y de la sensación de irrealidad que los acompañaba al recordar lo sucedido. La estabilidad emocional alcanzada con tanta dificultad no se sostenía únicamente en el testimonio sino también en otras herramientas terapéuticas. Entre ellas era crucial el apoyo social para resolver las condiciones de vivienda, alimentación, vestuario y trabajo. Finalmente, ambos revalorizaron sus afectos y su vida de familia, dándoles prioridad en las metas que se propusieran para el futuro.

EVALUACIÓN RETROSPECTIVA DEL TESTIMONIO

El testimonio se iniciaba casi siempre con la individualización del protagonista como miembro de una familia, como un ser humano activo y participativo en organizaciones sociales y políticas. Se recapitulaba su trayectoria y pertenencia política y su motivación social. En ese contexto se recogía la denuncia de los hechos represivos que le afectaron. Ello permitía subrayar la condición de persona y protagonista de una historia política y social de quien había sido víctima de la represión del régimen. A su vez, daba cuenta de los efectos de la tortura y la represión sobre personas concretas y sus familias, así como sobre determinados grupos políticos y redes sociales.

Más de veinte años después, me parece que el testimonio fue terapéutico para quienes consultaron en esos momentos. La experiencia represiva reciente abría la posibilidad de profundizar en las emociones asociadas a las pérdidas que amenazaban sus vidas y sus condiciones de vida. Para muchos era la pérdida del empleo o la vivienda; del derecho a vivir en su patria, al buen nombre y dignidad y al derecho a luchar por sus valores y creencias. A su vez, situar la experiencia represiva en el contexto de la vida y del compromiso político de la persona, permitía relacionar dimensiones afectivas personales y dimensiones político sociales, habitualmente muy disociadas, lo que contribuía a potenciar los recursos personales y facilitaba una mejor convivencia cotidiana al interior de la familia.

Un aspecto crucial era el vínculo terapéutico que permitía contener experiencias brutales y devastadoras, restableciendo poco a poco la confianza básica y la posibilidad de un vínculo humano confiable, estable y cálido.

En otro plano, las autoridades negaban la práctica de torturas y la represión política. Es más, después de 1977 los detenidos que eran liberados de los recintos secretos de interrogatorio eran obligados a firmar una declaración reconociendo haber sido bien tratados y no haber sido torturados. Estas negaciones oficiales tenían consecuencias muy perturbadoras sobre los afectados. Contrarrestar esos efectos requería confirmar la realidad de los hechos y la realidad de la experiencia de la persona. Esa confirmación se lograba a través del testimonio permitiendo restablecer en parte el juicio de realidad sobre lo sucedido. A su vez, el documento como tal posibilitaba difundir esa experiencia sin tener que volver a relatarla una y otra vez. Era una forma simbólica de poner “en el afuera” algo que se había experimentado internamente y que no había sido posible expresar en palabras durante largo tiempo. Algunos mencionaban que querían fijar la experiencia “tal como fue” antes de que se desvaneciera por efecto del olvido o simplemente por el paso del tiempo. Querían que quedara constancia de lo ocurrido “para la historia”. A diferencia de las declaraciones entregadas en la comisiones de la verdad, estos testimonios eran procesados de acuerdo a las posibilidades psicológicas de cada persona, durante el tiempo que fuera necesario.

Los efectos de esta modalidad terapéutica, además de los mencionados, fueron variados, no solamente debido a las diferencias individuales en cuanto a motivación, experiencias vitales y capacidad de elaboración. Un aspecto decisivo fue la necesidad de tomar en cuenta la evolución del contexto represivo y la percepción social de las violaciones de derechos humanos. A fines de los años setenta, el hecho de dar un testimonio personal sobre la experiencia represiva para denunciarla tenía un impacto psicológico mucho mayor para las víctimas que después de 1983. Iniciado el período de las protestas nacionales, las revistas de oposición empezaron a denunciar regularmente la represión existente a través de casos relatados in extenso. Al masificarse la denuncia se fue creando un amplio consenso acerca de la veracidad de las violaciones de derechos humanos y de la necesidad de poner fin a la dictadura, lo que modificó el lugar de la denuncia e hizo menos necesaria la gestión del testimonio en el proceso terapéutico.

LA FUNCIÓN SOCIAL DEL TESTIMONIO Y EL VALOR DEL ESCRITO

Si la historia reconstruida era el primer paso hacia la recuperación de lo vivido para el propio paciente, observábamos también que los testimonios recogidos en forma de documento podían tener además un gran valor simbólico. Especialmente para quienes apenas sabían leer y escribir este valor se acrecentaba. El documento cumplía con una función social en tanto que su contenido se podía compartir. Surgidos del registro fiel de la comunicación, mantenían el lenguaje propio de cada persona y su forma de expresarse. La persona lo reconocía como un escrito que contaba su vida con sus propias palabras. Su forma escrita permitía compartir con otros los recuerdos y las experiencias de dolor y miedo que habían quedado registradas. Podía ser releído y su contenido reelaborado después de la terapia, incluso, quizás, por personas distintas al autor del testimonio. El documento había “fijado” el pasado con toda su tragedia, tal como fue dicho, tal como fue recordado y, por tanto, como la persona relató haberlo sufrido. Algunos pacientes valoraban que sus palabras se dejaran “documentadas” para las generaciones futuras, y que de esa forma, ese testimonio podría llegar a ser un documento histórico.

Habíamos observado que las personas que habían vivido una experiencia brutal, humillante y denigrante tenían una gran dificultad para comunicarla. Temían abrumar a las personas cercanas si les contaban los horrores padecidos. Temían verse disminuidas o despreciadas. Recordar les producía tal conmoción que no podían hablar. La posibilidad de comunicar su experiencia, conservarla en una grabación, hacerla un texto y sentir que para alguien podía ser importante escucharla generaba emociones ambivalentes. Producía temor y ansiedad imaginar que había de recordar lo sucedido. Al mismo tiempo, “contar” aparecía como la posibilidad de liberarse del recuerdo dañino, doloroso, humillante, que volvía a su mente una y otra vez. Especialmente cuando había servido para poner por escrito algunas situaciones particularmente extremas y brutales y podía ser utilizado como un registro de lo sucedido con fines judiciales.

Algunos ex detenidos relataban que en la cárcel, entre los compañeros que habían sufrido la misma situación, se había dado espontáneamente una comunicación profunda sobre el horror padecido, y que se habían sentido aliviados por la comprensión y capacidad de acogida del otro. Visto desde esta perspectiva, el testimonio no era sólo un texto que había ayudado a reconstruir la propia historia, o un registro del pasado sino que podía ser utilizado por la persona para revindicar el valor de su compromiso político, de su lucha social y participación en partidos y sindicatos antes de la dictadura, y para reconocerse como alguien que había sido perseguido a causa de ello.

Ya sea porque el testimonio permitía objetivar la experiencia a través del lenguaje y recomponer los fragmentos de la historia personal, o porque al ser utilizado como denuncia permitía canalizar la agresión experimentada, se observaba que el regreso casi ritual al documento modificaba la percepción que la persona tenía sobre sí misma y la situación que la había afectado. La persona podía verse a sí misma ya no solamente como víctima, sino como aquella persona activa y participativa que había sido y que tal vez podía volver a ser. Este cambio frenaba el ciclo de deterioro emocional en el que estaba sumergida.

De esta manera, el testimonio se volvía continente de un mundo persecutorio que no era producto de la subjetividad de los pacientes, sino que existía en la realidad, aunque fuera negado por las autoridades. Posibilitaba compartir con los demás el sufrimiento individual sin desvirtuarlo y sin que el sujeto tuviera que revivir una y otra vez el dolor al tener que contar su historia. El testimonio se constituía, según las propias víctimas, en “un valioso elemento de denuncia”, para prevenir que tales crímenes se volvieran a cometer. En suma, permitía que el conocimiento del daño sufrido por la persona no quedara restringido a la relación terapéutica.


EL TESTIMONIO COMO INSTRUMENTO DE DENUNCIA Y SU VALOR TERAPÉUTICO

Algunos de los textos de los testimonios fueron utilizados por las víctimas como denuncia y en acciones legales contra los culpables, especialmente después de 1980. Los relatos facilitaron reconstituir detalladamente lo ocurrido al realizar denuncias judiciales. Algunos pacientes enviaron su testimonio a organismos internacionales de derechos humanos (principalmente a los relatores especiales sobre la violación de derechos humanos en Chile nombrados por Naciones Unidas). Otros los entregaron a periodistas que investigaban situaciones puntuales y algunos de ellos fueron publicados en revistas y libros. Más de alguno fue difundido en las transmisiones de programas de radio dirigidos a Chile, como era el caso del programa “Escucha Chile” de Radio Moscú. Otros se los dieron a conocer únicamente a sus hijos y su familia.

La posibilidad de usar el testimonio en una denuncia que tuviera valor legal tuvo gran importancia en el proceso terapéutico. De esta manera se encauzaba la hostilidad experimentada por la víctima al ser sometida a tratos denigrantes e inhumanos hacia el “hacer justicia”, “poner las cosas en su lugar” en los cauces legales y judiciales. Por otra parte, fue a través de esas historias que, más allá del círculo de los afectados, se fue conociendo quiénes eran las personas que habían sido perseguidas y qué les había sucedido. Era un relato en primera persona, simple, descriptivo, incluso anecdótico. Daba cuenta de lo vivido de una manera que permitía la identificación del lector o del que escuchaba con las emociones comunicadas a través del testimonio. En algunos casos los datos entregados hacían posible identificar a la persona y sus circunstancias, pero en otros, los detalles y lugares habían sido cambiados para proteger su identidad. Con excepción de las denuncias enviadas a las Naciones Unidas y a los tribunales, casi siempre los testimonios circularon con seudónimos hasta 1984. En la mayoría de los casos, la difusión de los testimonios fue realizada por los “testimoniantes” y no existe un registro que permita conocer en detalle su distribución y su impacto.

DETENIDOS DESAPARECIDOS

Una situación diferente se produjo en relación con los testimonios realizados por los familiares de detenidos desaparecidos. Las denuncias judiciales empezaron en 1974 y dieron origen a la formación de la agrupación de familiares y a acciones de búsqueda y denuncia destinadas a encontrar a sus familiares detenidos y desaparecidos.

Hay pocos documentos trabajados como testimonios. El primero de ellos fue la película No olvidar, de Ignacio Agüero, filmada en 1979. El testimonio de la familia Maureira es recogido en el relato de la madre, doña Elena Muñoz, y de los hijos sobrevivientes, poco tiempo después de haber encontrado los restos de sus familiares en los hornos de cal de Lonquén. Ellos cuentan aspectos de la historia familiar y laboral, del trabajo sindical, y luego la detención y desaparición del padre, Sergio Adrián Maureira Lillo, y de sus cuatro hijos mayores el 7 de octubre de 1973. La madre cuenta acerca de la búsqueda y las hijas señalan que la búsqueda terminó cuando fueron encontrados sus cuerpos junto a otros campesinos desaparecidos de la localidad de Isla de Maipo. Relatan que después que ellos los reconocieron, las autoridades dispusieron que los restos fueran arrojados a la fosa común del cementerio de Isla de Maipo. Finalmente señalan que en el proceso judicial contra los carabineros que los habían detenido quedó establecido cómo murieron, pero los responsables fueron amnistiados. Durante años este documento tuvo una difusión privada en el país. Los nombres de sus autores fueron conocidos solamente después de 1988.

Otros testimonios de familiares de detenidos desaparecidos fueron publicados como libro bajo la autoría de las ocho mujeres, familiares de detenidos desaparecidos que relataron su historia. Tal como el film No olvidar, este libro no fue realizado específicamente con propósitos terapéuticos. Cada una de ellas hizo su relato en primera persona, identificando a su familiar por su nombre y edad y contando la historia familiar, laboral, sindical y política. Detallaron las circunstancias de la detención y las respuestas de las autoridades. Describieron la búsqueda realizada durante años y la incertidumbre persistente sobre su destino hasta el período en que se realizó el testimonio (1980). Sólo en 1987, fue posible publicar estos relatos en el libro titulado Memorias contra el olvido.15

El testimonio de los familiares de detenidos desaparecidos tuvo desde el inicio la finalidad de la denuncia y, por este motivo, era repetido muchas veces ante abogados y jueces, en reuniones de solidaridad, en entrevistas periodísticas y otras instancias. La necesidad de repetir el relato en función de la denuncia generaba una cierta disociación emocional que era útil para ese propósito. La desaparición había dado origen a una situación de búsqueda que no se cerraba sino hasta conocer el destino final de la persona desaparecida. El carácter interminable de la situación represiva y el desgaste asociado a la denuncia permanente reducían o anulaban la función terapéutica que el testimonio podía tener en otros casos. Por ello, en esas circunstancias, todo testimonio era necesariamente un relato inconcluso que, por sí mismo, no producía mayores cambios en el estado emocional de la persona.

TESTIMONIOS GRUPALES EN EL MARCO DE LAS PROTESTAS DE 1983-1984

El testimonio fue utilizado para denunciar situaciones de represión colectiva que ocurrieron entre 1983 y 1984. El 12 de julio de 1983, el día de la tercera protesta nacional, veintinueve mujeres de la Olla Común de la Comunidad Esperanza situada en la zona noroeste de Santiago, fueron detenidas en el momento en que cocinaban para las familias que se alimentaban diariamente gracias a la existencia de la olla común. Las cocineras que estaban preparando el almuerzo, la directiva de la olla común y algunas mujeres que habían llegado a buscar el alimento para llevarlo a sus casas fueron arrestadas sin orden alguna de detención.

La olla común era el resultado del esfuerzo colectivo de la comunidad para obtener alimentos y cocinarlos para trescientas familias que almorzaban todos los días, excepto el domingo, gracias a esta iniciativa. Mientras las veintinueve mujeres estuvieron detenidas, las familias no pudieron alimentarse. La detención produjo una gran conmoción en la comunidad y tenían mucho miedo por ellas. Algunas de las mujeres fueron liberadas después de permanecer en un recinto policial durante un día. Otras fueron trasladadas a un recinto secreto de detención por agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI), sin que se tuviera noticias de su paradero durante varios días. Casi todas fueron maltratadas y denigradas y algunas de ellas fueron torturadas. Cuando las liberaron solicitaron ayuda en organismos de derechos humanos. En ese contexto se inició el trabajo grupal.

Participaron en el grupo algunas de las que habían sido detenidas, sus esposos y algunos de sus hijos. El testimonio de las detenidas (y por otro lado, el de sus esposos) fue reconstruido en el trabajo terapéutico grupal. Las sesiones fueron grabadas, transcritas y su contenido fue elaborado en conjunto. El primer objetivo fue poner en común la experiencia de detención que había ocurrido tres semanas antes de empezar las sesiones. Desde el inicio se contempló utilizar el documento para denunciar lo ocurrido dentro de la comunidad y fuera de ella. A fin de impedir alguna forma de represalia decidieron cambiar los nombres de las personas y de la comunidad en el documento final.

El testimonio es muy extenso y fue trabajado desde el inicio como una historia colectiva de la detención del grupo. Cada una de las participantes se presentó y contó su experiencia. En ese relato intervinieron distintas voces, incluso algunos niños. Se ha seleccionado el relato de una de las dirigentes de la olla, María del Carmen, quien estuvo detenida por más tiempo. El testimonio data de agosto de 1983.

Yo me llamo María del Carmen, tengo cuarenta y cinco años, tengo cinco hijos, mi marido está cesante, trabaja en el Empleo Mínimo (PEM). Ése no es trabajo, es una explotación más por el hambre. A mí me llevaron a la CNI; me sacaron de noche [del recinto policial donde permanecía detenida], con la vista tapada, esposada y me metieron en un furgón, de cabeza y con los pies casi levantados, metidos, enrollados, y con todo mi cuerpo encima de los brazos, esposada, y enseguida me tiraron una manta, yo sentía que en ese momento me iba a morir por falta de aire.

Yo les dije que por qué me llevaban a mí en esas condiciones “me siento como un condenado a muerte, yo no he hecho nada, ¿hay alguna ley que me castigue –le dije yo– por pedir un plato de comida para mis hijos?, que además tengo dos desnutridos”. Entonces me dijeron “últimamente nosotros las leyes nos las estamos metiendo por la raja”. Así es que pensé que de ahí no iba a salir con vida, por el trato que recibí, por la forma en que me mantuvieron allí. Torturaban fuertemente a los hombres.

Al llegar a la CNI me desnudaron, me atendió una mujer y se escucharon voces de hombres. Me desnudaron, se burlaron mucho de que yo era obesa y decían: “Así hablan del hambre”. En los interrogatorios en todo momento hicieron notar la gordura de mi cuerpo, conocían muy bien mi cuerpo.

[…] ¿Sabe lo que creo? Que esto que me pasó es terrible, porque la CNI determina si uno es culpable o no. Ellos son los tribunales, porque a mí no me llevaron a ningún otro lugar. Me hicieron firmar cualquier cantidad de documentación que yo no pude leer, porque tenía un poquito levantada la venda solamente para firmar.

[…] Me dijeron que afuera estaba mi hijo y yo sentí el llanto de un niño, (que no era mi hijo, el deficiente mental, porque yo ubico el llanto de cada uno de mis hijos). Me dijeron que lo tenían afuera y yo sentía el llanto, pero me quedé tranquila, en el fondo, porque pensé que no eran ellos. Pero dije ¡no! ¡mis hijos no! En un grito grande, fuerte.

Y ahí sentí ya que el cuerpo ya no era el mío, como que no me pertenecía ya mi cuerpo, sentí esa sensación, o sea que en este momento, una parte de mi cabeza me funcionaba y el resto del cuerpo para nada. Me dejaron de interrogar, después volvieron otra vez, y así en forma muy violenta me interrogaban y me amenazaban, por ahí llegó un tipo que me golpeaba fuertemente en el hombro. Una cosa que molestaba, no dolía exactamente, pero era desesperante sentir que le estaban haciendo así a uno.

A mí en todo momento me acusaban de política y de hacer política, y fuertemente presionada para dar algún nombre de algún político. […] En todo momento en la CNI me interrogaban fuertemente, la presión fue muy grande, muy fuerte, y la acusación grave, porque me acusaron de ser una persona política. Entonces yo a Dios le pedía a gritos que me fortaleciera para poder responder, que no fuera a ser cosa que yo me quebrara de tal manera que me traicionara y me culpara de algo que jamás he hecho. Me acusaban ellos de ser una persona activista en una célula Alicia Ramírez; que yo me había inscrito como comunista en esa célula en el año 1974. Yo le dije: “Quiero verla, usted tiene que tener algún motivo para estarme diciendo eso, yo quiero verla, quiero ver mi firma porque yo ubico mi firma en cualquier lugar, y tan analfabeta como ustedes creen no soy”.

[…] Yo me desesperaba, había momentos en que me quebraba de tal manera que yo sentía que me moría, y decía yo que no podía ser que estuviera en esas condiciones por estar esperando la comida para mis hijos. Ellos se quedaban callados y me daba la impresión que comentaban entre ellos, porque yo ya estaba tirada de espaldas en la cama y yo suplicándoles que me sacaran de ahí, porque estaba sudada total, tenía el buzo mojado. No me lo sacaron tampoco, yo en mi vida había transpirado en la forma en que transpiré ahí, las manos se me mojaban. Además, cuando me largaron del interrogatorio me amenazaban, y torturaban a personas, torturaron a muchas personas antes de mi interrogatorio.

[…] Estuve en la CNI desde la noche del viernes hasta el lunes y me dejaron botada en una calle en la comuna de Quinta Normal, en el camino a mi casa, pero lejos todavía. Me bajaron del furgón con la vista tapada, dos tipos y una mujer, y me sujetaron para que no me cayera porque temblaba, y eran como las 8.20 de la mañana, había una neblina cerrada, me destaparon la vista y me dijeron: “Señora, si usted se mueve de aquí antes de tres minutos o se le ocurre mirarme a mí para saber quién soy, dese por muerta”. Yo me quedé temblando aterrada, porque me dijo que no me podía mover para ningún lado. No sé cuantos minutos pasaron, yo esperaba que alguien me dijera “puede caminar”, “puede irse”. Nadie me dijo nada, hasta que un señor que iba pasando por ahí me dijo: “¿Señora, le sucede algo?”. Entonces yo me atreví a contestarle, se acercó y me tomó de las manos porque yo estaba temblando, con un bolso colgado aquí y con las manos así y los ojos cerrados. Entonces le dije “¿hay algún auto en la calle?”. Debe haber mirado y me dijo “no, no veo nada […]”, me volvió a preguntar “¿le sucede algo? ¿Para dónde va?”. Le dije yo “es que sabe, me acaban de bajar de un furgón de la CNI y me amenazaron de que si miraba para algún lado me iban a disparar” y él me ayudó. Pero yo no podía caminar, estaba como trabada, empalada, no sé, por la tensión, y tenía mucho miedo, mucho.16
La reconstitución de la experiencia de las mujeres de la Olla Común de la Comunidad Esperanza estaba orientada a identificar los hechos, reconocer los temores y recuperar el juicio de realidad respecto de lo que les había ocurrido. El miedo se había transformado en pánico. Algunas tenían miedo de reunirse en el recinto donde preparaban la comida y creían que podrían ser detenidas en cualquier momento. Otras pensaban que para evitar la represión debía suspenderse el funcionamiento de la olla común. Pero todas carecían de los recursos mínimos para asegurar el alimento a sus familias y si se cerraba “la olla” la situación se haría insostenible. La conflictividad entre ellas se incrementaba día a día. Reproducían rumores sobre eventuales represalias si seguían organizadas y se acusaban mutuamente. La reacción de María del Carmen, como se aprecia en la parte del testimonio que se ha incluido, ilustra la dificultad de algunas mujeres para recuperar la normalidad de la vida cotidiana a raíz de la experiencia represiva. Ella empezó a ejercer de denunciante antes los Tribunales, las radios y medios periodísticos de oposición, los organismos de derechos humanos y otras instituciones a las que tuvo acceso. Se alteró emocionalmente. Se visualizaba a sí misma en una calidad inédita: su detención y su miedo la habían hecho “importante”. Es cierto que, por unos pocos días, ella fue el centro de la noticia en su población, en su familia, en la olla común, incluso en la opinión pública. Fue la que recorrió los organismos de derechos humanos y solicitó atención psicológica para ella y sus compañeras. Pero la atención pública a su caso fue necesariamente transitoria. Los detenidos eran cientos y muchas personas habían muerto el día de la protesta. La imposibilidad de procesar lo que le había ocurrido, la había llevado a adoptar esta postura del denunciante y a repetir lo que le había sucedido a quien se lo quisiera oír. La reacción de María perturbó a su familia y al grupo que hacía funcionar la olla común. Se agudizaron los conflictos que había tenido antes con su pareja y con sus compañeras. En María, el miedo había sido aplacado con su denuncia permanente, sin que hubiera mayor elaboración ni comprensión de su miedo ni de lo que le pasaba. La producción del testimonio, en el contexto del trabajo grupal, logró precisamente contener parte de su ansiedad, hasta entonces incontrolable. Al mismo tiempo abrió la posibilidad de elaborar, aunque parcialmente, los conflictos con su entorno, desencadenados por esta reacción ansiosa (hubo necesidad de continuar trabajando con ella en forma individual).

Para María y las otras mujeres que habían sido detenidas, se trataba de una experiencia caótica y angustiosa, que era emocionalmente incontenible mientras no tuviera al menos alguna estructura que les permitiera comprender lo sucedido. En ese sentido, la estructura del relato fue un elemento que las ayudó a ordenarse, expresar sus miedos y a discriminar, al menos parcialmente, las eventuales amenazas. Cada cual pudo contar lo que le sucedió y se pudo ordenar cronológicamente lo ocurrido. Luego, la lectura de las grabaciones propició un tiempo para la reflexión, cuando, a partir de éstas, se fue construyendo un solo texto. La revisión de la historia permitía que la experiencia pudiera ser recuperada más allá de la dimensión individual. Como las mujeres lo señalaron, su texto documentaba lo que les había ocurrido para que fuera “una lección para Chile”. Su detención y miedo eran el precio de haber luchado por su derecho a la vida y a la comida de sus hijos, pero también por un cambio para el futuro.

ASPECTOS METODOLÓGICOS Y ÉTICOS DEL TESTIMONIO EN TERAPIA

El testimonio como herramienta terapéutica constituyó una manera de integrar los aspectos de la experiencia traumática vivida a causa de la represión política. Las víctimas de tortura, en particular, comunicaban de manera fragmentaria lo que les había sucedido –en parte hechos, en parte emociones–. Y sólo lo vivido, recuperado en su globalidad, podía tener alguna significación para la persona, es decir, le permitía saber y entender “por qué me ocurrió a mí”. Paradójicamente, el testimonio era en cierta forma una confesión completa, aquella que fue exigida por el torturador y que el sujeto había protegido a costa de su dolor. Como se ha señalado, cuando las circunstancias políticas se modificaron, el testimonio fue cada vez menos útil debido a que la eficacia terapéutica del testimonio se diluyó.

Queremos subrayar la necesidad –metodológica y ética– de que el investigador distinga entre un testimonio dentro de un proceso terapéutico y una entrevista utilizada en el marco de una investigación en ciencias sociales. Historias como la de María del Carmen suelen ser “interesantes” para los investigadores sociales. Ella ilustra lo ocurrido en Chile a personas que, como ella, fueron dirigentes sociales populares. Tanto en los momentos críticos como en los años siguientes, muchos de ellos han sobrevivido a sus angustias, a sus pérdidas y dolores en medio de conflictos familiares, deterioros económicos, persecuciones reiteradas y otras adversidades. En general, esas personas aceptan contar sus vidas y sus experiencias represivas cuando alguien se los pide. Hemos visto cómo María del Carmen se sintió valorada cuando se habló de su detención en la prensa y en los tribunales, y cómo experimentó por un tiempo un cierto alivio a su situación emocional. Lo mismo pasa con muchos dirigentes: experimentan un gran bienestar emocional al ser considerados “interesantes” y al ser escuchados largamente. En la mayoría de los casos ese bienestar es transitorio, pero produce en los investigadores la ilusión de que hablar del pasado y de la vida de las personas ha sido benéfico para la persona entrevistada o al menos inofensivo. Si para unos la entrevista puede tener un efecto terapéutico, para otros puede ser devastador. Reactivar las angustias y vulnerabilidades ante el recuerdo de pérdidas personales o de épocas de su vida que fueron muy penosas, puede tener efectos muy dolorosos, pero en algunos puede ser también muy desestabilizador.

El testimonio de una víctima de represión política puede entenderse como un mapa de dolores que al recorrerlo reabre heridas y que requiere, por tanto, de un cierre con el protagonista o testigo, aunque, a simple vista, esos dolores parezcan estar amortiguados y sean casi invisibles. Un cierre que permita contener lo sucedido en el proceso de recordar y que destaque los recursos y fortalezas que han sostenido a la persona. La entrevista hecha en el marco de una investigación en ciencias sociales requiere tomar en cuenta estos aspectos a fin de resguardar la integridad psicológica del entrevistado.

La experiencia demuestra que un investigador atento y cálido puede conducir una entrevista en profundidad sin dañar al entrevistado, con la condición de que sea capaz de reconocer la emoción y la sensibilidad del otro y sus propios límites, es decir, pueda reconocer cuándo debe detenerse para no exponer a la persona entrevistada a mayores dolores. Para ello es necesario acordar previamente el sentido y el encuadre de la entrevista, tal como se hace en un proceso terapéutico, definiendo las reglas de la relación y los aspectos de la vida de la persona que quedarán fuera.

Otra diferencia a considerar es el tema de la “verdad”. Durante el período de negación extrema y de silencio que caracterizó a la dictadura era muy importante poder “decir” en la terapia lo que le había ocurrido a la persona. En términos psicológicos, eso implicaba una confirmación de la experiencia y una validación de las percepciones del consultante, desvirtuando la negación a la que había estado previamente forzado por la autoridad y continuaba estándolo a nivel público. Por ello, la psicoterapia daba particular importancia a la “voz propia” de la persona para decir “su verdad”.

La experiencia de la víctima, reinstaurada como verdad en un testimonio escrito, era parte de la denuncia de las violaciones de derechos humanos de la dictadura. Ello le permitía al propio denunciante reconocer su experiencia junto a la de otros a quienes les había ocurrido algo semejante. Había otras versiones con las cuales podía comparar su propia historia y concluir, tal vez, que se trataba de “una masacre en general”, como dijera un dirigente campesino al reflexionar sobre su experiencia como detenido.

Ahora bien, el relato de ese sujeto reprimido, la verdad reconstruida que confirma su experiencia –una experiencia que coincidía con la de muchos otros– no es la “historia de la represión”. Lo que se intentaba, en esos momentos, desde el ámbito terapéutico, era encontrar un sentido a lo vivido, dentro del curso de la propia existencia, situando lo ocurrido no en la “locura que nos afectó” –expresión sobre la época que desdibuja toda responsabilidad–, sino en el ámbito de un conflicto político nacional en el cual se había participado.

En suma, el testimonio entregado en el espacio terapéutico se asemeja, en muchos aspectos, a las historias de vida y otros relatos personales de la llamada historia oral, también a las historias clínicas y a los testimonios judiciales. Pero posee diferencias metodológicas importantes que tienen que ver con su finalidad específica: la de aliviar el padecimiento que aflige a la persona que consulta, y permitirle que retome el curso de su vida como protagonista de ella y no encerrado en la condición de víctima.

CONCLUSIONES

La práctica clínica desarrollada durante la dictadura militar en Chile permitió llegar a un nuevo saber sobre lo traumático, en particular su efecto sobre la memoria. Se pudo observar que las experiencias de amenaza vital percibidas como tales por los sujetos (es decir, la toma de conciencia de una amenaza de muerte) alteraban el funcionamiento de la memoria. Generaban, en algunos casos, un olvido masivo de la totalidad de la experiencia. La experiencia así como la operación de olvidarla se hacían inaccesibles a la conciencia. O, por el contrario, aparecía una suerte de amplificación de la memoria haciendo literalmente inolvidable lo vivido, en sus detalles y significaciones. El recuerdo se imponía e invadía la vida del sujeto, con imágenes recurrentes y angustias intolerables, que no daban tregua ni en el sueño ni en la vigilia.

La práctica clínica demostró también que, especialmente en el tratamiento de traumatizados, la catarsis era aliviadora e incluso podía incidir sobre algunos de los síntomas, pero que, casi siempre, era transitoria, porque el psiquismo se había reorganizado en función de la amenaza de muerte percibida. La disociación era la defensa más común ante la angustia experimentada. Los hechos podían ser relatados punto por punto, como si el relator fuera solamente un testigo ajeno e inconmovible. No bastaba solamente con volver al momento de la amenaza y recordar lo sucedido en ese entonces. Rehacer en la terapia el camino del “olvido” implicaba trabajar con lo que había vivido el sujeto también después del hecho traumático, recordando cómo la amenaza se había experimentado como “muerte” y se había inscrito en su historia, había cruzado sus vínculos, su trabajo y sus sueños.

El testimonio articulaba la experiencia individual con el proceso histórico en el que había ocurrido. Permitía entender cómo el proceso colectivo se entretejía con las vidas concretas que lo hicieron posible. Este entrecruzamiento permitía entender “qué me pasó a mí” como algo que había ocurrido a muchos otros, y este entendimiento acerca de “qué nos pasó” conducía ahora a un “por qué nos pasó”. Así del análisis sobre lo vivido individualmente se podía transitar a una revisión dialéctica de la catástrofe a la vez personal, familiar y del país, asumiendo un mayor juicio de realidad sobre lo sucedido. A este respecto, era importante que el consultante pudiera percibir los límites explicativos de versiones que, o bien enfatizaban únicamente las culpas individuales, o bien pretendían excluir toda responsabilidad personal, situando el peso de los acontecimientos únicamente en la conspiración política.

Finalmente, había que tener en cuenta que no todos los consultantes experimentaban alivio al contar su historia. Muchos de ellos la contaban de manera disociada, manteniendo las defensas estructuradas a partir del trauma. No necesariamente el mero hecho de reconstituirla podía tener algún efecto percibido positivamente por la propia víctima. Muchos pacientes decían expresamente que querían olvidar y que no querían volver a hablar nunca más de lo que les había sucedido, especialmente en relación con experiencias denigrantes y atroces.

Por otra parte, nuestra experiencia terapéutica nos mostró cuán persistente es la creencia de que es posible y recomendable olvidar. Sin embargo, la capacidad de olvidar suele ser el resultado del proceso de recordar y elaborar el pasado hasta lograr estar en paz con la verdad propia y con la verdad de los hechos.

La tragedia griega interpretaba como resultado del “destino” aquellas partes de la vida que le tocaba vivir a un ser humano y sobre las cuales no tenía control alguno. Al mismo tiempo, subrayaba que lo propio de lo humano era luchar para vivir de acuerdo a su condición, es decir no resignarse al destino.17 Transmitía a los asistentes el horror ante la violencia, la muerte y el daño devastador e irreparable del abuso de poder, especialmente cuando se producía entre cercanos y parientes. Buscaba exponer los dilemas del perdón, de la venganza, el odio, así como también de la generosidad, de la lealtad y el amor. Los asistentes se identificaban emocionalmente con la acción dramática. Las reacciones de piedad, conmiseración, horror y tristeza ante los personajes y los acontecimientos dramatizados eran tanto mayores cuando resonaban en sus vidas más allá de las meras referencias políticas. Al invitar a sentir y pensar sobre un hecho que había afectado a una comunidad, la tragedia operaba, no obstante, como una escenificación potente de algunos dilemas básicos de la convivencia humana, cuya significación traspasaría los siglos.

Durante los años de la dictadura “recordar” y “mantener la memoria” fue un tema de las víctimas. “No olvidar” era su respuesta permanente, fraguada desde las lealtades viscerales con sus muertos, sus proyectos y sus esperanzas, ante la propuesta de olvidar del régimen que se manifestaba en los discursos de la vida diaria. Contar lo sucedido, buscar la verdad acerca de ello tenía a veces un efecto ritual aliviador precisamente porque “mi relato se preservaría como una historia externa a mí, independiente de mi recuerdo” y entonces “yo podría tal vez olvidar” o, al menos, “no tendría que tener el compromiso de recordar en forma permanente”.

Las víctimas que atendimos luchaban para que se instalara en la sociedad la responsabilidad por la memoria más allá de sí mismos. Tal vez la dramatización de la tragedia griega respondía a la necesidad de delegar la responsabilidad de no olvidar mediante un testimonio a varias voces que interpelaba a sus contemporáneos. Tal vez la tragedia griega al dramatizar acontecimientos reales o verosímiles de la historia, que cruzaban y destruían las vidas de sus protagonistas en conflictos políticos y personales, los liberaba de tener que sostener la memoria como tarea individual.

NOTAS

1. Ministerio del Interior. Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Santiago: 2005, pp. 203-221. Las cifras mencionadas corresponden a los declarantes ante la Comisión. Es probable que el número sea mayor.

2. Eugenia Weinstein, Elizabeth Lira y Eugenia Rojas. Editoras. Trauma, Duelo y Reparación. Santiago: FASIC e Interamericana, 1987.

3. El Decreto Ley 504 de abril de 1975 permitió que los presos condenados por consejos de guerra conmutaran la pena de cárcel por extrañamiento (exilio).

4. Patricio Orellana y Elizabeth Q. Hutchison. El Movimiento de Derechos Humanos en Chile 1973-1990. Santiago: CEPAL, 1991.

5. Ana Julia Cienfuegos y Cristina Monelli. “El testimonio de experiencias políticas traumáticas como instrumento terapéutico”. Crisis política y daño psicológico. Lecturas de psicología y política. Tomo 2, pp. 78-88. Colectivo Chileno de Trabajo Psicosocial, 1982 (sin pie de imprenta). Un análisis más completo se publicó con el título “The testimony of political repression as a therapeutic instrument”. American Journal of Orthopsychiatry. Nueva York: enero 1983, pp. 43-51. Otra versión se encuentra en Elizabeth Lira y Eugenia Weinstein (editoras). Psicoterapia y represión política. México: Siglo XXI, 1984, en el capítulo “El testimonio de experiencias políticas traumáticas como instrumento terapéutico”, pp. 17-34.

6. El régimen militar presionó a las iglesias para impedir esas denuncias. La presión ejercida determinó el cierre del Comité de Cooperación para la Paz en 1975, lo que decidió al Cardenal Silva Henríquez a fundar la Vicaría de la Solidaridad, que continuó su labor.

