Hacer Memoria antes de Google. La Historia Oculta de la Historia Oculta

la-historia-oculta-de-la-historia-oculta/

HACE 30 AÑOS, SEMANAS DESPUÉS DEL PLEBISCITO DEL 5 DE OCTUBRE DE 1988, EL DIARIO LA ÉPOCA PUBLICÓ EL ÚLTIMO FASCÍCULO DE “LA HISTORIA OCULTA DEL RÉGIMEN MILITAR”, LA MÁS COMPLETA INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA ESCRITA SOBRE LA DICTADURA. LANZADA LUEGO COMO LIBRO, LA OBRA SE CONVIRTIÓ EN UN CLÁSICO DEL GÉNERO. UNA ENTREVISTA CON SUS TRES AUTORES -REALIZADA POR ACADÉMICOS DE LA ESCUELA DE PERIODISMO UDP-, ENTREGA DETALLES INÉDITOS SOBRE CÓMO LOGRARON REPORTEAR LA TRASTIENDA DE PINOCHET EN EL PODER.

 

 

-Dame un pucho -dijo el conscripto- No he fumado en todo el día.

-¡Nada de cigarrillos! -gritó un suboficial, a cierta distancia-. Mi general dijo que ni una luz.

El diálogo ocurre la madrugada del 12 de septiembre de 1973, entre soldados que custodian los escombros humeantes de La Moneda. En Santiago reina el toque de queda y los conscriptos están cansados y nerviosos.

Así parte “La historia oculta del régimen militar”, la investigación periodística que cubre los 17 años de la dictadura de Pinochet, desde las violaciones a los derechos humanos hasta las soterradas disputas entre los miembros de la junta. La obra fue lanzada por primera vez hace 30 años, en el desaparecido diario La Epoca, mediante fascículos semanales que culminaron con la cobertura del plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Los autores eran los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, tres compañeros de carrera en la Universidad de Chile que, en las postrimerías del régimen, trabajaban en La Epoca como editores. Amigos, voraces lectores y cinéfilos, se propusieron hacer un relato rigurosamente periodístico, aunque con giros literarios acotados que lo intensificaran. Así surgió la idea de partir con la escena de los soldados custodiando La Moneda destruida. Luego, la trama va ampliando el foco hasta graficar en toda su magnitud la tragedia del quiebre democrático.

Se propusieron escribir unos 25 capítulos, robándole tiempo a la frenética labor periodística de esos días. Para no verse “pillados” por la contingencia, tenían listas cuatro o cinco entregas cuando el primer capítulo se publicó con el diario. Pero muy pronto estaban sobrepasados, cerrando los fascículos el día antes. De los 25 capítulos proyectados escribieron más de 50, el último de ellos con detalles de cómo la noche del 5 de octubre un amargado Pinochet, en La Moneda, se vio obligado a aceptar la derrota. La obra completa ha sido reeditada varias veces como libro.

Hace algunos años, a instancias de dos periodistas e investigadores de la Escuela de Periodismo UDP, los tres autores hablaron por separado de esa experiencia. El resultado es esta entrevista a tres voces sobre una de las investigaciones periodísticas más emblemáticas de la historia chilena reciente. Un extracto de este registro fue publicado el domingo 30 de septiembre en Reportajes del diario La Tercera. Acá su versión completa.

¿Cuando decidieron escribir esta serie tenían algún modelo o referente periodístico que se acercara a lo que querían hacer?

A. Cavallo: Acá en Chile no, que yo recuerde. Sí teníamos claro que había que hacer un relato que requería de ciertos giros literarios muy acotados. Por ejemplo, partir con detalles y ampliar el foco, que técnicamente es un recurso no periodístico.

M. Salazar: Tengo la impresión de que un referente fue un trabajo que habían hecho años atrás las periodistas Marcela Otero y Malú Sierra en la revista Hoy, el primer reportaje en la prensa chilena sobre los detenidos desaparecidos y la DINA. Era un trabajo por capítulos estupendo y que tenía un nombre parecido. A nosotros desde el comienzo nos pareció que lo que debíamos hacer era contar de otra manera lo ocurrido durante la dictadura, desde sus inicios hasta donde llegásemos. Yo tenía la formación de la agencia UPI. Cuando tú escribes para agencias internacionales redactas textos que tienen entre tres mil y ocho mil caracteres, no más. Y tienes que privilegiar el color, los datos pasan a ser un anexo. Lo que importa es el relato, que sea una buena historia. Algo muy propio del periodismo anglosajón.

O. Sepúlveda: Los tres somos de la misma generación de la Escuela de Periodismo de Universidad de Chile, pero hasta donde recuerdo no teníamos ningún referente como guía. Nunca por lo menos lo conversamos (…) La idea era hacer una obra novedosa, recrear los hechos a través de imágenes que pudieran acercar al lector a la trama, para que no fuera tan árida. Como si estuviera viendo una película. Los tres éramos buenos lectores, nos gustaba el cine. Eso influyó.

¿Manejaban las técnicas del periodismo de investigación de manera sistemática o intuitiva?

M. Salazar: De una forma más sistemática, por nuestra trayectoria profesional. Los tres empezamos a trabajar en periodismo por ahí por 1978 y ya llevábamos casi 10 años cuando empezamos la serie. Era una época durísima donde aprendías mucho. Tenías relación con periodistas extranjeros que venían a Chile, gente que te enseñaba mucho.

A. Cavallo: No tuvimos ramos del periodismo de investigación en la universidad, pero teníamos muy claros los estándares del periodismo de investigación norteamericano. No es que los aplicáramos todos, pero sabíamos que había procedimientos como los del caso Watergate en el Washington Post. Yo por lo menos me acuerdo de haber tenido esa conciencia de cruce de fuentes desde bastante temprano en mi carrera.

“A LOS 15 Ó 20 CAPÍTULOS ESTÁBAMOS PILLADOS”

¿Hicieron una capitulación previa antes de lanzarse a escribir?

O. Sepúlveda: Hicimos un esqueleto inicial. Al comienzo definimos unos 25 capítulos, pero terminamos con más de 50. El libro tiene una estructura que se justifica sólo por la forma en que fue hecho: a medida que íbamos investigando se nos completaba el cuadro. Por eso trabajamos mucho con flashbacks, porque nos surgían datos sobre temas que ya habían quedado atrás. Entonces, en capítulos posteriores teníamos que volver a profundizar aspectos valiosos.

M. Salazar: Hicimos una primera capitulación antes de reportear nada. Logramos el visto bueno del director del diario [Emilio Filippi] y creo que trabajamos menos de un mes preparando los cuatro o cinco primeros capítulos antes de publicar la serie.

A. Cavallo: Incluso, cuando partimos no estaba clara la fecha del plebiscito, pero ya habíamos anunciado a los lectores que la serie llegaba hasta ahí. Estuvimos trabajando un mes o algo más en hacer entrevistas y reuniendo papeles, pero a ciegas. En general no sabíamos lo que andábamos buscando. Recuerdo haber ido a entrevistas donde preguntaba: “Oiga ¿qué pasó el ‘75 en general?”. Tengo la idea de que alcanzamos a producir unos 3 ó 4 capítulos antes de partir, como colchón para que no nos pillara la máquina. Pero ya a los 15 ó 20 capítulos estábamos pillados, cerrando capítulos el día anterior.

¿Cómo repartieron el reporteo y la escritura?

M. Salazar: Nos guiamos por los temas que habíamos reporteado cada uno hasta ese momento. Yo me hice cargo de los temas de derechos humanos, represión e izquierda. Ascanio Cavallo tomó la política palaciega y los partidos que estaban relativamente institucionalizados en los ‘80, como la DC. Oscar Sepúlveda tomó las relaciones internacionales y otros asuntos similares. Todos nos hicimos cargo de capítulos específicos, pero gracias al background de cada uno también aportábamos a los capítulos de los otros. Si Oscar, por ejemplo, estaba trabajando en tal tema, lo que teníamos Ascanio y yo al respecto lo dejábamos en su carpeta y también le aportábamos fuentes. Eso fue posible fundamentalmente por nuestra relación de amistad y confianza.

A. Cavallo: Manuel Salazar tomó todo lo que era la represión de la izquierda, la subversión y los temas de derechos humanos, una línea que parte con el exterminio del MIR y que termina con el FPMR. Oscar tomó temas de relaciones exteriores como el Filipinazo y episodios políticos como la venida del Papa Juan Pablo II a Chile. Yo tomé los temas relacionados con fuerzas armadas e itinerario político.

O. Sepúlveda: Cuando uno entrevistaba a una fuente salía con mucha información, porque la idea era aprovechar cada entrevistado para sacarle toda la información posible sobre el periodo que la fuente conocía. Después carpeteábamos los datos y hacíamos una división de antecedentes. Entonces, junto con iniciar este temario con estos 25 capítulos iniciales, empezamos a repartirnos los temas: “Tú te encargas de estos cinco capítulos, tú de estos otros cinco”. Con la Iglesia Católica repartimos más las cosas. Yo trabajé muchísimo en los capítulos finales de la venida del Papa. Ascanio trabajó bastante el rol que jugó la Iglesia en los inicios del régimen.