7. Ana Catalina Rodríguez de Ruiz Tagle “Detenidos Políticos, Sufrimiento y Esperanza”. Mensaje. Volumen 26, núm. 275, diciembre 1978, pp. 777- 783.

8. Judith Herman. Trauma and Recovery. Basic Books, 1992. En el capítulo 1, “A forgotten history”, la autora desarrolla extensamente los antecedentes de la investigación clínica sobre el trauma desde el siglo XIX hasta la actualidad.

9. Véase Jean Paul Sartre. Freud. Madrid: Alianza Editorial, 1985, p. 159 y ss. Este libro corresponde al guión que hiciera Sartre para un film sobre Freud. Fue publicado póstumamente bajo el título Le Scénario Freud. París: Gallimard, 1984.

10. El testimonio de un dirigente campesino torturado registrado entre 1975 y 1976, me mostró la importancia que tenía para una persona denigrada y destruida situar la experiencia represiva en el contexto de la historia de su vida y de los valores morales y religiosos que lo habían inspirado en su actuación política. Elizabeth Lira. La psicología del compromiso cristiano. Santiago: Instituto Latino Americano de Doctrina y Estudios Sociales. Tesis, 1976.

11. Elizabeth Lira y Eugenia Weinstein. “El testimonio de experiencias políticas traumáticas como instrumento terapéutico”. Elizabeth Lira y Eugenia Weinstein (editoras). Psicoterapia y Represión política. México: Siglo XXI, 1984, pp. 17-34.

12. Los testimonios fueron realizados en 1978. Se encuentran en un manuscrito no publicado sobre algunos casos atendidos entre 1978 y 1980.

13. Se refiere al secuestro y posterior asesinato del político italiano Aldo Moro, presidente del Partido Demócrata Cristiano de Italia. Sus captores, las Brigadas Rojas, abandonaron su cadáver el 9 de mayo de 1978 en un callejón de Roma.

14. El análisis de estos casos está en el capítulo de Elizabeth Lira. “Sobrevivir. Los límites de la psicoterapia”. E. Lira y E. Weinstein (editoras). Psicoterapia y represión política. México: Siglo XXI, 1984.

15. Rosario Rojas de Astudillo et al. Memorias contra el olvido. Santiago: Editorial Amerinda, 1987.

16. “Una triste lección para Chile: Comunidad Esperanza. Protesta 12 de julio 1983”. 1983, manuscrito.

17. Aristóteles. Poética. Caracas: Monte Ávila, 1991.

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Trauma, duelo, reparación y memoria. Elizabeth Lira

RESUMEN

El articulo describe y reflexiona Acerca de la Experiencia de Trabajo psicosocial y terapéutico Realizado Con Víctimas de violaciones de Derechos Humanos DURANTE El Régimen Militar en Chile (1973-1990) . Esta experiencia contribuyó la inclusión uno de la Atención Médica y Psicológica en Las Políticas de Reparación del Estado à partir de 1990.

PALABRAS CLAVE

Trauma, duelo , Reparación , Verdad, Impunidad , Justicia, olvido , memoria .

RESUMEN

El artículo describe y reflexiona sobre la experiencia de trabajo psicosocial y terapéutico llevado a cabo con las víctimas de violaciones de derechos humanos durante el régimen militar en Chile (1973-1990) . Esta experiencia contribuyó a la inclusión de la atención médica y psicológica en las políticas de reparación del Estado desde 1990. La evolución en los modos de tratamiento y la intervención psicosocial se discuten a la luz de las tareas y los dilemas que surgen en el contexto de transición política : el reconocimiento y la reparación de las víctimas , la verdad o la ocultación de los crímenes , la justicia contra la impunidad; olvido o diferentes formas de memoria y su impacto en las vidas de las víctimas y sobre el proceso de reconciliación política.

 

 

Las transiciones políticas desde dictaduras o guerras civiles a regímenes democráticos suelen empezar con países divididos y cargados de un pasado que sigue siendo presente para un gran número de personas, por cuanto sus vidas han estado cruzadas por el conflicto y sus consecuencias. Con frecuencia se hacen llamados a la reconciliación en nombre de la patria común, invitando a superar el pasado conflictivo. Pero los desplazados, los que perdieron a sus familiares que fueron secuestrados, desaparecieron o fueron asesinados, los niños que no tuvieron infancia y que vivieron bajo la amenaza y el miedo no siempre pueden dar vuelta a la página para empezar de nuevo como si no hubiera pasado nada. Los procesos de reconciliación política suelen recurrir a leyes de amnistía que buscan instalar el olvido jurídico y político sobre las responsabilidades criminales ocurridas en un pasado que se resiste a pasar al olvido y que suele convertirse en un presente asfixiado de exigencias y contradicciones para muchos. Por otra parte, la proclamación del olvido como fundamento de la paz social no tiene en cuenta el efecto del conflicto sobre las víctimas e impone, de diversas maneras, una resignación forzosa ante los hechos consumados y a la impunidad subsecuente. Diversas voces han señalado que tanta violencia no puede pasar por la historia como si no hubiera sucedido nada y que la reconciliación requiere hacerse cargo del pasado y reconocer y reparar a las víctimas, incorporando sus memorias y la memoria de la lucha, mediante condiciones de justicia y equidad como ejes de la construcción democrática actual y futura. Emerge así una lucha de visiones y de interpretaciones del pasado y de los procedimientos necesarios para superar sus consecuencias, que coexisten conflictivamente en los espacios políticos de transición. ¿Cómo entender la reconciliación política? ¿Puede ser posible basar la reconciliación política en el reconocimiento de los derechos de todos o es imperativo fundar la paz en la impunidad sobre el pasado?

La prolongación de la violencia por años o décadas genera acostumbramiento. Paradójicamente, la denuncia que se repite una y otra vez contribuye a que, para la mayoría de esa sociedad, esos horrores se vuelvan invisibles y que el trauma y el sufrimiento se transformen en un asunto privado de las víctimas. Cuando las violaciones de Derechos Humanos se tratan políticamente como si no hubiesen existido o, de haber existido, como el costo necesario de la paz, es como si estas sociedades se convirtieran metafóricamente en sociedades ciegas, sordas y mudas al dolor y al horror, donde las voces no resuenan porque no hay nadie que escuche. La mudez y la sordera parecen provenir del miedo. El miedo a la muerte asociado a la violencia que se transforma en un miedo generalizado e inespecífico de muchos, a veces de casi todos, dependiendo de su lugar dentro de la sociedad. El miedo los (nos) hace o nos haría cómplices de esta mudez y sordera y de los hechos que las provocan. En una sociedad con torturados, muertos y desaparecidos, de alguna manera casi todos han (hemos) sido afectados por el terror causado por las amenazas de muerte que circulan en la sociedad. Un sector, casi siempre minoritario, reacciona moralmente con una fuerte indignación ante la denuncia de las violaciones a los derechos de las personas, buscando incidir en la voluntad de terminar con dichas violaciones y producir cambios políticos. Pero en casi todas las sociedades existe un sector importante que ha respaldado la política represiva y se ha identificado con el proceder de las autoridades, valorando sus actuaciones como actos necesarios en defensa del bien común.

El final del conflicto implica hacerse cargo de las tensiones surgidas de estas distintas visiones, establecer el imperio de la ley y el reconocimiento de los derechos de todos, garantizando mediante condiciones legales, culturales y políticas que estos hechos no se repetirán. No obstante, las razones profundas por las cuales la violencia llegó a ocurrir entre nosotros suscitan más polémica que la situación misma. Hay muchos elementos que provienen de raíces históricas y políticas sobre las cuales no hay todavía (y tal vez nunca habrá) un consenso nacional. Por eso la tarea de establecer la paz toma tantos o más años que los que fueron necesarios para generar las condiciones del conflicto, y, quizás, los años necesarios para producir este proceso de comprensión tomarán más tiempo que el resto de nuestras vidas.

Cada sociedad ha debido enfrentar el conflicto y sus consecuencias desde su historia y condiciones políticas, con los valores y principios y visiones políticas de su gente, con su capacidad de forjar dimensiones de responsabilidad compartida sobre el futuro, con el fin de detener la multiplicación de las víctimas y hacerse cargo de éstas. En algunos países se desarrollaron esfuerzos de solidaridad, apoyo y reparación de las víctimas, a pesar de que el conflicto no había terminado, sirviendo de base a políticas oficiales posteriores. En otros, aunque el conflicto se dio por terminado, las medidas de reconocimiento y reparación respondieron a iniciativas oficiales débiles y ambiguas. En todos los casos, las personas afectadas por la violencia de las dictaduras y los conflictos armados han visto profundamente alteradas sus vidas, con graves consecuencias. En varios países los profesionales de salud mental se preocuparon por las víctimas desde instituciones solidarias o a título personal. Esos profesionales funcionaron como “delegados” (informales) de la sociedad, asumiendo la responsabilidad de trabajar con las víctimas desde sus saberes y competencias, pero también desde las limitaciones de su rol y ubicación social, que, casi siempre, era, a pesar de todo, marginal. En algunos países la reparación ha sido una política pública que incorporó servicios de salud mental. En ese contexto, los agentes de salud mental se constituyeron en “delegados” formales de la sociedad, como en el caso del Programa de Reparación Integral de Salud (PRAIS) para las víctimas de las violaciones de Derechos Humanos ocurridas en Chile entre 1973 y 1990 (ILAS 1994, 1997). Este programa fue creado acogiendo las recomendaciones de la Comisión de Verdad y Reconciliación (Lira y Loveman 2005).

En este artículo se reflexiona acerca de la experiencia de trabajo psicosocial y terapéutico efectuado en Chile durante el régimen militar (1973-1990) y lo que hemos aprendido en ese trabajo como profesionales de salud mental y como ciudadanos y ciudadanas comprometidos con la paz social y el respeto de los Derechos Humanos.

Las demandas de Las víctimas: Verdad, Justicia y Reparación

Las víctimas han reclamado esclarecer lo que les ha ocurrido a ellas y a sus familiares exigiendo la verdad. Parte de la verdad general y particular se alcanza en las comisiones de la verdad al establecer los hechos sucedidos y los nombres de las víctimas. En los tribunales de justicia, la verdad judicial es particular y posibilita identificar las circunstancias en que ocurrieron los hechos, las víctimas y los responsables en cada caso. La verdad que falta, casi siempre, es la verdad de los sufrimientos, de los temores y sueños de las víctimas y la conexión de sus vidas con la historia de violencia, del conflicto y de la resistencia en el país, permitiendo identificar los significados que estas experiencias han tenido y tienen para ellas.

Las víctimas han reclamado justicia ante los tribunales, con resultados variables, casi siempre precarios. En la mayoría de los casos, los procesos judiciales han demorado décadas en lograr el esclarecimiento de los crímenes que las afectan. En algunos casos, el castigo a los responsables llega muy tarde; los perpetradores son ancianos mentalmente deteriorados y, para más de uno, el pasado y el presente se han borrado de su mente, perdiendo sentido toda acción de justicia. Otros han sido sentenciados como culpables, pero insisten en haber salvado a la patria de sus enemigos y afirman que, de verse enfrentados nuevamente a situaciones semejantes, procederían de la misma forma. No obstante, y a pesar de todas esas limitaciones, la justicia puede desempeñar un rol político pacificador e inhibir las venganzas y la justicia por mano propia. Puede cumplir también un rol terapéutico al confirmar la experiencia de las víctimas (que ha sido negada por décadas), cuando el juez define como delito el atropello y la injusticia sufridos por las personas, ordena el castigo de los perpetradores y determina medidas de reparación.

La no sanción de los crímenes es una forma de negación de que se trata de crímenes. A veces la negación es anterior a la instancia judicial. Ocurre cuando una autoridad declara que tales hechos nunca sucedieron. De esas formulaciones hay numerosos ejemplos. También se observa cuando se reivindican los hechos como actos necesarios en nombre del bien común, lo que constituye una re-negación del sentido que tiene para quienes fueron afectados por ellos. Esta posición favorece la perpetuación de los resentimientos, puede estimular las venganzas y reeditar el conflicto. El equipo de asistencia psicológica de CELS en Argentina señaló hace ya 20 años que “la vigencia de la impunidad en democracia evoca el terror impuesto […] y, por consiguiente reaparece la parálisis, la fragmentación, la marginación económico social, el silencio, el miedo, la dificultad de organizarse, de imaginar un proyecto” (CELS 1989; ILAS 1989). Esa situación parece forzar a las víctimas a asumir el daño experimentado, la exclusión y el abuso como si no hubiese responsables y como si el Estado no tuviera la responsabilidad de restablecer el orden y el imperio de la ley, es decir, de garantizar el reconocimiento de los derechos de todos. Si estas situaciones se mantienen, las víctimas pueden sumirse en el desamparo, la desolación y el aislamiento o seguir reclamando sus derechos sin tregua y hasta su muerte, intentando resistir la privatización de las consecuencias de la violencia, devolviéndolas una y otra vez al espacio público y político en el que ocurrieron, denunciando que fueron actos abusivos de agentes del Estado.

Cuando las autoridades se hacen cargo efectivamente de la verdad y la reparación como política de Estado, y de garantizar el ejercicio independiente de la justicia, las víctimas pueden recuperar su libertad como ciudadanos, para dejar estas tareas en manos del Estado, de la sociedad civil, o continuar activamente en ellas, si así lo deciden, pero sin la presión moral de tener que desempeñar el rol de voceros incansables de la injusticia y el abuso de sus seres queridos y de ellas mismas.

La reparación es un proceso. La indemnización por el daño causado o una placa en memoria de una o más personas pueden formar parte de medidas de reparación. Pero la reparación social se funda, en primer lugar, en el reconocimiento de que los hechos ocurrieron efectivamente y que constituyeron una injusticia y un abuso, al violarse derechos fundamentales de las personas y las comunidades. La reparación opera mediante un cambio en la actitud social y cívica de las autoridades al asumir la responsabilidad por lo sucedido y sus consecuencias, mediante gestos simbólicos y acciones directas, y cuyo propósito es desagraviar y resarcir esos agravios y daños identificados. ¿Qué medidas y acciones forman parte de las políticas de reparación por parte del Estado en cada circunstancia? ¿Qué es lo que hace o puede hacer la sociedad civil? ¿Qué es lo que las víctimas identifican, requieren y demandan como reparación? Parece obvio que la reparación no se agota en la verdad ni en la sanción judicial de los responsables, pero ambos elementos forman parte del proceso que conduce a la percepción de las víctimas de sentirse reparadas, no obstante considerar que las experiencias y las pérdidas vividas son por definición irreparables.

La reparación se funda en el reconocimiento de las víctimas y de sus derechos; en la afirmación de que a causa de los atropellos han experimentado daños y sufrido diversas consecuencias en sus cuerpos y mentes que han llegado a afectar gravemente a sus familias, sus vínculos cercanos, y la vida de la comunidad a la que pertenecen. El trabajo terapéutico y psicosocial forma parte del proceso de reparación. Se basa en la recuperación de los recursos propios de las personas para reconquistar su condición de sujetos activos y participativos, de ciudadanas y ciudadanos con derechos. La reparación, en su dimensión moral y subjetiva supone que las víctimas pueden tramitar procesos de elaboración y discernimiento que permitan asumir lo vivido como parte de su propia historia, y, al mismo tiempo, moverse del lugar de víctimas, recuperando su autonomía personal. Por su parte, la doctrina de Derechos Humanos señala como estrategias principales de las políticas de reparación asegurar formas de restauración, rehabilitación, compensación e indemnización a las víctimas por los daños causados (Comisión de Derechos Humanos, ONU 2003). Las intervenciones psicosociales y terapéuticas se inscriben en esos valores y forman parte de esas estrategias.

Lo que hemos aprendido

Las violaciones de Derechos Humanos tuvieron lugar en Chile como consecuencia de la intervención militar en 1973. Las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno democráticamente elegido que encabezaba Salvador Allende como presidente de la República, apoyado por la Unidad Popular, coalición política de izquierda que llevaba a cabo un proyecto de “transición al socialismo”. El Presidente se suicidó en el Palacio de Gobierno el 11 de septiembre y el régimen militar se instaló con muy poca resistencia, controlando completamente el país antes de terminar el día. En pocas horas miles de personas fueron detenidas y sometidas a torturas en más de 1.200 recintos a lo largo del país. Se declaró el estado de sitio, entendido como estado de guerra, y se instalaron consejos de guerra para procesar a los detenidos. Miles de personas fueron ejecutadas como resultado de juicios sumarísimos; otras tantas murieron como consecuencia de las torturas. Miles de ellas recibieron condenas de cárcel; otras fueron expulsadas del país. Los partidarios del gobierno derrocado fueron catalogados y tratados como “enemigos” de la patria (Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación 1991; Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura 2004).

La asistencia legal, social, médica y psicológica a las personas perseguidas se organizó a inicios de octubre de 1973 con el respaldo de las iglesias, en particular, de la Iglesia católica.[1] Los abogados que iniciaron la defensa de las personas ante los tribunales de justicia identificaron la necesidad de apoyo y acompañamiento psicosocial de las víctimas y sus familias, y recomendaron que se buscaran formas de atención psicológica porque su estado mental parecía gravemente alterado. Algunos profesionales se acercaron a los organismos solidarios y ofrecieron sus servicios en los organismos de Derechos Humanos. Otros ofrecieron horas de atención en sus consultas privadas. Algunos años después, se organizó formalmente la atención psicológica en los organismos de Derechos Humanos, en la Vicaría de la Solidaridad (desde 1976), en la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (desde 1977) y en la Corporación de Derechos del Pueblo (desde 1980).

Estos equipos de atención fueron la primera instancia en la que se constataron las graves consecuencias de la represión política sobre las personas y sus familias. Los consultantes eran personas que habían sido secuestradas y torturadas; familiares de ejecutados políticos, personas que habían sufrido condenas y encarcelamiento por varios años y salían al exilio, conmutando la pena de cárcel por el extrañamiento (Garcés y Nicholls 2005). Consultaban también familiares de detenidos desaparecidos, y, desde 1981, consultaron también personas y familias que retornaban al país desde el exilio, mientras que muchos continuaban saliendo del país para proteger sus vidas. La mayoría de quienes consultaban tenían condiciones económicas precarias, no tenían trabajo y, con frecuencia, presentaban enfermedades de diverso tipo que, muchas veces, eran secuelas de la tortura y del confinamiento en condiciones extremadamente insalubres. Los encuadres del trabajo de atención psicosocial eran flexibles. Se ofrecían diversas formas de trabajo grupal y terapia ocupacional, atención familiar y consultas individuales, y, según las necesidades, se proporcionaba atención médica y psiquiátrica en los casos que la requerían. Frente a situaciones de crisis aguda o de emergencia la respuesta era una atención médico-psiquiátrica, indicándose algunos medicamentos o una intervención psicoterapéutica de tipo breve, dentro de los enfoques teóricos y clínicos predominantes en el país en ese momento, sin mayores diferencias teóricas o prácticas entre los equipos de salud mental existentes.[2]

El enfoque de trabajo de los equipos terapéuticos de los organismos de Derechos Humanos fue evolucionando a lo largo de los años. Hubo intercambios con grupos de otros países, y en Santiago, una coordinación eficaz entre los equipos de diversas instituciones. El trabajo en las regiones se empezó a desarrollar, con muchas limitaciones, a mediados de la década de 1980, debido principalmente al riesgo de sufrir represión por parte de las autoridades. Sin embargo, hacia finales de la dictadura se habían creado equipos de salud mental en cinco regiones, sostenidos por algunos profesionales apoyados por organismos de la Iglesia católica o la Iglesia metodista, según las regiones. La orientación psicoterapéutica de los equipos de salud mental surgió desde una posición de indagación y búsqueda, una actitud crítica frente a los instrumentos clásicos de diagnóstico, con una clara perspectiva dinámica, en la cual la comunicación y el vínculo, la simbolización y la sintomatología se ubicaban en un contexto social y político real. El equipo del Programa Médico Psiquiátrico de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC) fue el más completo y numeroso de profesionales de salud mental durante casi 10 años (1977-1987), y estuvo formado en sus primeros cinco años solamente por mujeres. Tuvo integrantes que tenían formación psicoanalítica, y otras tenían formación médico-psiquiátrica; algunas se habían formado en terapia familiar sistémica, y otras, en psicología social. Esta combinación permitió una gama muy amplia de posibilidades para los tratamientos que ofrecían, pero también una discusión permanente entre visiones diferentes que enriquecieron la manera de analizar las situaciones y conceptualizar el padecimiento de los pacientes. El equipo dedicó tiempo a lecturas inspiradoras de diversos autores que habían reflexionado sobre su práctica profesional desde experiencias que podrían considerarse análogas. Entre ellos cabe destacar a Carlos Castilla del Pino (1972 y 1974), quien desarrolló la mayor parte de su práctica clínica durante el franquismo en España, aunque nunca se refirió expresamente a la relación política específica. También se tuvieron muy en cuenta algunos autores argentinos, como José Bléger (1977), Armando Bauleo (1969 y 1971) y, especialmente, Marie Langer (1981 y 1987) y un grupo de psicólogos latinoamericanos en el exilio, en México, quienes fueron consejeros a distancia del equipo de FASIC.

La lectura de diversos autores hizo parte de la formación de enfoques y criterios comunes en el equipo, buscando comprender mejor los conceptos asociados a trauma, experiencias traumáticas y procesos terapéuticos. Entre ellos, Franz Fanon, autor de Los condenados de la Tierra, prologado por Jean-Paul Sartre, contribuyó a una visión que integraba el análisis de experiencias políticas diversas al esfuerzo de teorizar las consecuencias de la violencia y la tortura.[3] Un lugar relevante tuvo la revisión de los escritos de Bruno Bettelheim (1973 y 1982). La descripción de su experiencia como prisionero en un campo de concentración y su conceptualización de las “situaciones límites” como experiencias vitales asociadas a la percepción de un peligro de muerte dentro de un contexto amenazador e ineludible fueron un marco de referencia importante. En la época estaba disponible una literatura variada sobre las experiencias vinculadas al Holocausto, que tenían alguna relación, a pesar de sus diferencias, con los problemas de los consultantes. Esos documentos y los otros escritos mencionados tuvieron como función incitar la reflexión y la construcción de un enfoque propio que respondiera al contexto político y a los padecimientos de las víctimas. El trabajo se realizaba en un marco institucional limitado por las riesgosas condiciones de la época. Por esta razón, las modalidades de trabajo fueron inicialmente intervenciones en crisis, que se fueron transformando progresivamente en modalidades flexibles y abiertas a las necesidades de los y las consultantes, sin las restricciones de un trabajo acotado en el tiempo por las condiciones institucionales.[4]

Aprendimos que la asistencia psicológica debía sustentarse en un reconocimiento del doble carácter de las consecuencias de las violaciones a los Derechos Humanos en la vida de las personas. Por una parte, se trataba de efectos emocionales y materiales, expresados en dolores, enfermedades, sufrimientos y conflictos interpersonales. Por otra, se trataba de fenómenos de origen y significación política vinculados con sus proyectos vitales, sociales, y su participación política. Considerábamos que era fundamental la construcción de un vínculo de trabajo, que denominamos comprometido, para diferenciarlo de cualquier otro vínculo terapéutico o social. Implicaba una actitud éticamente no neutral frente al padecimiento del paciente, entendiendo que el trastorno o la alteración que presentaba era el resultado de una agresión infligida deliberadamente por sus ideas o actuaciones políticas por parte de agentes del Estado (Lira y Weinstein 1984). El vínculo terapéutico comprometido implicaba facilitar y restablecer la capacidad de confiar, a través de la construcción de una relación real. La comunicación estaba centrada en los hechos sufridos por las personas, que –a pesar de su carácter abrumador, atemorizador o doloroso, y de ser parte de una realidad socialmente negada– podían ser reconstituidos y contenidos en el espacio privado de la relación terapéutica. Este modo de trabajar implicaba confirmar la experiencia vivida como un hecho realmente sucedido. Esta función fue retomada, en cierta forma, por las comisiones de la verdad, en las que se producía la escucha del Estado, confirmando y validando la experiencia vivida desde un lugar simbólico. El reconocimiento de la persona y su padecimiento en diversas instancias privadas y públicas generaba posibilidades de reparación que se conectaban y que podían complementarse, adquiriendo un potencial terapéutico relevante.

La conceptualización acerca del contexto político iba unida a la discusión acerca del trauma y las experiencias traumáticas que eran resultado de la violencia política. Las torturas, los secuestros, desapariciones y asesinatos, el exilio, la relegación, los amedrentamientos y allanamientos masivos eran entendidos como situaciones específicas potencialmente traumáticas, que atentaban contra la vida y la identidad de las personas, afectando negativamente su condición de miembros de una sociedad y su calidad de sujetos sociales activos y participativos.

La tortura, el desaparecimiento de un hijo o el asesinato del padre pueden constituirse en un trauma, como ocurre con el abuso sexual en los niños y adultos. Observamos que, en el contexto de la dictadura, las situaciones de secuestro, tortura, desaparición de un familiar u otras –una o varias, acumulativamente– presentaban sintomatologías semejantes a experiencias traumáticas de otro origen. Con frecuencia, se aplicaba el diagnóstico de estrés postraumático, al observarse la sintomatología descrita. En varios países, este diagnóstico contribuía a una decisión favorable de las autoridades para otorgar la condición de refugiado, especialmente en California, durante la década de 1980, lo que contribuyó a su aplicación frecuente para favorecer la inserción de exiliados por razones políticas que se encontraban como ilegales en Estados Unidos (Quiroga 2005). No obstante, este diagnóstico basado en los síntomas era, a nuestro juicio, insuficiente para dar cuenta de las situaciones de alteración emocional que observábamos. Un elemento adicional era la dificultad de considerar la dimensión pos. Las situaciones eran más bien acumulativas y podrían repetirse mientras se mantuviera la situación política, de manera que la experiencia no sólo podría volver a ocurrir sino que existía el temor constante ante la posibilidad de que se repitiera efectivamente. Más bien nos preguntábamos: ¿Cuál es la particularidad traumática de cada una de estas experiencias ligadas a la violencia política? Nos parecía que era preciso responder a esta pregunta de manera específica para cada caso, pues cada una de las situaciones (tortura, desaparición de un familiar) podría dar lugar a un trauma psicológico específico.

Es importante recordar que las violaciones de Derechos Humanos eran y son el resultado de decisiones tomadas por agentes políticos, que se materializan en la acción de unos seres humanos, que se transforman en victimarios, contra otros seres humanos, que se constituyen en víctimas. Las consecuencias en las víctimas se diagnostican identificando los síntomas y las alteraciones observados, que, aunque son semejantes a otras situaciones traumáticas, cobran sentido para la víctima, en la medida en que se enmarcan y se comprenden en el contexto político en el que ocurrieron, al mismo tiempo que se entienden en relación con el contexto de la vida y proyectos de cada persona. De este modo, la situación puede ser experimentada de formas muy diversas por un militante político, en comparación con una persona que no lo es, pero también puede haber muchas diferencias, de acuerdo con la edad, la experiencia, las creencias religiosas y la manera de ser de cada persona.

Definimos en esa época que el proceso terapéutico tenía como propósito trabajar en la reparación de las repercusiones de la violencia política sobre personas dañadas y traumatizadas que consultaban pidiendo ayuda en relación con lo que les estaba sucediendo. Lo que se intentaba era restablecer la relación del sujeto con la realidad, buscando recuperar su capacidad de vincularse con las personas y las cosas, de proyectar su quehacer y su futuro, mediante un mejor conocimiento de sí mismo y de sus propios recursos, y también mediante la ampliación de su conciencia respecto a la realidad que le tocaba vivir (Weinstein, Lira y Rojas 1987). Recuperar la salud mental implicaba retomar el curso de la vida integrando el pasado participativo, enfrentar las experiencias represivas con su horror y sus secuelas, y el presente con todas sus dificultades y contradicciones.

Esta modalidad terapéutica se hacía cargo del contexto histórico y político y buscaba promover la autonomía de la persona en todos los ámbitos de funcionamiento personal. Los objetivos se acordaban en las primeras sesiones, a partir de los motivos de consulta, y eran varios. Podían dirigirse al alivio de los síntomas, especialmente los estados de ansiedad e insomnio. Con frecuencia, el tratamiento implicaba interconsultas médicas en el equipo y alguna medicación que aliviara las reacciones agudas. La sintomatología era entendida como expresión de un conflicto vital actual en la lucha por sobrevivir y procesar las consecuencias de la agresión sufrida; por tanto, se buscaba responder a la pregunta “¿Por qué me ocurrió esto a mí?” en un contexto biográfico, político y circunstancial muy específico. En muchos casos la experiencia reciente se acumulaba en una historia vital que potenciaba su impacto y significado, que hacía necesario ampliar los objetivos iniciales del trabajo terapéutico. La historia personal y la experiencia represiva estaban ligadas desde el inicio. Sin embargo, poner fin al horror en la propia historia personal generaba deseos de olvido, que se contradecían inevitablemente con la voluntad política de no olvidar, que suele ser expresión de la resistencia de las víctimas. Esa tensión formaba parte del proceso.

Las pérdidas de vidas de personas queridas y el malogramiento de los proyectos personales tienen una dimensión irrecuperable y abrumadora en un contexto marcado por la impotencia de las víctimas ante los hechos consumados. El proceso terapéutico puede posibilitar reconocer el significado de lo vivido y rescatar lo reparable en un conjunto de experiencias vitales marcadas por lo irreparable. Asumir las pérdidas implica una compleja tarea, que supone descubrir lo destruido en uno mismo, es decir, reconocer la vivencia de muerte alojada en la propia interioridad. En este contexto, poder tramitar el duelo por todo lo perdido implica iniciar un proceso de elaboración que permita una desidentificación con lo amado perdido o muerto (Caruso 1975). Esto requiere poder diferenciar el muerto y el viviente (el que ha muerto y lo que ha muerto y la vida del sobreviviente). Dicho de otra manera, se trataba de transitar desde la posición de víctima a la de sobreviviente y ciudadano.

Estas distinciones requieren ser especificadas según la naturaleza de cada situación. En los casos de detenidos desaparecidos, cabe señalar que la pérdida era y es experimentada inicialmente como una ausencia forzosa, una separación que se teme sea definitiva, pero que se espera revertir con la aparición con vida del desaparecido. Las autoridades no se hacen cargo de la desaparición (aunque son las responsables). Los recursos de amparo ante los tribunales no tienen resultados. La indefinición y la ambigüedad de las autoridades sobre la suerte del desaparecido obligan a la familia a mantener constantes la búsqueda y la demanda ante los tribunales de justicia para que la situación se resuelva. En el caso de Chile, la mayoría de las familias todavía buscan a sus desaparecidos. Aunque el Estado ha asumido responsabilidades políticas en los hechos, no se han encontrado los restos para darles sepultura, y en muy pocos casos los responsables han contribuido a dilucidar cuál fue el destino final de los desaparecidos. Un problema adicional ha sido la identificación de los restos encontrados, que ha tomado décadas. Con el paso de los años, la búsqueda se ha hecho irrenunciable, tanto si la mueven el afecto y la lealtad familiar con el desaparecido, como si la denuncia pública y política se hace en nombre de los derechos de todos y del imperio de la ley como fundamento de la convivencia democrática.

Durante la dictadura, en la vinculación entre contexto y efectos traumáticos de la violencia política –a juicio de los equipos psicosociales de la época–, se requería analizar algunos procesos psicosociales desencadenados por la represión política. Uno de ellos era la percepción de amenaza desde las personas y los grupos sociales. Describimos en esos momentos como amenaza política la práctica de violaciones de Derechos Humanos como política del régimen y la respuesta de miedo generalizado de amplios sectores de la sociedad. El miedo movilizaba vivencias de impotencia e indefensión ligadas a la inminencia de pérdidas y al riesgo vital, permaneciendo como una huella invisible en la interioridad de cada sujeto y en la vida social, incluso mucho tiempo después de haber cesado la amenaza directa (Lira y Castillo 1991).

La desconfianza erosionaba las relaciones sociales y diluía los esfuerzos políticos de unidad para terminar con la dictadura y construir el proceso de transición a la democracia. El final del régimen abría perspectivas de cambio, pero este último era, en muchos sentidos, una amenaza a las adaptaciones y equilibrios logrados durante el conflicto, por desajustados que ellos fueran. En cierta forma, el miedo operaba como motivación para la supervivencia y, a la vez, la adaptación a la situación, inhibiendo los recursos, las capacidades y los esfuerzos para cambiarla (Martín Baró 1990). ¿Cómo entender la tarea de reparación individual y social en un escenario político en transición o declarado en transición? ¿Cuáles eran y son los desafíos y dificultades que se presentaban y se presentan al trabajo psicológico de reparación en un contexto político en el que se mantiene la violencia?

Otros temas sobre los que podemos reflexionar

Cuando iniciamos el trabajo de atención clínica y terapéutica carecíamos de conocimientos eficaces y de la experiencia suficiente para abordar las consecuencias individuales y colectivas de la violencia que existía en la sociedad y que se concretizaba en las diversas formas de represión política, especialmente en la tortura. Para cada persona la experiencia de violencia y destrucción, con sus consecuencias de pérdidas, duelos y rabias, era particular. Era su propia identidad individual la que había sido amenazada y fragmentada, pero esos efectos subjetivos propios eran consecuencia del proceso político del país y se podían entender en relación con la actuación de cada persona en ese proceso. Sin embargo, el paso del tiempo, con su bagaje de nuevas experiencias, modificaba la percepción del pasado, del proyecto personal, de la participación política, y, por tanto, las significaciones ya no eran las mismas. Rastrear los cambios de esos significados era parte del trabajo terapéutico, y sigue siéndolo hasta el presente.

Durante el período de mayor represión y de mayor silencio social (1973-1983), el trabajo terapéutico se iniciaba, casi siempre, con la reconstitución de la experiencia represiva vivida, expresada como un testimonio que posibilitaba algún grado de elaboración emocional, permitiendo, a su vez, vincularla al contexto de la biografía y de la experiencia vital de la persona que consultaba (Lira y Weinstein 1984). Al inicio, el testimonio fue una técnica terapéutica relevante. El relato era grabado y transcrito. El producto de este trabajo se leía y repasaba en las sesiones, se comentaba y revisaba, y se convertía en un texto que pertenecía a la persona consultante, quien podía usarlo, principalmente, en la denuncia de lo que le había sucedido, y, en muchos casos, posibilitaba otras formas de comunicación con su propia familia acerca de lo que había vivido. Cada texto era un fragmento de la vida de una persona, que, a su vez, formaba parte de la vida nacional. Se centraba en la experiencia de represión política, confirmándola como un hecho cierto, en un contexto social de negación generalizada (Cienfuegos y Monelli 1983). El testimonio permitía dirigir la rabia y los sentimientos agresivos a través de la denuncia de las violaciones de Derechos Humanos, acción que estaba ligada a la expectativa de contribuir a ponerles fin y a terminar con la dictadura. Esa dimensión de denuncia fue desarrollada por los propios consultantes mucho más allá del espacio terapéutico;[5]posibilitaba orientar también un conjunto de experiencias muy destructivas, especialmente el padecimiento de torturas, hacia un espacio político y social que las resignificaba. Cuando la mayoría de la sociedad chilena empezó a expresarse abiertamente contra la dictadura, aproximadamente desde 1983, a través de las protestas nacionales, el testimonio dejó de tener la importancia terapéutica que tuvo en los años anteriores.

Otro aspecto relevante era lo que ocurría con los propios terapeutas. Las motivaciones para involucrarse en esa tarea por parte de trabajadores sociales, psicólogos, terapeutas, abogados y otros profesionales en los organismos de Derechos Humanos se fundaban en valores y en opciones vinculadas a sus compromisos históricos y políticos. La no neutralidad ética frente a la violencia y la violación de los derechos de las personas era un elemento distintivo del vínculo terapéutico y de la actitud de los profesionales, subrayando la imposibilidad de asumir una posición neutral frente a la represión política. Los y las terapeutas estábamos involucrados con nuestras capacidades profesionales y nuestras emociones, y también como ciudadanas y ciudadanos. Las condiciones de amenaza en las que se vivía eran actualizadas cotidianamente, apareciendo en las sesiones, lo que implicaba trabajar muchas veces con un contenido muy angustioso que provenía de la amenaza de la realidad externa, y que podía afectar a pacientes y terapeutas de una manera muy concreta. La percepción de la amenaza podía desencadenar también ansiedades ligadas a la propia biografía. Sin embargo, las angustias no se registraban expresamente de manera que permitieran procurarles contención, y no se habían previsto espacios de elaboración en las instancias institucionales. Probablemente, el carácter en extremo amenazante de la situación política y la relevancia atribuida a las motivaciones éticas de los terapeutas fomentaban una actitud de omnipotencia frente a este trabajo, como un factor cualitativamente relevante, que facilitaba negar la angustia inherente a la vida propia y al trabajo cotidiano. Esta actitud era observable también en la mayoría de los trabajadores de Derechos Humanos (Lira 1995).

Las condiciones de trabajo de los organismos de Derechos Humanos no permitían dar importancia al desgaste emocional de los profesionales ni tampoco al impacto de la escucha de historias terribles como consecuencia de trabajar con víctimas cuyas experiencias eran devastadoras. Las dificultades y la impotencia experimentadas podían ser atribuidas a las condiciones políticas y, más tardíamente, a las insuficiencias de las estructuras institucionales. La reacción espontánea frente a las dificultades tendía a ponerlas en el afuera, lo que posibilitaba unir al equipo y habilitarlo para expulsar lo contradictorio o conflictivo como no perteneciente al grupo, potenciando a su vez la omnipotencia como reacción que intentaba superar la impotencia que embargaba al equipo. Más de alguna vez, el equipo terapéutico se enfrentó a situaciones de amenaza. La reacción grupal implicó priorizar la protección de los consultantes, sin considerar los efectos en el equipo.

En este contexto específico, uno de los recursos desarrollados para enfrentar la angustia generada por este trabajo fue el intento de sistematizar y conceptualizar la experiencia de trabajo y denunciar lo que estaba sucediendo a las víctimas y a sus familias en instancias sociales, académicas e internacionales. Se escribieron trabajos, artículos y diversos documentos explicitando las consecuencias individuales y colectivas de la represión política y de situaciones traumáticas específicas como la tortura o la desaparición de personas (Lira y Castillo 1986; Lira, Weinstein y Kovalskys 1987). Al formular estas ideas, al situar estas experiencias en un marco conceptual, se ponía un límite a la angustia experimentada. Mediante las palabras, se dio un orden a la realidad aterrorizadora vivida por las víctimas y las terapeutas, posibilitando el encauzamiento de las ansiedades y confusiones generadas por este trabajo. Sin embargo, los escritos hacían referencia solamente a los pacientes. No se describían las dificultades de las y los terapeutas. El impacto transferencial y contratransferencial de la violencia, la agresión y la angustia que los pacientes llevaban a las sesiones estaba ausente. Al final de la dictadura se inició un conjunto de actividades de autocuidado y supervisión permanente, que permitieron, precisamente, identificar, procesar y asumir algunas de las dificultades descritas con anterioridad.

Esta revisión breve y sintética de lo que aprendimos requiere mencionar, además, los aspectos éticos incluidos en el trabajo terapéutico y psicosocial con víctimas de violaciones de Derechos Humanos que es necesario explicitar. En cada intervención se requiere garantizar el cuidado y bienestar de las personas y el respeto por su dignidad. Cada iniciativa de trabajo sobre los dolores y las pérdidas de las personas debe enmarcarse en esos principios, excluyendo todo aquello que puede volver a causar daño y dolor. Ello implica establecer los resguardos necesarios, a fin de que quienes implementen procesos terapéuticos o psicosociales sean competentes para ello, estén conscientes de sus límites y puedan pedir ayuda, si la necesitan. En el mismo sentido, se debe procurar el cuidado y autocuidado de quienes forman parte de los equipos, para evitar el desgaste emocional y otros efectos negativos asociados a este tipo de trabajo. Las consideraciones éticas mencionadas deben establecerse también para quienes realizan trabajos de investigación con víctimas, especialmente referidos a procesos de recuperación de memorias que se basan en testimonios. Se requiere garantizar que esos procedimientos no causarán daño y que respetarán la privacidad y el dolor de las personas. Es necesario, además, que quienes son entrevistados otorguen su consentimiento de ser grabados y registrados audiovisualmente, y se debe explicitar el uso posterior del material recogido, estableciendo con claridad las condiciones de confidencialidad, el almacenamiento, la propiedad de los datos y las condiciones de privacidad que se respetarán, en caso de eventuales publicaciones o difusión de las entrevistas.

La memoria de experiencias políticas traumáticas

El saber sobre lo traumático que hemos aprendido a través de la práctica clínica, nos ha mostrado que las experiencias de amenaza vital percibidas –es decir, la toma de conciencia de una amenaza a la existencia tal como la pensamos e imaginamos– alteran el funcionamiento de la memoria generando, en muchos casos, un olvido masivo que encapsula la totalidad de la experiencia y que se hace inaccesible a la conciencia, o que, por el contrario, se manifiesta como una amplificación de la memoria haciendo literalmente inolvidable lo vivido, en todos sus detalles y significaciones. Es decir, el recuerdo se impone, impidiendo cerrar la experiencia e invadiendo la vida del sujeto con imágenes recurrentes y angustias intolerables, que no dan tregua, ni en el sueño ni en la vigilia.

Nuestra práctica clínica mostró también que, especialmente en el tratamiento de personas traumatizadas, la catarsis –al recuperar los recuerdos reprimidos– era aliviadora e incluso podía incidir haciendo desaparecer algunos de los síntomas, pero este alivio era casi siempre transitorio. Observamos que el psiquismo se había reorganizado en función de la amenaza de muerte percibida, y no bastaba solamente con volver al momento de la amenaza. Se hacía necesario trabajar con la experiencia de casi muerte que había vivido la persona analizando cómo esa amenaza se había inscrito en su historia, cómo esa casi muerte había cruzado sus vínculos, su trabajo, sus sueños. Por lo mismo, la función de recordar lo reprimido y lo olvidado como estrategia curativa conducía a identificar la necesidad de procesar el conjunto de la experiencia en sus distintos contextos, teniendo como eje central el trabajo de la memoria de ese pasado en función de la vida.

La imposibilidad del olvido circunscrita a ciertas experiencias traumáticas abre la pregunta sobre el proceso inverso: ¿cómo posibilitar algún tipo de olvido, cuando la experiencia del tiempo traumático se impone como un presente interminable marcado por la imposibilidad de un simple transcurrir? Tomando en consideración este otro ángulo, se entienden mejor las explicaciones populares que vinculan la memoria con la evocación de los sufrimientos, y el alivio de éstos, con el olvido y la supresión de la memoria.

Las reacciones descritas tienen claves psicobiológicas que explican la memoria forzosa o la amnesia radical, y que, en último término, se encuentran asociadas a la supervivencia. De este modo, recordar u olvidar son alternativas complejas que se estructuran de acuerdo con la percepción consciente o inconsciente del sujeto de que su propia vida depende de olvidar o recordar, pero no siempre se trata de opciones; es decir, dentro de lo que sabemos, no se presenta claramente como una alternativa que el sujeto pueda elegir. La memoria al margen de la conciencia –de ese darse cuenta que opera como continuidad permanente en lo cotidiano– puede ser vivida como un recuerdo ajeno, sin sentido para el sujeto, y se hace inútil como recurso para el alivio de su ansiedad y temor, y, por tanto, infructuoso para la supervivencia. La psicobiología de la memoria nos indica que el recordar y el olvidar son el fruto de una red de conexiones, estructuralmente análoga en todos los seres humanos, pero diversa y diferenciada en cada uno, no solamente en la selección de lo que se recuerda sino también en como se recuerda (con imágenes, olores, impresiones, emociones, detalles o sentimientos gruesos que apuntan al significado de la experiencia y que queda fijado como una condensación individual). Algunas investigaciones recientes sobre la memoria concluyen que no es una facultad única sino que lo que llamamos memoria es el resultado de diferentes sistemas que dependen de distintas estructuras cerebrales. La flexibilidad o inflexibilidad, así como su accesibilidad, dependen de la integridad de los circuitos, pero también de la existencia de daños en las estructuras cerebrales que posibilitan su funcionamiento o de las experiencias traumáticas que los han alterado (Schacter y Scarry 2001).

Se ha llegado a saber que la memoria humana es el resultado de numerosos procesos simultáneos, desde los complicados circuitos neurobiológicos que la hacen posible hasta las interpretaciones y significados posteriores sobre las experiencias que la constituyen. Varios estudios han mostrado cómo testigos diversos, presentes en el mismo acontecimiento, no lo recuerdan de modo semejante ni tampoco lo distorsionan de forma idéntica. Hay un sello individual en recordar y olvidar selectivamente. Es más, diversos estudios de psicofisiología han demostrado que ningún estímulo es recibido pasivamente por las células nerviosas y que la respuesta a la luz, al sonido o la oscuridad es fruto de la “interpretación” individual de los estímulos, sobre la base de una estructura común a la especie humana. Esa estructura funciona a partir de la experiencia pasada, codificada en las conexiones nerviosas, y pone en marcha la red de dichas conexiones modificando la nueva información. La clave de estas miles de operaciones es la vida, la supervivencia.

Desde hace siglos la “memoria” se vincula a la vida social y política señalando la necesidad social de olvidar o recordar, en beneficio de la convivencia y la reconciliación política. Correr el velo del olvido o dictar leyes de olvido han sido expresiones que vienen desde el siglo XIX en la historia chilena y que han formado parte del discurso político en el pasado en otras sociedades, generando la expectativa de que los grandes conflictos se resolvían decretando la obliteración de la memoria de ellos.6 Es decir, decretando el olvido o dejando que el tiempo extinguiera la memoria, asumiendo que el olvido pacificaría los ánimos y las pasiones políticas. Sin embargo, este supuesto ha demostrado sus limitaciones tanto psicológicas como políticas. Por otra parte, la memoria de las víctimas es, en muchos casos, una memoria traumática, es decir, el sufrimiento y el miedo permanecen vívidamente presentes sin que el transcurso del tiempo altere ese recuerdo, pero simultáneamente sin que ese recuerdo pueda ser integrado en el conjunto de la vida y de las relaciones sociales. La emocionalidad que tiñe esos recuerdos tiene la intensidad producida por una o muchas experiencias percibidas como amenazadoras y con riesgo de muerte, a las que se asocian pérdidas o temor a la pérdida de personas y de afectos y relaciones significativos. Las evocaciones del pasado sintetizan y condensan esas experiencias, cuyo sentido surge del sufrimiento y del dolor de las pérdidas, pero también de las resistencias ante la represión y las amenazas y de las lealtades construidas con personas y grupos sociales en estos procesos y en el curso de la vida. La posibilidad colectiva de resolver ese pasado entretejido de experiencias personales y políticas implica reconocerlo como un asunto que no es únicamente privado y propio de las biografías e historias individuales sino que concierne también al ámbito social y público, y que puede ser resignificado en los rituales del reconocimiento social, en los procesos judiciales y en las medidas de reparación. Dicho de otra forma, el pasado compartido socialmente nunca deja de tener una dimensión privada y personal, pero cuando los mismos hechos sociales y políticos han modelado un conjunto de experiencias traumáticas para miles de personas, se construye un espacio común que marca las relaciones sociales y requiere ser elaborado en los ámbitos colectivo y personal.

La memoria colectiva de una nación se compone de memorias diversas y contradictorias, que intentarán prevalecer unas sobre otras después del conflicto (González 1996). La batalla de las memorias se apoya actualmente en la tecnología de las comunicaciones ampliando sus alcances y tejiendo redes en diversos ámbitos, asegurando formas de registro y de interpretación que se despliegan casi sin posibilidades de control y censura en internet. A diferencia de otras épocas, estas posibilidades han modificado los alcances de la expresión de las víctimas y del registro de su voz en la historia, haciendo una apelación ética y política en las sociedades de las que forman parte sobre las consecuencias de la violencia sobre sus vidas (Stern 2004 y 2006).

Como se ha dicho en distintos momentos y desde distintos enfoques teóricos y disciplinarios, la aseveración de los testigos constituye el material básico para una reconstrucción de lo “sucedido”, ya se trate de la historia de una familia, de un pueblo o de una nación, especialmente cuando sus testimonios son los únicos registros de hechos oprobiosos que han afectado a comunidades en conflicto. Esa verdad no existiría sin su palabra. En tiempos recientes, en muchos países, esos testigos han sido objeto de intentos sistemáticos de eliminación, tergiversación y suplantación de su palabra, mediante la negación social, la distorsión producida por la publicidad oficial y la descalificación de las palabras de las víctimas, considerándolas mentiras, agresiones al régimen en el poder o distorsiones que serían resultado de sus trastornos psicológicos.[7] Al mismo tiempo, las atrocidades cometidas han sido de tal magnitud que las campañas destinadas a poner en duda la palabra de las víctimas y de los testigos suelen tener resonancia en distintos sectores, y hasta hoy hay quienes no pueden creer que aquello efectivamente ocurrió. Esa visión se corresponde casi siempre con aquellos que se identificaron con las medidas represivas y las apoyaron considerándolas necesarias en función de la salvación de la patria. Sin embargo, la convergencia de los relatos de diversos testigos y la calidad de testimonios judiciales de muchos de ellos han contribuido a la credibilidad de lo sucedido a cientos de miles de personas, y también los testimonios recogidos en las comisiones de la verdad han confirmado que los hechos sucedieron y afectaron a personas concretas, con nombre y apellido.

Casi siempre, los hechos de violencia política que han generado muertes han dado origen a conmemoraciones, memoriales, sitios de memoria y diversas formas de memoria política iniciados por los familiares de los muertos o por miembros de las comunidades afectadas.

El pasado ha sido fechado, recordado y conmemorado para no olvidar (a los muertos, lo vivido, las pérdidas, el miedo…). Los sobrevivientes, los familiares de las víctimas y sus amigos y personas cercanas declaran como postura ética (y política) no olvidar, invistiendo a la memoria de una fuerza política y cultural que se asocia con frecuencia al recuerdo de las víctimas, a la búsqueda de justicia, a la lucha por la paz, a la construcción y consolidación democráticas. La resistencia contra el olvido basada en el vínculo personal con los muertos y desaparecidos suele coexistir con una resistencia basada en la fidelidad y adhesión a sus creencias, ideas y valores y proyectos políticos. Este vínculo se traduce en una lealtad profunda que suele ser el motor de memorias militantes, que buscan trascender más allá de la represión y de la muerte. En algunos casos, expresan una dimensión del proceso de elaboración del duelo de las personas y familias, y, a veces, también surgen en los grupos políticos de los cuales formaron parte, como una deuda moral con aquellos que murieron en la lucha. Esas memorias mantienen el sentido de la causa por la que esas personas perdieron la vida y casi siempre coinciden en afirmar que se requiere recordar para asegurar que nunca más vuelvan a ocurrir tanta muerte, tanto dolor y miedo, tantas pérdidas.

La expresión nunca más se repite como un exorcismo y se asocia también a la expresión recordar para no repetir, afirmación familiar al saber psicoanalítico, que fundamenta la urgencia de examinar el pasado y reflexionar sobre él para proponer cambios en aquello que puede reproducir y activar el conflicto; sugiere recuperar la memoria sobre el pasado conflictivo y sus consecuencias, esperando que la comprensión del proceso y sus implicaciones pueda producir un cambio en las percepciones, en las conductas, en las emociones y, por tanto, en las relaciones sociales de la comunidad en la que se produjo la violencia. Pareciera existir la expectativa de que el conocimiento de la violencia represiva y sus consecuencias generaría una reacción de indignación moral ante la crueldad, y que ése sería el motor de una decisión política y moral de no repetir, de un nunca más, haciendo una analogía sugerente, aunque a veces excesiva, con los procesos psíquicos individuales.[8]

El deber de memoria y la memoria como un derecho

La memoria en el marco de políticas oficiales de memoria y de conmemoraciones forma parte del esfuerzo de las autoridades por establecer nuevas condiciones de convivencia política que reconozcan los agravios y busquen reparar a las víctimas. Hacen parte también de la memoria surgida desde las emociones y significados que tienen para las víctimas, las familias o una comunidad determinados sucesos o acontecimientos, que pueden ser reconocidos simultáneamente como hechos históricos de la nación y, a la vez, como sucesos y memorias de una comunidad particular. Casi siempre, los hechos se refieren a violencia y muerte, y se suelen recordar, casi únicamente, como agravios y pérdidas.

En la trayectoria de los familiares de las víctimas (denuncia, manifestaciones públicas, acciones judiciales) la memoria de lo sucedido surge desde la lealtad con las víctimas, asumida como un deber moral. Se trata de los familiares que buscan a sus desaparecidos, o que exigen los restos de sus familiares asesinados, o que denuncian las torturas de sus familiares y luchan por su liberación. Las acciones son una expresión del vínculo con la víctima y, al mismo tiempo, afirman las propias convicciones y valores, el sentido de las luchas, el costo de las pérdidas y la necesidad de trascender el momento amargo de la muerte, la incertidumbre y el dolor. Esta actitud ha sido descrita como el deber de memoria. El deber de memoria se funda en la lealtad y en los afectos con las víctimas, pero es también expresión de una responsabilidad social hacia la comunidad humana global, publicitando el conocimiento de esa violencia y sus efectos, y convocando a que ésta nunca más se repita. Estos propósitos se encuentran en las iniciativas de memorialización y sitios de memoria en varios países. El deber de memoria fue explicitado en los escritos de Primo Levi, sobreviviente del genocidio nazi, interpretando ese deber en función de las lealtades de los vivos con sus muertos (Levi 2006); se inscribe en una visión valorativa de las relaciones sociales basada en el respeto al otro, en su individualidad y diversidad, y en la esperanza de que la memoria contribuirá a erradicar la crueldad y el abuso por motivos políticos.

Esta visión se manifiesta principalmente en las acciones en relación con las víctimas, en la búsqueda de los detenidos desaparecidos, en la conmemoración de su ausencia, en las acciones públicas, hasta lograr identificar sus restos y conocer su destino final. Los procesos de memoria surgidos desde los vínculos con las víctimas han existido a lo largo y ancho del planeta; su persistencia en el tiempo surge desde la fuerza de su legitimidad afectiva y moral, tanto en América Latina como en otras latitudes. Así ha ocurrido con los familiares de muertos y desaparecidos durante de la Guerra Civil española y durante el franquismo, con familiares de los desaparecidos de la antigua Yugoslavia o del estalinismo (Merridale 2000).

La construcción de una memoria democrática, de un proceso de memoria basado en la reconstrucción de la historia y la memoria de la resistencia política a la opresión, y en la construcción democrática, funda su legitimidad en un eje complementario del anterior, puesto que las historias individuales y los testimonios de las víctimas definen el sentido ético de la memoria política, tal como se ha analizado hasta el momento. La propuesta conocida como Memorial Democrático de Cataluña es una expresión concreta de esta visión. Se trata de construir en España una memoria sobre un pasado conflictivo, que incluye la República, la Guerra Civil, la dictadura de Francisco Franco, la transición y la democracia, tropezando con amnistías y amnesias políticas en diversos momentos de los últimos 70 años.

La propuesta catalana afirma que la memoria es un derecho. A partir de esa visión (y convicción), diversos grupos, desde la sociedad civil, se propusieron fundar una política pública sobre la memoria. Argumentando el derecho a la memoria política han apelado a la expresión de los valores de la lucha democrática como patrimonio cultural para la democracia y la gobernabilidad. La propuesta del Memorial Democrático de Cataluña se funda en la convicción de que la convivencia democrática no se ve favorecida por la amnesia política de un pasado violento, sino al contrario. Se requiere, señalan, un diálogo permanente entre la disciplina histórica y el testimonio de la vivencia, entre el conocimiento científico y la memoria:

El Memorial Democrático se ha concebido como un observatorio de los valores de la democracia y un motor de iniciativas destinadas a mantener la memoria histórica. Como una herramienta del gobierno para transmitir a las nuevas generaciones los fundamentos históricos de nuestro sistema de libertades y garantías sociales. […] La finalidad última de una política pública de la memoria democrática es proclamar solemnemente la vigencia de los valores democráticos como fundamento del modelo de organización y de convivencia de la sociedad catalana actual. Es, también, proclamar la voluntad de proyectar estos valores hacia el futuro. A esta función de afirmación, el Memorial le añade la de desagravio y homenaje a todas las víctimas directas o indirectas de la lucha por la democracia, mínimo gesto que merecen como depositarias de una memoria silenciada, si no negada.

Proclamar y rememorar –conmemorar en definitiva– son acciones que confieren al Memorial naturaleza de monumento en el sentido más radical del término: aquella obra humana edificada con la finalidad precisa de conservar vigente, en la conciencia de las generaciones futuras, el recuerdo de un acontecimiento o de un proyecto de futuro, o bien de ambas cosas a la vez.[9]

La propuesta del Memorial Democrático de Cataluña afirma, además, que las nuevas instituciones democráticas requieren de una condena política formal de los regímenes dictatoriales anteriores, para legitimar institucionalmente una política oficial de recuperación de la memoria democrática.

A modo de conclusiones

Es importante recordar que las víctimas y sus familiares han luchado en decenas de países, durante décadas, buscando verdad y justicia, como dijimos al comienzo. El esfuerzo inicial era lograr que se reconociera la detención y luego la desaparición de sus familiares como hechos sucedidos efectivamente, enfrentando la negación oficial, incluso a riesgo de sus vidas. Ha sido habitual que las autoridades declararan, a pesar de las evidencias en contrario, que los hechos no tuvieron lugar. El primer objetivo de las víctimas ha sido, entonces, que las autoridades y los tribunales de justicia reconocieran la existencia de los hechos que las habían afectado.

Al instalarse los gobiernos de transición de regímenes autoritarios a regímenes democráticos, las expectativas de los grupos y asociaciones de víctimas son, precisamente, que se reconozca lo que les ocurrió a ellos mismos o a sus familiares, que se reconozcan sus derechos y que se repudie, formalmente, la política de violaciones de Derechos Humanos. En muchos países la condena moral y política de los crímenes cometidos se ha expresado en las declaraciones y discursos de las autoridades que asumen el poder después del conflicto, representando a las fuerzas políticas opositoras y denunciando las violaciones de Derechos Humanos cometidas.

En Chile, después del final del régimen militar, el primer gobierno de la transición estableció una Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación destinada a identificar los casos de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos y víctimas de violencia política (1990-1991). Trece años después se estableció una Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura (2003-2005).[10] La Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, así como la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura, señalaron en sus conclusiones que las violaciones de Derechos Humanos tuvieron efectos devastadores en las víctimas y en la convivencia social de la sociedad chilena, y rechazaron moral y políticamente que desde el Estado se hubiesen diseñado políticas sistemáticas de represión política utilizando la tortura y la desaparición de personas. Sin embargo, y paradójicamente, esos informes y las voces de las víctimas se suelen cerrar en el mismo momento en que se dan a conocer, y en poco tiempo se transforman en documentos simbólicos que concentran el horror del pasado pero no logran despertar un interés memorial, precisamente por su penoso contenido, incluso entre las propias víctimas.

Esas reacciones contribuyen a que esta historia sea, haya sido y siga siendo abrumadora no sólo para las víctimas sino para grandes grupos sociales en cada sociedad, precisamente porque esas historias se congelan en el momento del horror. Por otra parte, la formulación del deseo de Nunca más respecto al pasado oprobioso es una invitación a recordar para aprender de esta experiencia en el ámbito social y político, convocando a una nueva forma de convivencia. Estos dos movimientos no parecen encontrarse. Sin embargo, uno y otro no tienen mayor relevancia y efectividad para asumir (y superar) el pasado mientras no den curso a procesos que permitan grados de elaboración de lo vivido, padecido, renegado y destruido, es decir, procesos que posibiliten formas intencionadas de elaboración emocional y moral por parte de las y los afectados que faciliten construir una memoria común, con el propósito de sanarse ellos mismos e introducir procesos que apunten a la sanación de la vida social. De este modo, memoria y reparación social, procesos terapéuticos y proceso social democrático se vinculan y entretejen.

La reparación supone los debidos procesos legales, en el marco jurídico de cada país y de sus posibilidades políticas, aunque no se agota en ellos. Supone la construcción de una cultura democrática, fundada en el respeto intrínseco a los Derechos Humanos de cada uno, incluido el derecho a un debido proceso de los victimarios. Implica también una elaboración social del sufrimiento y de la violencia en el ámbito cultural reconociendo que esto ocurrió entre nosotros y que es lo que queremos que no vuelva a ocurrir. Cada víctima tiene derecho a que su historia y su padecimiento sean reconocidos como una injusticia y como una violación a sus derechos; que la sociedad le otorgue una reparación que incluya espacios de reflexión y elaboración en todos los niveles de contexto implicados, y que la memoria política conserve su nombre y su historia como elementos indispensables para sostener una memoria democrática que garantice el respeto y la dignidad de las personas en todo momento y circunstancia, ahora y en el próximo futuro. Cada país y cada comunidad humana son desafiados a construir la paz basada en la verdad de lo sucedido y en el reconocimiento y reparación de las víctimas, dejando atrás las fórmulas políticas que fundaron la paz en la impunidad de crímenes atroces, sembrando resentimientos y favoreciendo el resurgimiento de los odios y las venganzas y la recreación de la violencia con afanes justicieros, por ausencia de justicia.

REFERENCIAS

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31. Merridale, Catherine. 2000. Night of Stone. Death and Memory in Twentieth-Century Russia. Londres: Penguin Books.

32. Quiroga, José. 2005. Experiencia con sobrevivientes de tortura que han migrado a California. En Derechos Humanos y reparación. Una discusión pendiente, eds. Elizabeth Lira y Germán Morales, 117-130. Santiago: LOM – Universidad Alberto Hurtado.

33. Schacter, Daniel y Elaine Scarry (Eds.). 2001. Memory, Brain and Belief. Cambridge: Harvard University Press.

34. Stern, Steve. 2004. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham: Duke University Press.

35. Stern, Steve. 2006. Battling for Hearts and Minds: Memory Struggles in Pinochet’s Chile, 1973-1988. Durham: Duke University Press.

36. Todorov, Tzvetan. 2000. Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.

37. Weinstein, Eugenia, Elizabeth Lira y María Eugenia Rojas. 1987. Trauma, duelo y reparación. Santiago: FASIC – Interamericana.


[*] La investigación para este artículo ha sido realizada en el marco del proyecto “memoria y Justicia” patrocinado por la Fundación Ford en la Universidad Alberto Hurtado.«« Volver

[**] Psicóloga Terapeuta Familiar, Magister en Ciencias del DesarrolloDirectora del Centro de Ética, Universidad Alberto Hurtado, Santiago, Chile. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Psicología, ética y seguridad nacional: el rol de los psicólogos. Psykhe 17, No. 2: 5-17, 2010; y Chile: dilemas de la memoria política. En Políticas Públicas de la Memòria I Coloquio Internacional Memorial Democràtic Barcelona, eds. Jordi Guixé Coromines y Montserrat Iniesta,39-83. Barcelona: Editorial Milenio – Memorial Democratic, 2010. Correo electrónico: elira@uahurtado.cl.«« Volver

[1] En octubre de 1973 la Iglesia católica, la Iglesia luterana, la Iglesia metodista, la Iglesia ortodoxa y la comunidad judía crearon el Comité de Cooperación para la Paz, a fin de prestar servicios de defensa legal y atención social. Al cierre de esta iniciativa, en 1976 el arzobispo de Santiago creó la Vicaría de la Solidaridad con esos propósitos, que duró hasta 1992.«« Volver

[2] Una investigación realizada entre 1989 y 1992 descubrió que todos los grupos de salud mental que atendían víctimas tenían un enfoque semejante (Agger y Jensen 1996).«« Volver

[3] Ver http://www.autonomiayemancipacion.org/Biblioteca/D-4/Los%20condenados%20de%20la%20Tierra%20-%20Fanon.pdf«« Volver

[4] Parte del equipo que inicialmente formaba parte de FASIC constituyó el Instituto Latinoamericano de Salud Mental, una ONG que estaba compuesta únicamente por profesionales de salud mental. El equipo publicó artículos y libros acerca de su trabajo, que se incluyen en la bibliografía.«« Volver

[5] Las denuncias eran enviadas a los relatores especiales del caso de Chile de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. La votación anual en la Asamblea General, que condenaba las violaciones de Derechos Humanos en Chile, era percibida como un logro personal y como el resultado de los testimonios enviados. Ver también http://www.umatic.cl/histch7.html (último acceso, 21 de junio de 2010).«« Volver

[6] El Edicto de Nantes, que estableció la tolerancia religiosa en Francia en 1598, empezaba señalando que la memoria de todo lo acontecido entre las partes desde el inicio del mes de marzo de 1585, “permanecerá borrada y extinguida, como cosa no sucedida”. Ver http://huguenotsweb.free.fr/histoire/edit_nantes.htm«« Volver

[7] Todorov (2000) advirtió sobre la supresión de la memoria como una acción política realizada en diversas culturas ante los conflictos como una forma de instalar una visión del pasado a favor de los vencedores. Entre ellos, los conquistadores españoles que destruyeron los vestigios de la antigua grandeza de los vencidos.«« Volver

[8] Asociación Psicoanalítica Argentina (1986). Este documento, publicado poco después del final de la dictadura militar, constituye una contribución para pensar las políticas de la transición y la memoria.«« Volver

[9] http://www.gencat.cat/generalitat/cas/govern/infocatalunya/08_infocat/04.htm (último acceso,10-12-09).«« Volver

[10] Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, tres tomos. Santiago, 1991. Ver http://www.ddhh.gov.cl/ddhh_rettig.html; Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura. Informe de la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura. Edición oficial, 2005. http://www.lanacion.cl/prontus_noticias/site/edic/home/port/torturas.html (último acceso, 12-01-10).«« Volver

El caso Pinochet: lecciones de la lucha transnacional contra la impunidad (Borrador)

El caso Pinochet: lecciones de la lucha transnacional contra la impunidad (Borrador)

Institute for Policy Studies. Virginia M. Bouvier

¿Cuáles fueron los factores que contribuyeron a la reacción internacional única al golpe y a las violaciones de los derechos humanos en Chile?

La reacción internacional frente al golpe en Chile fue inmediata y arraigada en una serie de condiciones y alianzas establecidas en las décadas previas y después del golpe, tanto como factores internos y externos. Estas condiciones contribuyeron a la consolidación de nuevas normas, relaciones, e instituciones que más tarde formarían la base para un ambiente que apoyara la detención de Pinochet en Londres y los esfuerzos posteriores y actuales de buscar la justicia en el caso chileno en Inglaterra, en España, en Bélgica, en los Estados Unidos, y en muchas otras partes del mund13o.

Primero, existían muchos lazos entre Chile y el exterior antes del golpe. Entre todos los países latinoamericanos, Chile ya había atraído un interés particular en la comunidad internacional a partir de los años cincuenta, cuando fundaciones como la Ford y la Rockefeller, tanto como las organizaciones como UNESCO, UNICEF, US AID, la Alianza para el Progreso, la OEA, y una variedad de gobiernos e instituciones europeas establecieron sedes, institutos y programas de investigación, intercambio, y enseñanza en Chile. En aquella época se inició organizaciones como la FLACSO y programas de intercambio tales como el establecido entre la Universidad de Chile y las universidades de California.

Éste, financiado con $10 millones de la Fundación Ford, resultó entre otras cosas en licenciaturas y doctorados para más de 125 profesores chilenos entre 1965 y 1978 (Puryear). Tales programas fortalecieron los vínculos institucionales y el intercambio de conocimientos entre Chile, Europa y los EEUU, y promovieron también la creación de redes profesionales, académicas, científicas y técnicas, tanto como relaciones personales entre chilenos y gente del exterior.

En las vísperas de la revolución cubana, los EEUU buscó ofrecer alternativas al comunismo en América Latina. Chile, donde la izquierda tenía un arraigo fuerte, fue la vitrina de la Alianza para el Progreso. Entre 1962 y 1969, Chile recibió más de un billón de dólares de asistencia, préstamos, y donaciones de los Estados Unidos -más per cápita que cualquier otro país en el hemisferio- (U.S. Senate,1975). Centenares de norteamericanos fueron a Chile en los años sesenta para participar en el Cuerpo de Paz. Los bancos privados habían abierto posibilidades de crédito para el desarrollo en Chile en los años sesenta y había mucha inversión extranjera en el país -un factor que complicaría las campañas internacionales tanto como la política chilena-.

Chile estaba repleto de gente de otros países. La nueva Junta condenó la presencia de algunos 10,000 extranjeros a quienes llamó «extremistas,» y quienes prometió expulsar. (Washington Post, 15 septiembre 1973). Estos extranjeros incluyeron un sinnúmero de latinoamericanos -de Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay- que habían encontrado amparo en Chile de la represión política en sus propios países. Había además en Chile y el Cono Sur refugiados criminales que participaron en la persecución de los judíos bajo el régimen nazi en Alemania. Su presencia ya había despertado un interés por parte de los llamados «cazadores de Nazis» que mantuvieron sus presiones durante el régimen militar de Pinochet. («Jewish Group Asks Chile to Extradite Walter Rauff», Sept. 6, 1972)

El carácter internacional de las iglesias, los partidos políticos y los sindicatos -instituciones fuertes en la historia de Chile – ofrecían redes de organización y amparo importantes y ya establecidas. Muchos misioneros extranjeros vivían en Chile. Los vínculos entre las iglesias americanas y europeas se habían profundizado a raíz de la conferencia episcopal latinoamericana en Medellín en 1968, cuando los obispos se pronunciaron a favor de la opción preferencial para los pobres. Se vio una proliferación en Chile (y Brasil) de comunidades de base inspiradas en la nueva «teología de la liberación» y estos experimentos atraían la atención de gente de afuera y llamaron a un nuevo tipo de misionero dispuesto a comprometerse a vivir entre los pobres. También en 1971 se estableció Serpaj como un movimiento panamericano a favor de la justicia social y la no-violencia activa que creó otra red de comunicación y de confianza y relaciones personales que serían importantes en el período después del golpe. (Pagnucco)

Los cambios en la iglesia contribuyeron a un ambiente eclesiástico que apoyó una posición menos ligada al apoyo de las élites tradicionales y más dispuesta a defender los derechos del pueblo frente al dictador venidero. Este espíritu ecuménico resultó en la creación de respuestas conjuntas de las iglesias y grupos religiosos tales como el Comité CONAR y COPACHI, y la Vicaría de la Solidaridad, institución protegida por la Iglesia Católica que empleó en su cenit algunas 200 personas con un apoyo de $2 millones anuales del exterior. (Puryear)

Mucho antes del 11 de septiembre de 1973, Chile ya había despertado un interés intelectual, político, e ideológico por su experiencia con un sistema democrático que había permitido cambios políticos entre sectores de la derecha, izquierda, y centro por la vía electoral. Cuando llegó Salvador Allende– un socialista cuya trayectoria democrática era conocida — a la presidencia, muchos intelectuales extranjeros ya estaban en Chile o se fueron para allá para observar o participar en la «revolución pacífica» que Allende proponía llevar a cabo.

Con Allende, Europa parece haber descubierto a Chile. Pablo Neruda, en Confieso que he vivido memorias, escribió que bajo Allende:

afiche1El nombre de Chile se había engrandecido en forma extraordinaria. Nos habíamos transformado en un país que existía. Antes pasábamos desapercibidos entre la multitud del subdesarrollo. Ahora por primera vez teníamos fisonomía propia y no había nadie en el mundo que se atreviera a desconocer la magnitud de nuestra lucha en la construcción de un destino nacional. (Neruda 465)

Entre los partidos políticos, los comunistas, socialistas, social-demócratas, y demócrata-cristianos tenían vínculos fuertes con el exterior, sobretodo en Europa, donde estos vínculos se habían fortalecido durante la época de Allende..

Neruda observó que:

Todo lo que acontecía en nuestra patria apasionaba a Francia y a Europa entera. Reuniones populares, asambleas estudiantiles, libros que se editaban en todos los idiomas, nos estudiaban, nos examinaban, nos retrataban. … La ardiente simpatía hacia Chile se multiplicó con motivo de los conflictos derivados de la nacionalización de nuestros yacimientos de cobre.

En el caso de los sindicatos, muchos en el exterior ya habían movilizado para apoyar las demandas de los trabajadores bajo la administración de Allende cuando él tomó una posición fuerte frente a las compañías multinacionales

Apartado 2

Aparte de esa trayectoria de lazos, había condiciones internas y externas que facilitaron una reacción internacional al golpe y los abusos que ocasionó. Primero, un golpe militar en Chile era fuera de costumbre. La naturaleza de la cultura chilena política, su historia democrática de constitucionalismo, su tradición de participación activa en la vida electoral, y su tradición de una prensa libre e independiente, tanto como las normas del estado de derecho garantizadas por la Constitución de 1925 y la costumbre del control civil de los militares- puso de relieve el choque dramático del derrocamiento de un líder electo del pueblo y el establecimiento de un régimen militar que asumiera el poder por la fuerza. Además el uso descarado de la tortura, la detención-desaparición, y el exilio forzado como instrumentos del poder político violó la tradición chilena, las sensibilidades humanas, y las normas internacionales.