BUSCAR SIN GOOGLE

¿Qué tan importante fue el trabajo previo de recopilación de información?

M. Salazar: Es fundamental en este tipo de periodismo. Tienes que verlo y tenerlo todo. Hace unos años un periodista tuvo problemas con un empresario, Julio Ponce Lerou, porque publicó una información usando como base un reportaje de la revista Cauce de los años ’80. El periodista no captó que al número siguiente la revista tuvo un desmentido de Ponce Lerou. Se quedó sólo con el reportaje original y no revisó sus reacciones. Eso es muy frecuente.

A. Cavallo: Nos dimos cuenta que había mucha información publicada en los diarios. En El Mercurio, por ejemplo, salían parrafitos de enfrentamientos entre la subversión y los aparatos de seguridad. Entonces, uno podía saber datos como la fecha y el lugar. Era largo de hacer, sin google, con archivos de papel. Ocupábamos el archivo de La Época y también la Biblioteca Nacional. Además, ocupábamos archivos de la Iglesia Católica sobre derechos humanos. La Vicaría de la Solidaridad había publicado varios libros y documentos resúmenes muy ordenados. Entre las revistas era especialmente valiosa Qué Pasa, que tenía una sección llamada Ojos de la Llave con mucho material. Después, en los ’80 la sección política de Qué Pasa se puso muy valiosa. Ahora, siempre eran más indicios que información procesada. Obviamente, también hay que contar las revistas que surgieron en los ’80: Hoy, Apsi, Análisis.

O. Sepúlveda: Había que recorrer desde El Mercurio hasta la revista Análisis.

¿Los archivos de la Vicaría fueron los más valiosos a los que tuvieron acceso?

M. Salazar: En el tema de los derechos humanos a lo mejor, aunque en ese ámbito también logramos hablar con protagonistas, gente que por ejemplo había estado clandestina. Además, accedimos a otros documentos completamente desconocidos en ese tiempo: decretos, comisiones legislativas, mucha información policial de Investigaciones. Yo creo que durante varios años se acostumbró en Chile a utilizar las investigaciones judiciales sobre casos emblemáticos para hacer libros. Tomabas el proceso judicial y escribías el libro. Nosotros nos resistíamos a eso. Íbamos más allá del dato frío. Para nosotros también era importante saber contar la historia.

¿Hubo libros que les resultaran valiosos?

A. Cavallo: Hubo uno que nos dio mucho material, “El General Disidente”, de Florencia Varas [Editorial Aconcagua, 1979]. Tenía indicios de hechos que luego reporteamos y resultaron ser grandes. Además, tuvimos acceso a prácticamente todos sus protagonistas. Obtuvimos documentos como las cartas de la crisis al interior de la junta militar, con motivo de la consulta de 1978 [en capítulo 18, Asonada en diciembre, cuando Pinochet decidió hacer una consulta a la ciudadanía para rechazar la condena de la ONU a Chile por la situación de los derechos humanos, lo que fue resistido por el general Leigh]. Otro libro importante es “Asesinato en Washington”, de John Dinges y Saul Landau [Assassination on embassy row, Editorial Pantheon, 1980].

Resultado de imagen para “El General Disidente”, de Florencia Varas [Editorial Aconcagua, 1979]

“ERAN MAYORITARIAMENTE FUENTES DE GOBIERNO”

¿Cómo consiguieron que fuentes del propio régimen hablaran para este proyecto?

O. Sepúlveda: A nuestros primeros entrevistados les contábamos que íbamos a cubrir una serie de hechos que la prensa de la época había omitido. Toda esta gente en general entendió, y a eso probablemente contribuyó que los primeros capítulos tuvieran un cierto peso, un cierto tono que influyó mucho: cuando empezamos a publicar, las fuentes se multiplicaron.

M. Salazar: En el contexto político del momento, parte importante de la derecha estaba muy dispuesta a la transición. Hubo gente de ese sector que nos ayudó harto, incluso a convencer a otras fuentes para hablar. Otro actor importante fue la Iglesia Católica, partiendo por el cardenal Raúl Silva Henríquez. Esto hizo que personas que nunca imaginamos nos hablaran. Eso sí, con el compromiso ya claramente establecido después de ver los primeros capítulos de que el resguardo de la fuente no se iba a romper.

¿Cuántos entrevistados tuvieron en total?

A. Cavallo: Hasta donde recuerdo eran cerca de 140 personas, aunque las horas de grabación eran muchas más. Eran mayoritariamente fuentes de gobierno. En segundo lugar venían los entrevistados de oposición. Sobre estas últimas, evitamos en lo posible hablar con los dirigentes de primerísimo nivel, salvo para chequear información. Si no, convertíamos la trama en una suerte de santería civil y nuestro foco era el gobierno.

O. Sepúlveda: Mi cálculo es que usamos cerca de trescientas fuentes, aunque es una estimación mía, que los demás autores no tienen necesariamente que compartir.

¿Por qué optaron por usar casi exclusivamente fuentes en “off the record”?

M. Salazar: Antes de que los primeros capítulos salieran nos encontramos con bastante gente que estaba dispuesta a hablar, pero que no quería ser mencionada. Nosotros en La Época teníamos un manual de estilo, que decía que todas las fuentes debían citarse, salvo en casos extraordinarios. Pero el libro partía con los primeros años de la dictadura, los más complicados. Y al empezar a reportear la mayoría de la gente no quería aparecer con su nombre. Ese era un lío, por lo que decidimos no poner fuentes, salvo alguien que pidió expresamente ser mencionado: el abogado Jorge Ovalle Quiroz [asesor del comandante en jefe de la Fach, Gustavo Leigh].

A. Cavallo: Si poníamos un episodio con fuentes y otro sin fuentes el primero iba a ganar fuerza en desmedro del otro. Además, trabajamos sobre la convicción de que en el ambiente de la época pretender tener sólo fuentes en on the record era una demencia. Ahora, la inmensa mayoría de las entrevistas las grabamos en cintas, no obstante ser pactado en off the record.

O. Sepúlveda: Había gente que no tenía problemas en que citáramos su identidad, pero se trataba de casos en que nosotros teníamos información que avalaba lo que nos decían. Sin embargo, la mayoría te pedía inmediatamente el off the record como condición para hablar.

¿Qué reglas utilizaban para trabajar con fuentes en off the record?

O. Sepúlveda: Teníamos clarísimo el principio ético básico de no revelar jamás a una fuente en la investigación, ni al conversar con otros entrevistados ni en el texto. Tampoco quisimos nunca confundir nuestra misión de periodistas con la de un investigador policial, ni hacer denuncias en los tribunales ni arreglar cuentas con la historia. Simplemente ser testigos y retratar.

A. Cavallo: Nosotros nunca hemos dicho quiénes nos hablaron, pero una vez Mónica Madariaga [ex ministra de Justicia y Educación de Pinochet, fallecida en 2009], al presentar sus propias memorias, dijo: “Yo quiero decir que fui una fuente”. Con ella la cantidad de horas de grabación fue inmensa. Y ella siempre partió sobre la base de que no revelaríamos unilateralmente su identidad.

¿Qué resguardos tomaron para evaluar la información de las fuentes “en off”?

M. Salazar: Para reproducir un hecho delicado había que encontrar tres fuentes distintas que contaran la historia de una manera aproximada. Ahí entraba el recurso de la novelización de la trama: darle atractivo y estilo al relato, lo que a mi juicio fue un acierto.

¿En qué episodios requirieron de tres fuentes para chequear la información?

M. Salazar: Uno de los episodios más comentados es una reunión del círculo más pequeño de Pinochet, donde Pinochet golpea una mesa de vidrio y la rompe, en medio de una pelea con el general Gustavo Leigh [en el capítulo 3, Fractura en el piso 22]. En esos momentos el episodio era bastante difícil de creer. Ahora, especialmente para la gente que tiene cierto manejo en estos temas, se puede identificar qué fuentes hablaron, pero en ese momento era súper complicado, porque las fuentes eran muy restringidas.

A. Cavallo: Al narrar el viaje fracasado de Pinochet a Filipinas, Oscar Sepúlveda logró reconstruir visualmente detalles inimaginables. Incluso llegó con una foto de la placa de auto que iba a usar Pinochet en esa visita.

En algunos pasajes ustedes omiten información, como en el capítulo 14, “Los años de gloria de la DINA”, donde no ponen los nombres de las empresas proveedoras de la DINA porque no tenían la certeza de que esas firmas supieran que trabajaban con ese organismo.

M. Salazar: Me parece que uno debería dejar espacio para la duda cuando no hay certeza. Decir: “Hay fuentes que dicen esto, pero nosotros no fuimos capaces de saber si es verdadero”. Ese tipo de aclaraciones nosotros tres la compartimos hasta ahora. Probablemente otros periodistas también. Pero muy pocos medios te permiten hacer eso. Los medios quieren acercarse al máximo a la verdad y eso no siempre se logra.