La naturaleza del golpe no dejó espacio para la especulación. No había una erosión gradual de las estructuras democráticas como en Uruguay o Perú. En Chile quedó claro desde el inicio que el golpe militar era el inicio de un ataque simbólico tanto como físico al tejido social de Chile. Primero, el golpe en sí era brutal y comunicó las intenciones del nuevo régimen sin ambages. Se bombardeó La Moneda, se desmanteló el Congreso, se eliminó abruptamente los medios libres de comunicación al mandar cerrar 26 periódicos y revistas, se persiguió al liderazgo y a las bases de la administración anterior, y se prohibió los sindicatos y el derecho a la asamblea. De los miles que detuvieron en el Estadio Nacional, algunos, como Adam y Patricia Garrett-Schesch, estudiantes graduados de la Universidad de Wisconsin, lograron escapar y dar testimonio de las ejecuciones que habían presenciado. (Washington Post, 24 septiembre 1973)

Aparte de la historia democrática de Chile, el choque del golpe, y la ferocidad de la represión, la asociación creciente del régimen con la figura de Pinochet en el año después del golpe contribuyó a la consolidación de los esfuerzos nacionales e internacionales en su contra. Como la institución militar chilena se consideró una de las más jerárquicas del mundo con una orden rígida y establecida, fue lógico atribuir al comandante-en-jefe la autoridad y responsabilidad definitiva de lo que pasaba en el país. Desde la primera etapa -no como en Perú, Brasil, Uruguay, o Argentina, donde hubo una difusión del liderazgo militar- se asoció el régimen militar en Chile con una sola personalidad.

La política de relegar a los opositores al exilio también contribuyó a la reacción internacional al golpe por dos razones principales. Primero la gente recurrió a las Embajadas para ayuda, dando a conocer de inmediato la brutalidad del régimen al mundo diplomático. Algunos diplomáticos que intentaron ayudar, como el embajador sueco, Harald Edelstam, fueron expulsados luego por la nueva Junta, y se dedicaron a luchar para la restauración democrática. Segundo, miles de chilenos salieron de Chile a vivir en Europa, América del Norte, Australia, y otros países de América Latina, donde difundieron información, formaron amistades, y en el mejor de los casos, generaron apoyo y solidaridad y contribuyeron a los esfuerzos de aislar al dictador. Los diplomáticos chilenos en Ginebra, Estocolmo, México, Caracas, y otras ciudades del mundo presentaron sus renuncias con el golpe y muchos se quedaron en el exterior. Si agregamos los chilenos que tenían que salir por razones económicas, INCAMI, una organización católica chilena, calcula que un millón de chilenos salieron de Chile en los primeros tres años después del golpe. (Kay 1987, p. 50-51)

Aparte de las capacidades individuales de los exiliados, algunos también ya tenían vínculos en el exterior a través de fundaciones, instituciones y asociaciones académicas (como LASA en los Estados Unidos), partidos políticos, iglesias, y otras organizaciones internacionales. Ayudados por estas redes internacionales, algunos consiguieron puestos en universidades o en organizaciones como las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Banco InterAmericano de Desarrollo, y la Organización de Estados Americanos, desde donde buscaron mecanismos para resistir la nueva orden política introducida con el golpe.2820a

Paradójicamente, en los Estados Unidos algunos chilenos podían aprovechar del espacio creado en las universidades por parte de la lucha de los chicanos y afro-americanos durante los años sesenta. Con los programas de acción afirmativa, la llegada de los chilenos coincidió con cierta abertura a las minorías étnicas en muchos campos.

Los chilenos exiliados rápidamente sirvieron de nexo entre Chile y el exterior. Se establecieron grupos de solidaridad con Chile, muchos iniciados por chilenos desterrados, en más de 80 países del mundo. (Ropp y Sikkink 1999, p. 176) En Francia, se organizó 400 comités de apoyo de los chilenos en los primeros cinco meses. (Chile Newsletter, febrero 1974, 1:4.) En Inglaterra, se formó la Chile Solidarity Campaign (CSC) inmediatamente después del golpe, y algunos meses más tarde el más amplio Chile Committee for Human Rights. En ciudades por todo el mundo, surgieron otros comités parecidos. Algunos, como los comités de NICH (Non-Intervention en Chile), tenían vínculos con los partidos políticos -en este caso, el MIR- en Chile, y otros buscaron crear alianzas multi-partidarias.

En el mundo cultural también había muchos contactos globales. Figuras culturales como Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Inti-Illimani, y Patricio Manns ya habían llamado la atención del mundo con la nueva canción chilena, y cuando se derrocó a Allende, algunos de estos músicos se encontraron en una gira en Europa desde donde siguieron con una nueva misión de concientización.

La cultura jugó un papel importante en la sensibilización de la comunidad nacional e internacional a los efectos de la dictadura. Primero, la cultura sirvió de pájaro en las minas, y cuando se torturó hasta la muerte al poeta y cantor, Víctor Jara, en el Estadio Nacional — con tantos otros -y se condenó a los Inti Illimani y los Quilapayún al destierro- se concientizó al público y estimuló la solidaridad de un sector importante del mundo artístico.

En los Estados Unidos, músicos como Holly Near, Arlo Guthrie, Ronnie Weaver, y Pete Seeger dieron a conocer al público la tragedia que se vivía en Chile. Joan Báez cantó el poema de Violeta Parra, «Gracias a la Vida.» Pete Seeger adaptó y cantó el poema, «Estadio Chile,» de Víctor Jara (quien décadas antes había introducido a Chile la versión castellana de «If I had a Hammer.» Holly Near, invitada por Alive, un grupo femenino de jazz, escribió una canción que mencionó por nombre una lista de las mujeres desaparecidas en Chile. Sweet Honey in the Rock rindió su escalofriante «Chile, Your Waters Burn Red Through Soweto.» Menos de dos semanas antes de su asesinato, Orlando Letelier habló en un evento organizado por el National Coordinating Center in Solidarity with Chile, Chile Democrático, y el Chile Committee for Human Rights, en Madison Square Garden en el cual figuraron Joan Báez y Pete Seeger. Y muchos de los que han cantado en una nueva honda musical a favor de los derechos humanos -Jackson Browne y Sting, entre otros- cantaron de Chile y Pinochet.

Las peñas, establecidas por chilenos en muchas partes del mundo, ofrecieron también un lugar de solidaridad y compañerismo donde a la vez recaudaron fondos para los presos políticos y la resistencia a la dictadura e invitaron la participación de colaboradores. Actores y dramaturgos — pienso en Michelle Feiffer, Martin Sheen, Jack Lemon, Mike Farrell — también mostraron interés en el caso chileno y utilizaron su estatus en la sociedad norteamericana para educar al público.

Las películas (tales como «Battle of Chile,» «Missing,» «Il Postino,» y «Death and the Maiden»), poesía, drama (pienso en «Tres Marías y una Rosa»), novelas (como La casa de los espíritus), revistas, música, baile, y artes gráficas (como el de René Castro y Naúl Ojeda, el uruguayo recién fallecido) y artes plásticas consiguieron dar cara, cuerpo, y voz a la población chilena.

Apartado 3

La represión organizada bajo la Operación Condor llegó al exterior y atacó a la soberanía de otros países al transgredir las fronteras de Chile. Las más conocidas de sus actividades que provocaron respuestas internacionales incluyeron: el asesinato por la DINA en 1974 de General Carlos Prats (el precursor de Pinochet) y su esposa en Buenos Aires; el asesinato fracasado en el mismo año en Roma de Bernardo Leighton, líder demócrata-cristiano y exVice-Presidente de Chile; el aplan-condorsesinato en septiembre de 1976 de Orlando Letelier, ex ministro de relaciones exteriores con su colega, Ronni Moffitt, en Washington, D.C., el secuestro y detención de docenas de chilenos en otros países del Cono Sur.

El Institute for Policy Studies (IPS) había invitado a Orlando Letelier a trabajar con él para iniciar centros transnacionales de investigación — resultado en parte de una relación iniciada cuando el cineasta Saul Landau lo conoció cuando Orlando era embajador en Washington. Su muerte y la de otra colega de IPS, Ronni Moffitt, profundizaron el compromiso institucional de IPS tanto como el compromiso personal de muchos que los conocieron o que trabajaron con ellos o sobre el caso chileno.

Aparte de la represión a los exiliados del exterior, la dictadura eliminó a muchos residentes extranjeros en Chile, tales como Frank Teruggi, Charles Horman, Sheila Cassidy, y Carmelo Soria. Si bien la represión contra los chilenos propios era mucho más extensiva, estos ataques legitimaron desde el primer momento el activismo de gobiernos extranjeros en el caso chileno en un momento cuando no había desarrollado un consenso en la práctica como el que existe hoy sobre la universalidad de los derechos humanos y el derecho de la comunidad internacional de opinar cuando un gobierno no cumple con sus deberes de proteger y promover los derechos humanos de sus ciudadanos. 4 («24 Chilean and Uruguayan Refugees Abducted in Argentina,» Washington Post, 12 June 1976.)

Uno de los factores externos que contribuyó a la respuesta extraordinaria al golpe fue que el golpe se dio en un momento histórico propicio para una resistencia internacional. Los años sesenta era un momento histórico de mucha energía social. Había una nueva concientización del poder del pueblo, de optimismo y esperanza, de fe en las posibilidades de los cambios sociales.

En los Estados Unidos, como en muchas partes del mundo, los estudiantes se habían organizado, los movimientos sociales de la no-violencia activa habían contribuido a parar la guerra en Vietnam, se había logrado avances en los derechos civiles para las minorías étnicas estadounidenses y para las mujeres en muchas partes, se estaba organizando a favor de la independencia de las colonias africanas y en contra del sistema de apartheid en África del Sur. Era un momento de abertura a las ideas progresistas y de visiones alternativas.

Apartado 4

Paradójicamente el papel de los Estados Unidos respeto a Allende y a Pinochet contribuyó al interés en el caso chileno y al enfrentamiento ideológico. Seis meses antes del golpe se había abierto una investigación en el Senado de los Estados Unidos sobre la intervención de la CIA y las compañías multinacionales (ITT, Kennecott, y Anaconda) en la política chilena. En este contexto, las revelaciones sobre la manipulación extensiva de la política interna de Chile a partir de los años sesenta, tanto como la actitud y el papel de la administración de Nixon y de la CIA en el derrocamiento de Allende, la arrogancia de Henry Kissinger, el subsiguiente apoyo abierto a Pinochet, y consiguieron enardecer mucha oposición doméstica en el público tanto como en el Congreso norteamericano. Un sentido de responsabilidad, rabia, y vergüenza motivaron a muchos norteamericanos.

Después del fracaso en Vietnam y el escándalo de Watergate, el público norteamericano eligió al Congreso norteamericano algunos representantes que una nueva clase de políticos– los llamados «Watergate Babies» -que exhibió una conciencia crítica respeto al papel estadounidense en el mundo y buscaba hacer nuevos caminos en su política exterior. El Congreso entonces se hizo sitio del debate ideológico sobre la política estadounidense de apoyar a las dictaduras- tales como se había apoyado en Vietnam. Estas políticas de apoyar dictaduras militares en nombre del anti-comunismo y la doctrina de la seguridad nacional se había visto en décadas anteriores en América Latina -en Guatemala y Paraguay (1954), Brazil (1964), la República Dominicana (1965), Bolivia (1972) y pocos meses antes del golpe chileno, en Uruguay (Junio 1973). El caso chileno, sin embargo, dio impulso y enfoque para una reevaluación de esta política.

2. ¿Cuáles eran algunas de las campañas exitosas de solidaridad transnacional durante la época de Pinochet?

Primero habría que definir lo que constituye un éxito, y creo que estas definiciones son múltiples, y cambiaron según la época y según las campañas. Tendría que decir que hubo victorias de varios tipos. Victorias simbólicas, triunfos sustantivos, y concesiones temporales. Al nivel general, habría que observar que la gama de resistencia al golpe fue impresionante, inmediata, y sostenida durante muchos años.

El primer triunfo fue que la sociedad civil chilena seguía activa a pesar de la dictadura. No hubiera sido posible la resistencia sin la alta capacidad de organización de los chilenos. Cuando las numerosas delegaciones extranjeras viajaron a Chile a investigar los derechos humanos, contaron con la experiencia, el conocimiento y los consejos de muchos grupos de derechos humanos tales como la Vicaría de la Solidaridad, la Comisión Chilena de Derechos Humanos, FASIC, CODEPU, PIDEE, Serpaj, la Comisión Nacional Contra la Tortura, el Movimiento Sebastián Acevedo, todas las agrupaciones de familiares de las víctimas de la represión -de los desaparecidos, de los presos políticos, de los ejecutados, de los detenidos- que se establecieron durante la dictadura.

Las iglesias lograron éxitos imprescindibles que fueron apoyados por la comunidad internacional.

En la primera etapa del golpe, estos éxitos y éxitos parciales incluyeron el establecimiento de organizaciones en Chile que pudieron ofrecer la asistencia humanitaria, sicológica, y legal a las víctimas de la represión –a los que huían de la represión y a los que quedaron. Con la colaboración del Alto Comisionado de las Naciones Unidas de Refugiados (ACNUR) y el Comité Internacional para la Migración de las Naciones Unidas (UN International Committee for Migration), líderes de las iglesias católica, ortodoxa, protestante, y la comunidad judía crearon el Comité Nacional de Ayuda a los Refugiados (?) (CONAR) que facilitó el salvoconducto de algunas 4,500 personas en los primeros seis meses después del golpe.

El Consejo Mundial de Iglesias, por la gestión del pastor presbiteriano Charles Harper y el obispo luterano Helmut Frenz, fundó el Comité por la Paz en Chile (COPACHI o el Comité Pro-Paz) el 6 de octubre de 1973, en el cual participaron representantes de las iglesias católica, luterana, baptista, etodista, metodista pentecostal, ortodoxa, y la comunidad judía. COPACHI recibió 86% de su apoyo del extranjero y el resto de Caritas Chile. La mitad de sus finanzas venía de organizaciones evangélicas, show_image_NewsPostsobretodo del Consejo Mundial de Iglesias; el apoyo católico vino de la organización holandesa, CEBEMO, MISEREOR de Alemania, y la Conferencia Episcopal de los EEUU. Entre sí, CONAR y COPACHI ofrecieron apoyo legal, fiscal, y emocional a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. (Hawkins 2002, p. 56).

En enero de 1976, dos meses después de la disolución forzada de COPACHI y con el amparo del Cardenal Raúl Silva Henríquez y la iglesia católica, se estableció la Vicaría de la Solidaridad. La Vicaría, que durante una etapa era el único espacio de resistencia permitida al dictador, llegó a ser una institución modela para los defensores de derechos humanos en el exterior. Recibió entre 1974 y 1979 un apoyo internacional que se calculó en 100 millón de dólares para los programas de derechos humanos y desarrollo económico. (Brian Smith, 325-326, cited in Hawkins 2002,p. 56).

Había otros éxitos o éxitos parciales en Chile que la comunidad internacional apoyó. Las organizaciones gremiales de los sindicatos tomaron el liderazgo de las protestas nacionales cuando declinó la economía chilena a principios de los años ochenta, los partidos políticos ganaron fuerza cuando se decidió seguir una estrategia electoral con la campaña del NO a fines de los años ochenta; los periodistas lograron sacar revistas independientes bajo muchas presiones, los médicos comenzaron a organizarse contra la participación de los médicos en las sesiones de tortura, los trabajadores culturales mantenían viva las memorias y el deseo popular de justicia; los intelectuales analizaron la situación y ofrecieron visiones de salidas posibles; los abogados defendieron a las víctimas de violaciones de derechos humanos a gran riesgo personal; las mujeres demandaron la democracia en la casa y en la calle; los mapuches buscaron proteger sus derechos a la tierra, y la gente que sufría la crisis económica en carne propia en las poblaciones se organizaron en ollas comunes, centros de salud, grupos de apoyo para los cesantes, y muchos otros.

Aparte del apoyo humanitario de las iglesias y el establecimiento de grupos de apoyo dentro y fuera de Chile, habría que reconocer entre los éxitos y éxitos parciales al nivel internacional: el aislamiento diplomático; la organización de manifestaciones masivas de gente en muchas partes del mundo durante los años de la dictadura chilena; los boicots económicos de productos chilenos; y la negación de los estibadores de cargar productos chilenos en California, Francia, y en otros sitios. Tuvieron éxito parcial e intermitente las campañas internacionales para liberar a los presos políticos y para permitir volver a los exiliados, tanto como las campañas para someter el régimen militar a un embargo de comercio, o para ampliar el espacio para la libertad de expresión, o para buscar la justicia en casos particulares tanto como colectivos. Recientemente, una campaña organizado por Amnistía Internacional, IPS, y TNI, con la colaboración de muchos grupos chilenos y el apoyo de los estibadores sigue teniendo éxito. En 2003, lograron excluir de los puertos en Holanda, Suecia, España, Perú, Ecuador, Panamá, y San Francisco en los Estados Unidos, el «Esmeralda,» uno de los barcos utilizado como lugar de detención y tortura en Chile�marcando una victoria simbólica del rechazo de la tortura como instrumento del poder.

Las campañas exitosas o parcialmente exitosas en Washington incluyeron la campaña de cerrar la Oficina de Seguridad Pública de la AID (la agencia que tenía la responsabilidad de entrenar las fuerzas policiales extranjeros) y restringir los programas de educación y entrenamiento militar internacionales (International Military Education and Training –IMET); la campaña de las ONGs con el Congreso para más supervisión y control sobre las actividades de las agencias de inteligencia; la prohibición de ayuda militar o policial y la reducción de ayuda económica a los más necesitados; la abolición de las garantías y créditos del Banco EXIM y las garantías de crédito de los productos (Commodity Credit Corporation guarantees); el desarrollo (y después los esfuerzos para promover su implementación) de legislación que condicionó la ayuda bilateral norteamericana y sus votos en el Banco Munidal y el Banco Inter-americano de Desarrollo sobre las prácticas de los gobiernos recipientes de los derechos humanos; los esfuerzos de vincular la política norteamericana con la cooperación del gobierno chileno en el caso de los asesinatos de Letelier y Moffitt en Washington.

Cada voto en las Naciones Unidas presentó un desafío y una oportunidad para los chilenos y los grupos de derechos humanos. Las Actas de la Honorable Junta de Gobierno demuestran que la posición de los Estados Unidos en aquel foro internacional le preocupaba mucho al gobierno de Pinochet. (Goldberg 2003) Fue la presión de grupos no-gubernamentales que logró que en noviembre de 1975 los Estados Unidos dejara de abstener de votar por las resoluciones en las Naciones Unidas que condenaron los abusos del gobierno de Pinochet, y una década después que los Estados Unidos comenzara a liderar la denuncia de tales. También los grupos no-gubernamentales colaboraron con los gobiernos para lograr el establecimiento de un rapporteur especial en la ONU sobre Chile.

Recientemente, habría que reconocer las alianzas internacionales que facilitaron la detención de Pinochet en Inglaterra por acciones de abogados españoles con el apoyo de documentos recopilados por chilenos. Las campañas subsiguientes de apoyo -como por ejemplo la que lanzó el National Security Archives para reclasificar y dar a conocer aquellos documentos que podían contribuir a los esfuerzos de los que acusan a Pinochet- han tenido éxitos parciales en parte porque contaron con la experiencia y conocimiento de individuos como Peter Kornbluh y el fortalecimiento de la sociedad civil en los Estados Unidos a causa del caso chileno.

Los esfuerzos internacionales parecen haber contribuido a las decisiones de disolver a la DINA, de poner fin oficial a la práctica de hacer desaparecer a los detenidos, de cambiar el gabinete de Pinochet, de levantar el estado de sitio, de garantizar condiciones electorales más abiertas y hacer permitir más libertad de prensa, y de hacer respetar los resultados del plebiscito en 1988.

Con la ventaja que proporciona una mirada retrospectiva, se ve la necesidad de tomar una perspectiva de largo plazo al evaluar cuáles han sido los éxitos y se nota que a veces las metas de corto plazo no importaban tanto como la educación, la sensibilización, y las alianzas y relaciones de confianza que contribuyeron al establecimiento de comunidades de derechos humanos que se iban creciendo con cada acción tomada y que contribuyeron a la creación de una conciencia internacional sobre Chile.

3. ¿Cómo cambió el trabajo en derechos humanos en Chile y en el exterior?

El trabajo sobre los derechos humanos en Chile cambió según lo que pasaba en el exterior y en Chile, y según lo que pasaba en el desarrollo de las normas, mecanismos, y evolución de las ONGs de derechos humanos. Chile y el caso chileno tenían mucho que ver con el cambio que se dio en el ambiente internacional durante las últimas tres décadas. Hoy este ambiente se ve mucho más propicio -en la corte, en la calle, en la prensa, o en las altas esferas- a juzgar no sólo a Pinochet, sino a cualquier dictador criminal.

En Washington y los Estados Unidos (y me imagino en muchos otros países), el trabajo sobre Chile se relacionó primero a los cambios de gobierno y la evolución de una sociedad civil que se preocupara por las violaciones de los derechos humanos. Durante la administración de Ford y Nixon, la capacidad organizativa de los grupos fuera de Chile no era muy desarrollada, y no había un consenso sobre el papel de los derechos humanos en la política exterior de los Estados Unidos. En 1973, el representante Donald Fraser, jefe del Subcommitteee on International Organizations and Movements of the House Foreign Affairs Committee, lanzó una serie de audiencias sobre el papel del gobierno norteamericano en la protección internacional de los derechos humanos, motivada en parte por las situaciones en Chile y Corea del Sur. En aquella época, su comité concluyó:  «El factor de los derechos humanos no se otorga la prioridad que merece en nuestra política exterior  Por desgraciala actitud predominante ha llevado a Estados Unidos a adoptar los gobiernos que practican la tortura y descaradamente violan casi todos los derechos humanos garantizan pronunciadas por la comunidad mundial una mayor prioridad a los derechos humanos en la política exterior es a la vez un imperativo moral y práctico necesario. (Fraser, p.218)

Esta conclusión resultó en una confrontación directa entre el Congreso y la rama ejecutiva, cuyo Secretario de Estado Henry Kissinger había concluido: «I believe it is dangerous for us to make the domestic policy of countries around the world a direct objective of American foreign policy.»«Creo que es peligroso para nosotros, para que la política interna de los países de todo el mundo un objetivo directo de la política exterior de Estados Unidos

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Chile fue el catalizador de una nueva época en la historia de la defensa de los derechos humanos y de la política norteamericana al respeto. Cuando Pinochet entró al poder en Chile, al nivel internacional ya existieron herramientas y normas que no se habían aplicado. Una generación anterior de defensores de derechos humanos había codificado los derechos humanos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (1948), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ECOSOC) (1966) -que entraron en vigencia en 1976- y la convención interamericana de derechos humanos (1969) que estableció la corte regional de derechos humanos. Los juicios de Nuremberg ya establecieron un modelo de atribución de responsabilidad por las atrocidades.

Los esfuerzos de los chilenos en Chile y fuera de Chile provocaron respuestas activistas de cuerpos regionales e internacionales. En 1974, la OEA por primera vez condujo una investigación in situ de violaciones de derechos humanos en Chile, donde centenares de chilenos -la mayor parte mujeres- fueron a las oficinas establecidas en Santiago para denunciar la detención y desaparición de sus familiares y amigos. La OEA, como organización intergubernamental cuyo mandato requiere consultas con los gobiernos miembros, nunca antes había tomado acción sobre las alegaciones de violaciones de un país miembro; inclusive había negado de hacerlo con un informe sobre la tortura en Brasil hace tres meses antes del golpe chileno.

El caso de Chile sentó un precedente en las Naciones Unidas también cuando respondió por primera vez a los abusos de derechos humanos, sin considerarlos necesariamente como una «amenaza internacional a la paz y seguridad.» (Kamminga 1992) Las Naciones Unidas estableció su primer grupo de trabajo (working group) en 1976 sobre Chile y su primer rapporteur especial sobre derechos humanos en 1978 en Chile. La expansión de las actividades de estas organizaciones abrió nuevas oportunidades para acciones de documentación, vigilancia, denuncia, y debate sobre el caso chileno.

Aparte de su impacto en el ámbito internacional, el caso de Chile tenía un impacto en los sistemas nacionales. En los primeros meses después del golpe y en los años subsiguientes, el trabajo en parte era el de crear conciencia y hacer cuestionar lo que pasaba en Chile, la posición de los Estados Unidos frente a los gobiernos de Allende y Pinochet, el carácter de la Doctrina de Seguridad Nacional, y los costos del modelo neo-liberal de los «Chicago Boys.» En eso habría que reconocer el trabajo de NACLA, entre otros. Parte de este trabajo fue establecer normas en la legislación doméstica que coincidiera con las normas establecidas en los instrumentos internacionales, tales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En esta primera etapa cuando había poca conciencia de América Latina en Washington, fue un éxito establecer relaciones de confianza entre las ONGs y el gobierno norteamericano. Fue un logro encontrar gente dispuesta a recibir a los chilenos y a responder a lo que sucedía en Chile, gente como Mark Schneider, Nancy Soderberg, y Sen. Edward Kennedy; Ed Long y Rep. Ted Weiss; entonces Rep. ahora Senador Tom Harkin; Cindy Arnson y Rep. George Miller; Jan Shinpoch y Rep. Stan Lundine; (ahora diputado) James McGovern y Rep. Joe Moakley; Rep. Toby Moffett; Nancy Agris, Vic Johnson, Lilian Pubillones y Cong. Mike Barnes; Rep. Don Fraser y John Salzburg; Bob Dockery y Sen.  Christopher Dodd; Sen. John Kerry; Barry Sklar, y el personal del Senate Foreign Relations Committee; Cong. Bruce Morrison, Cong. Pete Stark, Cong. Tom Lantos, Cong. Rick Boucher, Cong. Bill Alexander, Rep. Doug Bereuter, y otros.

El golpe provocó respuestas institucionales por parte de las iglesias católicas y protestantes, quienes vieron la necesidad de asegurar que las realidades vividas por sus colegas en aquellos países se representaran en las altas esferas de Washington. Chile fue catalizador de la formación de una serie de nuevas organizaciones cívica-religiosas como la Washington Office on Latin America, cuya primera directora -Diane LaVoy-, jugaría un papel en la famosa investigación del Senador Frank Church sobre las acciones de la CIA en Chile, cuyo segundo director, Joe Eldridge, era misionero metodista en Chile cuando vino el golpe; también Heather Foote, que dirigió WOLA en los años ochenta y ahora se encarga de la oficina del AFSC en Washington, había trabajado en Chile como colaboradora con el Comité Pro Paz.

El Council on Hemispheric Affairs, creado en 1975, también fue producto del encuentro con Chile, donde su director, Larry Birns, trabajaba con ECLA de la ONU en los meses antes del golpe. Chile también dio nueva energía y enfoque al tema de los derechos humanos en las actividades de organizaciones como Americans for Democratic Action, the Friends Committee for National Legislation, the Human Rights Working Group of the Coalition for a New Foreign and Military Policy, Clergy and Laity Concerned y Center for International Policy, grupos que habían luchado con cierto éxito en contra de la política norteamericana en Vietnam y que en los años iniciales del golpe buscaron establecer nuevas normas en la política exterior y más vigilancia por parte del Congreso sobre las acciones de la rama ejecutiva. La represión contra ciertos sectores en Chile: tales como los trabajadores, los periodistas, los artistas e intelectuales, los trabajadores de la salud, y los estudiantes o tácticas como el uso de los médicos en la tortura mobilizaron muchos homólogos en el exterior a formar sus propios grupos o campañas de solidaridad o a organizar visitas de investigación a Chile.

Estas organizaciones y otros que aparecieron más tarde, como Americas Watch, sensibilizaron al público del tema de Chile y promovieron una política a favor del respeto de los derechos humanos frente a las instituciones gubernamentales, intergubernamentales y no-gubernamentales. Debe haber muchas otras historias parecidas en otras partes del mundo también.

Con el establecimiento y la consolidación de organizaciones de derechos humanos, hubo también más presión al nivel de la política norteamericana hacia Chile. Los esfuerzos para promover audiencias públicas sobre Chile lograron en los Estados Unidos que cada año a partir de 1973, los comités de relaciones exteriores de la Cámara de Diputados y del Senado recibieron testimonio sobre Chile cuando debatieron el proyecto de ley para la ayuda externa.

En la primera década de Pinochet, bajo Ford y Nixon, los grupos de derechos humanos (que se iban constituyéndose) buscaron crear las herramientas y mecanismos nacionales de presión sobre sus gobiernos y el gobierno de Chile. Entre 1975 y 1977, consiguieron que los Estados Unidos cortara la ayuda militar, limitara la ayuda económica, y se opondría a préstamos en el Banco Inter-Americano de Desarrollo y el Banco Mundial a los gobiernos que violaron sistemáticamente a los derechos humanos de sus ciudadanos. En 1976, como respuesta a las críticas del Congreso sobre la política norteamericana hacia Chile, el Departamento de Estado inició la publicación de un informe anual sobre el estado de los derechos humanos para la cual las embajadas extranjeras comenzaron a tener que prestar atención y tomar contactos con los grupos de derechos humanos.

Durante la administración Carter (1977-81), hubo una alianza entre la rama ejecutiva y la legislativa para crear y fortalecer mecanismos gubernamentales para promover los derechos humanos de manera más sistemática. Fue en estos años cuando se estableció la legislación más exigente para los gobiernos recipientes de la ayuda norteamericana en cuanto a su posición respeto a los derechos humanos referida antes.

Con el liderazgo de Carter y su administración, Chile fue beneficiario de una política de promoción de los derechos humanos en las instituciones nternacionales. Carter nombró a Andrew Young, asistente de Martin Luther King, Jr. y del equipo del Southern Christian Leadership Conference, como Embajador a las Naciones Unidas. Young señaló como asistente al recién fallecido Brady Tyson, también conocido por su participación en la estrategia de la no-violencia activa en defensa de los derechos civiles.

Se había establecido en 1976 una oficina de coordinación de derechos humanos y asuntos humanitarios que sirvió de consejero del secretario de estado. Bajo Carter se ascendió la posición en 1977 al nivel de subsecretario de estado, aumentaron el personal de 2 a 7 personas, y Carter nombró como subsecretario a Patricia Derian, otra activista de los derechos civiles y fundadora de la Mississippi Civil Liberties Union. (Schoultz 1981; p. 126) Sirvió como asistente Mark Schneider, uno de los responsables del trabajo sobre Chile en los primeros años de Pinochet en el Senado, donde trabajaba como asistente de Senador Edward Kennedy.

En la subsiguiente administración de Reagan -la época de la «diplomacia silenciosa»- los Estados Unidos cambió de posición y las leyes que fueron establecidas anteriormente fueron violadas abiertamente. Por consiguiente, en aquella etapa, las ONGs lucharon para vigilar su implementación.

Hubo una lucha para establecer las definiciones de la violación «sistemática» de los derechos humanos, para contestar las afirmaciones que la situación se mejoraba, y para hacer implementar las leyes que se había establecido antes. Cuando la administración de Reagan trató de quitar la prohibición de ayuda militar a Chile, por ejemplo, la oposición en el Congreso norteamericano consiguió suavizar la modificación al introducir algunas condiciones a la ayuda. En otro caso, a pesar de la ley, la dministración comenzó a votar a favor de los préstamos para Chile. La legislación no resultó suficiente para prevenir que la administración simplemente no afirmara que cumplían con las condiciones del Congreso.

Una consecuencia fue que algunos grupos como WOLA ampliaron el enfoque de su trabajo en el Congreso. De los comités que trataron temas de relaciones exteriores (SFRC y HFAC), comenzaron a cultivar relaciones con los congresistas (republicanos y demócratas) en los comités que financiaron las instituciones financieras internacionales. Tal era el caso del representante Bruce Morrison, que participó en una delegación auspiciada por WOLA y una serie de actividades en Chile en 1986.

Las acciones internacionales respondieron también a los eventos en Chile. Cuando en 1982 llegó la recesión económica a Chile, y se iniciaron los días nacionales de protesta, los grupos nacionales ya habían desarrollado los mecanismos para responder, y ya estaban vigentes los mecanismos de denuncia frente a las organizaciones internacionales como la OEA y las Naciones Unidas. A mediados de los años ochenta, hubo cambios profundos en la oposición. Con el Acuerdo Nacional en 1985, dentro de Chile hubo un cambio de un enfoque de derechos humanos a un enfoque electoral.

Los grupos de derechos humanos en el exterior buscaron apoyar y ampliar una abertura política para aumentar las posibilidades de un cambio a un sistema más democrático, llamando la atención a las condiciones bajo las cuales se preparaba la campaña electoral para el plebiscito de 1988. (Hawkins 2002, p. 59) Las fundaciones ampliaron su apoyo y empezaron a financiar organizaciones más abiertamente políticas. Entre 1985 y 1988, se calcula que donaron un promedio anual de hasta 55 millón de dólares. (Angell 1994) Estos fondos ayudaron a reconstruir los partidos políticos, los sindicatos, y los medios de comunicación que los años de dictadura habían prácticamente destruido. (Hawkins 2002, p. 60)

Habría que reconocer un cambio también en la provisión de fondos. En los años ochenta, los gobiernos y partidos políticos extranjeros reemplazaron a las iglesias y grupos de derechos humanos en la provisión de ayuda. Las fundaciones políticas alemanas contribuyeron 26 millones de dólares a Chile entre 1983 y 1988; los Estados Unidos dio $6.8 millones desde 1984-1988; e Italia Holanda, y otros también contribuyeron. (Pinto-Duschinsky 1991, p. 40).

Después de la toma de poder del nuevo presidente Patricio Aylwin y la publicación del informe de la Comisión Rettig, se vio la transformación de la agenda doméstica en Chile sobre los derechos humanos. Primero, gran cantidad del personal de las ONGs de derechos humanos se trasladaron a trabajar con el nuevo gobierno. Segundo, las ONGs se encontraron en el papel incómodo de criticar a un gobierno electo que incluyó a muchos con quienes se había trabajado en la oposición a Pinochet. Cuando la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas concluyó en 1996 que la tortura seguía como práctica en Chile y que el gobierno no había actuado para controlar las actividades de las fuerzas de seguridad, paradójicamente no había mucho espacio para mobilizar a los chilenos o a dar una respuesta internacional. (US Dept of State, Chile Human Rights Practices, 1997)

Tercero, después de recibir apoyo sustancial durante los años de dictadura, con la entrada de un gobierno electo, las ONGs perdieron el financiamiento. El nuevo fondo gubernamental de inversión social absorbió el dinero de la Unión Europea y otros que antes llegaba a las ONGs. Cuarto, la Vicaría de la Solidaridad dejó de operar y los otros grupos de derechos humanos tuvieron que re-evaluar sus estrategias dado la falta de personal y dinero. También grupos como la Fundación Inter-Americana dejó de actuar en Chile en 1996.

Esos cambios tenían su impacto también en el exterior. En los años noventa, predominaron los temas de la justicia transicional y la naturaleza «tutelada» de la democracia. La experiencia con la Comisión Rettig por ser pionero anticipó la popularidad de tales proyectos y el trabajo de la Comisión no generó mucha atención en Washington, en parte porque todos lo reconocieron como una negociación política que privilegió la reconciliación sobre la justicia. Irónicamente, creo que también hubo mucha reticencia por parte de los extranjeros que habían trabajado del mismo lado a favor de los derechos humanos de repente juzgar el proceso inadecuado. Sin una visión clara de la nueva relación en la democracia, faltaba la acción decisiva.

En los años noventa y a principios de los años de 2000, había contactos e informes sobre la situación en Chile, pero no se podía sostener la atención de los políticos extranjeros, el público, la prensa, las fundaciones, y la misma comunidad de derechos humanos, que ya se vio preocupada por otras situaciones de crisis en otras partes del mundo con Centroamérica en particular, y después con Haití, Perú, las repúblicas anteriores de Yugoslavia. «Human rights NGOS tend by their nature to be short- staffed and overworked and each new crisis displaces the last before one is able to work through the resolution of the earlier one,» me comentó un observador.

Cambios de personal en algunas organizaciones en Chile y en el exterior debilitaron las relaciones institucionales entre grupos. Muchos chilenos que vivían en el exilio volvieron a Chile a negociar nuevas vidas allá. Después de largos años de la dictadura, muchos se sentían libres de buscar nuevos caminos profesionales y personales, entregando lo aprendido por su relación a la lucha en otros ámbitos.