UNA DELEGACIÓN DE LA DINA EN EL DIARIO

¿Dónde se reunían con fuentes confidenciales como ex miembros de la DINA u oficiales de Ejército?
M. Salazar: En los lugares más extraños, lo que es típico de esa clase de fuentes. Por ejemplo en una plaza, con un tipo que se te acercaba y te decía: “Caminemos”. Me acuerdo de haberme juntado con una fuente en la ribera del Mapocho, con el tipo súper nervioso. O cuando hablabas con la ultraizquierda, que te hacían subirte a un auto y te llevaban para acá y para allá.
A. Cavallo: Hicimos el quinto capítulo del libro sobre la DINA, Las cuatro letras del miedo. Era un capítulo con información más o menos pública, a la que sumamos antecedentes inéditos de Manuel Salazar. Pero luego de publicarlo nos llamaron ex agentes de la DINA, quejándose porque no les habíamos preguntado. Entonces, hicimos otro capítulo, Dina: los años de gloria, con los datos aportados por una delegación de ex agentes que llegó al diario. Los ex DINA sentían que habían tenido que hacer el trabajo sucio, pero que el modelo económico lo estaban disfrutando otros. Se suele olvidar que la DINA tenía un modelo económico propio. Su división económica había investigado a los grupos empresariales, a los ricos, no a los pobres. Entonces, estos entrevistados estaban preocupados de reivindicar esa parte. Pero como eran bastante toscos, de paso te contaban una cantidad de brutalidades desconocidas. Con mucho orgullo nos contaron que tenían bajo control a todos los embajadores que vinieron a la Sexta Asamblea de la OEA en Santiago [1976], gracias a la “compañía” de sus mujeres de la Brigada Femenina.

¿Hubo información que no lograron chequear y publicar o que omitieron por posibles represalias?

O. Sepúlveda: Más que omitir información por posibles represalias, lo hicimos por falta de unanimidad nuestra en la credibilidad de las fuentes. O cuando no había pruebas suficientes.

A. Cavallo: Teníamos indicios sobre quién era un personaje muy, muy importante del régimen al que le decían el “Cara de Jote” y que presenció continuamente actos de tortura. No estoy seguro si no lo confirmamos completamente, o si preferimos no inferir una acusación tan grave.

En el libro sugieren cosas sin decirlas claramente. Una de ellas es cuando a Pinochet le cancelan la visita a Filipinas y su comitiva debe volver. El libro dice que mientras el avión retornaba, en el entorno de Pinochet se temió seriamente por la estabilidad del régimen. ¿Por qué no dicen derechamente que Pinochet temió que le hicieran un golpe en Santiago?

A. Cavallo: En ese caso se trata de una especulación que recorrió a la comitiva. Si hubiéramos dicho “golpe de Estado” habríamos tenido que precisar. Lo mismo ocurre después, en 1986, luego del atentado en el Cajón del Maipo, en que hubo un par de horas en que Pinochet buscó detectar desde dónde podría venir el complot.

O. Sepúlveda: Uno no puede asegurar lo que pasa por la mente de un personaje. Uno a lo más sugiere lo que podría estar pensando.

“HASTA A DÓNDE VAN A LLEGAR”

¿Hubo presiones cuando comenzaron a salir los primeros capítulos?
M. Salazar: Publicado el primer capítulo el director del diario recibió una llamada del general Santiago Sinclair, entonces vicecomandante en jefe del Ejército, quien le preguntó: “Queremos saber hasta a dónde van a llegar”. Y Emilio Filippi le explicó lo que pretendíamos, que no queríamos victimizar ni culpar a nadie.
A. Cavallo: Yo creo que si nos hubiéramos metido más con los políticos civiles los problemas hubieran sido mayores.

En varios pasajes relatan reuniones de Pinochet con su entorno más estrecho. Incluso, describen sus estados de ánimo y rabietas ¿Cómo lograron ese grado de descripción?

O. Sepúlveda: La gente en esa época sentía que estaba viviendo la historia. Había fuentes muy locuaces, como Mónica Madariaga, cuya colaboración podemos revelar ahora que murió. Cuando estas versiones coincidían con, por ejemplo, la de un general que te decía “efectivamente así fue”, podías reconstruir episodios y climas internos. Los diálogos reconstruidos reflejan ese tono y esa tensión. Obviamente, eran diálogos y escenas que no tenían una fidelidad total, porque no había grabaciones de las reuniones de Pinochet con sus ministros y generales.

A. Cavallo: Siempre he pensado que si Pinochet hubiera sabido con quienes hablábamos habría hecho una razzia, desde el vicecomandante en jefe del Ejército hacia abajo. A mí Sergio Fernández me prohibió la entrada a La Moneda cuando volvió en 1987 [como ministro del Interior de Pinochet, para enfrentar el Plebiscito]. Igual era una prohibición que tampoco causó tanto efecto, porque no tenía cómo saber que seguía teniendo fuentes en La Moneda.

O. Sepúlveda: Tuvimos reuniones con ministros en La Moneda. Ellos tenían respeto por nuestro trabajo, más allá de que no compartieran la visión de nuestro diario. Nos tenían cautela y reserva, pero al mismo tiempo confianza. Probablemente preferían asumir el riesgo de hablar con nosotros para que su versión fuera recogida. Ellos también tenían que cubrir sus espaldas, porque era un periodo en que todo el mundo se movía muy sigilosamente. Era importante para un ministro de Pinochet dejar su versión para la historia. Era frecuente la gente que decía: “Mire, yo estuve aquí, pero en esto otro donde me han mencionado no estuve por tal y tal razón”. Aclarar los límites de la participación personal era bien típico.

¿Cuáles creen que eran las motivaciones que tenían autoridades del régimen para convertirse en fuentes del libro?

O. Sepúlveda: Querían ser escuchados. Nos decían algo así como: “Nos parece seria la forma en que están trabajando, sé que en algún momento van a tocar algún periodo en el que yo participé y quiero que escuchen mi versión, que no pretende ser la verdad, pero sí un aporte”.

M. Salazar: Hubo autoridades del régimen y gente muy cercana a Pinochet, que estuvo muy dispuesta a conversar, aunque sólo sobre algunas cosas. Porque hubo gente que puso esta condición: “Hablamos, pero sólo de esto, nada más que de esto”. Con el tiempo uno se da cuenta que en esa actitud había un cálculo: “Este gobierno se acaba y por lo tanto me tengo que acomodar a los cambios”.

¿Qué motivos tuvo Mónica Madariaga para hablar?

A. Cavallo: Mónica Madariaga venía bastante de vuelta. Peleó mucho con los militares cuando era ministra. A los almirantes les molestaba que fuera mujer. Incluso, cuando ella asumió en Justicia, el almirante Merino obligó al subsecretario, que era marino, a que renunciara, porque “a un marino no lo podía mandar una mujer”. Los generales de Ejército se cruzaron con ella cuando asumió en Educación y empezó una campaña interna y luego pública contra los rectores militares en las universidades. Una vez ella declaró: “Yo pedí que me dejaran dirigir un regimiento y todavía no me dan autorización”. Pinochet debió darse cuenta que ella se estaba convirtiendo en un problema.

Leer

PINOCHET: “A ESTOS CABROS LES FALTA LA MITAD”

¿Se percataron en el reporteo si Pinochet rastreaba las filtraciones a la prensa?
O. Sepúlveda: Yo creo que tenía sus métodos, aunque no inició ninguna persecución específica con nosotros, porque el libro también le interesó a él. Así me lo dijo un general: “Mi general empezó a leer los fascículos, dijo que estaba bien pero que a estos cabros les falta la mitad”.¿Pidieron una entrevista con Pinochet?
O. Sepúlveda: A través de esa misma gente con la que hablábamos le pedimos entrevista, pero no resultó.

¿Qué ocurrió cuando aparece el primer capítulo?
A. Cavallo: Pensábamos que se cerrarían todas las fuentes. Sin embargo, ocurrió lo contrario. Cuando entre el segundo y tercer capítulo se percibió que era una obra cronológica, empezó un fenómeno. Había gente que nos llamaba para decirnos: “Cuando lleguen al ‘78 hablen conmigo”. Eso es algo totalmente normal, de reivindicación histórica. Un protagonista nunca quiere que la historia se escriba demasiado en contra suya. Y empezaron a entregarnos documentos, material que en general buscaba reivindicar la propia función de la fuente. Pero como mucho de ese material tenía información objetiva, nos servía.
O. Sepúlveda: Probablemente aportó el tono y la seriedad del trabajo. Además, en ese momento la gente sentía menos miedo de contar las cosas. Quizás cuatro años antes un proyecto así no hubiese tenido el mismo resultado.
M. Salazar: Hubo gente del régimen militar que inicialmente se mostraba reacia a colaborar, pero después del primer capítulo eso cambió. Era gente que de alguna manera quería abrirse un espacio, que suponía que La Época iba a tener un papel relevante en la transición. Muchos ya sospechaban a mitad del ‘88 que el plebiscito lo perderían y ya se estaban imaginando los escenarios políticos posteriores. Entonces, hubo gente del régimen y de la derecha que llamó para contar episodios pequeñitos, pero que eran útiles para calzar piezas mayores.

CONTRA EL TIEMPO Y A TRES MANOS

¿Cómo se editaban entre ustedes?
A. Cavallo: Nos repartíamos alternadamente la redacción de los capítulos semanales, para que a nadie le tocara publicar dos capítulos seguidos. Por esa razón técnica los temas están un poco alternados. La idea era que los otros dos revisaran, pero a la altura de los capítulos 12 ó 13 nos fue quedando menos tiempo para eso. A la altura de mayo o junio de 1988 estábamos en una crisis absoluta, despachando semana a semana cada capítulo.
O. Sepúlveda: Teníamos libertad para opinar todo sobre el capítulo del otro, rayando o aportando antecedentes si creíamos que faltaban. Nos entendíamos bastante bien.
M. Salazar: Uno escribía un capítulo y se lo pasaba a otro. Ese otro editaba, agregaba datos y se lo pasaba al tercero. Eso le dio a La Historia Oculta un estilo de narración particular, unificado, y también permitió profundizar ciertas aristas y eliminar otras.

Llama la atención el estilo visual del libro, que privilegia las escenas y la reconstrucción de diálogos por sobre el análisis.
O. Sepúlveda: Cuando cada uno se hizo cargo de escribir sus capítulos y luego cruzamos los borradores eso nos gustó y decidimos aplicarlo sistemáticamente. Nos parecía más entretenido que recurrir al tono del cientista político.
A. Cavallo: Grabábamos a nuestros entrevistados para no tener que tomar apuntes. Así se privilegiaba la reconstrucción de diálogos y escenas. Era la única forma posible de llegar a eso. En Chile tenemos una oralidad muy visual, muy rica para reconstruir diálogos y situaciones.

¿Cómo compatibilizaban la escritura con su labor en el diario?
O. Sepúlveda: Hacíamos la pauta del diario en la mañana y luego pensábamos en las entrevistas para la serie. Si surgían entrevistas largas yo, como editor político, me apoyaba mucho en mi sub-editor, Rafael Fuentealba. En esos días llegaba de vuelta a las siete de la tarde, para revisar la edición y decidir con Rafael los cambios para la edición nocturna. Entre las 10 y las 12 de la noche retomaba el libro, dependiendo de lo atrasado que estuviera. Como a la una de la mañana nos íbamos con Ascanio y Manuel a conversar sobre los capítulos siguientes, tomando alguna cerveza. Estuvimos un año completo en eso.
A. Cavallo: Escribíamos los capítulos en los computadores del diario, que tenían un sistema infernal. Primero, el servidor generaba un calor espantoso y había que mantenerlo en una pieza con hielo para que no se cayera. Segundo, no podías llevarte información para trabajar en la casa. Un viernes Oscar Sepúlveda estaba escribiendo un capítulo sobre la visita del Papa, que tenía que cerrar como plazo máximo el lunes a las seis de la tarde, para publicarlo el martes. Y ese viernes se cayó el sistema y se perdió todo. El lunes hubo que reescribir el capítulo. No alcanzamos a sintetizar. Esa es la explicación de por qué hay tres capítulos del Papa y no uno en la primera edición del libro. De hecho, la visita del Papa fue la única corrección a fondo que nos permitimos en ediciones posteriores: redujimos los tres capítulos originales a dos.

¿Cómo discriminaban qué información iba para el libro y cuál para el diario?
A. Cavallo: Cuando la serie comenzó a salir, en diciembre de 1987, los contenidos estaban muy distanciados de la coyuntura. Pero el capítulo sobre el plebiscito, que es el último, se publicó en diciembre de 1988, sólo dos meses después del triunfo del No. Entonces, en ese reporteo fuimos topándonos con información que servía para el diario. Por ejemplo, tuvimos la duda de hacer un reportaje para el diario sobre el papel clave del miembro del Tribunal Constitucional Eugenio Valenzuela Somarriva, un jurista de derecha, en las leyes políticas que permitieron que el plebiscito fuera una competencia limpia. Pero ese tema era demasiado académico para el diario. Al final, el rol de Valenzuela fue en el libro [en el capítulo penúltimo, La invisible trama del voto].
M. Salazar: Había gente del régimen militar que discrepaba de la campaña por el Sí y que nos habló mucho. El problema era si usar eso en el diario o en la serie. Además, debíamos tener cuidado de no ser utilizados. Creo que probablemente hay un cierto bajón en el aspecto dramático de La Historia Oculta a mediados del ’88, porque cada vez nos ocupaba más tiempo el diario y no era tan entretenido contar la trama legalista, de los decretos sobre el plebiscito. Había que hablar con expertos. A Ascanio Cavallo le gustaba más eso que a mí, pues yo pensaba que perdíamos masividad.

BUCEANDO EN LAS PUGNAS INTERNAS

¿Cuáles creen que fueron los grandes méritos del libro?
O. Sepúlveda: Transmitir el clima interno al interior del régimen militar, algo sorprendente para su tiempo. Fue valioso describir todas las disputas de Pinochet con sus propios colaboradores, con la propia junta de gobierno. Eso fue un aporte, porque en el mundo de la oposición había menos secretos. El cómo se formaba una organización sindical o cómo se organizaba una protesta, era menos impresionante que saber cómo había peleado Pinochet con el general Leigh.
M. Salazar: Hay algo súper importante para el momento en que salió la serie, pero que lamentablemente no fue recogido en las ediciones del libro: las fotos. Ahí hubo un aporte gráfico que resultó estremecedor. En el primer capítulo venían fotos del Estadio Nacional, con prisioneros desnudos. Había gente que no lo podía creer. Esas fotos están tomadas de un libro que se publicó en la RDA de un famoso documental. Y había también muchas fotos que eran desconocidas porque no se habían podido publicar en los medios. Oscar [Sepúlveda] consiguió la patente del vehículo que iba a usar Pinochet en Filipinas. Esa foto fue la que abrió el capítulo sobre el tema.¿Cuáles son sus capítulos favoritos?
A. Cavallo: Me gusta mucho el capítulo de Filipinas [Filipinazo, capítulo 27], una historia que estaba completamente virgen y que quedó muy bien detallada y escrita. Otro es el que narra la destitución del general Leigh, que los propios militares me comentaron que tenía detalles impresionantes [La caída de Leigh, capítulo 22]. También me gustó el capítulo de la llegada del Papa [El Papa pisa Pudahuel, capítulo 49]. El capítulo sobre el plebiscito creo que está bien [5 de octubre, capítulo 53], porque fue la primera interpretación global del plebiscito, aunque a ratos se pierde en detalles obsesivos. De este último me acuerdo de la escena en que el ministro Fernández dice que el 43% logrado por Pinochet es un triunfo, y el general Fernando Matthei le pregunta “dónde está la champaña”. Esa escena apareció casi al mismo tiempo en La Época y en Qué Pasa, pero nadie había explicado en qué contexto fue, qué estaba pasando con Pinochet.
M. Salazar: Me gusta el primer capítulo [Los días del “poder total”]. Muestra lo que va a ser el libro, rompe con todo lo que se ha hecho hasta ese momento en prensa escrita y abre una ventana. En general, rescato los recursos literarios que usamos, que creo que tiene que ver con la experiencia de reporteo que echo mucho de menos en los periodistas de hoy. Cada uno de nosotros tuvo que hacer el servicio militar cinco años antes de que recién te pusieran una jineta. Hoy los periodistas jóvenes quieren hacer frentes de inmediato, y que les paguen bien o se van.
O. Sepúlveda: Me gustan los capítulos sobre el funcionamiento de la DINA [capítulos 5 y 14: Las cuatro letras del miedo y Dina: los años de gloria]. Después, los que narran la destitución del general Leigh y el Filipinazo.

¿Qué debilidades tiene el libro?
M. Salazar: Probablemente faltó profundizar en temas que tienen que ver con mis obsesiones personales. Temas como los derechos humanos, las negociaciones al interior de la izquierda, las relaciones del PC con la Unión Soviética y con Fidel, aunque quizás todo eso sea materia de otros libros.
A. Cavallo: Creo que el libro tiene un cierto desequilibrio estructural, lo que quizás tenga que ver con el método de trabajo, pero echo de menos un reporteo más profundo a los años 1974 y 1975, que cubrimos muy rápido. En cambio, 1978, 1981 y 1982 están muy detallados. También creo que por razones de urgencia renunciamos muy rápido a episodios que deberíamos haber profundizado, como la investigación sobre la muerte del niño Rodrigo Anfruns, que quedó como subcapítulo. Pudimos haber entrado más en eso; teníamos cómo hacerlo.
O. Sepúlveda: Una debilidad es cierto desorden cronológico, por los flashbacks. Lo que pasa es que esto no fue pensado en un principio como libro. No trabajamos un año entero como una unidad para después publicarlo. Y eso es un problema.