Cuando en 1992, la Vicaría tomó la decisión de cerrar sus puertas, una voz importante en el exterior se perdió. No sé hasta que punto el financiamiento extranjero se había agotado o si la disolución de la Vicaría anticipó las decisiones de las organizaciones filantrópicas al señalar que la reconciliación seguía en buen camino y las estructuras democráticas re-establecidas marchaban bien (si con algunas restricciones).

WOLA, que había sido muy activa en cuestiones de Chile en las décadas setenta y ochenta, dejó de iniciar muchas actividades sobre Chile al salir Pinochet de la presidencia. Se sentía que había un proceso doméstico legal y político de que los chilenos podían aprovechar, que no era asunto que requería la intervención de terceros. Como un miembro de un ONG me contó, «No había un mandato claro para la comunidad internacional. Nadie venía para pedir ayuda o apoyo internacional, como sería el caso de los centroamericanos con los procesos de paz en El Salvador y Guatemala.»

¿Cómo se mantuvo viva la búsqueda para la paz y la justicia en los primeros años de los años noventa?

 Los ritos y la cultura han mantenido viva la memoria de los sufrimientos colectivos y personales tanto como el deseo de hacer justicia. Las ceremonias cada septiembre en el círculo de Sheridan — lugar donde fueron asesinados Letelier y Moffitt — tanto como el entregamiento anual de los premios de derechos humanos «Letelier-Moffitt» han servido como ritos importantes que convocan a la gente para renovar el compromiso para con la memoria de las víctimas de la dictadura. Han contribuido a la creación de una comunidad y han ofrecido un contacto continuo que ha fortalecido los lazos de amistad y comunicación entre chilenos y «chilenistas.»

En Washington, el círculo de Sheridan, tal círculo de amistad, es uno de los lugares que provoca lo que Alex Wilde ha llamado «irrupciones de la memoria.» Los ritos del círculo  la música, la oración, las flores, las lágrimas, las sonrisas, las palabras y el silencio– son la base de «nuestra América»–una América de compasión, de recuerdos intencionales, de espiritualidad profunda, de indignación ante las violaciones cometidas, y de dignidad compartida.

Una América que denuncia la injusticia y anuncia el poder del amor, de esperanza, y de la justicia.

El arte ha servido y sigue sirviendo como una «luz entre tinieblas» nombre de una exposición artística organizada por Robb Hite — que viaja por los Estados Unidos desde hace tiempo LOGO ASAMBLEA ANDDHHy que relata en imágenes y textos la lucha, la esperanza, la visión de un futuro mejor, el triunfo de la vida sobre la muerte. Tales proyectos colaborativos crean comunidades que en la producción tanto como en la presentación fortalecen alianzas de luz y energía y visión.

Surgió de la pesadilla de la dictadura las arpilleras, dolor hecho arte, que lograron transformar las víctimas en protagonistas, los familiares en comunidad, y que dieron forma a los cuyos cuerpos desaparecidos y robados. A través de las décadas, esta arte popular, tejido por las lágrimas y el coraje de las mujeres, mantenía viva las quejas y expectativas colectivas de justicia, y se comunicaron su angustia en un lenguaje simbólico y directo a la comunidad internacional.

Los familiares de los detenidos-desaparecidos o las otras víctimas de la represión y sus abogados — por su voluntad y por su coraje–han jugado y siguen jugando un papel importante en las cortes tanto como frente a la opinión publica internacional. La documentación extensiva recopilada en los años setenta y ochenta por los grupos de derechos humanos en Chile como la Vicaría, la CCDH, FASIC, Serpaj, la Agrupación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos, y FEDEFAM es lo que hace posible acusar a Pinochet hoy. Las dificultades que encontraron estos grupos de hacer responsables a los culpables en Chile, los llevó a buscar alianzas en el exterior, donde se pudo hacer quejas y acusaciones formales y documentadas.

Los cambios en el medio ambiente internacional a partir de los primeros años de los noventa siguen ofreciendo nuevos modelos, nuevas posibilidades y nuevas esperanzas. Ahora hay instituciones como la Corte Criminal Internacional tanto como nuevas convenciones contra la tortura. En muchos países del mundo se ha establecido comisiones nacionales para esclarecer los hechos ocurridos y establecer responsabilidad para los abusos. Se ha visto el establecimiento de mecanismos de justicia con los tribunales creados en las ex repúblicas de Yugoslavia , Rwanda, Kosovo, East Timor, y Sierra Leone; y por todas partes del mundo se va buscando la reconciliación interior, en la comunidad, y al nivel nacional e internacional. Hoy existe una cultura internacional más propicia a los derechos humanos, en gran parte fortalecida por la experiencia chilena.

FUENTES CITADAS

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Garganta de piedra: el canto artificial de Alberto Kurapel y la recepción de chilenos exiliados en Montreal durante los setenta

Garganta de piedra: el canto artificial de Alberto
Kurapel y la recepción de chilenos exiliados en
Montreal durante los setenta
Laura Jordán González
Université Laval
laurafrancisca@gmail.com
Resumen
La obra musical de Alberto Kurapel sigue siendo un terreno francamente postergado por los investigadores, ya sea por el estatus incipiente en que se encuentra el conocimiento general sobre la música chilena en exilio durante la reciente dictadura, ya por la adscripción más apropiada de este artista al campo de la actuación y la dramaturgia. Lo cierto es que, además de aportar de manera significativa al teatro, se desenvolvió activamente como cantautor en Montreal, el paradero de su destierro, convirtiéndose probablemente en uno de los más
prolíficos solistas exiliados en el ámbito discográfico.

 

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De sus siete álbumes del período,se toman como objeto de escrutinio los tres primeros: Chili: Amanecerá la siembra (1975), Chili: Guitarra adentro (1977) y A tajo abierto (1978).

En particular, se busca examinar la triple relación dada entre ciertas nociones de vocalidad desplegadas en algunas canciones,el desencuentro con un público de chilenos exiliados y la concepción de artificialidad en la performance de exilio. Para ello, se recurre a ensayos del propio Kurapel, así como a los conceptos de marcos de análisis y personae de la teoría de performance musical de Philip Auslander. Asimismo, el artículo basa una buena parte de sus estipulaciones en fuentes orales.
Palabras clave: Alberto Kurapel, exilio, Montreal, voz, público, música chilena.
Abstract
Alberto Kurapel’s musical work still is a field largely overlooked by researchers, due both to
the incipient state of scholarship on Chilean music in exile during the last dictatorship, as
well as the more accurate categorization of this artist in the realm of acting and dramaturgy.
The fact is that, aside from his significant contributions to drama, he worked actively as a
singer-songwriter in Montreal, where he lived as an exile; becoming probably one of the most
prolific exilic singers, as far as discography is concerned. Among his seven albums released
during that period, this paper scrutinizes the first three: Chili: Amanecerá la siembra (1975),
Chili: Guitarra adentro (1977) y A tajo abierto (1978). In particular, it seeks to examine the
tripartite relationship between certain notions of vocality employed in some of his songs, the
differences he had with Chilean exiles audiences, and the conception of artificiality in his “de
exilio” performance. To this end, the paper draws on a number of Kurapel’s essays, and the
concepts of frame analysis and personae from the performance theory of Philip Auslander, in
addition to several interviews with Chilean exiles.
Keywords: Alberto Kurapel, exile, Montreal, voice, audience, Chilean music.
Resonancias vol. 18, n°34, enero-junio 2014, pp. 15-35
Fecha de recepción: 17-01-2014 / Fecha de aceptación: 13-05-2014
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Exilio chileno y música en Montreal1
Aunque el inicio de la emigración de chilenos hacia la provincia canadiense de Quebec antecede el golpe de Estado de 1973, este hito implicó un incremento rotundo de nuevos migrantes,impulsados desde entonces por el miedo, la represión y, algunos, por la directa persecución política. Movilizados por cualquiera de los casos, todos son considerados aquí bajo el rótulo común de “exiliados”, entendiendo junto a Carmen Norambuena la “obligatoriedad” de sus partidas, “pues las personas [fueron] compelidas de manera inminente a abandonar su país de origen por tiempo indefinido” (2004, 166). Según ha señalado el historiador José del Pozo (2009) el número de chilenos llegados a Quebec durante la dictadura asciende a alrededor de seis mil quinientos, instalándose la mayoría en Montreal, metrópolis de la provincia. Allí se avanzaba por entonces hacia la adquisición de logros sustanciales para la soberanía material
y cultural de la población quebequense; esto, bajo el liderazgo del Parti Québécois tras una histórica victoria electoral en 1976. En este contexto, ciertos sectores izquierdistas de la sociedad de acogida mostraron una general simpatía hacia las luchas de resistencia llevadas a cabo tanto en Chile como en sus países vecinos, todo esto en el marco de un compromiso por lo que a la sazón se entendía como la “liberación de los pueblos”, y cuya materialización se daría bajo la forma de un activo movimiento de solidaridad internacional. Así, un grupode organizaciones quebequenses fundó a tan sólo días del golpe, el 19 de septiembre de 1973, el Comité Québec-Chili, constituido por tres grandes uniones sindicales (Confédération des syndicats nationaux –CSN, Fédération des travailleurs et travailleuses du Québec– FTQ, y
Centrale des enseignants du Québec-CEQ), más otros quince sindicatos, grupos de base y el Secrétariat Québec-Amérique latine (Hervás 1997, 90).
Si bien los inmigrantes chilenos no formaron en Montreal, a diferencia de otras comunidades, verdaderos guetos, sí mostraron una predisposición a agruparse en el seno de organismos propios, especialmente al alero de algunos abocados a la solidaridad. Entre las organizaciones de carácter político-militante, destaca la Asociación de Chilenos de Montreal, que reunía ya en 1973 a los partisanos de la derrocada Unidad Popular. No solamente fue la primera, sino que durante toda la década de los setenta fue la organización más importante en número e influencia. De similar carácter fue el Bureau de prisonniers politiques (Oficina de Prisioneros Políticos) ligado, a su vez, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) (Hervas 2001,
75-118). Por otra parte, una variedad de organismos culturales emergió, entre los que se
cuentan a modo de ejemplo el grupo de teatro La Barraca y los clubes deportivos Colo-Colo (1974), Chile (1976), Barrabases (1977) y Copihues (1979).
El trabajo solidario se desplegó grosso modo a través de dos ejes: la denuncia y el
financiamiento. Ambos se entendían como aspectos fundamentales de la lucha contra la
dictadura, especialmente en lo que concierne a la participación desde el exterior de Chile.
A ellos se sumaba, en opinión de Roberto Hervas, el fin de desarrollar la cultura nacional y continental, mediante acciones ideadas desde la comunidad chilena con las que se pretendía
1. Este artículo está construido, por una parte, a partir del primer capítulo de mi tesis de maestría en Musicología (Jordán
2010). Las fuentes principales de dicha investigación son orales, y su tratamiento se enmarcó en una convención de anonimato con los participantes. Por ello, cuando ocasionalmente se ofrecen citas textuales, se señala la identidad de
la fuente mediante la asignación de un número entre corchetes. Por otra parte, este artículo desarrolla aspectos de la ponencia “Exilio Contra Exilio: la música de Alberto Kurapel y la recepción de los chilenos en Montreal” presentada en el
Congreso 2013 de la Asociación Canadiense de Estudios de América Latina y el Caribe (ACELAC), realizado en Ottawa.
La entrevista que sustenta esta última indagación no está, por su lado, sujeta a anonimato. Quisiera agradecer a Araucaria Rojas Sotoconil, Rafael Azócar y Julio Mendívil por haber leído y comentado versiones preliminares de este texto.
Jordán. ”Garganta de Piedra:el canto artificial de…”. Resonancias 18 (34): 15-35
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ARTÍCULOS
“reforzar actividades culturales como la Nueva Canción Chilena y latinoamericana, el Nuevo Teatro y el Nuevo Cine”2
(1997, 90). Aunque, según las indagaciones que sustentan este
artículo, tal reforzamiento de “actividades culturales” tendría que observarse atendiendo a su subyugación a programas netamente políticos, lo cierto es que una particular mixtura de tradiciones nacionales y cultura de izquierda emergió en el contexto quebequense, esa misma
combinación que Litzy Baeza Kallens ha distinguido, fijándose en los chilenos allegados a la provincia canadiense de Alberta, como una cultura propia de exilio (2004).
Aun cuando pocos hayan contado a su haber con una experiencia directa en la organización de peñas en Chile –éstas habían sido introducidas en los años sesenta por los hermanos Parra para ser retomadas y vigorizadas durante la dictadura (Bravo y González 2009)–, su formato se expandió notablemente en el exilio y, así como se ha indicado sobre las comunidades chilenas en Oslo (Knudsen 2006, 70-91) y en Estocolmo 3
(Van der Lee 1997, 28-33), a lo ancho del territorio canadiense las peñas tomaron prontamente cuerpo. Según relata Martha Nandorfy, por ejemplo, en una mítica peña de Ottawa solía oírse una combinación de “música revolucionaria” y música tradicional, andina y cueca. Allí, además de compartirse las típicas
empanadas y vino navegado, el ambiente propiciaba el relato de horrendas experiencias
de represión en boca de sobrevivientes, dando lugar al mismo tiempo a la expresión de la nostalgia y la esperanza por un futuro de liberación, democracia y justicia (2003, 174).
Montreal no sería la excepción y la peña adquirió rápidamente el rol de conglomerar a la
comunidad. Si bien ninguna se instituyó como “peña establecida” ni con “recinto propio” (ver la tipología de Bravo y González 2009, 69-78), se ha denotado la periodicidad y alta frecuencia de eventos-peña. Su desarrollo no fue orgánico, tratándose más que nada de iniciativas que duraban uno o dos años, al cabo de los cuales se daba lugar al nacimiento de otras nuevas.
Cuando no se trataba de una peña, se organizaban actos políticos, conciertos o partidos de fútbol, perviviendo hasta hoy la idea de que cada semana se efectuaba al menos una actividad chilena durante el período del boom, que se prolonga desde 1974 hasta algún punto entre 1981 y 19834
. En este panorama, los músicos, generalmente aficionados, se involucraron
consistentemente, asistiendo en calidad de voluntarios a menudo a más de una actividad por velada, si era necesario. Los asistentes, por su parte, eran tanto miembros de la comunidad chilena como quebequenses, contándose asimismo con la concurrencia de otros inmigrantes latinoamericanos, especialmente salvadoreños, nicaragüenses y uruguayos. A pesar de que no fueran todos militantes, normalmente se trataba de un público enterado de los acontecimientos políticos en Chile y que manifestaba su solidaridad con la resistencia a la dictadura.
2. Mi traducción del fragmento siguiente: “…voulaient renforcer les activités culturelles telles que la nouvelle chanson
chilienne et latino-américaine, le nouveau théâtre et le nouveau cinéma”. Es preciso notar que, aun cuando el desarrollo de tales actividades culturales hubiera estado entre los objetivos de las organizaciones, su materialización al seno de la comunidad sigue siendo un terreno que merece ser investigado en detalle.
3. Aunque Pedro Van der Lee no utilice la palabra peña, me parece que hace clara alusión a su formato cuando señala: “From 1974 onward, there was no solidarity gathering without empanadas ( small meat pies ) and ‘Chilean’ ( i.e., mostly
Andean) music; any Latin refugee with enough musical skill top lay three chords was a potential ersatz Victor Jara”
(1997, 29).
4. Además de las fuentes orales que señalan tal periodización, una nota en una revista local comunitaria da cuenta de una notoria reactivación posterior: “El año 1984 tiende a ser decisivo en la convivencia de la ‘colonia chilena’ de Montreal.
Después de un largo periodo de incomprensiones parece que estamos de vuelta a un re-encuentro. Los artistas del canto se están agrupando; los deportistas han dado sucesivas demostraciones de un macizo trabajo solidario en común; existe
una junta coordinadora de los partidos políticos, todos ingredientes útiles para un accionar unitario. La mayoría está esperando que eso suceda”. Comentarios 1984, 3.
18
Nacidas en un contexto de efervescencia comunitaria, las peñas en Montreal se caracterizaron por ser altamente participativas, ya que además de la necesidad de implicarse en la lucha sostenida en Chile, familias completas encontraron en ellas una instancia de preservación de la lengua castellana y de algunas tradiciones de “cultura nacional”. Ya a un nivel individual, para muchos, la sola oportunidad de encontrarse volvía su condición de exilio menos árida, como relata este extracto:
El último día de mi estadía en Montreal coincide con una especie de peña
organizada por el GAM [Grupo de Apoyo al MIR] de Montreal. El ambiente
es relajado, se bebe y se canta junto a un grupo de latinoamericanos; Begoña,
una española exiliada me invita a tocar guitarra. Solo algunos de los presentes
perciben el volcán de sentimientos que me acompañan. Canto recordando
canciones de la Resistencia Española, cuecas choras aprendidas en los días de
cárcel, canciones contra la dictadura que se han perdido en el tiempo (Rodríguez
2008, 35-36).
Los espacios se reducían a locales de centros comunitarios y sótanos de iglesias. De pobre decoración, la iluminación era precaria, lo mismo que el sistema de sonido. El dinero recolectado por concepto de entradas y ventas de comestibles y bebestibles se reservaba para cubrir los costos del evento y para enviarse a Chile, siendo los principales destinatarios algunos organismos de apoyo a presos políticos, organizaciones de base y, especialmente, la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos 5
. Adicionalmente, se integró a las campañas de financiamiento la producción de un somero número de discos, como por ejemplo la compilación de piezas de la Nueva Canción Chilena titulada Chansons et musiques de la
résistance chilienne 6 y la edición del disco Miguel Enríquez-Étendard de la lutte des opprimés del ensamble Karaxu, lanzado en 1974 en Francia, esta vez bajo el rótulo Chants de la résistance chilienne 7 , ambas producciones realizadas por parte del Comité Québec-Chili, destinándose los fondos a apoyar la resistencia de miristas dentro del país. Vale la pena mencionar asimismo la reedición del álbum Todo por Chile del cubano Carlos Puebla, llevada a cabo en 1977 por la Asociación de Chilenos de Montreal, con explícita autorización del sello cubano EGREM, firmada por Medardo Montero Torres e incluida en forma de carta junto a cada ejemplar del disco.
Diversos ensambles musicales se crearon –Pehuenches, Ull-Caita, Lemunantú, Alborada, Huincaonal, Ñancahuazú, Palomares, Arcilla, Umbral, Hualpén, Huincahonal, etc.– y numerosos cantores empezaron a presentarse como solistas –Alfredo Labbé, Catoño, Carlos Valladares, etc.– pues no fueron pocos los que “se volvieron músicos con el exilio”8(Hervás 1997, 91). El repertorio ejecutado correspondía a las llamadas músicas folclóricas, así como a
algunos géneros de música popular.

5. Más avanzado el exilio, en la década del ochenta, se registran también actividades que tenían por beneficiarios a músicos residentes en Chile, como es el caso del espectáculo “Folklore de chez nous”, realizado en 1982 por los conjuntos
locales Alborada, Huincahonal, Lemunantú y Palomares, y que sirvió para apoyar a los folcloristas Margot Loyola,
Osvaldo Jaque y Gabriela Pizarro [15].
6. Solamente en Montreal se venderían más de tres mil copias (Hervas 1997, 41).
7. Además de difundirse en el Quebec, se tiene noticia también de su propagación en otros sitios de Canadá (Rodríguez 2008, 17).
8. Mi traducción del fragmento siguiente: “On trouve en Montréal plusieurs musiciens chiliens, chanteurs et guitaristes, qui se sont fait connaître durant leur exil. Ils sont devenus musiciens avec l’exil, et ont aussi mieux diffusé auprès des
Québécois le message de la résistance populaire chilienne sur des airs de Violeta Parra et de Víctor Jara”.

En un principio, se trataba sobre todo de música andina y Nueva Canción Chilena, y más tarde, ya entrando a la siguiente década, se introdujo un modelo cercano a la proyección folclórica de Cuncumén, replicándose también el estilo de la Nueva Trova Cubana. Durante las épocas festivas se incluían bailes, abarcando desde la cumbia y la cueca hasta el twist y el rock and roll. Además de difundir un repertorio considerado común, ciertos músicos se dedicaron a enseñar a sus pares exiliados algunas de las tradiciones musicales y dancísticas consideradas “más representativas” de la nación.
Entre los chilenos llegados a Montreal, un exiguo número se dedicaba profesionalmente a la música antes de su exilio. Como se sabe, la mayoría de los integrantes de la Nueva Canción Chilena se fue desterrando en Europa (Bessière 1980), desde donde se establecieron, por cierto, fluidas relaciones con un circuito transnacional de chilenos. De ello dan testimonio los concurridos conciertos de artistas exiliados que pasaban de gira por Montreal 9 , tales como Ángel Parra, Isabel Parra, Patricio Manns, Illapu y, en numerosas ocasiones, Inti-Illimani 10 y Quilapayún 11. Por el contrario, fueron escasas las figuras reconocidas en el campo musical las que llegaron a instalarse. Entre las excepciones se cuentan Eduardo Guzmán, uno de los miembros del célebre dúo Quelentaro12; Carlos Valladares, ex-integrante del dúo Los
Emigrantes que tocaba junto a Rolando Alarcón; y el actor Alberto Kurapel, cuya actividad como cantautor se consolidaría en el Quebec13. Más allá de esta constatación, no obstante, la casi completa ausencia de estrellas de la música no debiera sopesarse como un defecto, sino más bien como una condición que permitió el desarrollo de una particular escena musical fundamentalmente constituida por músicos aficionados, algunos de los cuales se irían profesionalizando con el tiempo. Uno de los grupos que mayor impacto tuvo fue el ensamble Lemunantú, particularmente por su larga duración (desde 1979 hasta la fecha) y por haber realizado varios proyectos de colaboración con organismos radicados en Chile, como es el caso de Chile, ríe y canta luego del regreso de René Largo Farías (Jordán 2013b). Siendo uno
de los pocos grupos que dejó registros discográficos –otra excepción es la de Ñancahuazú– sus grabaciones se produjeron en la década del ochenta. Mientras la mayoría de estos conjuntos mostró una tendencia a interpretar canciones ya conocidas en lugar de experimentar, algunos
9. Algo similar ocurre con otros tantos provenientes de Chile, adscritos muchos de ellos al Canto Nuevo, como son
Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, Eduardo Peralta, Isabel Aldunate, Jorge Yáñez, Ortiga, Richard Rojas,
Mariela González, René Largo Farías, Tito Fernández, y la folclorista Gabriela Pizarro; así como músicos latinoamericanos comprometidos con el movimiento de solidaridad, como Daniel Viglietti, Silvio Rodríguez, Grupo Moncada, Mercedes
Sosa y Nacha Guevara. Más sobre esto en Jordán 2010.
10. Inti-Illimani realizó grandes conciertos en la sala Claude-Champagne de la Université de Montréal en 1984, 1986
y 1987. A cada visita del grupo, la sala se llenó las dos veladas de espectáculo. Un participante cuenta que, gracias a
la experiencia del exilio en Italia, el grupo añadía a su repertorio piezas tradicionales italianas, un gesto que podía ser bien entendido por un auditor que había vivido fuera de su país de nacimiento como exiliado. En una ocasión, IntiIllimani
tocó en el Théâtre Outremont, hacia 1976. El cineasta chileno Patricio Henríquez filmó ese concierto y creó el documental Inti-Illimani, hacia la libertad (1979), presentado posteriormente en el Festival de La Habana.
11. El grupo Quilapayún, por su parte, visitó tres veces Montreal durante la dictadura militar, ofreciendo un total de cuatro conciertos, tenidos respectivamente en las salas Théâtre Saint Denis (1979), Place-des-Arts (1981), Tritorium
(1981) y Claude-Champagne (1986). El primer recital contó con la participación solidaria de músicos quebequenses bien reconocidos, como Gilles Vigneault, Claude Gauthier, Paul Piché y Claude Léveillée, incluyendo a menudo canciones en
francés. Por ejemplo, realizaron en Montreal una versión francesa de la Cantata Popular Santa María de Iquique, con la
artista local Pauline Julien en el relato. Este concierto celebrado en el Tritorium fue filmado por Radio-Québec en una producción dirigida por el chileno Patricio Henríquez.
12. Se cuenta como una visita muy especial la de Gastón Guzmán con quien se recompuso brevemente el dúo Quelentaro.
13. Otra figura de cierta notoriedad en el campo cultural, el cineasta Patricio Henríquez, participó en los inicios del exilio del primer grupo musical chileno del que se tiene recuerdo en Montreal, el ensamble Pehuenches.
ARTÍCULOS
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pocos, a contrapelo, intentaron alejarse del canon de la música popular chilena cristalizado
principalmente en ciertas canciones de la Nueva Canción Chilena, aunque sin hallar demasiado
éxito en un público de coterráneos por entonces ávido de audiciones “emblemáticas”. De esto,
el caso de Alberto Kurapel resulta paradigmático.
Alberto Kurapel y la voz cantada en los setenta
Dejé mi apellido castellano/en los ya meditativos/espinos blancos/de Temuco/
cuando Carola/una india/que me amó un año/por lo menos
encargada de ir a buscar agua/montando en pelo/una escuálida yegua cariblanca
me escuchó cantar/solitario entre cerros de demonios/cenicientos de aluviones
poesías extenuadas
me bautizó entre sus piernas/Kurapel es tu nombre Garganta de Piedra/te lo entrego
los cielos se evaporaron
lo usarás cuando llegues/al borde de tu maldita angustia
mojaba mis labios con el inacabable confín/de su cobrizo cuerpo
éste es tu nombre
así errarás con lo único/que no te será ajeno14.
Nacido Alberto Sendra, la conversión en Alberto Kurapel –“garganta de piedra”– no ha sido
su único renacimiento, pues su trayectoria artística, si de algo se ha tratado, es del particular
renacer en el exilio. Antes de llegar a Montreal en 1974 como consecuencia del golpe de Estado
en Chile, este actor de profesión había desarrollado en su país natal una fecunda actividad
creativa, cuya parte musical ha sido hasta ahora menos discutida que la teatral, por razones
obvias15. Lo cierto es que su interés por la música se remonta a la temprana infancia cuando
exploró el acordeón, escuchó a cantoras campesinas y acuñó el toque de la guitarra. Más tarde,
su canto se haría presente en las populares peñas de Los Parra y del Parque O’Higgins, entre
otras, donde compartió escenario con entrañables figuras de la música popular chilena, como
son Roberto Parra y Quelentaro. Parte de su instrucción en el repertorio y las formas llamadas
folclóricas se basó, por lo demás, en un fluido intercambio con Margot Loyola, sobre quien
escribiría veinte años más tarde un ensayo analítico que demarca, en cierta medida, una de las
vetas más significativas de su influencia: la adaptación del folclor al lenguaje del espectáculo
(Kurapel 1998). Aun en el ámbito musical, ofició como recitador, bajo su nombre de nacimiento,
en el Canto al programa, obra compuesta en coautoría por Luis Advis y Sergio Ortega, sobre
textos de Julio Rojas16, y grabada para DICAP por Inti-Illimani en 1970. Desde su éxodo, antes
de retomar el teatro, participó como cantor en varias de las primeras actividades de solidaridad
con Chile organizadas por los primeros exiliados. Luego interpretaría sus propias canciones
en recitales personales dirigidos preferentemente a un público quebequense, aunque efectuó
giras también en distintas provincias de Canadá (Kurapel 2011; Del Pozo 2005, 249). Durante
el período de la dictadura, produjo siete elepés propios: Chili: Amanecerá la siembra! (1975),
14. Extracto del poema “Bautizo” (Kurapel 2006, 17).
15. Sobre el teatro, ver a modo de sinopsis el primer capítulo de Faúndez 2008 y, para una comprensión más
pormenorizada de su aporte al lenguaje teatral, los capítulos de Alfonso de Toro 2004 y Fernando de Toro 2004. En
cuanto a su música, entre las escasas referencias se encuentra, por una parte, el texto de Ignacio Ramos que trata, a
modo de misiva (en segunda persona), la relación de Kurapel con el folclor (2014), y por otra, la ponencia presentada en
ocasión del II Congreso de la Asociación de Estudios de Música Popular Chilena (ASEMPCH), concentrada en el tema
de la hibridez (Masud 2014).
16. A excepción de la canción “Venceremos”, cuyo autor es Claudio Iturra.
Jordán. ”Garganta de Piedra:el canto artificial de…”. Resonancias 18 (34): 15-35
21
Chili: Guitarra adentro (1977), A tajo abierto (1978), Las venas del distanciado (1979), Contra
exilio (1982), Guerrilla (1986), Confidencial urgent (1989), a lo que se suma su contribución al
disco Testimonios de la Tortura en Chile, producido por Americanto.
Decía que su particular renacer se dio en exilio, pues fue en dicho contexto en el que forjó el
núcleo de su producción, un contexto que, como bien lo han comentado varios estudiosos de
su obra dramática, no se limitó a funcionar como mero marco para la realización artística, sino
que pasó a ser el corazón mismo de su exploración creativa. Luego de un primer período de
actividad cultural en Montreal, Kurapel viajó transitoriamente a Francia donde compartió en
su mayoría con comunidades de inmigrantes. Allí atestiguó cómo las piezas teatrales que de
dichas comunidades emergían en forma de retratos costumbristas terminaban por provocar
una apreciación de “hecho exótico”, acrecentando al mismo tiempo “una distancia que ya
existía por un conjunto de estereotipos que jugaban en ambas partes: actores y público” (2011,
34). Tomando una posición crítica tras tal observación, se abocó a crear un arte “de exilio” en
lugar de “en exilio”, tarea que lo ocupó durante toda la década de los ochenta.
En lo musical, esto se reflejó inicialmente en la preparación de recitales forjados según
una curva dramática. Allí, los diversos signos escénicos se usaban en aras de “mostrar [su]
condición de exiliado” (2011, 25). Como sus canciones, al menos las primeras, estaban escritas
en castellano, pronto incorporó iluminación y diapositivas con traducciones al francés o al
inglés de las palabras, proyectadas a la par de alguna que otra imagen que sirviera no a ilustrar
el mismo contenido semántico del texto cantado, sino que a evocar une estado de espíritu o
sensación, a través de colores o figuras sugerentes. El objetivo central era llegar a comunicar
la realidad de la dictadura chilena a una audiencia a la que ésta le era ajena, de lo que pronto se
desprendió la necesidad de desarrollar un lenguaje “que alcanzara un significado más allá de
la música o de las palabras” (Kurapel 2011, 24).
La recepción de los chilenos: marcos de análisis
Aunque la incipiente comunidad chilena haya sido su primer espacio de difusión, no fueron
sus compatriotas los que se convirtieron, en su mayor parte, en el público que Alberto
Kurapel cultivó en Quebec. Luego de colaborar para eventos llevados a cabo en los albores
del exilio, el desencuentro con organizadores implicó una relación cada vez más distanciada
con la comunidad chilena. De hecho, una antipatía manifiesta y mutua ha significado que
la trayectoria de este artista deba ser necesariamente comprendida a partir de coordenadas
particulares, relativas al circuito artístico local (conocida por ejemplo es su cercanía con
Patrick Straram le Bison Ravi) y a sus preocupaciones “de exilio”, más que en relación con la
historia de los chilenos. Sin embargo, la escisión entre Kurapel y el inicial-potencial auditorio
chileno merece ser examinada tomando en cuenta las divisiones políticas de los militantes,
las distintas prioridades atribuidas a la música en relación con objetivos políticos, pero sobre
todo la manera de entender la materialización del compromiso en la cultura. Es el tema que
me dispongo a tratar.
Una explicación simple detrás del “boicot”17 que Kurapel sufrió de parte de la comunidad
chilena podría fundarse en diferencias políticas y, particularmente, en el poder que ciertas
17. Además de desdeñar sus presentaciones en vivo, se ha dado cuenta del estropeo de sus vinilos que hacían desconocidos
en las disquerías.
ARTÍCULOS
22
instituciones de militantes detentaron en el exilio, en especial aquellas acogidas al alero del
Partido Comunista, reconocido bastión cultural de la izquierda chilena, y, en menor medida,
del Partido Socialista y otras organizaciones18. Pero a decir verdad, las dificultades para
lidiar entre los objetivos partidistas y los culturales exceden el caso particular de Kurapel
y fueron más bien recurrentes para muchos músicos que participaban de las acciones
solidarias. La hostilidad originada en rencillas políticas redundaba, durante los años setenta,
en un hostigamiento de parte de los organizadores de los eventos hacia los músicos que se
presentaban indistintamente en actividades promovidas por una u otra asociación, actitud
que se agravaba para los músicos militantes, pues sus respectivos partidos les disuadían de
colaborar con los otros organismos19.
En este ámbito, Kurapel ha señalado que sus primeros intentos por fundar un grupo que
abarcara canto, poesía y gesto se vieron frustrados por la “intromisión de diversos grupúsculos
políticos, con sus opiniones dogmáticas e ignorantes sobre lo que debía ser el arte, [que]
terminaron por desintegrar el intento” (2011, 24-25). Sin embargo, él mismo ha sostenido
que ya había llegado “marcado” por divergencias que remontan a su fallida participación en el
Canto al programa, ya que luego de la grabación del disco había sido súbitamente reemplazado
para el estreno por Héctor Duvauchelle ante su negativa de convertirse en militante del PC. De
allí que el desconocimiento de su obra musical en otros territorios del exilio pueda entenderse
parcialmente por un desinterés de instituciones como DICAP –por nombrar una con la que
tuvo algún tipo de acercamiento en Francia– de promover a un artista cuya no-militancia
generaba escozor. Sin embargo, un argumento de este tipo pasaría por alto lo que, a mi juicio,
sobresale como la dimensión de mayor interés del caso: la singular relación que se estableció
entre los auditores chilenos y el cantautor Alberto Kurapel, encarnada por el mismo autor que
sería posteriormente consagrado por la crítica por sus aventurados aportes a la expresión de
exilio.
En vista de entender las diferentes capas en las que la antipatía (o el rechazo rotundo) opera,
recurro a la teoría de performance musical de Philip Auslander, quien a su vez ha remitido
a Erving Goffman (ver 1974) para adoptar la noción de “marcos de análisis”20, entendidos
como los principios que gobiernan los eventos. Así, Auslander entiende que para examinar
la performance musical se requiere reconocer que percibir un evento sonoro como música es
entenderlo como la producción de un agente que opera según la comprensión que un grupo
dado de personas tiene sobre lo que es la música. Luego, diferentes niveles de marcos son
18. Jan Fairley ha señalado que la nueva canción chilena, desprovista de una organización formal propia, estuvo dominada
(aunque no controlada) por el Partido Comunista (PC), siendo muchos de sus músicos miembros de comités culturales
de dicho partido. Luego, respecto al exilio europeo, Fairley ha expresado que el éxito de ensambles como Quilapayún en
Francia e Inti-Illimani en Italia, fue facilitado por fuertes partidos comunistas y socialistas, así como por el movimiento
de trabajadores en general (1984, 113-114). Al respecto, vale la pena indicar que, luego de la deserción de Quilapayún
del Partido Comunista, se ha hablado de un boicot convocado por ciertos militantes en ocasión del concierto en Montreal
en 1986, aunque se ha dicho asimismo que pocos lo habrían obedecido [03].
19. A modo de ejemplo, dos testimonios de cantores describen el tipo de trato de parte de los organizadores de peñas
en Montreal: “Entonces por ejemplo nosotros íbamos a cantar a un acto del PS [Partido Socialista] y cuando volvíamos y
había un acto del PC nos decían ‘¿y ustedes de dónde vienen, de dónde los socialistas?’ o viceversa. Por ejemplo si íbamos
a cantar por un acto del MIR, el PC ‘Oh, vienen de los miristas’ [con voz de remedo o burla]. Entonces se transformó en
una cosa totalmente ridícula…” [19]; “…suponte tú que el PS hacía una peña, ya nosotros íbamos a cantar. Entonces los
que estaban eran simpatizantes o militaban en el PC, entonces ellos no podían ir, y si era el MIR, ya nosotros íbamos a
cantar, pero si los otros eran los del PS no podían ir. Así se manejaba el asunto” [15].
20. Mi traducción de frames of analysis.
Jordán. ”Garganta de Piedra:el canto artificial de…”. Resonancias 18 (34): 15-35
23
identificables, pensando por ejemplo que dentro del marco “música” pueden encontrarse
marcos más específicos como la práctica, el ensayo, el concierto, cada uno de los cuales es
además una laminación21 del marco general (2006, 104-105). El reconocimiento de uno u otro
marco permite analizar distintos comportamientos e ideas en relación a principios particulares
que atribuyen un estatus determinado al evento experienciado. Esta conceptualización resulta
pertinente para el caso en cuestión toda vez que permite establecer varios niveles de lectura
sobre la divergencia de expectativas que funda el desencuentro entre Kurapel y el público
chileno, una divergencia que remite, creo, a los distintos marcos en los que cada parte concibe
su participación en una determinada situación común.
En un primer nivel, emerge la pregunta sobre la naturaleza de los eventos en los cuales
se produjo el encuentro. En general, como comentaba en la primera sección, se trataba
de actos de solidaridad, normalmente ideados bajo el formato de peña, que tenían como
objetivo explícito la recaudación de fondos para enviar a Chile. Luego, el interés motor de
la audiencia presente, según lo han expresado participantes de esta investigación, no era la
apreciación de espectáculos de corte artístico, sino que el esparcimiento de ideas políticas
y la convivencia colectiva. Por el contrario, muchos músicos que desfilaron por aquellos
improvisados escenarios buscaban exponer el resultado de una práctica dedicada, aun en el
ámbito aficionado, encima de colaborar con la causa. Por ello, varios han referido a la precaria
recepción de sus presentaciones, alegando por el exceso de ruido proveniente de la audiencia,
que ellos consideran una falta de respeto hacia los artistas22. De allí emerge entonces la primera
ruptura, pues los códigos del concierto musical esperaban ser aplicados por parte de aquellos
que tocaban, mientras que los “auditores cautivos” se habían desplazado hasta el evento con
otros fines, no estando, por lo general, dispuestos a una escucha atenta, a diferencia de lo
que se ha reportado sobre las peñas en Santiago, donde la relación entre artistas y público
se describe como íntima, cálida, familiar (Bravo y González 2009, 162-166). Esto sugiere la
necesidad de estudiar de manera detallada las dinámicas propias de la peña de exilio, distintas,
al menos, en lo que respecta a la relación músico-público, de las dinámicas del concierto.
Ahora bien, volviendo al caso de Montreal, resulta evidente que el quiebre fue más abrupto
con Kurapel, por ser él uno de los pocos músicos que se concebía a sí mismo como un artista
profesional, a lo que se añade el hecho de que, a diferencia de Eduardo Guzmán de Quelentaro,
su figura como cantor era escasamente conocida por los chilenos exiliados antes del destierro.
En razón de sus intereses artísticos, se le imputó así un cierto “elitismo”, presuntamente
verificable en su pretensión de incorporar la lengua francesa e inglesa a sus canciones. La
razón del rechazo se fundaría en una tendencia “abajista”, desde la perspectiva de Kurapel,
según la cual la comunidad chilena tendía a celebrar la mediocridad. Esto concuerda con
la opinión vertida por algunos exiliados asiduos a las peñas, que han descrito la recepción
de los espectáculos como ampliamente favorable, reconociendo que no se trataba de una
audiencia selectiva, pues la “calidad” de los músicos no era un asunto determinante, toda vez
que su función era amenizar el ambiente para un público cuya asistencia estaba motivada por
razones políticas y sociales. Siguiendo esta lectura, el público se conformaba con lo que se le
21. Mi traducción de lamination.
22. Dos músicos locales lo comentan: “Lo que pasaba, una de las cosas que más dolor me causaba era que los grupos
políticos, los juzgo como grupos políticos, no como personas que hacían esas cosas de buen corazón, entonces pero no
tenían conciencia de que preparar una canción tomaba tiempo, que la gente iba a tocar gratis, que a mucha de esa gente
nos gustaba tocar” [03] y “El público chileno de Montreal fue muy regaloneado musicalmente. Quiero decir, fueron
realmente regaloneados, porque podían sentarse tranquilamente y disfrutar de buena música” [13].
ARTÍCULOS
24
ofrecía: “Ahí, cantara quien cantara, cantaba no más, pero no es que nosotros nos fuésemos
a impresionar porque tal voz exprimía [sic] sus sentimientos”, dice uno de los participantes
[02]. Consecuentemente, no es extraño que el desencuentro ocurrido entre Kurapel y
la comunidad de chilenos exiliados no se funde en un problema de “calidad”, sino que en
las distintas expectativas puestas en juego. Por lo mismo, el rechazo que éste pudo haber
inspirado especialmente en dirigentes políticos y organizadores de eventos no se reflejaba
directamente en un comportamiento soez de parte de los auditores, sino en el cese de las
invitaciones a participar, así como en el desprestigio.
Se ha argumentado en otros escritos sobre el exilio la insistencia con que los auditores en
tal contexto demandaban escuchar las canciones emblemáticas de la Unidad Popular (Jordán
2013a). Este fenómeno afectó incluso a grupos como Quilapayún e Inti-Illimani, que en
sus giras recibían insistentes griteríos y silbidos del público solicitándoles que cantaran sus
piezas más conocidas. A una escala más pequeña, los asistentes a las peñas esperaban oír
de los cantores versiones del repertorio “folclórico”, comprendidas ahí las canciones de la
Nueva Canción Chilena. Opuestamente, Kurapel, como muy pocos, empleó el escenario de
los eventos comunitarios para mostrar creaciones recientemente compuestas, centradas en la
temática del exilio. Entonces se alegó que su música estaba sobrecargada de sufrimiento, que
redundaba en temas de sangre, tortura y opresión.
Kurapel fue criticado por sus compatriotas por el contenido de sus canciones,
cuyas palabras describían el dolor causado por el golpe de Estado. Dirigentes
chilenos estimaban que tales canciones era una expresión de “derrotismo”23
(Del Pozo 2005, 251).
Lo menos que podíamos hacer los exiliados era denunciar la crueldad de la
dictadura cívico-militar y decir a viva voz que habíamos sido derrotados. Pero
se cantaba como [si fuéramos] triunfadores. Lo que hice entonces fue mostrar
las heridas para que otros no cometiesen el mismo error que yo cometí. Esta
conducta, en aquellos tiempos, significaba ser pesimista y no movilizador,
pecados capitales para los partidos de izquierda (Kurapel 2012).
Más allá de la aversión por parte de los dirigentes, como en sus piezas musicales tomó una
posición en la que desechaba continuar simplemente con los términos del ya conocido canto
contingente, esto trajo por consecuencia un distanciamiento entre los repertorios atendidos
por la comunidad chilena y los que él ofrecía. No estuvo dispuesto a seguir con las antiguas
canciones ni a plegarse a una actitud triunfalista. Por el contrario, se encargó de crear un
repertorio situado que diera cuenta de las nuevas condiciones en que se encontraban. No solo
eso, pues también esperó que los espectadores acuñaran de vuelta una actitud congruente:
Tampoco admitía que si yo estaba en una peña, cantando una tonada sobre la
tortura o sobre los campos de concentración, la gente empezara a palmear.
Ahí me detenía y les explicaba que lo que estaba cantando era un sinónimo de
llanto y que por favor no aplaudieran cuando alguien estaba llorando. Yo no iba
23. Mi traducción del fragmento siguiente: “Kurapel s’est fait critiquer par ses compatriotes à cause du contenu de ses
chansons, dont les paroles décrivaient la douleur causée par le coup d’État. Des dirigeants chiliens estimaient que de
telles chansons étaient une expression de ‘défaitisme’”.
Jordán. ”Garganta de Piedra:el canto artificial de…”. Resonancias 18 (34): 15-35
25
a ninguna peña a divertir o divertirme, iba a denunciar la represión y lo que
estaba sucediendo en Chile (Kurapel 2012).
De este párrafo se desglosa el segundo marco, como laminación del primero, en que la ruptura
opera, relativo a los géneros musicales. En efecto, según Kurapel, el tipo de tradición a la
que sus cuecas “La tortura” y “Desaparecen sin rumbo” adscriben, es la de una cueca que se
escucha, no una cueca que se baila. Por el contrario, la reacción de los auditores respondería
a un conocimiento sobre ciertas prácticas conocidas de la cueca como medio de sociabilidad
y diversión. Pero en lo específico, se revela una discrepancia mayor que reside en el supuesto
de que el músico en la peña reproduce una tradición, mediante un repertorio conocido o un
género musical “folclórico”, en circunstancias que el músico en cuestión, Kurapel, procuraba
experimentar a partir de dicha tradición: “En mis cuecas siempre altero el sentido tradicional
de la regla melódica referente al último verso de la cuarteta, para evidenciar un quiebre (la
fractura que llevo dentro)” (2012).
Me parece que esta confusión se acrecienta al servirse Kurapel de códigos de la proyección
folclórica, innovando a partir de ellos, aun cuando el distanciamiento crítico que éste tome no
sea evidente para el público. Vestido de poncho, entonando cuartetas y cuecas, la utilización
de un soporte para el pie proveniente de la tradición guitarrística clásica no bastó como señal
de su adscripción voluntaria y condicional, “artificial” en últimas, a la tradición folclórica. En
ese sentido, parece acontecer lo que él mismo ha analizado en la interpretación de Margot
Loyola en términos de una empatía escénica (1998, 134-135), que en este caso alude a la
disipación de la identidad performativa al crearse una ilusión de realidad. Aunque al cantar
aplicara los más sofisticados principios del espectáculo, su actuación musical parece haber
sido percibida en el registro de un canto testimonial, de expresión no mediada. Dicho de otro
modo, desde la recepción no es que se rechazara una representación del sufrimiento ni una de
la derrota; mas se percibía que Kurapel al cantar sufría y encarnaba la derrota. El desencuentro
en los marcos de análisis, o lo que Auslander describe como “evaluaciones imprecisas”24
(2006, 106), se vuelve más evidente si se recurre a la teorización que Kurapel ha hecho sobre
su teatro de exilio, especialmente cuando advierte la artificialidad propia de la performance
sobre el escenario:
Desde el momento en que existe una disposición elaborada de las zonas espaciales
que ocupan los actores-performers y los espectadores, desde el instante en que se
está consciente que la voz debe proyectarse hasta la última fila, desde el segundo
en que existe un espectáculo, estalla la naturaleza artificial (2011, 56).
Parte de sus indagaciones para la creación “de exilio” permiten concebir cómo se articula
esta conflictiva relación con el público desde una clave sonora. En particular, una singular
interrogante planteada tempranamente se vuelve crucial a la hora de analizar su creación
musical: cómo la voz se desplegaba más como “vehículo transmisor de texturas sonoras que
como mensajera de textos” (Kurapel 2011, 40). Es cierto que las investigaciones que emprendió
para comprender y servirse de la voz en su arte llegaron al súmmum en su producción con
la Compagnie des arts exilio, desde 1981. No obstante, las referencias a la voz de sus primeros
álbumes, previos a la experimentación estilística e idiomática de Contra-exilio (1982), revela,
como antesala a la decantación de su teatro de exilio, la temprana disquisición sobre la
24. Estas “inaccurate evaluations” se producirían por situaciones de “misframing”.
ARTÍCULOS
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comunicación del sonido vocal y más aún sobre la ruptura dramática que el exilio provocaba
en el campo sonoro, una ruptura cuyas implicaciones llegaban a la reconceptualización misma
de la actividad creativa y de la relación del performer con el público. Asimismo, sostengo que
en dicha vocalidad puede rastrearse el germen de su búsqueda de una expresión escénica más
elocuente, desde esa inquietud inminente de extender mediante el sonido las posibilidades de
la expresión, reconfiguradas por el exilio. Consecuentemente, en vista de sopesar el mentado
rechazo del dolor y de la derrota en sus canciones, propongo que éstos no radican únicamente
en las descripciones explícitas de las letras, sino que en buena parte anidan en la performance
y más específicamente en la ineludible carga de la voz cantada, que, excediendo la melodía, se
vuelve gráficamente grito, gemido, llanto. La voz comunica vívidamente, interpela y provoca,
y en ese sentido, cuando Kurapel señala “me dolía cantar lo que cantaba” (2010, 121), debería
recibirse tal manifiesto como una referencia directa al cuerpo, a la garganta emitiendo esa
voz que en su performance dolía y hacía doler, esa descrita inequívocamente por Huguette Le
Blanc como una “voz desgarrada”25 (1983, 16).
Referencias a la voz y la persona musical de Alberto Kurapel
Reconociendo la diferente naturaleza de la performance en vivo y de la grabación –esta última
entendida como laminación de la primera por Auslander– vale la pena, a fin de justificar un
estudio de la discografía que dialogue con la discusión arriba expuesta, recurrir a la concepción
sobre el canto en estudio que ofrece el propio Kurapel en su análisis sobre Margot Loyola:
…el cantante deberá presentar su canto de manera que asemeje a lo que el
público ha escuchado o escuchará en vivo, o realizar una grabación en la que se
utilicen todas las condiciones específicas del estudio para que resulte un canto
propio de sala de grabación (1998, 155).
De los dos tipos de registro del canto, la selección de un corpus acotado a sus tres primeros
álbumes se justifica por evidenciarse en ellos un enfoque más cercano a la música en vivo, a
diferencia de sus producciones posteriores, donde experimenta con los recursos fonográficos,
en procedimientos tal vez análogos a la “transmedialidad” teatral que analiza Alfonso de Toro
(2004). En el trío de discos elegidos, se incluyen treinta y seis piezas originales, la mayoría de
ellas basada en un tipo “folclórico”: copla, trote, cueca, tonada, canción, zamba, rin y otros. Los
medios son sencillos, acotados a una voz y una guitarra.
Tiembla la voz con que Kurapel inaugura Chili: Amanecerá la siembra! (1975). Como grabación
primigenia vibra y señala inquietud, desasosiego. Comienza hablada, denunciando, y se
quiebra de golpe al pronunciar la palabra “canto”, en un gesto sobrado de sentido. Y va a
ser justamente el quiebre vocal el elemento distintivo de todo el primer álbum, con su paso
sorpresivo de un registro al otro, de la voz de pecho al falsete. Remitiendo al romper del llanto,
consecuencia del nudo en la garganta, cierta pérdida de control del aparato de fonación se
consigna en descontrol consciente, incorporado. Se trata de una voz inestable y que denota
abiertamente su inestabilidad en la fragilidad del continuum sonoro. Convocando en el oyente
el propio malestar de la garganta ante el dolor, en Kurapel el tenor vocal con se que funda
su inscripción discográfica sugiere el desplazamiento, tal vez remoto, de la atención hacia la
25. Mi traducción de voix déchirée.
Jordán. ”Garganta de Piedra:el canto artificial de…”. Resonancias 18 (34): 15-35
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articulación de nuevos regímenes vocales, asociados a la ineluctable afección y a la temática
del desarraigo convertida en pie forzado.
No solo sirve la descripción de la voz del cantor para suscitar impresiones fundadas sobre el talante trágico que envuelve sus primeras grabaciones, sino que señala una vía de análisis de la materialización musical de su obra de exilio. En efecto, al mismo tiempo que se despliega una performance vocal cuyos rasgos participan de la configuración de la persona artística de Alberto Kurapel, las canciones allí contenidas se muestran repletas de signos referentes al canto y a la voz, dos entidades cuyos sentidos exceden la actividad musical para remitir, por una parte, a una particular comprensión de la práctica artística bajo la dictadura y, por otra, al esbozo de modos posibles de enunciación desde el exilio.
La noción que acuño de persona musical proviene de las teorías de Philip Auslander y sirve para denotar la emergencia de una figura distinta de la persona “real”, figura construida mediante la actividad performativa y que se distingue también de los personajes ocasionalmente evocados a través de las canciones mismas (2004, 6). La persona musical es la dimensión a la que accede el público y la que media entre la persona real y los personajes (2006, 102). En el caso de
Kurapel la pertinencia del concepto resulta palmaria, pues desde la adopción de su nombre artístico hasta la construcción de un hermético proyecto autoral, resulta factible examinar su persona de artista como ente descriptible en términos de sus atributos performativos. Así pues,aun relegada a segundo plano, su práctica musical participa activamente de la configuración de esta persona, toda vez que le da cuerpo, un cuerpo sonoro. Nítidamente, la relación de identidad que establece Kurapel con su persona musical queda manifiesta de su puño cuando dice: “Mi mundo eran todos los mundos y todos los mundos… yo… Guitarra-Cantor”26.
Si la voz es, como dice el mismo Kurapel, “un cúmulo de vibraciones inteligentes por donde fluyen significados”, y si ella “solo reproduce lo que escucha” (2010, 221-222), bien puede emprenderse una lectura de sus cualidades que responda a ciertas incógnitas sobre la persona que la produce y que se auto-produce en ella. A diferencia de sus piezas teatrales, y contando algunas excepciones, la mayoría de las canciones contenidas en sus primeros álbumes presenta a un hablante lírico que asemeja al artista, de manera que persona y personaje insinúan una fusión. Cuando escuchamos cantar, es Kurapel quien canta, al perfilar y pulir su “garganta de piedra”27. Esta constatación se reafirma luego en un segundo nivel, el de las palabras pronunciadas en melodías y recitados que remiten a una reflexión metadiscursiva sobre el canto y la voz.
Por una parte, pone en evidencia su conciencia sobre la imposibilidad de seguir cantando como se cantaba en un instante anterior. Si bien en una instancia superficial esto podría aludir al asunto de los repertorios comentado más arriba, parece ser que el cambio de circunstancia acarrea una cavilación sobre el modo de forjar la voz, cuya comprensión se encuentra recién en ciernes. Ese “pasado” no aparece delimitado ni claramente establecido, sino por oposición:
“no traigo cantos, traigo el sufrir de las prisiones de mi país”28. Se expresa luego un giro en la naturaleza del quehacer musical, provocado por el brusco cambio de la situación política en Chile.
26. “Desde el sur”, en librillo del álbum Chili: ¡amanecerá la siembra!
27. “Pregón de nacer”, Guitarra adentro.
28. “Vengo de lejos”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
ARTÍCULOS
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Yo quisiera hacer un canto
Para calmar mis penares,
¡Y no puedo compañero
Reír con versos de sangre!
Cómo he de cantar bonito
Si mi garganta está llena
Del hambre de mis hermanos
Y el ruido de las cadenas.29
***
Mi silbo se ha vuelto un eco
Ahogado entre las grietas
Con manos que se desvelan
Dibujando una vihuela
Si me preguntan quién soy.30
Como si diera respuesta a los reclamos implícitos en el rechazo de sus compatriotas, en ambos fragmentos reclama por la dificultad de cantar, en un gesto que, más allá de la paradoja que encierra, apunta hacia significados más recónditos de la vocalidad. Se alude, entonces, al impedimento de concebir un canto desentendido de la contingencia, pero no solamente en términos de las temáticas que vienen a ser relatadas, sino porque la garganta se encuentra colapsada por el ruido opresivo, identificándose de esa manera una transformación conceptual y corporal de la disposición hacia la emisión vocal. Luego, la consecuencia no es el silencio, más la urgencia de encontrar un modo factible de no callar.
Si callo en atardeceres,
Mi voz se irá por los rayos
Del sol que será mi tumba
En las alturas de un canto.31
***
Durmiendo me veo allá
En el canto pequeñito
De un gorrión, que en una lluvia
De Octubre rompió su grito,
Naciendo en el techo de mi infancia
Para caer al silencio
Que rompía mi garganta.32
Ya se evidenciaba en el primer ejemplo el vigor de las imágenes sonoras y vocales en la
lírica del artista, quien exhorta insistentemente a la esfera del cantor para denunciar los
29. “Sequía”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
30. “En prisión”, Guitarra adentro.
31. “Brotando”, Guitarra adentro.
32. “Aguazales”, A tajo abierto.
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acontecimientos políticos, perfilando a la par la nueva condición de la actividad de cantar: “más allá de los llantos, encontrando al grito más cantos florecen…”33. En esta afirmación, al tiempo que se da cuenta de una concepción del canto como expresión ineluctablemente truncada, se sugiere la exploración obligada de nuevos modos de enunciación. Así, luego de la constatación del quiebre, se emprende la tarea fascinante de dibujar un universo sonoro posible y situado, uno que ha de materializarse mediante un abanico diversificado de sonidos.
De allí germina una plétora de tipos vocales, entre los cuales sobresale el grito.
Vengo a cantar con mi grito
Desgarrado en mil lamentos,
La sangre que boca abajo
Inunda todo mi centro.34
***
No sé nada de los niños
Pero cuando grito un llanto
Parece que dentro mío
Florezco un niño cantando.35
Si bien el grito se apareja con lamentos y llantos, emerge igualmente como expresión clásica de resistencia cuando se defiende la tenacidad de la guitarra como arma, de manera que éste puede entenderse como dispositivo clave de la resiliencia y de la necesidad imperiosa de narrar.
El canto de tus espumas
Besa mi grito guitarra;
Diapasón que no se dobla
Porque es madera que sangra.36
***
Un solo canto en las manos
Que grite la Historia Herida.37
Mientras se reconfigura la capacidad de enunciar a través de la emergencia del grito,
interpelando nuevamente al público, parece necesaria la justificación de la incomodidad que tal emisión vocal provoca en los oyentes, ya que esta emisión es lanzada, a sabiendas, para irrumpir, para incomodar, para perturbar una calma que se considera pasajera e inaguantable.
33. “Desde el sur”, en librillo del álbum Chili: ¡amanecerá la siembra! En ésta y en todas las citas de canciones, el énfasis
es mío.
34. “Tu senda”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
35. “Cogollitos”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
36. “Río Mapocho”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
37. “Encuentro”, Guitarra adentro.
30
Si lanzo este grito agreste
No es tan sólo por cantar.
Quiero romper al que duerme
Sus ensueños de cristal.
Aquéllos que por el hambre
Sus ojos secos están,
Tienen en mí la garganta
Que el Tiempo habrá de escuchar.38
Una vez más retorna al canto, invocando en una cita al ya mítico Víctor Jara cuando
distanciara su quehacer de la creación desapegada de la realidad, “sin sentido ni razón” (Jara
1974). Ahora bien, en Kurapel –“el que grita fuerte” (Alcota 2006, 12)— hay mucho más que grito, llanto y lamento. “Quejidos largos como suspiro quisieron contar el camino para hacer conocer los abismos”39, propone Kurapel en su canción “Desde el sur”. Así, quejido y suspiro, luego clamor 40, murmullo y jadeo 41, relincho y gemido 42, rugido y bramido 43 se despliegan en
una gama vocal que busca dar relieve a una afección heterogénea y matizada, pero también a formas concretas de denunciar y resistir, porque mediante estas voces “grita mi guitarra no vencida”44 . Por último, se convocan en cuerpos ajenos al hablante la voz florecida de la tierra 45, la voz del corazón 46, la de la sangre 47 y la de Salvador Allende 48. Coronando, Kurapel adjudica a dicho espacio, a medio camino entre el cuerpo y la abstracción, la condición de ser el último reducto en que la existencia del “pueblo” prevalece.
Quién dijo muerte cantando
Llevando en lanza el dolor,
Mi pueblo canta en prisiones
Con la Existencia en la Voz.49
Epílogo – canto artificial
A la luz de lo descrito, la voz pasa a reclamarse, más que como dispositivo en que se actualiza la sola actividad del cantor, como espacio privilegiado de acción y definición: “Somos Canto o somos nada”50. Si el dolor y la derrota eran las principales razones evocadas para explicar
38. “Mi jornal”, Guitarra adentro.
39. “Desde el sur”, en librillo del álbum Chili: ¡amanecerá la siembra!
40. “Vigilia de ti”, A tajo abierto.
41. “Cercanías”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
42. “Remanso”, A tajo abierto.
43. “Desde mi sangre”, A tajo abierto.
44. “Desde mi sangre”, A tajo abierto.
45. “Tu senda”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
46. “Hoy se fue mi corazón”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
47. “La tejendera”, Guitarra adentro.
48. “Sementera”, Chili: ¡amanecerá la siembra!
49. “Rescoldo”, A tajo abierto
50. “Retorno”, A tajo abierto
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el confinamiento de Kurapel a los márgenes de la comunidad chilena exiliada en Montreal,
posición de relego asumida y nunca refutada por el artista (Kurapel 2010, 121), sus propios
versos sirven aquí para justificar la vigencia de la ruptura y la pertinencia de un estudio de
esta música de su primer exilio.
Sufran las dolencias
Mordiendo un cantar
El dolor de un canto
No se olvida más51.
El cruce de fuentes y la perspectiva de marcos de análisis que se ha propuesto a lo largo de este
escrito pretende, en última instancia, inquirir sobre la utilidad de la noción de artificialidad,
sujetada por el artista a los requerimientos de la escena, a su práctica musical temprana,
calzada por defecto en el marco de la tradición folclórica. Un sobrevuelo de las letras de las
canciones de Kurapel de los años setenta revela el cuestionamiento que se gestaba en torno
a la adaptación vocal a la situación de exilio, a pesar de que su realización cantada fuera
recibida por parte de la comunidad chilena en términos del dolor y el derrotismo, como si se
tratara de verdaderas quejas, como si lamentos y gritos fuesen reales, y no se estuviera frente
a gestualidades mediadas por la creación escénica. Para que tales “evaluaciones imprecisas”
ocurrieran, la confusión entre persona y personaje operó para relegar a Kurapel mismo a
la categoría “derrotista”. Simultáneamente, su aclamada autoinscripción al campo del arte
lo remitió a un elitismo rechazado desde la programación política de ciertos militantes, aun
cuando su performance musical pareciera desprovista de sofisticaciones.
A parte de las primeras exploraciones estampadas en la discografía, diversas vivencias
permitieron a Kurapel reflexionar sobre las transformaciones de la voz con el nuevo idioma y
aun sobre las diferenciaciones originadas en el sentido de las palabras. Así, llegó a considerar
que comunicar con la voz un concepto en un contexto lejano al de su origen “conducía a
la realización de una imagen trunca y en consecuencia a la manifestación de un gesto
inhábil” (2010, 54-55). De ahí que la búsqueda de modos de producción vocal sobrepase la
problemática de configurar un lugar nuevo para el canto por oposición a un período predictadura,
excediendo también el desafío de expresar la experiencia de “identidades rotas”
(2004, 223). Dicha búsqueda se acogería, pues, a la interrogante de cómo mixturar la
concepción de la performance de exilio con nociones sobre la voz en el canto folclórico, voz en la que según Kurapel “deben aparecer en toda su extensión, timbres, matices, que en el disco representarán una suspensión final que el auditor recibirá sin más referencia que la textura de la voz” (1998, 157).
A fines de la década del setenta, Kurapel lanzó su cuarto disco Las venas del distanciado (1979), con el que culmina una etapa de creación musical, cuya centralidad en la vocalidad se conjugó con el uso de formas del folclor y el despliegue austero de recursos instrumentales, reducidos casi cabalmente a la guitarra. En la década siguiente, con la fundación de la Compagnie des arts exilio, se estrena también en el ámbito musical un período de exploración que permite a Kurapel distanciarse de las sonoridades primarias para abrazar de lleno otros asuntos del destierro, como la alteridad, la fractura y el interculturalismo problematizados en su teatro
(Fernando de Oto 2004, 211-219), asuntos que, presumo, serían rastreables en los tres álbumes
51. “Ay de ti”, Chile: ¡amanecerá la siembra! Compuesta en diciembre de 1973, con afinación por arpa (Kurapel 2011, 45).
ARTÍCULOS
32
de canciones producidos en los ochenta. Respecto a ellos, cabría esperar que la elaboración vocal dé cuenta de una nueva etapa –de contra-exilio (Kurapel 2012)– donde la relación con sus reflexiones acerca de la proyección folclórica produzcan “músicas híbridas”, por plantearlo en términos consonantes con la teorización que se ha realizado de su obra teatral.
Poniendo en perspectiva el análisis de sus músicas más tempranas, resulta imperioso
concebirlas como una antesala de su teatro “de exilio”. Ellas se inscriben en un lapso primigenio en el que el exiliado, en términos del propio Kurapel, “añora lo que perdió” (2012), viéndose impedido de aceptar el lugar de acogida en una actitud de renegación. La alusión a Chile en los títulos, la referencia persistente a Allende y a la represión de los primeros años de la dictadura evidencian su anclaje en dicho territorio, lo mismo que el espacio secundario que relega en ellos a la experiencia de destierro, cuya alusión verbal es prácticamente nula en el repertorio analizado. Diferente es el caso de las canciones de su producción más tardía, en
las que podrían indagarse elementos relevados por otros a partir de su dramaturgia, como son la angustia del exilio, la desorientación y el vagabundeo expresados en la combinación de medios heteróclitos como videos, diapositivas y grabaciones (Hazelton 1994, 128) y especialmente el uso persistente del bilingüismo (Gómez 1994). No obstante, en este primer corpus de canciones y en la historia de esta conflictiva relación con la comunidad chilena, ya se deja inquirir la preocupación por la vocalidad que será fundamental en la conceptualización de la creación “de exilio”, configurándose simultáneamente una faceta originaria de su persona vocal –quejumbrosa, quebrada– que, antes de tiempo, hace eco de la paradoja entre performance y representación en el cuerpo cantado del exiliado: “Aquí estoy, comienzo a ser
penetrado por la naturaleza artificial de la condición que hoy asumo”52 (2011, 56).
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Música y clandestinidad en Dictadura. Bastión cultural de la resistencia.

Música y clandestinidad en dictadura: la represión, la circulación de músicas de resistencia y el casete clandestino1

 

por
Laura Jordán

Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile.
Université de Montréal, Canadá.
laurafrancisca@gmail.com


Un estudio sobre la relación entre música y clandestinidad durante la más reciente dictadura en Chile es expuesto aquí en el despliegue de tres ámbitos disimiles, pero que coinciden en su exploración sobre los modos en que la música de resistencia se desenvuelve en su particular situación histórica. En primera instancia, se aborda la relación conflictiva entre el aparato estatal y la oposición, en que se destacan la represión y la censura sobre las músicas desde un prisma que enfatiza las experiencias de prohibición y persecución. Así, se desarrolla una interpretación acerca de la clandestinidad del ejercicio represivo. En segundo lugar, se observa una particular dinámica de tránsito entre lo privado y lo público por parte de los agentes de la resistencia, examinándose grados heterogéneos de exposición y de ocultamiento. Finalmente se releva la producción de grabaciones clandestinas, cuyo compromiso militante es substancial. Se enfatiza aquí el rol decisivo que cumple el casete, pues la circulación de cintas copiadas se erige como un bastión cultural de la resistencia. Aunque este esquema tripartito ofrece una coherencia particular a cada apartado, la articulación de su conjunto permite una primera comprensión abarcadora de la compleja relación entre la música y la clandestinidad en dictadura.

Palabras clave: Chile, dictadura, música, clandestinidad, casete.


This is a study about the relationship between music and «clandestinidad» during the time of the most recent dictatorship in Chile. This topic is explored in three dissimilar areas, which converge toward the consideration of the ways in wich the music representing the resistance to the dictatorial system developed in this particular historical situation. First of all, the conflicting relationship between the state apparatus and the opposition is discussed, with a special emphasis upon repression and censorship of the musics of resistance from a standpoint emphasizing the experience of prohibition and persecution. Thus, an interpretation of the clandestine repressive actions is put forward. Secondly the specifíc dynamics of transiting between what is private and what is public is examined, particularly as it relates to the heterogeneous degrees of exposure and hiding of the members of resistance. Finally the production of clandestine recordings containing material of a clear militant commitment is discussed. The key role of the cassette production is underlined, as the copy and circulation of cassettes became a cultural stronghold of resistance. Each area of this tripartite model presents an inner coherence of its own. Nevertheless the overall consideration of these thee areas serves as the basis of a fírst all encompassing view of the complex relationship between music and «clandestinidad» during the time of dictatorship.

Keywords: Chile, dictatorship, music, «clandestinidad», cassette.


 

«Si el rostro es una política, deshacer el rostro también es otra política,
que provoca los devenires reales, todo un devenir clandestino.»
Gilíes Deleuze y Félix Guattari. Mil mesetas

1. INTRODUCCIÓN

Hace un par de años presenté junto a Araucaria Rojas una ponencia en el IV Congreso de la Sociedad Chilena de Musicología, que era el resultado de una modesta investigación con la que abordamos, monográficamente, una pequeña historia de Vamos Chile.2Este casete clandestino había sido producido por Gabriela Pizarro a mediados de la década del ochenta en el marco de su ejercicio político y cultural de resistencia a la dictadura. El resultado de dicho estudio, como aproximación incipiente, fue la instauración de una pregunta ineludible, que se ubicó como centro de mis preocupaciones musicológicas. ¿Música y clandestinidad pueden pensarse como nociones confluyentes en una determinada situación histórica? ¿En qué términos se establece esta relación mutua? Y en última instancia, ¿qué alcance tendría dicha relación?

Como ha de suponerse, la respuesta a la primera pregunta ya había sido medianamente respondida por el reconocimiento del fenómeno de la clandestinidad como aspecto nuclear de la creación y recepción del mencionado casete, en ligazón profunda con la actividad política de sus precursores. Ahora bien, la interrogante que me dispuse a dilucidar fue la manera en que la conjunción de los dos términos -música y clandestinidad- adquiría potencia para comprender cómo las músicas son vivenciadas y articuladas de modos particulares en el lugar y momento en que se sitúan. Y luego, tratar de comprender la capacidad abarcadura de la articulación teórica de esta dupla, es decir, hasta qué punto un pensamiento sobre la relación entre música y clandestinidad puede ser útil para evocar ciertas historias sonoras.

El marco temporal en que delimité mi indagación fue señalado por la demarcación epocal de la más reciente dictadura chilena, concentrándome en el periodo 1973-1986. Se considera el año 1986 como «el decisivo»3, por cuanto a partir de entonces la caída del gobierno militar fue progresiva y concluyen te. La exploración que aquí resumo y expongo fue fijada además por un espacio específico, cual es la ciudad de Santiago, aunque numerosos cuestionamientos y conclusiones puedan sobrepasar ampliamente los márgenes de este territorio.

2. CUESTIONES SOBRE LA CLANDESTINIDAD Y LA MÚSICA

La palabra clandestinidad se considera como cualidad de lo clandestino. La definición oficial dice «Secreto, oculto, y especialmente hecho o dicho secretamente por temor a la ley o para eludirla»4. Conlleva una serie de connotaciones en el entendido de su aplicación al estudio histórico de la cultura durante la dictadura militar. Así, al tratarse del ocultamiento en relación a la ley, la presencia implícita de la figura del Estado confiere a la palabra clandestinidad, para este caso particular, una connotación de oposición. Si bien efectivamente una fracción sustancial del presente estudio parte de la base de este supuesto, indagando una historia musical ligada a la clandestinidad de la oposición política, otorgo también un espacio a la especulación sobre la clandestinidad del accionar estatal y sus implicancias sobre el campo musical. De esta manera, intento superar una definición exclusiva del significante clandestinidad, reducido a su articulación opositora, 5 para comprenderlo más bien como una relación general entre la dictadura y aquellos que la resisten, lo que no quiere decir que la clandestinidad abarque de manera absoluta dicho vínculo. No obstante, dicho vínculo se considera que le pertenece.

Por otra parte, al intentar historiar la música, algunas consideraciones sobre sus cualidades, en tanto manifestación cultural específica, modulan la aplicabilidad de la pregunta sobre la clandestinidad. En primer lugar, como expresión artística, aunque dicha categoría no sea perfectamente adaptable a todas las músicas, la existencia de un autor cuyo nombre se adhiere a la creación presenta un área de problematización de lo clandestino entendido como ocultamiento. Como explicaré más adelante, la divulgación de autorías deviene conflictiva en la medida en que la música es adosada a la tendencia política de las personas que la cultivan, sea a las que la producen, la interpretan o la reciben. Una pertenencia política es atribuida al texto musical en tanto se relaciona con alguien susceptible de ser estigmatizado. En segundo lugar, en tanto manifestación espacio temporal la noción de lo público reviste una importancia medular para el análisis, pues bajo el supuesto de que la música está hecha para ser atendida por un auditor en algún momento determinado, la problematización de lo clandestino recae principalmente en la manera en que «autor» y «público» se contactan y en el Jugarenque la música se realiza. Finalmente, siendo una expresión sonora, las músicas se enlazarán forzosamente a un ámbito de cuerpos sonoros más amplio, en el que confluyen discursos y registros documentales que encuentran canales comunes de circulación.

Como he intentado adelantar, abordo mediante este escrito diferentes aproximaciones a la dualidad música y clandestinidad. Por una parte, enfocaré el accionar clandestino del Gobierno militar en cuanto a su gestión represiva, así como consideraré un conjunto de condiciones establecidas de manera «legal» que demarcaron un cambio sustancial en la actividad musical postgolpe, destacando los fenómenos de la censura y la autocensura.