“¿QUÉ CRESTAS ME ESTÁ PREGUNTANDO?”
(Cavallo y el reporteo en democracia)

Ascanio, diez años después usted intentó una fórmula muy similar: otra serie por entregas, “La historia oculta de la transición”, que también acabó como libro.
A. Cavallo: Lo que pasó ahí fue la misma situación. En 1995 renuncié a La Época y me fui a revista Hoy. Pero para 1997 los dueños de Hoy estaban peleados entre sí y nadie aportaba capital. Como no teníamos ingresos, la única forma era aumentar la circulación con un gancho artificial. Nos decidimos por la fórmula de una nueva serie periodística por capítulos. El problema es que más adelante la negociación con el potencial comprador, en este caso Radio Cooperativa, se desplomó…

¿Qué diferencias tiene “La historia oculta de la transición” con “La historia oculta del régimen militar”?
A. Cavallo: Estábamos en una democracia bien secretista. Tal vez era más fácil que antes hablar del gobierno, pero estaba todo el tema de la convivencia con el mundo militar. De hecho, los capítulos que para mí son centrales tienen que ver con Punta Peuco, el Boinazo. La tesis de este libro es que la transición terminaba con la salida de Pinochet de la Comandancia en Jefe, porque él sustentó su poder no en la Presidencia de la República, sino en el Ejército. Algo que sostengo todavía. Por lo tanto, era un periodo que tenía un límite bien nítido: 1990-1998. Además, tenía mucho más clara la estructura de capítulos, qué temas había que tocar.

¿Qué diferencias hay entre esos dos libros y el que escribió entre uno y otro, “Los hombres de la transición”?
A. Cavallo: Los Hombres de la Transición es bastante más literario. En él traté de retratar a un grupo de personajes que se juntaba en el Congreso en marzo de 1990, cuando Pinochet le entregó la banda presidencial a Patricio Aylwin. Entonces, tenía que preocuparme de la trayectoria que cada uno había recorrido para llegar a esa circunstancia. El libro tenía que partir con Pinochet, la mañana en que tomaba el helicóptero a Valparaíso para entregar el mando. Y tenía que terminar con Pinochet entregando el mando. Ese era el plan original. El ministro Carlos Cáceres se fue en el mismo helicóptero y quedó sentado al lado de la primera dama, Lucía Hiriart, que le hablaba y le hablaba. Pinochet iba solo, pegado a una ventana, como meditando. Entonces me dije: “Esto me sirve para hacer el flashback”. Pero tenía que describir la ruta del helicóptero. Justo conseguí que Pinochet me recibiera para conversar. Y le pregunté:
-General, ese día el helicóptero ¿Por dónde salió?
-¿Cómo que por dónde salió?
-¿Por dónde se fue a Valparaíso?
-Por arriba…
-Sí, pero qué ruta tomó…
-Hacia arriba, pues ¿Qué crestas me está preguntando?
-La ruta que tomó el helicóptero…
Pinochet apretó un timbre y pensé que se había enojado y que me iba a echar. Llegó un ordenanza y Pinochet le dijo: “Mire, este es el señor Cavallo, mañana ponga un helicóptero y llévelo a Valparaíso porque no sé qué huevada me está preguntando”. Efectivamente, el aparato salía por una ruta rara, por el noroeste, en dirección a Quintero, donde están los cerros más bajos. Y luego se devuelve sobre el mar a Valparaíso. Y eso sólo fue una línea en el libro. Además, Pinochet iba apoyado en el vidrio porque tenía sueño.

La Historia Oculta de la Transición deja la idea de que parte del material se recolectó durante su paso por la dirección de Hoy ¿Es eso correcto?
A. Cavallo: No, la conclusión es más triste: Todos esos años escribí de política y me creía un tipo informado, pero cuando me puse a reportear de nuevo para ese libro me di cuenta que sólo me había enterado de un 30%. Por ejemplo, durante el reporteo de La Historia Oculta de la Transición una fuente me sopló que la manifestación de personal del Ejército vestido de civil en las afueras de la Cárcel de Punta de Peuco, en julio de 1995, no había tenido nada que ver con el encarcelamiento del general Manuel Contreras (R), quien estaba en ese penal. “Acuérdate que están los Pinocheques todavía dando vueltas”, me dijo la fuente. Yo no lo podía creer. ¡Era la tercera muestra de malestar del Ejército por los Pinocheques y ningún periodista se había dado cuenta! Empecé a reportear y encontré al general adecuado que me dijo que lo había llamado Lucía Hiriart para ordenarle que organizara una manifestación en Punta de Peuco, “porque Augustito está con problemas de nuevo con estos tipos”. Y me dio el detalle completo de cómo había sido toda esta trama [en el capítulo 28, El picnic de la segunda división]. O sea, en su momento no me enteré de algo tan escandaloso.

 

Investigación de imágenes de archivo:
Oscar Castro y Cristián Roa
Edición de imágenes de archivo:
Cristián RoaFotografías e imágenes:
«La historia oculta del régimen militar», segunda edición, 1989.
Diario La Epoca, Hemeroteca Biblioteca Nacional de Chile.

Descripción de las imágenes en orden correlativo:
Descripción: “La calle Teatinos el 12 de septiembre: vigilancia y limpieza de calles”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 13).
Descripción: “La Moneda el 12 de septiembre”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 15).
Descripción: “Obispo Fernando Ariztía”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 101).
Descripción: “Pinochet dicta normas y plazos a la comisión de reforma constitucional. A su lado Mónica Madariaga y Enrique Ortúzar”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 241).
Descripción: “Mónica Madariaga”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 319).
Portada capítulo 5, “Las cuatro letras del miedo”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 41).
Portada capítulo 14, “DINA: los años de gloria”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 133).
Descripción: “Sergio de la Cuadra asume; contemplan Mendoza, De Castro, Danús y Carrasco”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 385).
Portada capítulo 3, “Fractura en el piso 22”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 25).
Portada capítulo 49, “El Papa pisa Pudahuel”. En diario La Época (01/11/1988).
Extracto del capítulo 3, “Fractura en el piso 22”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 32).
Imagen patente descrita en capítulo “Filipinazo”. En diario La Época (31/05/1988).
Portada capítulo 22, “La caída de Leigh”. En diario La Época (26/04/1988).
Portada capítulo 27, “Filipinazo”. En diario La Época (31/05/1988).
Portada capítulo 49, “El Papa pisa Pudahuel”. En diario La Época (01/11/1988).
Portada capítulo 53, “5 de octubre”. En diario La Época (29/11/1988).
Portada capítulo 1, “Los días del ‘poder total’”. En diario La Época (01/12/1987).
Portada capítulo 5, “Las cuatro letras del miedo”. En diario La Época (29/12/1987).
Portada capítulo 14, “DINA: los años de gloria”. En diario La Época (01/03/1988).
Afiche promocional publicado en diario La Época (26/11/1987).

 

Salvador Allende dialoga con el documentalista norteamericano Saul Landau

Entrevista inédita al Presidente de Chile en 1971

Allende revela sus conflictos con Edwards y “El Mercurio”

lanacion.cl. Por Carmen Muñoz.

A pesar de que Salvador Allende no admitía entrevistas con periodistas estadounidenses o británicos, en 1971 aceptó dialogar con el documentalista norteamericano Saul Landau en el jardín de su casa de Tomás Moro.

Con total soltura se refirió entonces a la reforma agraria, a su tensa relación con el dueño de El Mercurio Agustín Edwards, y también a su amistad con Fidel Castro, de quien dijo no recibir recetas, porque “no somos colonos mentales de nadie”.

Pero el golpe sorprendió al investigador sin haber difundido este material, que se mantuvo en el ámbito privado hasta hoy, gracias a que gentilmente lo facilitó a www.lanacion.cl a través de un video, que transcribimos y editamos para nuestros lectores.

Los comienzos

Sin luces aún del golpe militar que acabó con su gobierno y su vida, y ajeno incluso a las diferencias que se comenzaban a gestar en el seno de la Unidad Popular, Allende inicia este diálogo explayándose sobre el origen de su compromiso político.

– Usted sabe, yo soy médico, vine de provincia a estudiar a Santiago. Los estudiantes de provincia vivíamos muy modestamente en pensiones y, lógicamente, nos interesaba no sólo estudiar las materias con relación a las carreras que habíamos elegido. También nos preocupábamos de mirar un poco más lejos de la universidad, la realidad de nuestro país, sobre todo que el estudiante de medicina y el médico confrontan hechos sociales muy claros. Nosotros entendimos muy rápidamente que a mayor enfermedad mayor pobreza, que a mayor pobreza mayor enfermedad, un axioma que se repite inexorablemente.

“Ese problema nos llevó a reunirnos en las noches para analizar las distintas corrientes filosóficas. Leímos a los teóricos del marxismo, observamos lo que acontecía en el mundo, apreciamos la lucha de los pueblos, los países en vías de desarrollo, y siempre pensamos que el hombre debe tener una dimensión distinta, que los valores de la sociedad capitalista debían ser reemplazados por otros. Por eso estudié, leí y fui fundador más tarde del Partido Socialista en 1937”.

¿Qué edad tenía usted en esa época?

– Debo haber tenido unos 28 años cuando fundé el Partido Socialista, junto con otros compañeros. Además, a lo largo de toda mi vida -y lo he dicho siempre-, fui ministro de Estado, diputado, senador y presidente del Senado.

Ha estado involucrado en política desde hace bastante tiempo…

– Si, desde muy joven. Fui ministro a los 29 años en el gobierno del Frente Popular, uno de los tres que hubo en Chile en la época de Pedro Aguirre Cerda y era tan socialista como ahora. Ese frente estaba conformado por radicales, socialistas, comunistas y pro-democráticos.

¿Ese fue el origen de la Unidad Popular?