A continuación, observaré la clandestinización de los espacios musicales. Particularmente me referiré a la transitoriedad entre lo privado y lo público, en la que en lugar de una fragmentación rígida entre lo oculto y lo notorio, una circulación ambigua entre ambas esferas caracteriza la actividad musical de la resistencia. Tocaré así la cuestión sobre el lugar en que las músicas se hacen sonar.

Un tercer ángulo será desarrollado haciendo énfasis en la creación de sonidos clandestinos. Allí revisaré básicamente la producción de músicas de propaganda por parte de sectores militantes, las que son cristalizadas primordialmente en un casete. En este apartado intentaré explicar cómo la existencia de autores con nombres propios y la cualidad sonora de la música, características de esta manifestación cultural, son modeladas de modo peculiar en la clandestinidad.

3. EL EJERCICIO CLANDESTINO DE LA REPRESIÓN

Tomando en cuenta la dificultad de distinguir con certeza los límites de las implicancias que el despliegue de una maquinaria estatal renovada tuvo sobre el campo musical, es posible reconocer la relevancia de dos ejes del accionar oficial, uno referido a la imposición de normativas públicas y otro relativo a la puesta en marcha de un aparato represivo clandestino. Si bien ambas dimensiones funcionaron en mutua imbricación, y sin perder de vista la dudosa legitimidad de la esfera «legal» bajo el régimen dictatorial, su separación confiere aquí la posibilidad de recalcar la cualidad clandestina del ejercicio represivo.

Revisando el primer eje, aparece un documento elocuente, la Política Cultural del Gobierno de Chile, de 1975. Ésta declara que «el arte no podrá estar más comprometido con ideologías políticas», al tiempo que se propone definir el «deber ser» nacional, confiriendo a la cultura la misión de crear «anticuerpos» contra el marxismo para «extirpar de raíz y para siempre los focos de infección que se desarrollaron y puedan desarrollarse sobre el cuerpo moral de nuestra patria»6. Como parte del proyecto fundacional-nacionalista, en palabras del sociólogo Carlos Catalán, la Política Cultural se inserta en una inaugural vertiente discursiva, llevada a cabo los primeros cinco años del régimen. Luego de su fracaso, una «fragmentación» caracteriza el accionar oficial respecto a la cultura, considerando la participación de diversos agentes «oficiales», no exclusivamente relativos al Estado7. A partir de un declarado rechazo a las manifestaciones que representaban una amenaza al patrimonio e «identidad nacional», en el que la cultura corporizó una arista visible del «enemigo interno», la reacción contra aquello que recordaba la cultura militante pregolpe, confluyó en la implementación de un arduo artefacto represivo que procuró enfrentar a su adversario en sus múltiples dimensiones. No sólo se arremete contra los cuerpos, «[s]e combate al otro en sus símbolos, su memoria, sus tradiciones, sus ideas»8.

En cuanto a la esfera musical, se ha sostenido profusamente la idea que el Gobierno militar emprendió una serie de acciones con el fin de impedir la creación, circulación y ejecución de ciertas músicas, ya sea mediante la prohibición o la desincentivación de su ejercicio. Así lo proponen numerosos músicos y profesionales vinculados a la difusión y producción musical. Lo mismo se expone en una buena parte de los escritos historiográficos abocados a la música de la época.

Entre las transformaciones «legales», probablemente la más conocida sea la presunta prohibición de la «música andina». Cuantiosas alusiones a esta prohibición fueron publicadas tempranamente y siguen repitiéndose hasta nuestros días. Dos recientes ejemplos se hallan en los libros El canto nuevo de Chile: un legado musical y En busca de la música chilena. En el primer caso, Patricia Díaz-Inostroza explica que una de las expresiones de la persecución de los músicos de la Nueva Canción Chilena (NCCh) fue «la dictación [sic] de bandos que impusieron la censura y que incitaron a la prohibición de la utilización de instrumentos andinos como quenas y zamponas ya que ellos serían considerados elementos subversivos»9. En el segundo, José Miguel Varas sostiene:

«Desaparecieron totalmente de la programación radial, por indicación de la Dirección Nacional de Comunicación Social, todas las canciones y melodías de carácter nortino, toda pieza musical que incluyera quenas, charangos y bombo»10.

Los autores, tal como sucede con la mayor parte de la información sobre la proscripción de «instrumentos andinos», no señalan fuente alguna11. Indagando acerca de la existencia de un bando referido a la materia, me he encontrado con que ninguno de los primeros 41 bandos hace alusión a la música, y con que la mayoría de este tipo de norma jurídica no fue solemnemente publicada y, por lo tanto, su relectura es, al menos, dificultosa12. De todas maneras, un par de cuestiones deben ser precisadas. Primero, que un sinnúmero de disposiciones legales afectaron más o menos tangencialmente el quehacer musical, ya sea por sus implicaciones sobre las libertades de las personas que la cultivan o por las transformaciones directas sobre el medio de producción y difusión musical13. En segundo lugar, que la dificultad de hallar una norma escrita referente a la «música andina» no refuta la existencia de tal proscripción, sino que resalta dos situaciones: por un lado, que la ejecución de tal proscripción se fundó sobre el ejercicio clandestino de la represión, valiéndose del miedo, y que la «obscuridad» documental coincide con el comportamiento poco coherente que caracteriza el terrorismo de Estado, como expondré más adelante. Por otro lado, la carencia de un documento oficial convierte una búsqueda «sin resultados» en la exaltación de una cara más relevante del asunto, cual es la experiencia real de la prohibición. No habiendo «respaldo», los relatos sobre la condición de la música y los «instrumentos andinos» abarcan una infinidad de contornos, de modos peculiares y múltiples, en que la vivencia de tal proscripción se cristalizó.

Hasta el momento, la fuente más reveladora sigue siendo la carta en la que Héctor Pavez Casanova le relata a Rene Largo Farías la reunión a la que algunos destacados folcloristas asistieron, citados por Rubén Nouzeilles, ejecutivo del sello Odeón, con el fin de informarse acerca del futuro laboral que les deparaba y sobre el estado de los colegas detenidos. En el Edificio Diego Portales, a fines de 1973, el coronel Pedro Ewing les habría comunicado que serían vigiladas sus actividades y canciones, «que nada de flauta, ni quena, ni charango, porque eran instrumentos identificados con la canción social»14. Por el contrario, allí se alabó el trabajo del Conjunto Cuncumén, lo que fue entendido por Pavez «como una invitación directa a colaborar con ellos, pues me dijeron que también podía yo con mucha propiedad difundir el folklore chilote»15. Su hijo, Héctor Pavez Pizarro, relata que los militares le solicitaron agrupar a todos los folcloristas, previsiblemente con el fin de perseguirlos: «Héctor Pavez se juntó con la gente y les dijo que desaparecieran. Él partió al exilio, como muchos, y otros quedaron en la clandestinidad, como mi madre [Gabriela Pizarro]»16.

No toda la música denominada «folclórica» fue, según se narra, objeto de hostigamiento. La noción de «música andina» fue reducida, como nunca antes, a una significación activista. No sólo en su identificación con la izquierda desde la oficialidad, sino que como parte de los modos de resistir que fueron encontrando lugar desde la clandestinidad política.

Se añade al acopio imaginario que supone el establecimiento de la prohibición, la noción de que este dictamen habría sido tempranamente levantado, acción que habría sido suficientemente difundida como para agrietar las restricciones impuestas sobre el circuito musical y abrir espacios más visibles para aquella música en la que prevalece este tipo de instrumentación. Dice Osvaldo Rodríguez acerca del grupo Barroco Andino que «interpretaban a los músicos barrocos europeos, dándole carácter político a esa música. Primero tocaron sólo en iglesias, pero cuando se levantó el decreto de censura a los instrumentos de los Andes, comenzaron a dar conciertos en diversos lugares públicos»17 . Tal aseveración amplifica los alcances de un ideario sobre dicha medida, ya que los relatos se refieren a ella incluso acotando un espacio temporal de su efectividad y sugiriendo algunas causas para su desuso. Algo similar se sostiene en «El Canto Nuevo», testimonio oral recibido de Chile, publicado en Madrid por Araucaria de Chile el año 1978. Allí se relata que la televisión, que rechazaba a los cantores populares por ser considerados «extremistas y subversivos, por el solo hecho de acompañarse en su música con charangos o quenas (instrumentos proscritos por una disposición ridicula que hoy ya nadie respeta), termina por ceder, y alguna vez llega con sus cámaras al interior de las peñas»18.

Según se expone, la mera utilización de dichos instrumentos implicaba para la oficialidad una disidencia política, desde la comprensión de los disidentes. Eduardo Carrasco explica que «para estos astutos militares el solo timbre de la música del pueblo era ya una manifestación de rebeldía revolucionaria»19. Y así, es posible pensar en un sinfín de explicaciones y narraciones sobre cómo se vivió y ejerció esta «censura organológica», que puedan poner al descubierto no solamente la inhibición del uso de tales instrumentos, sino también los métodos a través de los cuales ellos fueron reposicionados, en el que el caso de Barroco Andino sería un interesante ejemplo.

Como se ve, para comprender la prohibición de «música andina» no basta preguntarse por los mecanismos públicos de la oficialidad, pues los relatos muestran que, sin haber «respaldo documental», la conciencia sobre la transformación del estatuto de los «instrumentos andinos» es temprana y profusa, e implicó una reconsideración de su funcionalidad dentro de las músicas de la resistencia. Más allá de la prohibición misma y de su concreción como disposición reguladora; quena, charango, bombo y zampona revisten para aquel momento un significado peculiar, mientras sus vínculos con la Nueva Canción Chilena (NCCh) son acentuados.

El segundo eje, tal como adelanté, se liga con el terrorismo de Estado. Bien se sabe que la persecución, la desaparición y la ejecución son manifestaciones ge-nuinas de esta maquinaria. En el caso musical, sin considerar la delicada situación de los auditores que permanece inexplorada, basta recordar el exilio de numerosos artífices de la NCCh, entre los miles de chilenos forzados al destierro, y el presidio de Ángel Parra, por ejemplo. Nano Acevedo relata que no fue necesario que la represión contra la música cercana a la NCCh se fundara en acciones jurídicas, porque «si bien ellos no lo dijeron por cadena nacional, entendíamos que habían muerto y habían torturado a Víctor Jara, habían desaparecido cuántos colegas…»20.

Amedrentamientos y allanamientos implicaron para la música dos de las formas más comunes de torsión, amparadas en un accionar no legal de agentes estatales, resguardados en la Doctrina de Seguridad Nacional. Por esta razón, cuantiosas experiencias de coerción no encuentran un respaldo oficial ni dejan ver una operación sistemática de acción, siendo difícil identificar a los responsables de las prohibiciones y requisamientos. Así sucede, por ejemplo, con las sucesivas trabas impuestas al sello Alerce, a través de circulares de dudosa procedencia, cuya efectividad se cimentó en gran medida en la imprecisión de las restricciones y la incer-tidumbre respecto a las represalias dables en casos de trasgresión a la censura21.

Material cuantioso y heterogéneo del sello IRT, perteneciente a la CORFO, fue destruido. Tito Escarate menciona -por ejemplo- el caso del grupo de rock La Mariposa, cuyo elepé grabado en 1973 con IRT se extravió, junto a muchas producciones del sello. Más adelante, abundantes grabaciones «no proselitistas» de Víctor Jara fueron eliminadas22. Algo cercano ocurrió con el sello de las Juventudes Comunistas. Dice Ricardo García que «todo lo que fuera la empresa discográfica DICAP había sido destruido y un interventor nombrado por la Junta Militar vigilaba los restos»23. Lo mismo señala Osvaldo Rodríguez, quien dice que las oficinas de DICAP «fueron saqueadas y quemados todos los materiales»24.

Un mecanismo primordial para llevar a cabo la represión fue la elaboración de listas negras. Éstas vetaban tanto las músicas en su dimensión material como a los músicos acusados de izquierdistas; así, implicaron la persecución y la censura en diversos espacios laborales y circuitos de difusión musical. Mostraré en primer lugar algunas vetas de aplicación sobre los músicos y, a continuación, sobre los repertorios.

La lista negra es instalada en radio y televisión25, cerrándose para aquellas figuras identificadas políticamente con la izquierda. Según dice Nano Acevedo, «todo lo que tenga sabor a izquierda no va, ni en un sello grabador, ni en un diario, ni en una radio, ni en un espectáculo en vivo»26. Así se practica, en palabras de Valerio Fuenzalida, una «política de exclusión de grabaciones e intérpretes considerados militantes o simpatizantes de grupos políticos no oficialistas»27.

Lo mismo se observa en las universidades, cuya organización interna sufre una severa «reestructuración». Karen Donoso indica que con el ingreso de Samuel Claro como decano de la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la Universidad de Chile,

«se tomaron medidas radicales como por ejemplo la exoneración de profesores y el cierre de la carrera ‘Instructor en Folklore’ que aún no graduaba a su primera generación, a lo que se suman la serie de allanamientos que afectaron a las sedes de la Facultad, en búsqueda de material ‘subversivo'»28.

Asimismo, Fernando García relata que Claro

«hizo una lista donde estaban todos los ‘comunistas’ y la entregó a un funcionario para que la llevara a Investigaciones […] En Investigaciones, como había gente de la Unidad Popular, cuando llegó la lista alguien la sacó y la rompió. Allí estaban denunciando a varios […], imagínate, era una cantidad enorme de gente. De acá de la Facultad no sé a cuantos botaron»29.

Las lista negras contra personas también han sido denunciadas en el caso del Instituto de Música de la Universidad Católica (IMUC), donde la renuncia de Fernando Rosas a su cargo directivo se justificó por la aplicación de este tipo de medidas,

«La salida del Instituto de Adolfo Flores, la reducción de horario de Emilio Donatucci, la salida de Pedro Poveday de Genaro Burgos, más la de algunos cuyos nombres no recuerdo, se debió a la participación de personas que tenían la confianza de rectoría 30.

En los medios de comunicación masiva, la omisión de ciertos repertorios musicales pasa por una compleja relación entre la censura por parte de los funcionarios oficialistas y la autocensura, fundada en el álgido clima de terror vivenciado a mediados de los años setenta. Así, algunos programadores radiales, reconociendo el riesgo laboral y vital que suponía difundir, por ejemplo la NCCh, debieron desafiar al propio temor para ir divulgando poco a poco la música objetada31. En el caso de los sellos grabadores, se presume la existencia de listas negras emanadas de organismos oficialistas con cierto respaldo gubernamental. Así lo explica Ricardo García, fundador del sello Alerce, en el siguiente extracto:

«Al instaurarse en Chile un régimen que obligó a la quema de libros y a la destrucción de discos que incluían obras musicales de diferentes contenidos, nuestro mundo cultural entró en un período de total oscuridad. Prueba dramática de esta situación la constituyen las circulares que las compañías fonográficas hicieron llegar a todos los distribuidores de discos a fines del 73: ‘Volvemos en relación con nuestra circular número 2.138 del 28 de septiembre pasado, para dar la lista ampliada de todos los discos que hemos debido dejar de fabricar y retirar de catálogo, con sujeción a la autocensura que la Junta de Gobierno ha dispuesto para la industria fonográfica nacional’. La circular incluye desde grabaciones, por supuesto, de Quilapayún hasta Nicanor Parra, Violeta Parra, el conjunto Cuncumén y Osvaldo Díaz»32.

Asimismo, se expone en un artículo de la revistaAnálisis dedicado a la música de Fernando Ubiergo que,

«[l]e dijeron en el sello IRT que tenía que sacar del LP […] las canciones de Víctor Jara, de Pablo Neruda, de Paco Ibáñez y del cubano [Silvio] Rodríguez. Benjamín Mackenna había llamado de la Secretaría de Relaciones culturales diciendo que los autores comunistas no se podían grabar 33.

Profundamente reveladora respecto a las «razones» y modos operativos de tal tipo de censura es la declaración del propio Mackenna al respecto. Él explica que desde muy temprano «hubo consultas» de parte de militares sobre el quehacer cultural. Narra que una vez, por ejemplo, recibió una llamada en la que se le presentaba la siguiente situación:

«‘Oye, resulta que nos acaba de llegar un disco de Silvio Rodríguez que se llama Santiago en llamas que dice que los cadáveres están flotando en el Mapocho’, y entonces me pregunta: ‘lo que pasa es que hay discos de Silvio Rodríguez en el comercio, ¿qué crees tú? porque aquí mi General dice que hay que retirar todos los discos’. ¡Pero cómo se te ocurre! -dije yo- eso sería una locura, esa cuestión sí que daría la vuelta al mundo. Los discos que no son proselitistas, deja que sigan vendiéndose. Vas a armar un escándalo. Ahora, ese disco obviamente que no se puede publicar»34.

Más allá de esta declaración, ninguno de los relatos ni las fuentes revisadas, muestran cómo se ejecutaba la discriminación a través de las listas negras. Quizá, la pregunta por autorías y documentos que respalden los actos de censura no traspase el ámbito anecdótico, pues, como se trasluce, sobre la ignorancia acerca del modo de articulación de la represión se cimenta la tendencia a la autocensura, principal dinámica que sostiene la exclusión de algunas músicas de los circuitos oficiales.

La lista negra, en sus múltiples formas, encarna de modo ejemplar la relación profunda que se da entre las acciones «legales» y la represión clandestina. Por ejemplo, la derogación de leyes proteccionistas que eximían del pago de impuestos a artistas y obras nacionales, a través del Decreto Ley N° 827 de 197435, y el establecimiento de un impuesto del 22% a los espectáculos, «ha actuado como un disuasivo a este tipo de presencia y exibición [sic] de música popular. Las atribuciones para eximir de este impuesto se han convertido en un instrumento de discriminación y censura», en palabras de Valerio Fuenzalida36.

Comprender, entonces, la aplicación de listas negras, como expresión del terrorismo de Estado -de un accionar oficial clandestino- apunta a la importancia relativa de una búsqueda de soportes legales, ya que dicha expresión colabora con la destrucción material del grupo humano al que se aboca, a la vez que a su desarticulación indirecta mediante la guerra psicológica, apartándose del Estado de Derecho interrumpido por la Junta Militar. Si bien es ineludible conocer qué facción de las acciones del régimen referentes a la música son aplicadas de manera pública y bajo la garantía de la solemnidad oficial, creo que la existencia de presuntos dictámenes vía «legal» no es trascendental para comprender la vivencia concreta por parte de los afectados y las implicancias fácticas manifiestas en modificaciones sustanciales de la cultura durante la dictadura37.

4. LA TENSIÓN ENTRE LO CLANDESTINO Y LO PÚBLICO

Como acabo de señalar, la clandestinidad pasó a ser una condición característica de los movimientos de izquierda que, siendo sometidos a una represión irregular en sus formas pero persistente en el tiempo, adecuaron sus lugares y acciones a la nueva situación política. Escritos sumamente decidores sobre el surgimiento de microcircuitos38enmarcan la comprensión que desarrollo aquí sobre los espacios y modos de circulación de las músicas de resistencia. Así, para Anny Rivera, el Canto Nuevo se erigió como el microcircuito de «mayor integración y organización»39. Dos instancias cristalizan inicialmente la rearticulación de movimientos musicales: el acto solidario y la peña.

Bajo el amparo de la Vicaría de la Solidaridad diversas organizaciones poblacionales y culturales encuentran un espacio de gestación de circuitos opositores. Allí, la recaudación de fondos y la generación de un lugar común de reunión e intercambio se elevan como objetivos primordiales. La música se inserta así en un proceso de reactivación política complejo, en el que juega un papel colaborativo preciado. Casi a la par, la reaparición de la peña responde no sólo a las necesidades de participación y militancia, sino que este lugar aspira también a promover un espacio laboral para numerosos artistas cuyas fuentes de trabajo habían sido reducidas a causa de la persecución y el toque de queda40.

El punto que quisiera desarrollar es que, a pesar de la clandestinización de estos movimientos culturales, la presencia de los músicos y las músicas resistentes no puede entenderse enteramente desde el ocultamiento. Por el contrario, transitando por diversos sectores de mayor o menor peligrosidad, articulando diferentes modos de compromiso y sirviendo a diversos fines políticos, los mismos repertorios se desarrollan en espacios notoriamente públicos, al tiempo que se cultivan en otros eminentemente clandestinos. Bien es cierto que los grados y modos de la clandestinidad varían con los años, así como se van transformando las políticas culturales oficiales. Una relación compleja entre el espacio público y el privado caracteriza las músicas de la oposición que circulan y se difunden en grados heterogéneos, desde el punto de vista de la notoriedad. Las músicas se articulan, quizás de manera errática, con la generación de espacios dirigidos a públicos diversos, arrimándose o alejándose sucesivamente de los núcleos llanamente clandestinos. A través de tres ejemplos intentaré mostrar esta dinámica particular.

Como expuse en el primer apartado, la llamada «música andina» reviste un protagonismo indudable respecto a las disputas de «utilización» política. Así como agentes oficiales habían distinguido a este ejemplar conjunto instrumental como «subversivo», muchas músicas de la resistencia se arriman a esta connotación opositora, vitalizando la presumida subversión. En este sentido, la identificación de un boom andino41 a fines de los setenta evidencia que la prohibición tuvo efectos mucho más confusos que la «simple» censura. El boom andino se ha definido como un fenómeno de masificación y mediatización de los grupos que tocan «música andina», que contribuye «a ‘exorcizar’ los instrumentos altiplánicos, cuya ejecución se atribuía sólo a artistas marxistas»42. Un rol central puede otorgársele a Illapu, que logra instalar el Candombe para José43 como éxito de ventas, consiguiendo presencia en la televisión, al mismo tiempo de colaborar en diversos circuitos de la resistencia, en ollas comunes, actos solidarios y festivales. Su presencia «doble» incorpora nuevas aristas a la compleja situación de la «música andina» durante los primeros años de la dictadura.

A causa de la inminente ola represiva, la cimentación de un circuito musical opositor se llevó a cabo mediante diversas estrategias precautorias. Una de ellas fue el resguardo de la Iglesia Católica. Otras fueron la renovación de un repertorio más «poético» y la utilización de medios masivos a modo de refugio público, entendiendo que precisamente el espacio más vulnerable se encontraba en un sitio intermedio entre lo más oculto y lo más público. Esta es una de las interpretaciones de la presencia televisiva de Illapu44.

Un segundo ejemplo se ve en la difusión simultáneamente clandestina y pública de las actividades solidarias en las que diversos grupos musicales participaban. Resulta interesante notar cómo los mismos nombres son publicitados en medios de alcances y destinatarios aparentemente disímiles, como lo son Solidan dad y El Rebelde en la clandestinidad. El primer boletín, editado por la Vicaría de la Solidaridad, puede entenderse como un medio de divulgación más abarcador, a través del cual se permite la masificación de ciertas figuras de la resistencia. Numerosos festivales fueron tempranamente avisados en esta publicación45, haciendo parte a diversos grupos y cantores de acontecimientos aparentemente inocuos, en cuanto a su condición política, tales como el «Festival Una Canción para Jesús». Celebrado a partir del año 1976, participaron allí músicos como Cecilia Echeñique en la competencia y grupos invitados como Chamal, Aquelarre, Illapu, Nano Acevedo y Capri.

Un hecho remarcable, en tanto ayuda a comprender las relaciones pugnantes y dinámicas entre el espacio oficial y aquel opositor, fue la segunda versión de dicho festival. Efectuada en noviembre de 1977, su jurado estuvo compuesto, entre otras personas, por César Antonio Santis y Eugenio Rengifo, miembro de Los Huasos de Algarrobal. A todas luces la voluntad legitimante de la Iglesia pasó por situar en la opinión pública la actividad de conjuntos como los mencionados, mediante la aprobación implícita de figuras de la televisión oficialista. Este procedimiento doblega la delimitación rígida entre espacio público y espacio privado, señalando múltiples agentes en la configuración de sitios propicios para el circuito de resistencia.

Poco tiempo después, la divulgación de la adhesión política de este circuito solidario se hace explícita en medios tales como El Rebelde en la clandestinidad que, siendo abiertamente reconocido como publicación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), introduce noticias sobre la actividad cultural de estos mismos núcleos, arrogándoles una posición netamente insurrecta. Esto se ve en «Artistas junto al pueblo», artículo en página completa dedicada al acto cultural efectuado por la Liga de Acción Cultural en el Sindicato PANAL, en el que participaron, entre muchos artistas, los músicos Eduardo Peralta, Eduardo y Pedro Yáñez, Santos Rubio, el conjunto de folclore del Taller 666, Antara, Aymará, ballet Pucará, Aquelarre y Pehuén, además del Taller Sol y su conjunto Fragua. Asimismo, se menciona la participación del Conjunto Folclórico de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Acerca de los obreros, afirma que,

ese ciclo cultural en el sindicato el PANAL en huelga les permitió responder en forma concreta y positiva al llamado «Encuentro Arte Joven», patrocinado por la dictadura en esos mismos días en el Instituto Cultural de Las Condes46.

Como se ve, la identificación de un numeroso grupo de artífices del circuito del Canto Nuevo es osada y elocuente, pues no sólo «explica» el éxito de la actividad cultural realizada por oposición al encuentro promovido por la dictadura, sino que inscribe los nombres de dichos músicos en el circuito ineludiblemente clandestino del MIR. Paradójicamente, por esta misma época algunos de ellos habían ido ingresando poco a poco a los canales de televisión y otros medios oficiales, como el caso de Illapu ya comentado. No obstante, la progresiva apertura de los medios tampoco resulta sencilla, pues el «logro» que significó una relativa masificación de la actividad cultural alternativa se vio socavado por una serie de trabas impuestas a los nuevos espacios. Algunos hechos elocuentes son el apedreamiento recibido por la Casa Folclórica Doñajaviera el 12 de agosto de 1978, la suspensión del permiso otorgado para la realización del Festival del Canto Nuevo programado para el 31 de junio de 1978 y el impedimento puesto a Alerce para editar sus discos en los estudios de IRT47 .

Parte de la prensa oficialista, por esa misma época, publicó arduos reproches a la Iglesia, sosteniendo que los organismos «pseudoculturales» o «pseudofolclóricos» eran «disfraces» de organizaciones políticas financiadas por la Vicaría de la Solidaridad. Ante dichas acusaciones, Solidaridad pidió explicaciones al Secretario de Relaciones Culturales del Gobierno, Benjamín Mackenna, quien no respondió48. Un «bloqueo sistemático» impuesto desde 1978 -según Rodrigo Torres- colabora con la crisis del Canto Nuevo (CN) y deriva en la búsqueda de acceso a medios de comunicación masiva por parte de algunos de sus agentes49.

Por último, quisiera comentar la aparición de algunos grupos en televisión y su participación en el Festival de Viña del Mar. La introducción de parte de los protagonistas del CN en la televisión fue juzgada por algunos como la obtención de un espacio hasta entonces restringido para la izquierda, que se habría conseguido mediante la instalación de una propuesta exitosa; mientras otros lo vieron como una maniobra aniquiladora por parte de la dictadura, que pretendía «quemar» públicamente a los artistas, desintegrando el movimiento a través de la selección de algunos pocos músicos e «infiltrando» figuras ajenas como el «Negro» Pinera y Fernando Ubiergo. Un par de citas elocuentes son las siguientes,

El «canto nuevo» es «descubierto[«] por los medios de comunicación, mientras Silvio Rodríguez, Pablo Milánés, Los Jaivas y Serrat se transforman en los «hit» musicales, desplazando a Travoltas o Iglesias.50
Este movimiento [el CN] no tuvo armas eficaces para contrarrestar los criterios comerciales de una difusión que lo transformó en una moda intrascendente, llegando a ensalzar cultores que nada tenían que ver con la expresión original51.

En un contexto de crisis discográfica, restricción de fuentes y dificultad para encontrar figuras nacionales susceptibles de ser introducidas en la programación, los canales televisivos tendieron a importar artistas extranjeros, a crear figuras «de estudio» y a promover festivales52. El Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar se erige allí como bastión de la actividad cultural oficial53, lo que es claramente identificado por la oposición, levantando públicos reproches y sabotajes al certamen. Rodrigo Torres dice que este festival:

… fue particularmente privilegiado por el régimen con presupuestos millonarios y una intensa cobertura publicitaria de los medios de comunicación de masas, transformándolo en una ventana del país al mundo y también en una ventana del mundo al país.54

Variadas acciones contra el Festival de Viña y lo que éste simbolizaba fueron difundidas en El Rebelde en la clandestinidad, como rayados callejeros55, instalación de bombas y ejecución de atentados56, y la publicación de una carta manifiesto dedicada a los participantes del Festival. Es particularmente interesante que ante la ausencia general de noticias sobre música se dedique gran atención a este acontecimiento en el que participan algunos de los artífices de los circuitos alternativos, como es el caso de Nano Acevedo.

Así, la relación compleja que establece la música entre lo público y lo privado desde los primeros años del régimen evidencia una apertura progresiva con el ingreso de las músicas de la oposición, en un comienzo intermitente y luego decisivo, a los medios de comunicación masiva. Sin embargo, otra música, radicalmente clandestina, permanecerá lejos de la notoriedad oficial, para circular sobre el soporte del casete pirateado entre diversos sectores resistentes que ansian la caída del dictador.

5. LOS SONIDOS Y SU SOPORTE CLANDESTINO. EL SOPORTE Y SU SONIDO CLANDESTINO

En este apartado final abordaré el papel fundamental que el casete reviste tanto para la circulación como para la producción de músicas de la resistencia. Estas dos dimensiones, profundamente entrelazadas, demuestran cómo este dispositivo fonográfico propende a la clandestinidad. Destaco aquí, en primer lugar, su utilización para la preservación y difusión de repertorios restringidos, mediante la masificación de la copia casera. A continuación, relevaré la creación de músicas «militantes» que encuentran forma en un casete y cuya cualidad clandestina aparece constitutiva.

Las grabaciones de la NCCh, como ya lo he comentado, fueron objeto de requisamiento y destrucción. No obstante, es sabido que su fecundo repertorio se mantuvo entre los auditores gracias al resguardo de ciertos originales y la proliferación del casete copiado. Asimismo, la divulgación de las canciones de Silvio Rodríguez y otros artífices de la Nueva Trova Cubana se basó en el traspaso mano a mano de cintas, pues, como también ya revisé, su obra ingresó a las listas negras de los sellos y distribuidores57. Otro tanto ocurre con los sonidos del exilio que se introducen al país sobre este soporte, insertándose, junto a otras múltiples grabaciones, en el circuito clandestino de casetes pirateados. Algunas citas dan cuenta de este fenómeno:

«…hay mucha gente que compra cassettes, que se prestan y regraban muchas veces. Entre los conjuntos más difundidos, el más conocido es Illapu, Quelentaro también tiene un gran apoyo entre los que escuchamos folklore. Eso, aparte de las canciones de Violeta Parra y Víctor Jara, que son la base. Silvio Rodríguez entra sobre todo en la gente joven, porque está en la ‘onda’ más moderna de la música actual. La música del exilio se escucha, si es que se consigue, pero es poco». (Conjunto Voces Americanas)58. «Simultáneamente, la creciente disponibilidad de grabadoras de casetes facilitó el intercambio informal de música y proyectó públicamente al Canto Nuevo y a otra música no disponible en Chile. Por ejemplo, la música del cantante cubano Silvio Rodríguez circuló ampliamente a través de esta red informal, deviniendo extraordinariamente popular sin respaldo comercial»59.

«Es necesario hacer notar que los músicos de la Nueva Canción Chilena -la mayoría actualmente exiliados o muertos, como Víctor Jara- fueron mencionados muy frecuentemente […], lo que hace suponer que material grabado en esa época -menos probablemente en la actual- circula aún en un volumen no despreciable. […] Este dato es muy significativo, si consideramos que el público joven (entre 11 y 24 años) no ha conocido esta música a través de los medios de comunicación, ni podido adquirirla»60.

El caso del CN es bastante decidor. En los lugares en el que este microcircuito se articula, y al que convergen diversos cultores, los propios artistas colaboran con la divulgación pirata de sus producciones. A veces por la imposibilidad de contar con canales oficiales de difusión, otras por la voluntad de solidarizar con la recaudación de fondos para organizaciones poblacionales, sindicales o partidos, y otras tantas por la sola vocación de masificar las proclamas de la resistencia; los cantores facilitan su propio material para que sea distribuido de manera «artesanal»61.

Es cardinal comprender que la noción de piratería no comporta una connotación esencialmente negativa, sino que, articulada en una situación particular, ella adquiere significaciones acordes a la función que cumple para las personas que la realizan. Quiero decir con esto que su valor se encuentra estrechamente ligado al fin con el que la piratería se efectúa. En el caso de las músicas de resistencia, el fin de lucro personal no está contemplado dentro de los idearios que sostienen la masificación de casetes. Muy por el contrario, son exacerbadas otras dos finalidades: la recaudación de ingresos para la «comunidad», cualquiera sea su organización específica, y la divulgación maximizada del material sonoro considerado, por sus gestores mismos, como subversivo. Además de estos dos objetivos, habría que incluir también la necesidad de acceder a músicas comercializadas a altos precios en el mercado oficial, dificultad que se agrava con la crisis económica.

En los canales alternativos por los que estas copias transitaron se difundieron también algunas producciones fonográficas concebidas desde y para la clandestinidad. Estrechamente comprometidas con la militancia, los sonidos por ellas registrados se sumaban como una herramienta más en la lucha contra la dictadura, no ya desde el terreno del «arte» sino que arrimándose a la instrumentalidad política sin tapujos. Una diversidad de «contenidos» pueden hallarse en dichas grabaciones: discursos, proclamas, cánticos callejeros e himnos partidarios, sin olvidar numerosas canciones cuyas palabras aspiraban a alcanzar un alto grado de elocuencia.

A este respecto se puede señalar Vamos Chile(1986), producido por dos células culturales del Partido Comunista y del Partido Socialista, bajo el liderazgo de Gabriela Pizarro; El camotazo n° 1 (1988), editado por sectores comunistas con la participación de renombrados agentes del Canto Nuevo; FPMR canto popular (198?), casete proselitista del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, cuyo himno fue compuesto por Patricio Manns; Miranda al frente (1987), de Ana María Miranda, también dedicado al FPMR; MDP Movimiento Democrático Popular (1985), donde están presentes también varios cantores cuya participación en los circuitos solidarios es reconocida; y El paro viene… Pinochet se va!!!, mencionado por Mark Mattern62, pero cuyos detalles no he podido encontrar. Lo que todos estos casetes63 tienen en común es haber sido grabados clandestinamente en Chile y ostentar una declaración abiertamente panfletaria, en la que se convoca al paro nacional, a la organización y a la lucha armada. La grabación clandestina más temprana de la que tengo noticias es la realizada por el Conjunto Folklórico de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, en 1978, llamada Canto por la vida ¿Dónde están?, en la que se cristalizó la versión sonora de la cueca sola. Un año después, sería registrada también la Cantata Caín y Abel, de Alejandro Guarello, interpretada por el conjunto Ortiga, con la orquesta y coro dirigida por Fernando Rosas.

No sólo músicas, según señalé, son incluidas en estas producciones. Programas radiales, por ejemplo, fueron también difundidos mediante este soporte, generando pequeñas producciones no industriales de casetes. El material sonoro de los programas de Radio Liberación fue corporizado en las cintas. Según lo publicita el MIR, estas ediciones «constituyen testimonios grabados de la lucha de nuestro pueblo. Los casetes se reproducen por cientos y tienen amplia acogida en las masas»64. Asimismo, Miguel Davagnino da cuenta de la producción de compilaciones de cancionesemblemáticas de la izquierda en la Radio Chilena. Colaborando con un grupo de jóvenes militantes, las dependencias de la radio eran facilitadas para que fueran realizadas allí cientos de copias de casetes con repertorio de la NCCh, que luego eran transportados en un par de pequeñas maletas para ser distribuidos65.

Las grabaciones nacidas en la clandestinidad muestran ciertas peculiaridades en relación a otras que, siendo difundidas de la misma manera, se ligaban mucho más fuertemente a la actividad «artística» de ciertos músicos, por lo que diferentes procedimientos fueron aplicados para sobrellevar la censura. Si los músicos del CN tuvieron que velar sus discursos, aprender a «decir sin decir»66, para conseguir un espacio cada vez más público dentro de los circuitos culturales, ciertas músicas abiertamente proselitistas no adoptaron tal medida, sino que arriesgaron declaraciones desnudas, cristalizando operaciones primordialmente clandestinas. En este sentido, resulta ostensible la adecuación de los modos de producción de las músicas a las cualidades discursivas de los sonidos que pretenden ponerse en circulación. Aquellos repertorios que «clandestinizaron» sus mensajes fueron en busca de espacios progresivamente más amplios, mientras otros cuya adhesión política y cuyas declaraciones son llanas, preservan una circulación clandestina. Algunos ejemplos son los siguientes,

El Pinocho tiene miedo
Y nos pega la allaná
Hagámosle la collera
Con el paro nacional
No, no, no, no queremos represión
Sí, sí, sí, viva la liberación.67
Y va a caer, y va a caer, y va a caer
Si el pueblo se une, seguro que caerá.
Chile no se rinde ¡caramba!
La consigna popular68.
Al Frente Patriótico Manuel Rodríguez ven,
a conquistar con él
la vida, el pan, la paz.
Con el Frente Patriótico descubre la unidad
que al que divide hoy, la historia enterrará,
a las milicias rodriguistas únete
porque esta vez la patria va a vencer69.

Puedo observar que el grado de ocultamiento se establece en estrecha relación con la publicidad del mensaje y de su medio, resguardando para la circulación más clandestina, como es evidente, aquellas consignas desnudas. Se establece así un arco de permisividad del discurso según sus condiciones de gestación y tránsito. Hay que enmascarar el mensaje mientras más abiertos son los medios. Esto se refiere a la participación de un sello grabador, la difusión por parte de micromedios o prensa masiva, la presencia en radio y televisión, etc. Es dable especular que cuanto más clandestino es el medio más directo es el discurso y viceversa. Como es dable de imaginar, esta toma de posición entre lo público y lo privado no se experimenta como operación autónoma en la instalación de un mensaje en la música, sino que se conjuga ineluctablemente con la cualidad de dicho envío. Esta ecuación me conduce a una nueva pregunta que, sin embargo, permanece incontestada: ¿Qué se dice cuando se encubre y qué se dice al descubierto?

Me he referido en este apartado a las grabaciones clandestinas que resguardan ciertos tipos sonoros: la canción de protesta cuyo discurso no es solapado, los cánticos y gritos de marchas callejeras y los himnos de las milicias y partidos proscritos. Ahora bien, ¿qué implicancias sonoras puede haber tenido esta relegación de la música hacia lo secreto? Sintetizaré a continuación la cualidad clandestina de estas producciones para proponer luego algunos vestigios que esta condición dejó sobre las músicas.

Hasta el momento, he procurado mostrar que la clandestinidad del casete reside en su labor política, ligada a la militancia clandestina y en su modo encubierto de ser distribuido. Así, la producción de grabaciones militantes establece una línea de fuga para la comprensión de la adaptación que la música sufre durante la dictadura, pues aquí ella sobrepasa una otorgada función artística para someterse por completo a las dinámicas de la lucha política. Un arma más, esa es la consigna. No obstante, más allá del retraimiento que estas grabaciones encarnan, ellas se reencontrarán con un universo más amplio de registros sonoros, en el que lo musical reviste un papel substancial mas no exclusivo. Un circuito recóndito por el que deambulan álbumes diversos, compilaciones de canciones de la radio, discursos grabados y cuantioso material documental. De estas dos dimensiones de lo clandestino, producción y circulación, tres implicancias sonoras resaltan.

Aunque muchos músicos presentes en los microcircuitos de resistencia participaron de algunas de estas grabaciones, sus nombres no aparecen en todas ellas. Es más, aveces aparecen, pero la propagación de la copia posibilita la difuminación de los nombres, la desaparición de la firma del artista. Lo mismo ocurrió con la masificación de Silvio Rodríguez, por ejemplo, cuya ausencia en el mercado oficial dificultó la divulgación de las «informaciones» relativas a su obra. Ahora bien, esta disociación entre autor y creación, al parecer defectuosa, deviene constitutiva del espacio clandestino. Por una parte, en los casetes gestados especialmente como herramienta política, el creador se dispone al servicio de la causa, por lo que la aparición de su nombre no «colaboraría» con el ocultamiento requerido. Sin embargo, conviene preguntarse si la sola omisión del nombre es suficiente para soslayar el reconocimiento de los auditores, quienes coleccionaban registros sin autoría manifiesta, pero cuya sonoridad «característica» los ayudaba a ser identificados70. Por otra parte, la «desaparición» de los nombres se comprueba también en repertorios de los más diversos, que al ser reunidos en el casete virgen rehuyen sus señas de origen. Es importante recalcar que el extravío de autorías ha permitido que el rastro de estas grabaciones sea difícil de reconstituir; un valor, sin duda, dentro de la lógica de la clandestinidad. Habría que mencionar también que la mayoría de estas producciones no figuran hasta el día de hoy en las «discografías» de sus participantes, quizá porque su propósito patentemente funcional no se adosa de manera simple a la vocación de las producciones «culturales» de estos músicos71.

Para provocar la disolución de los nombres propios tuvieron que ser los auditores quienes administraran la circulación de estas grabaciones. Con un alto poder de decisión, ellos se enfrentaron por primera vez a un soporte fonográfico susceptible de ser manipulado con amplia libertad. Es exactamente esta situación la que justifica la segunda implicancia de la clandestinización sobre las músicas, cual es la fragmentación radical del original. Gracias a la ductilidad del casete fue factible crear compilaciones domésticas, duplicar álbumes e incluso autorregistrar sonidos. Esta potencialidad significó en la práctica una modulación del concepto de original, pues cada copia ofrece particularidades innumerables. Es común, por ejemplo, la existencia de canciones «cortadas», de ruidos sobrepuestos accidentalmente y las modificaciones de velocidad y altura debido a la rapidez de la copia. La calidad de la cinta influyó también en la preservación de las grabaciones. Sin duda, desde mi punto de vista, la facultad de manejar los contenidos del casete es una de las cualidades más prominentes de este dispositivo, la que, por lo demás, se conecta profundamente con las necesidades de la resistencia. La opacidad de la cinta favoreció el ocultamiento de textos subversivos, pues permitía la grabación de diversas «capas» de sonido, la mezcolanza de repertorios diversos y la posibilidad de camuflar mensajes entre las músicas. Esto, aparejado con su porte pequeño y la portabilidad de la cinta de una caja a otra, colaboró con el manejo instrumental de este soporte. Una consecuencia notable de la masificación del casete es la debilitación del concepto de original, pues cada copia deviene un ejemplar único.

El último aspecto que quisiera explorar es lo que he comentado como la exacerbación de la funcionalidad de las músicas en el caso de las grabaciones clandestinas. La situación extrema desde la cual se opera y la intensa vocación de rebeldía confluyen en la producción de músicas que evaden el valor preciosista. A escondidas, en peligro, con escaso tiempo y recursos, estas grabaciones ostentan las huellas de la situación que las enmarca. Lo que en un disco industrial se catalogaría como «defecto», en estos casetes reviste un sello de su condición marginal. Las desafinaciones del coro en la Cantata Caín y Abel y la participación de solistas «ajenos» a Ortiga en la misma producción, se entiende por el cansancio de sus agentes que grababan a altas horas de la madrugada72; la débil entonación y la tosquedad de las voces que gritan el «Himno del frente» en Miranda al frente evidencia el lugar extremo desde donde proclaman los cantores, la prisión73, la brusquedad de las letras de Vamos Chile se comprende singularmente al observar su profunda ligazón con la contingencia74, con los enunciados colectivos que se encarnan en música con el sólo propósito de animar un poco más a los rebeldes. En fin, la rusticidad de tanto panfleto es constitutiva, pues no hay voluntad «embellecedora», sino una férrea convicción de unirse a la lucha clandestina.

De esta manera espero demostrar la relación recursiva entre las músicas clandestinas y su soporte, pues la clandestinidad y el casete determinan la cualidad sonora de estas grabaciones. Las diversas producciones realizadas en Chile de manera clandestina, fuera de un sello discográfico, por encargo de un partido político u otra organización con fines propagandísticos, mediante un ocultamiento de las identidades de sus participantes, constituyen un universo concisamente explorado en esta investigación, en la que doy escasamente cuenta de ocho cintas, pero con la convicción de que, como éstas, deben haber existido muchísimas más. Cada producción, efectuada con el fin de ser difundida a través del circuito clandestino de copias, presenta particularidades en sus gestores, sus medios y sus específicos propósitos, por lo que un estudio acabado sobre cada caso parece ser el procedimiento adecuado a seguir para aproximarse a una comprensión cabal sobre sus diversidades y coincidencias.

6. COMENTARIO FINAL

Con el despliegue de este escrito pretendí responder a una pregunta fundadora: qué relación se establece entre música y clandestinidad durante la dictadura, cuestionándome también «hasta dónde» la articulación de estas dos nociones podía servir a la comprensión histórica de dicho momento. Me detengo aquí sin enormes conclusiones, pues esta área de estudio recién se abre, pero con algunas observaciones esclarecedoras.

La relación dual que he explorado se corporiza en la prominencia de múltiples aristas, en las que concurren aspectos diversos del quehacer musical, de su repertorio y de su campo con la experiencia de la clandestinidad. No respondo cabalmente, a través de este artículo, a las preguntas que lo inauguran, no fue la intención. Instalar la problemática, incitar una reflexión, ese ha sido el propósito. Faltan aún estudios exhaustivos que se sugieren en un sinnúmero de contornos y de ejes visitados a lo largo de estas páginas: la vinculación de la actividad musical con la militancia, la dinámica de ocultamiento y notoriedad, los diferentes modos del camuflaje en la canción, la particularidad de cada casete, por nombrar sólo algunos. Es posible aventurar también que muchas aristas de esta problemática queden para futuras indagaciones. Ciertos elementos se presentan, en particular, como fecundos campos a explorar: la concreción sonora de los múltiples ejemplares clandestinos y la relación profunda entre la clandestinidad chilena y la actividad solidaria del exilio.

El presente estudio propone una comprensión abarcadura de la problemática central, estructurando a través de cada apartado una aproximación específica. Desarrollé aquí tres secciones, contorneando en cada una la indagación que me propuse. En un comienzo expuse cómo la clandestinidad puede entenderse desde la oficialidad, explorando su ejercicio represivo abundante y multiforme. Luego, a través de una observación de prensa, intenté mostrar cómo el «lugar» desde donde las músicas de resistencia se construyen y se vivencian no es fijo en cuanto a su visibilidad. Por el contrario, tanto repertorios como músicos, parecen deambular entre un espacio privado-clandestino y otro más abierto, que los liga con el espacio oficial. Por último, revisé la producción de grabaciones clandestinas ligadas a organizaciones políticas, las que, bajo la forma delcasete, recorrieron canales recónditos de masificación en lo que se encontraron con una diversidad de cintas copiadas.

Todas las aristas subrayadas contribuyen, no obstante, a instalar la reflexión acerca de la clandestinidad como un arco de relaciones que permiten comprender el ñujo por el que se trasladan las músicas en pos de velar o develar sus enunciados. Además, la variedad de temas que he tratado se entrelazan de apartado en apartado. Aunque en cada sección he procurado describir un ámbito específico, en el que la dupla música-clandestinidad se modula de manera bastante particular, temáticas transversales hacen que el texto devenga recursivo. Signos de esto son la recurrencia a la problemática de la censura, el fenómeno del tránsito, la reaparición de la cuestión sobre los «instrumentos andinos» y la observación de la realidad de ciertas figuras de la música de resistencia.

En respuesta a mi pregunta inicial acerca de la relación entre música y clandestinidad, en estas páginas propongo una mirada sobre la música y la clandestinidad con que la dictadura instala sus profusos modos de opresión; la música en la clandestinidad, lugar marginal desde el que establece su disidencia, sin instalarse en un punto cierto respecto a lo público, sino que circulando versátilmente entre sectores protegidos y otros más vulnerables; la música clandestina, aquella que se usa encubiertamente, que se copia y se difunde mano a mano, transitando por los territorios confiables de la resistencia organizada, y aquella otra que se concibe para ese desterritorio de las autorías, con el propósito instrumental de contribuir al derrocamiento de la dictadura.

Notas:

1 Artículo basado en el siguiente texto de la autora: Clandestinidades en la música de resistencia. Estudio preliminar sobre la clandestinidad musical en la creación y circulación de músicas de la oposición política durante la dictadura militar (Santiago, 1973-1986). Jordán 2007.

2 Jordán y Rojas 2007.

3 Lúnecke 2000: 47.

4 Definición obtenida en www.rae.es [consultado el 16 de enero de 2009].

5 Rolando Álvarez define la clandestinidad como «el lugar o espacio característico en donde particularmente la izquierda diseñó y ejecutó diversas estrategias políticas durante el período 1973-1990». Álvarez 2003: 24.

6 Polítlca Cultural del Gobierno de Chile 1975: 25 y 37.

7 Catalán 1986: 8.

8 Brunner 1988: 106.

9 Díaz-Inostroza 2007: 134.

10 González y Varas 2005: 99.

11 Lo mismo se asevera cuando se habla de la desarticulación de la NCCh, en Cortés 2003: 73 y 74. Ver también Ruiz 2006.

12 A excepción de los primeros 41 bandos publicados el 26 de septiembre de 1973 por el diario La Prensa, es importante considerar que, para dictarse bandos, debe existir «tiempo de guerra; haberse designado un general enj efe; haber tropas chilenas cuya seguridad y disciplina sea necesario preservar». Carretón et al. 1998: 22-26.

13 Esto ocurre por ejemplo con el Decreto Ley N° 77 dictado el 11 de octubre de 1973, que prohibe todo partido político y agrupación de doctrina marxista, ver Decretos Leyes… 1973: folio 77; el Decreto N° 324 que restringe a los medios de comunicación respecto a la información de temas políticos, ver Gutiérrez 1983: 43; además de numerosos bandos que restringen la transmisión de determinadas radiodifusoras, como es el caso de los Bandos N° 14 y 15, referidos a las Radio Cooperativa y Radio Chilena, además del N° 22, referido también a Radio Chilena. Todos estos fueron emitidos por Zona en Estado de Emergencia, entre septiembre y octubre de 1984. Gutiérrez: 34 y 37.

14 Un extracto de la carta es reproducido en Largo Farías 1979: 39. Allí se indica que la reunión fue realizada en octubre, mientras que Karen Donoso habla de diciembre de 1973. Cf. Donoso 2007: 138. Al respecto, dice Carlos Valladares que «Cuando el crimen de Víctor Jara era aún reciente, los militares citaron a dieciséis folcloristas, que figuraban en sus archivos, a una reunión con carácter imperativo». Cf. Valladares 2007: 340.

15 Donoso 2007: 138-140.

16 Entrevista a Héctor Pavez Pizarro, 2 de agosto de 2007.

17 Rodríguez Musso 1988: 104. [Las cursivas son de la autora].

18 Morales 1978: 175. [Las cursivas son de la autora].

19 Orellana 1978: 115.

20 Entrevista a Nano Acevedo, 24 de mayo de 2007.

21 Entrevista a Carlos Necochea, 5 de octubre de 2007.

22 Escárate 1994:46. Nancy Morris habla de más de 800 casetes, a partir de una entrevista con Miguel Davagnino. «In 1981 more than eight hundred cassettes of early, non political songs by Víctor Jara, the slain singer, were confiscated on grounds that they violated an internal security law. The importer of the material was given what he called ‘a little vacation injail’.» Morris 1986: 129.

23 Cita de Ricardo García en Fuenzalida 1987: 68.

24 Rodríguez Musso 1988: 103.

25 Morris 1986: 125. La autora, citando una entrevista con Miguel Davagnino, señala la existencia de listas negras en ambos medios de comunicación masiva. Lo mismo es expresado en Díaz-Inostroza 2007: 218 y 219.

26 Cita de Nano Acevedo, en Fuenzalida 1987: 17.

27 Fuenzalida 1987:7.

28 Donoso 2007: 104.

29 Entrevista a Fernando García, 2 de octubre de 2007.

30 Rosas 1998: 51. Fernando Rosas dio cuenta públicamente de esto, mediante discurso leído por su esposa, en el Salón Fresno de la PUC, el día 21 de junio de 2007, ocasión en la que le fue otorgada a Fernando Rosas la Medalla de Honor de la Universidad Católica.

31 Entrevista a Miguel Davagnino, 17 de agosto de 2007. Lo mismo señala Anny Rivera respecto a la autocensura de algunos radiodifusores que no programan el Canto Nuevo. Rivera 1984: 23.

32 Cita de Ricardo García, en Fuenzalida 1987: 67 y 68. Ver también www.selloalerce.cl

33 Carolina Díaz, «Fernando Ubiergo, Cantautor: ‘Debí partirme en dos'», AnálisisN° 217, marzo 1988: 50 y 51. Documento disponible en González y Varas 2005: 407-409.

34 Entrevista a Benjamín Mackenna, 27 de agosto de 2007.

35 Rivera 1984: 17.

36 Fuenzalidal987: 170.

37 Sobre esto ver Rivera 1984 y Brunner 1988.

38 Brunner 1988: 112 y 113; Jofré 1989: 72; Rivera 1983: 2 y 3. Por una introducción a la historia de las organizaciones culturales de la época ver Gutiérrez 1983.

39 Riveral984:25.

40 Un voluminoso estudio al respecto ha sido realizado por los periodistas Gabriela Bravo y Cristian González. Bravo y González 2006.

41 Torres 1993: 204.

42 Díaz-Inostroza 2007: 159.

43 Canción del uruguayo Roberto Ternán, incluida por Illapu en su disco autoeditado Despedida del pueblo, de 1976.

44 Ver «Illapu. Algo más que el Negro José» en Solidaridad1977: [s.n.p.]. Ver también Torres 1993: 204.

45 Numerosos festivales solidarios sectoriales son registrados por dicha publicación, dando cuenta de la diversificación de este formato, que se acompaña muchas veces de talleres culturales impartidos por agentes de la Iglesia. Ver por ejemplo acerca de «Servicios Culturales Puelche» en Solidaridad 1976: [s.n.p.]; «Primer Festival del Cantar Solidario» en Solidaridad 1976: 3; «Festival Solidario de Talagante» en Solidaridad‘1976: [s.n.p.]; «Festival Folklórico: un canto que une» (Renca) en Solidaridad 1977: 21; etcétera.

46 ‘El Rebelde en la clandestinidad 1981: 18. Otro caso como este -aunque posterior- aparece en la publicación de la Juventud Socialista (JS), que da cuenta de la realización de un Homenaje a lajuventud, en el marco del año de su conmemoración internacional, en el Teatro Carióla, en el que participaron Jorge Yáñez y Los Sergios, Ana María Miranda, Tennyson Ferrada, «del conjunto folklórico de ingeniería, del ÑÁPALE». Este acto fue realizado por y para la JS, con presencia de gran cantidad de dirigentes. Unidad y Lucha 1985: 5.

47 Ver más sobre esto en «Apagón cultural: alguien quema las ampolletas», en Solidaridad1978: 15; «Movimiento cultural: creció por todos lados», en Solidaridad 1979: 15.

48 Solidaridad 1978: 15. En el artículo se señala que tales aseveraciones fueron publicadas en La Segunda, 1978, refiriéndose a las actividades artísticas del año de los derechos humanos como un «sutil y hábil disfraz para el activismo político».

49 Torres 1993: 208.

50 Rivera 1983: 9.

51 Escárate 1995: 156.

52 Rivera 1984: 30.

53 Karen Donoso señala que la AMFOLCHI tiene como objetivos principales «velar por el bienestar social de sus asociados e integrarse directamente al movimiento de oposición cultural al régimen militar…» (pp. 180-181) además de considerar «el Festival de Viña del Mar como un distorsionador del folclore, así como reconoce una abrumante carencia de difusión de las tradiciones en los medios de comunicación, que se dedican básicamente al formato de espectáculo, a través de modelos estilizados, y que colaboran con el oficialismo». Donoso 2006: 184.

54 Torres 1993: 203.

55 El Rebelde en la clandestinidad 1987: 9. La única alusión a música de dicho número se encuentra en una caricatura de media plana que se titula arriba «¿QUIÉN PAGA EL FESTIVAL DE LA CANCIÓN?». Luego aparece un muro rayado con diversas consignas y demandas sociales, y abajo «LOS POBLADORES DE VIÑA NO SE ENGAÑAN…»

56 El Rebelde en la clandestinidad‘1983: 12. Se exponen atentados realizados por varias milicias de la resistencia en protesta por el ostentoso Festival de Viña del Mar, con la puesta de bombas, intervención de transformadores, derribado de postes y realización de desmanes en sectores residenciales de Reñaca.

57 Dice Anny Rivera que la Nueva Trova Cubana comenzó «a difundirse en nuestro país post 1973, en forma absolutamente artesanal y por la base, por cuanto no existía ningún disco editado, en el país, ni los medios de comunicación difundían esta música» Rivera 1980: 20 y 21.

58 Rivera y Torres 1981: 15 y 16.

59 Traducción libre del siguiente fragmento: «Simultaneously the growing availability of cassette tape recorders facilitated informal music exchange and gave greater exposure to Canto Nuevo and other music unavailable in Chile. For example, the music of Cuban singer Silvio Rodríguez circulated widely via this informal network, becoming extraordinarily popular without commercial backing». Morris 1986: 129.

60 Rivera 1980: 19. Esta cita corresponde a una encuesta de consumo cultural realizada con los auditores del programa radial «Nuestro canto», realizado en Radio Chilena por Miguel Davagnino.

61 Sonia Rand en Fuenzalida 1987: 164.

62 Mattem 1997: 7.

63 Me tomo la libertad de incluir producciones que sobrepasan la delimitación temporal que me propuse, por la importancia de su documentación y porque varias de ellas reúnen grabaciones de canciones que se realizaron a lo largo de la década del ochenta. Ver por ejemplo: http://cantonuevodelos70.blogspot.com/2008/10/ana-mara-miranda-miranda-al-frente-1987.html[consultado el 2 de febrero de 2009].

64 El Rebelde en la clandestinidad 1983: 5.

65 Entrevista a Miguel Davagnino, 17 de agosto de 2007.

66 Acevedo 1995: 174.

67 Una estrofa y estribillo de «La cumbia de la Unidad» en Vamos Chile.

68 Estribillo de «Y va a caer» en El camotazo n° 1.

69 Estribillo de «Himno del Frente» en FPMR canto popular y Miranda al frente.

70 Eso se comenta, por ejemplo, del casete Vamos Chile, en el que la voz de Gabriela Pizarro resulta «muy característica» a pesar de la ausencia de su nombre. Entrevista a Sergio Sauvalle, 4 de enero de 2007.

71 Al preguntarle a Osvaldo Jaque qué valor artístico tiene para él su participación en Vamos Chile él responde «Es la parte política mía, yo he hecho otras cosas. Que quede como un testimonio (…) Además soy pésimo poeta. (…)Mi labor es distinta, yo soy creador en otras cosas, no tengo por qué ser creador en la poesía.» Entrevista a Osvaldo Jaque, 5 de enero de 2007. Algo similar se ve en la siguiente declaración de Ana María Miranda: «tal vez no es un buen disco, tal vez yo me desafino (como siempre), pero es uno de los destellos de esa memoria, que fue valiente, que tuvo miedo , pero lo enfrentó», enhttp://www.culturaenmovimiento.cl/mambo/index.php?option=com_content&task=view&id= 849&Itemid=40 [consultado el 2 de febrero de 2009].

72 Entrevista a Alejandro Guarello, 12 de junio de 2007.

73http://cantonuevodelos70.blogspot.com/2008/10/ana-mara-miranda-miranda-al-frente-1987.html[consultado el 2 de febrero de 2009].

74 Entrevista a Sergio Sauvalle, 4 de enero de 2007.

 

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Publicaciones periódicas

El Rebelde en la clandestinidad. N° 196 (marzo, 1983), N° 170 (enero, 1981), N° 200 (julio, 1983), N° 236 (febrero, 1987).        [ Links ]

Unidad y Lucha. N° 89 (diciembre, 1985).        [ Links ]

Solidaridad. N° 1 (mayo, 1976), N° 2 (junio, 1976), N° 6 (octubre, 1976), N° 24 (agosto, 1977), N° 27 (septiembre, 1977), N° 53 (septiembre, 1978), N° 62 (enero, 1979).        [ Links ]

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http://www.culturaenmovimiento.cl/mambo/index.phpPoption=com_content&task =view&id=849 &Itemid=40

Entrevistas

Entrevista a Sergio Sauvalle. Macul, 4 de enero de 2007. Por Araucaria Rojas y Laura Jordán.

Entrevistas a Osvaldo Jaque. Cerro Navia, 5 de enero de 2007, 8 de mayo de 2007, 24 de agosto de 2007. Por Araucaria Rojas y Laura Jordán.

Entrevista a Nano Acevedo. Providencia, 24 de mayo de 2007. Por Laura Jordán.

Entrevista a Alejandro Guarello. Peñalolén, 12 de junio de 2007. Por Laura Jordán.

Entrevista a Héctor Pavez Pizarro. Nuñoa, 2 de agosto de 2007. Por Araucaria Rojas y Laura Jordán.

Entrevista a Miguel Davagnino. Santiago, 17 de agosto de 2007. Por Laurajordán.

Entrevista a Benjamín Mackenna. Providencia, 27 de agosto de 2007. Por Araucaria Rojas y Laurajordán.

Entrevista a Fernando García. Santiago, 2 de octubre de 2007. Por Laurajordán.

Entrevista a Carlos Necochea. Providencia, 5 de octubre de 2007. Por Laurajordán.

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El derecho a la memoria urbana: marcar y desmarcar la ciudad.

El derecho a la memoria urbana: marcar y desmarcar la ciudad.

por 14 diciembre 2015

El derecho a la memoria urbana: marcar y desmarcar la ciudad.
Cabe preguntarse cuanto es lo que se ha avanzado en Chile en materia de reparaciones simbólicas y si es que se ha hecho todo lo que se podía hacer, o más bien ha imperado una mirada superficial en el tratamiento de la memoria urbana asociada a la dictadura bajo una lógica neoliberal, donde el Estado tiene una participación secundaria y el patrimonio se transa primando criterios de rentabilidad.

La memoria en la ciudad es un derecho de todos sus habitantes. Las sociedades traumatizadas  por horrores como la dictadura ocurrida en Chile necesitan de un relato urbano sobre lo sucedido, que sirva como marco de orientación, en un proceso de sanación colectiva que contribuya a fortalecer la no repetición de lo vivido. Marcar, recuperar y resignificar lugares emblemáticos como los ex centros de detención, junto con desmarcar los espacios y símbolos que hacen apología a la dictadura es una tarea a una sociedad que desea fomentar una cultura de los derechos humanos.

Chile en esta materia ha sido incapaz de elaborar un proyecto nacional de memoria. Las sumatoria de acciones fragmentadas parecieran estar delineadas por el principio de “en la medida de lo posible” y como respuesta a demandas particulares.

La ciudad se puede entender como un Palimpsesto plantea André Corboz, un antiguo manuscrito usado por los egipcios que se reescribía múltiples veces pero que siempre guardaba los rastros de las escrituras anteriores. Una hoja donde se expresan simultáneamente la escritura y el borrado, la memoria y el olvido.

Resulta relevante comprender la ciudad como un territorio en disputa constante, donde se ven reflejadas múltiples fuerzas que promueven intereses diversos: públicos, privados, colectivos, individuales, para instalar discursos o para anularlos. Aquí confluyen el Estado, las organizaciones ciudadanas, el mundo privado, por nombrar algunos actores comunes, quienes son los protagonistas de un juego dinámico que genera que la ciudad este siempre en movimiento, transformándose permanentemente.

Sin embargo, y asumiendo la condición palimpséstica de las ciudades, los procesos de borrado premeditados resultan críticos y debiesen alertar nuestra preocupación: demoliciones, abandono e invisibilización de las huellas del horror, que no suceden por simple obsolescencia o deterioro producto del paso del tiempo, sino más bien como actos intencionados, dado el significado e impacto que estos espacios y estructuras generan en la sociedad.

En lo particular es posible presenciar este fenómeno urbano de desaparición en la relación de las ciudades chilenas post-dictadura con el pasado traumático de ésta, donde las marcas de lugares significativos, a través de memoriales y monumentos, han sido promovidas principalmente desde la ciudadanía, siendo el Estado un actor reactivo y falto de propuestas potentes.

Hace 11 años el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, conocido como Informe Valech, daba cuenta de la existencia de 1.132 lugares que funcionaron como centro de detención a lo largo del país, de los cuales 221 operaron en la ciudad de Santiago: estadios, comisarias, sedes de partidos, casas particulares, etc., siendo algunos de conocimiento público y otros de carácter clandestino. En el segundo informe realizado el año 2010 no hubo avances en esta materia, sin embargo hoy sabemos, por ejemplo, de la existencia del centro clandestino Simón Bolívar 8800, en la comuna de La Reina, donde no hubo sobrevivientes.

Según el Ministerio de Bienes Nacionales, de los 1.132 recintos el 70% han sido individualizados y de éstos el 64% seria de propiedad fiscal (515), siendo Carabineros de Chile la institución que posee el mayor número de recintos, con un 56,2%. Este escenario nos plantea posibilidades claras de avanzar en materia de marcación y recuperación de lugares que hoy son parte del patrimonio fiscal.

Todorov advierte la necesidad de vincular “la exigencia de recuperar el pasado” con los usos que se harán de este. Llevado al tema de los ex centros de detención y la construcción de memoriales, esto implica no sólo la preocupación por la recuperación física o marcación de lugares, sino también la debida reflexión -particular y colectiva- sobre el para qué y cómo deben ser recuperados estos lugares en el contexto actual. Es importante incluir también dentro de esta discusión, la importancia de des-marcar espacios y símbolos que tienen por objetivo hacer una apología de la dictadura.

Es aquí es donde cabe preguntarse cuanto es lo que se ha avanzado en Chile en materia de reparaciones simbólicas y si es que se ha hecho todo lo que se podía hacer, o más bien ha imperado una mirada superficial en el tratamiento de la memoria urbana asociada a la dictadura bajo una lógica neoliberal, donde el Estado tiene una participación secundaria y el patrimonio se transa primando criterios de rentabilidad.

El programa de gobierno con el que la Nueva Mayoría gana las elecciones presidenciales el año 2013 plantea la creación de “una política de recuperación de todos los sitios de memoria histórica donde se violaron los derechos humanos, velando por su mantención básica y permanente” y se compromete a desarrollar “una estrategia específica para vincular a los sitios de memoria histórica con las nuevas generaciones”. Concluyendo ya el segunda año de mandato aun estas promesas están en deuda.

En el caso de Santiago, donde operaron 222 recintos de detención conocidos, hasta la fecha han sido recuperados sitios que hoy son un referente ético y moral para la sociedad, como Villa Grimaldi, Londres 38, José Domingo Cañas, por nombrar los más emblemáticos, sin embargo la lista no se extiende por mucho más. En estos casos el Estado ha apoyado la adquisición de los inmuebles y, en algunos, a la sustentabilidad de los proyectos. Son muy puntuales aquellas iniciativas en las que se ha visto involucrado desde los esfuerzos iniciales de recuperación como parte de una política de memoria, lo que pareciera dar cuenta de la limitada importancia que se le otorga al tema.

Quedan pendientes al menos la recuperación de aquellos lugares que hoy concitan esfuerzos desde agrupaciones y organizaciones sociales, como La Venda Sexy -actualmente una casa particular en la comuna de Macul-, 3 y 4 Álamos -hoy un centro de detención de menores en la comuna de San Joaquín- y el Ex Cuartel Borgoño, ocupado desde 1988 por la Policía de Investigaciones en la comuna de Independencia. Este último, centro clandestino de tortura y exterminio, funcionó hasta 1989 y fue demolido en plena democracia en el año 1998, haciendo caso omiso de su valor patrimonial.

En términos de marcas urbanas de lugares emblemáticos el escenario ha sido más prolífico, existiendo muchas veces apoyo estatal para la realización de estas iniciativas. Vale mencionar lo que se ha realizado en el Estadio Nacional, el Estadio Víctor Jara, el memorial del Patio 29 en el Cementerio General y el memorial de Paine. Cabe también mencionar la existencia de un sinnúmero de marcas autogestionadas por agrupaciones, colectivos e individuos que forman parte del paisaje urbano de la memoria colectiva.

En lo relativo a desmarcar y eliminar símbolos asociados a la dictadura, ha habido una ambigüedad en las acciones propiciadas desde el Estado, que nuevamente dan cuenta de un cierto grado de incapacidad o poca voluntad en la materia. En términos positivos, y siempre presión social mediante, destaca lo realizado el año 2004 al apagar la llama de la “libertad” que flameaba frente a La Moneda, extinguiendo con ello el mandato del dictador de que “el pueblo tiene el deber de mantenerla viva e inextinguible». En esta misma línea, la agrupación A Desmonumentar el Golpe junto al Municipio de Providencia, lograron devolver el nombre de la arteria principal de la comuna de Avenida 11 de Septiembre a Avenida Nueva Providencia.

Pese a los avances, son muchos los restos de la dictadura esparcidos por la ciudad sobre los que hay que avanzar. Solo por destacar uno, debido a su ubicación estratégica -en plena Alameda, en la comuna de Santiago-, está el Monumento a los Martires de Carabineros, denominado “Gloria y Victoria”. Puede que a simple vista pase desapercibido, pero al mirarlo con más detención se percibe dos unos formando el número once, representando el día del golpe de Estado. Es probable que un monumento con estas características estuviera prohibido en muchos países del mundo con políticas de memoria y reparación consistentes.

En el Chile de hoy, con un modelo de desarrollo profundamente neoliberal, escasa participación ciudadana y una débil cultura democrática, pareciera primar un pacto de silencio urbano, donde los esfuerzos de memorias fragmentados se diluyen en una imagen borrosa de país. Sin el embargo, el escenario actual presenta oportunidades concretas para avanzar en este tema si es que se logran establecer las convergencias necesarias:

  • En primer lugar, resulta necesario exigir el cumplimiento del programa de Gobierno en relación a la recuperación de los lugares de memoria. Existen compromisos específicos que deben ser llevados adelante, en el marco de un proyecto de memoria nacional que convoque a la participación ciudadana, que establezca los lineamientos fundamentales sobre los que se construye la memoria colectiva del país. Esto por ejemplo podría ser llevado adelante desde los gobiernos locales con participación vinculante.
  • Solicitar se tramite con suma urgencia el proyecto de ley que pretende prohibir la exaltación de la dictadura para, luego de ser aprobado, generar un proceso de limpieza de las ciudades, como parte del proyecto nacional de memoria.
  • Aprovechar la oportunidad que representa la próxima elección de alcaldesas y alcaldes como un escenario apropiado para que la sociedad civil levante y gestione sus proyectos con sus gobiernos locales, llevando adelante iniciativas de memoria en todas sus expresiones. Las organizaciones que ya han concretizado este tipo de iniciativas deben articularse e informar sobre sus aprendizajes, de manera de facilitar la tarea a nuevos emprendedores de la memoria.
  • El Estado, a través del Ministerio de Bienes Nacionales y las instituciones involucradas, debe pronunciarse en principio acerca de los centros de detención sobre los que tiene competencia, y proponer una marca simbólica en cada uno de estos inmuebles que señale claramente el compromiso del Estado con el respeto a los Derechos Humanos y la memoria, dejando atrás un actuar temeroso y sin propuestas.

Un desarrollo integral de las ciudades debiese incorporar en su crecimiento el respeto rotundo por la memoria. Esto no implica, necesariamente, recuperarlo todo, pero si abrir una discusión amplia y trascendente acerca del cómo hacernos cargo de este tema en el presente, para proyectarlo al futuro.

Sin embargo, hoy no debiese convocarnos solo la idea de construir lugares que recuerden, sino también las estrategias que necesitamos implementar para que estos lugares se inserten en la ciudad, para que sean protagonistas del cotidiano y no monumentos estáticos. Centros culturales, museos, espacios públicos y parques debiesen buscar complementar las carencias de infraestructura presentes en las distintas comunas. Es fundamental que estos espacios sean pensados para incluir también a las personas que no tienen una aproximación natural al tema de los derechos humanos, ampliando los núcleos de participación y promoviendo la efectiva reflexión en torno al nunca más.

La proliferación de lugares de memoria que fomenten el encuentro democrático, sin duda contribuye a construir una  ciudad  más inclusiva, tolerante y diversa, que refuerza la creación de una cultura democrática donde lo único que no cabe es la apología al horror.

Sebastian Troncoso Stocker

Arquitecto U. Chile

Master en diseño urbano y desarrollo, University College London

Relacionado

http://www.jornada.unam.mx/2005/08/28/sem-gaspar.html

http://paisajes.comisionporlamemoria.org/?page_id=93

Las marcas Urbanas de la Memoria

 

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