– No, después esos partidos se separaron, pero es un antecedente muy importante, porque fue Chile uno de los tres países donde hubo un Frente Popular. Si usted se acuerda, los otros países fueron España -que terminó con la Guerra Civil-, y Francia con el Frente Popular dirigido por León Blum, que no dejó ningún recuerdo trascendente, por el contrario.

“Nosotros en Chile, desarrollamos sobre todo a la clase obrera, a través de la Central Obrera de Trabajadores, para crear conciencia de su organización y darles a conocer sus derechos. Poco después creamos la Corporación de Fomento, base de la industria pesada de Chile, de acero, petróleo y electricidad. Hicimos una obra constructiva, en esa época se hablaba del Frente Popular como hoy se habla de Unidad Popular.

“Se aseguraba que íbamos a suprimir las libertades, que sería el caos absoluto, el degüelle de la gente, y no ocurrió eso. Por el contrario, las más grandes manifestaciones religiosas se realizaron en la época del Frente Popular. También fue nominado el primer cardenal de la iglesia chilena por petición expresa del Presidente del Frente, don Pedro Aguirre Cerda, que era el Presidente de la República”.

Socialista y pragmático

¿Usted sigue siendo un hombre utópico?

– ¡No! ¿Cómo utópico? Yo sigo defendiendo lo que he defendido durante veinte años como parlamentario socialista, y ser socialista no es ser utópico.

Pero usted tiene una visión de una sociedad distinta en el futuro…

– Lógico, pero eso no se construye de la noche a la mañana. Para que un pueblo llegue a construir una sociedad distinta, se necesita un pueblo organizado y conciente.

“Yo le he dicho muchas veces a la gente y a los estudiantes, que para mí, no vale que un estudiante me diga que es dirigente de izquierda si es mal alumno, nosotros necesitamos buenos alumnos: primero, que cumplan sus obligaciones, después tienen derecho a decir que son dirigentes políticos. También, le he dicho a los obreros que hay que trabajar para producir más y mejor. En Chile tenemos que alcanzar un ingreso de dos mil dólares por persona al año y para eso tenemos que producir más.

“Los pueblos sólo progresan trabajando y produciendo más, claro que es diferente trabajar para una minoría que para un país. Los obreros del carbón están produciendo tres mil 800 toneladas de mineral al día, pero tienen que producir cuatro mil 700, y para eso tienen que trabajar más, porque sino la empresa no puede defenderse.

“En el acero estamos produciendo 700 mil toneladas, pero hay que llegar de aquí a dos años a dos millones de toneladas. En el cobre producimos alrededor de 750 mil toneladas, sin embargo hay que elevar la producción a mil 200 toneladas”.

¿Usted cree que el pueblo ha respondido a esos objetivos?

– Bueno, ahora soy más popular que antes, porque cumplimos con lo prometido y, además, le explicamos y dialogamos con el pueblo. Yo no estoy metido en la oficina de la Moneda, yo hablo con los campesinos, con los trabajadores del cobre, del carbón, con los estudiantes, con las dueñas de casa, voy a las poblaciones. En las calles la gente me saluda, ando en mi auto particular. Entonces la gente ve una cosa distinta.

“En Valparaíso, todos los días a la salida de la oficina de gobierno de la intendencia hay entre 400 y 500 personas, esperando a veces dos horas para poder saludarme, y en esta época de verano hay turistas de otros países y se sorprenden con un Presidente al que se le puede dar la mano y conversar. Así es, porque yo no ando rodeado de carabineros, ni con tanques. La gente puede llegar hacia donde estoy, y yo tengo el agrado de poder saludarlos… Claro que no me puedo pasar el día saludando gente (risas)”.

Los conflictos de la UP

Hoy, ¿cómo se mantiene la coalición en la Unidad Popular?

– Bien, porque hay un programa que nos une, que es diferente a lo que nos propusimos hace 30 años.

¿Qué conflictos hay en la coalición y cómo se resuelven?

– No hay ningún conflicto serio, sólo apreciaciones con respecto a la práctica, porque no nos hemos salido en absoluto del programa de la Unidad Popular. Los parlamentarios radicales han hecho observaciones respecto a un funcionario de una provincia que tiene un criterio determinado sobre cómo debe hacerse la reforma agraria.

“También, han dicho que en determinados sectores de Chile, grupos que no son de la Unidad Popular, estarían estimulando la toma de predios agrícolas más pequeños de la cabida que la ley establece, como derecho de los propietarios que trabajan en sus tierras. Pero usted comprende, que eso no se puede decir que es una norma, además nosotros, y yo personalmente, hemos establecido que la reforma agraria la haremos dentro de la ley de la reforma, y de ninguna manera vamos ha aceptar que se proceda en forma arbitraria.

¿Estos súbditos son izquierdistas independientes?

– Hay que considerar dos cosas: pueden ser grupos de izquierda que no han madurado políticamente o bien campesinos, o en el caso de Cautín, Mapuches a quienes sus tierras fueron robadas hace muchos años, que han vivido con media hectárea.

“Ellos son considerados una raza desconocida, negada, degradada física y moralmente y una serie de factores que influyen. Usted entiende que para ellos se abre una posibilidad, y cuando se tiene hambre a veces es muy difícil razonar, sobre todo cuando no se tiene una cultura con un nivel político, cuando se les ha hecho promesas por más de un siglo, y sus abuelos, y sus padres, y ellos han sido frustrados y negados. Lógicamente, esa gente está apremiada por una realidad brutal, que es comer para vivir todos los días.

“Pero de allí a creer que hay un clima que provocará un caos, no. Primero, porque nosotros tenemos autoridad, no sólo de la que emana de la ley, sino la autoridad moral, la influencia que tiene el movimiento popular, y la que tengo yo personalmente. Usted lo ha visto y lo sabe, porque ha estado en actos públicos”.

¿Cómo van a mantener ellos solos su propia cultura?

– Nosotros consideramos que los problemas de los mapuches no pueden solucionarse sólo en función de la reforma agraria. Aquí hay un problema antropológico cultural, de raza. Nosotros hemos mandado allá no sólo al ministro de Agricultura, sino también médicos, pedagogos, antropólogos, sociólogos.

“Pero esto no es un problema de un día, será un problema de muchos años, porque hoy el mapuche es considerado frente a la ley como un niño sin derechos, entonces esa situación no puede variar de la noche a la mañana.

“Necesitamos el tiempo suficiente para borrar del espíritu de esa gente lo que ha estado sucediendo con ellos por más de cien años”.

¿Ellos se diferencian de los chilenos?

– Evidente. Ellos nos llaman huincas, pero no es un problema que pueda decir que es agobiante para Chile, es un problema importante, pero no agobiante.

Allende y el socialismo a la chilena

¿Usted puede prever obstáculos en el camino hacia el socialismo en Chile?

– Claro, evidentemente es mucho más difícil el camino nuestro, porque está dentro de la Constitución de la ley, aquí hay un Congreso y aceptamos lo que resuelva en cuanto a los proyectos de ley. Es mucho más difícil llegar al socialismo a través de los cauces legales, porque hay posibilidades de resistencia mayores que si se hubiera llegado por el camino de la toma del poder.

“Nosotros tenemos que responder por nuestros actos frente al Congreso, en donde no tenemos mayoría, hay un poder judicial autónomo que puede dictaminar sus fallos, que a veces dificultan la tarea del gobierno popular.

“Sin embargo, estamos caminando dentro de las posibilidades y esperamos alcanzar el socialismo, pero no de la noche a la mañana, eso no se impone por decreto. Por eso, el programa de la Unidad Popular establece la existencia de tres áreas: economía social, el área mixta con capitales del Estado y privados y el área privada.

“Como gobierno hemos dicho que tenemos que impulsar el área social del Estado, porque ahí están los elementos esenciales y básicos del desarrollo económico, las riquezas fundamentales de Chile: el cobre, el hierro, el salitre. Este país ya tiene algunas industrias importantes, como la empresa de electricidad, la Empresa Nacional del Petróleo, además, se ha nacionalizado el carbón, el acero, pero sin dificultades les compramos las acciones a los americanos en el caso del hierro y chilenos en el caso del carbón.

“También, hemos expropiado algunas industrias, especialmente, las que trabajan hilandería y tejido, porque no cumplían con la ley, no pagaban los salarios, porque habían cerrado el 80% de su capacidad de producción, creando un problema social muy serio.

“Nosotros vamos a llegar a un acuerdo con los inversionistas extranjeros, ellos saben que les conviene más que a nadie llegar a un acuerdo con nosotros, porque importaron maquinaria que dijeron que era de primera y resultó ser de segunda, por lo tanto, cometieron un fraude aduanero.

“Esta situación no la puede aceptar ningún país del mundo. Entonces, si Estados Unidos defiende su país ¿por qué nosotros no podemos hacer lo mismo? Nosotros queremos que se respeten los mismos derechos, nada más”.

El proyecto inconcluso

Usted habla de la reforma agraria y hay muchas personas que dicen que es el proyecto más importante de la Unidad Popular ¿Es así?

– No, la reforma agraria forma parte de un plan del desarrollo económico y social de Chile, pero es importante, porque este país tiene tierras que permitirían alimentar, no a diez millones, sino a 20 o 25 millones de habitantes.

“Sin embargo, Chile es un país que tiene que importar todos los años carne, trigo, grasa, mantequilla, aceite, por un valor de 140 millones de dólares al año. Entonces, ¿cómo es posible? Además, el 47 por ciento de la población está subalimentada.

“Yo soy médico, usted lo sabe, lo he dicho, lo he escrito hace muchos años, hoy en Chile hay 600 mil niños retrasados mentales, porque no se alimentaron lo suficiente los primeros ocho meses de su vida, porque no recibieron las proteínas necesarias. De ahí nació el medio litro de leche, que no es la opción definitiva, pero es un aporte, es algo positivo.

“Pero la reforma agraria es parte de un proceso que tiene como base central recuperar las riquezas fundamentales de Chile para los chilenos, no se trata de apropiarse o de usurpar a las compañías dueñas del cobre, sino de decir, ‘bueno señores, ¿cuánto han invertido en estas compañías y cuánto han sacado de provecho?’.

“Yo le puedo confirmar que en 42 años estas compañías se han llevado de Chile, tres mil ochocientos millones de dólares, con un aporte inicial de diez millones de dólares aproximadamente. Cálculos no exagerados establecen que de Chile han salido en 60 años nueve mil ochocientos millones de dólares, es decir, el valor total del capital social de este país acumulado en 400 años. ¡Un Chile ha salido por nuestras fronteras!

“Es por ello que nosotros planteamos el derecho a nacionalizar nuestras riquezas, porque además hemos sido exportadores de materias primas y usted sabe lo que ha pasado en el mercado internacional.

“Hoy, para comprar lo mismo que se compraba hace 10 años, tenemos que entregar mucho más materia prima, somos países que vendemos barato y compramos caro, porque pagamos los artículos manufacturados de países donde la gente tiene un nivel muy alto.

“Entonces, lo que queremos hacer es aprovechar los excedentes de la economía chilena para desarrollar nuestra propia economía y poder solucionar los problemas esenciales.

“Yo fui ministro de Salud Pública en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, en el año 40, allí hice la primera exposición de la vivienda en este país. En esa oportunidad, técnicos, ingenieros y arquitectos señalaron que en Chile faltaban 320 mil viviendas, de esa fecha hasta ahora han pasado 31 años, pero hoy faltan 440 mil viviendas por el aumento vegetativo de la población.

“Lo mismo ocurre en educación, en salud, en el trabajo, y ningún gobierno ha sido capaz de solucionar los problemas esenciales del pueblo. Pero eso también ocurre en América Latina, en gobiernos democráticos o dictatoriales. Yo creo que todos los presidentes quieren dar trabajo y no pueden, yo me imagino que todos los presidentes quisieran que todos pudieran comer y no pueden, con la educación pasa lo mismo. Entonces hay que preguntarse, ¿por qué no se puede?”

Allende y su crítica a Estados Unidos,
El Mercurio y Agustín Edwards

¿A qué se refiere cuando habla de imperialismo?

– Nuestra lucha no es contra el pueblo, sino con un sector de Estados Unidos, acuérdese cuando Kennedy atajó el alza del acero, la influencia que tienen los petroleros en su país. El pueblo americano es otra cosa, nosotros estamos actuando dentro de la ley.

Las compañías de cobre norteamericanas han sacado mucho mineral. ¿Cuándo piensa terminar con la expropiación?

– Cuando salga la ley, nosotros aplicaremos lo que el Senado dictamine y, de acuerdo con esas atribuciones, haremos la nacionalización y pagaremos indemnización estudiando cada caso y además formaré un tribunal ante el cual puedan apelar las compañías y la Contraloría General de la República será la que fije la indemnización, o sea las más altas expresiones de nuestra organización jurídica.

¿El gobierno de Estados Unidos ha realizado presiones?

– No, ninguna. Nosotros hemos oído la opinión del señor Nixon, pero es una opinión y comprendemos que no esté muy agradado, pero nosotros somos partidarios de que los pueblos tengan el gobierno que deseen y de la no intervención y la autodeterminación. Como hemos visto, hay una campaña internacional muy seria, que evidentemente está radicada en Estados Unidos, donde se publican artículos, absolutamente infundados respecto a Chile.

¿Por ejemplo?

– Que aquí no hay libertad de prensa. ¿Y usted, por ejemplo? Usted está en Chile hace cuatro meses y habrá visto que hay la más amplia e irrestricta libertad periodística y ha visto cómo se nos ataca, cómo los diarios publican lo que se les ocurre, no sólo para apreciar situaciones políticas, sino para referirse a actitudes, hechos, inclusive la vida particular de uno.

“El Mercurio es el diario más poderoso de los sectores oligárquicos, y los diarios que tienen como La Tercera o La Segunda, en un lenguaje mucho más franco, y al mismo tiempo turbio en los ataques.

“Usted ve a la Democracia Cristiana con la prensa por la tarde, en los diarios de provincia el 80 por ciento está en manos de los sectores derechistas y, sin embargo, siguen saliendo sin problemas. ¿Cuántas revistas hay en Chile? Y ninguna de ellas pertenece a la izquierda.

“El presidente de la Asociación Nacional de la Prensa en Chile, el señor Germán Picó, que es el dueño del diario La Tercera, dijo que no hay presión, no hay amenaza, no hay coacción frente a la prensa. Entonces, qué valor va ha tener lo que dicen los señores de la CIA.

“El señor Agustín Edwards debería estar en Chile para responder ante la justicia por lo que ha hecho su banco. Nosotros les retiramos los libros al Mercurio, si señor, para ver si cumplían las leyes tributarias, en Estados Unidos hacen lo mismo ¿verdad? y resulta que le estaban debiendo a la Tesorería Provincial de Santiago cinco mil cuatrocientos millones de pesos. Les vamos a dar facilidades para que paguen, pero las mismas que tiene el resto de la gente, y si no los paga les vamos ha aplicar la ley.

“El Mercurio representa los intereses de los bancos, de los monopolios y ese diario es el principal accionista del Banco Edwards, además, ese banco ha comprometido el crédito de Chile.

“También, es garante de operaciones al margen de la ley, y a espaldas del Banco Central por el doble del capital que tiene el banco. Nosotros no hemos perseguido al banco, es el banco el que nos ha obligado a exigir que cumplan la ley. Si ellos cumplieran con la ley no hubiera pasado nada. Pero nosotros, como Unidad Popular, no hemos hecho nada ilegal”.

Allende y su amigo Fidel Castro

Quisiera saber de sus reuniones con Fidel Castro

– Fidel Castro es un hombre que tiene un gran sentido de la autocrítica y respeta a sus amigos políticos. No va a mandar recetas, ni tampoco yo soy hombre que las reciba. Ello no significa que yo no pueda aprovechar la experiencia vivida por los cubanos, pero de ahí ha mandarme una carta para decirme no haga esto o aquello, jamás.

“Cada país tiene su realidad y sus dirigentes y de acuerdo a esa realidad será la táctica que utilicen los dirigentes. Yo he ido muchas veces a Cuba y he conversado muchas veces con Fidel Castro, conocí bastante al comandante Ernesto Guevara, conozco a los dirigentes cubanos y su lucha, se lo difícil que ha sido vencer el bloqueo.

“Pero la realidad de Cuba es muy distinta a la chilena. Cuba venía de una dictadura, yo llegué a la Presidencia después de ser 25 años senador.

“Tengo una experiencia que la estoy poniendo al servicio de un camino chileno, para los problemas de Chile, nosotros aprovecharemos siempre la experiencia venga de donde venga, pero adecuándola a nuestra realidad. Nosotros no somos colonos mentales de nadie”.

Malo entre los malos. Manuel Contreras

“Manuel Contreras. Por un camino de sombras”, perfil del libro “Los malos”

Por ~ Publicado el 12 junio 2015

15

En la DINA —la policía política de Pinochet— no se movía una hoja sin que su jefe, Manuel Contreras, lo supiera. Ahí el Mamo estableció un “mecanismo de relojería” no sólo para seguir los pasos de los opositores a la dictadura, sino que también para prevenir posibles amenazas internas al poder absoluto de Pinochet. Este perfil es parte del libro Los malos (Ediciones UDP), editado por la argentina Leila Guerriero. Agradecemos la autorización de la editorial para publicar un extracto de ese artículo: un pasaje sobre la cercana relación de Contreras con una de sus secretarias, la Chany. » Lee “Anatomía de un malo”.

Manuel Contreras y Adriana Rivas, la "Chany". Foto: Memoria Viva

La foto es en colores y muestra al Mamo tomado del brazo por la Chany, una de sus secretarias de confianza, devenida en agente. Es una foto de mediados de los 70. Ambos miran a la cámara y sonríen dichosos, como dos buenos amigos. Ella, flaca y morena, lleva una falda escocesa en blanco y negro y una blusa de color crema con escote. Él viste un ambo celeste, del mismo color que la sombra de ojos de ella, y ambas cosas, el traje y la sombra de ojos, hacen juego con esa coqueta corbata de rombos azules y grises que luce el jefe de la DINA. Un jefe bonachón, sonriente y bien alimentado, que exhibe la complacencia de quien ha llegado a fin de mes con las tareas hechas.

La DINA no era lo que dicen que era —se queja Adriana Rivas González, la Chany, que está conectada a Skype desde su casa en Sydney.

En su memoria, la DINA era algo como lo que aparece en esa foto: una oficina pública como cualquier otra, con horarios, papeleos y ambiente de camaradería. La Chany se queja, todavía más en este día de marzo de 2014 cuando la televisión australiana acaba de exhibir un reportaje sobre su caso: una secretaria que tiene pedido de extradición de la justicia chilena por formar parte de la brigada que exterminó a una dirigencia completa del Partido Comunista de su país: la Brigada Lautaro, una de las más crueles de la DINA.

—¿Que cómo estoy? Cómo voy a estar, imagínate: en ese reportaje mostraron mi foto, mi casa, todo, todo de mí, que no tengo nada que ver con todo eso de que se me acusa.

Para la Chany todo comenzó a fines de 1973, cuando el Mamo, por orden de Pinochet, se trasladó a la Academia de Guerra, en Santiago, y empezó a diseñar lo que iba a ser la DINA, una policía política que, como cualquier policía, requería personal técnico y administrativo. De ahí que en esas fechas, un grupo de oficiales del ejército llegara al Instituto Manpower de Santiago para reclutar a cuatro o cinco estudiantes de secretariado. La Chany dice que eligieron a las mejores, seleccionadas mediante una entrevista personal y una prueba que rindieron en la Academia de Guerra. Días después, un ex agente me dirá en reserva que es cierto que se eligió a las mejores secretarias, pero también a las más jóvenes y agraciadas de toda una generación.

En ese pequeño grupo estaba Nélida Gutiérrez, la secretaria que el Mamo se reservó para sí una vez que la DINA fue fundada oficialmente en 1974. Nélida se distinguía de las otras. Era ocho o 10 años mayor, más dama que las otras, más señora, explica la Chany:—Tú sabes de lo que hablo: la Nélida era elegante y con clase, y con la clase se nace o no se nace, esa es la verdad… ¿Bonita, dices? Yo diría que sí: una mujer amable a la vista.

A diferencia de la Chany y las otras secretarias, Nélida Gutiérrez no hizo el curso de Inteligencia en Tejas Verdes, curso que estaba a cargo de Ingrid Olderock, la oficial de Carabineros especialista en entrenar perros para violar prisioneros. Nélida, ya se sabe, era de otra clase, y por esas fechas estaba casada y tenía dos hijas. Tampoco pasó por la Escuela Nacional de Inteligencia de Maipú, como sí lo hizo la Chany. El trato especial que el Mamo le dio a su secretaria personal se notó en esa oficina privada del segundo piso del cuartel general de la DINA, en la calle Belgrado, en el centro de la capital, que le reservó al lado de la suya. Todas las demás compartían oficina.

El mecanismo de relojería montado por el Mamo empezaba en su propia oficina, mediante un estricto control interno de su personal. Para saber lo que hacían y conversaban sus agentes de mayor confianza, procuró que unos vigilaran a otros.

La del Mamo, por cierto, era más amplia que cualquier otra. Al fondo, un escritorio con varios teléfonos —negro, verde, rojo— y un puño forjado en hierro que era el emblema de la DINA. Una licorera con licores importados, una caja fuerte, un gabinete para guardar papeles, dos sillones en torno a una mesa de centro y un gran mueble que contenía un televisor con conexión directa al edificio Diego Portales, que Pinochet usó como sede de gobierno en los primeros años de dictadura. Como en las películas de espías de esos años, el Mamo y Pinochet hablaban y se veían las caras en directo.

Lo que no estaba a la vista era un privado, dentro de su misma oficina, donde había un baño y un catre de campaña. Allí guardaba dos maletas con ropa limpia, para partir de viaje en el momento que fuera necesario. Una con ropa de invierno, otra de verano.

Todos los días, de mañana, el Mamo pasaba a buscar a Pinochet por su casa y se trasladaba con él hasta el edificio Diego Portales, donde desayunaban. Ese era el momento en que el jefe de la DINA desplegaba todo su encanto. El tema no eran sólo los opositores y grupos de izquierda, que pronto estuvieron bajo control. Tanto o más peligrosos eran los militares y altos funcionarios de gobierno que podían amenazar el poder absoluto de Pinochet. A ellos, más que a nadie, había que mantener a raya. Por eso, Contreras se ocupó de pinchar sus teléfonos y espiar sus movimientos. Y por eso, también, se ganó enemigos dentro de la misma dictadura. Había una carpeta para cada persona importante, y esas carpetas, que contenían secretos profesionales y de alcoba, eran su seguro de supervivencia: Manuel Contreras, dice el destituido capitán Carlos Vergara, era un maestro de la extorsión, un conspirador de libro.

El Mamo se hizo imprescindible. Un guardia personal de Pinochet y de sí mismo: cuidando las espaldas de su jefe, cuidaba sus propias espaldas. Si no descubría un plan para atentar contra el dictador o su familia, se lo inventaba. Y como Pinochet era un hombre desconfiado, receloso de su propia sombra, necesitaba a una persona como el Mamo que, además, se ganó la confianza y amistad de Lucía Hiriart, la esposa de Pinochet. “Un amigo de la casa”, lo definió Gonzalo Vial, ex ministro y biógrafo del dictador.

Según se lee en Doña Lucía, el libro de la periodista chilena Alejandra Matus sobre la esposa de Pinochet, el Mamo se hizo tan querido y necesario que en 1978, cuando a Pinochet no le quedó otra que mandarlo a retiro ante la presión de Estados Unidos por el atentado que la DINA había ejecutado en Washington dos años antes contra el ex canciller Orlando Letelier, Lucía Hiriart visitó al Mamo en su casa, en señal de desagravio, y luego, en señal de protesta contra su marido, no regresó a la suya en dos semanas. El general tuvo que pedir la mediación de un obispo para hacer entrar en razón a su esposa.

Lucía Hiriart era implacable con aquellos oficiales del ejército que engañaban a sus esposas, quizás no tanto por su fervoroso catolicismo sino porque ella misma era engañada. Tenía su propia red de informantes, de seguro proporcionada por el Mamo, y ningún adúltero de uniforme se salvaba de ser llamado a retiro o destituido de su cargo. Ninguno, a excepción del propio jefe de la DINA. Porque el mecanismo de relojería montado por el Mamo empezaba en su propia oficina, mediante un estricto control interno de su personal. Para saber lo que hacían y conversaban sus agentes de mayor confianza, procuró que unos vigilaran a otros. Y procuró hacerles saber a todos que, como alguna vez dijo Pinochet, en la DINA tampoco se movía una hoja sin que el jefe lo supiera. El respeto se cultivaba con dosis equitativas de miedo y recompensas. Según la Chany, el Mamo se preocupó de mantener un ambiente de camaradería y de asegurar las mejores condiciones para su personal. Aguinaldos, servicios de salud, cabañas de verano, premios. Era común que, después de algún operativo de relieve, los agentes fueran recompensados con un viaje de placer junto a sus esposas o amantes, daba igual, mientras no se enterara doña Lucía.

Un ex agente de la DINA me dirá que el Mamo era particularmente vanidoso del poder que ostentaba. Fue él mismo quien recibió en su oficina de calle Belgrado a las tres militantes de izquierda que, después de permanecer varios meses bajo custodia de la DINA, sometidas a torturas, fueron integradas de manera formal como agentes —con sueldo, credencial y beneficios—, bajo un estricto control. Marcia Merino, una de esas tres mujeres, contó a la justicia que, por alguna razón, en la DINA las prisioneras “eran propiedad” del agente que había practicado la detención. También contó de esa reunión realizada en mayo de 1975, en las oficinas del cuartel general de calle Belgrado, en la que el Mamo, recibiendo por separado a las tres, “hace una larga disertación sobre ex guerrilleros que pasan a colaborar con organismos de seguridad de otros países”. Las tres mujeres quedaron alojadas en un departamento de las torres San Borja, a pocas cuadras del cuartel general. Y a partir de ese momento, según el mismo testimonio, fue común que el Mamo y sus hombres se dejaran caer en ese departamento tras la jornada de trabajo. Llevaban “comida y mucho trago”, testificó Marcia Merino, apuntando un detalle: el jefe de la DINA hacía “insinuaciones amorosas” a las tres.

La Chany dice que no vio nada de eso. Admite que el hombre tenía su genio, que cada tanto lo escuchaba gritarle a algún agente. Pero a puertas cerradas, en confianza, dice que era una buena persona, capaz de ayudar a un ser humano en problemas, como lo hizo con ella cuando su padre tuvo un lío de dinero que lo llevó a la cárcel.

—Le voy a estar agradecida por siempre por eso —me dice Chany—. Yo no sabía qué hacer con el problema que tenía, estaba desesperada, don Manuel me vio llorando y me preguntó: Qué te pasa, Negra, ¿algún problema? Ven a mi oficina y cuéntame, y yo fui a su oficina y le conté lo que estaba pasando con mi papá. Él no me dejó terminar.Entiendo, entiendo, me dijo, quédate tranquila, yo te voy a ayudar, y ese mismo día me volvió a llamar a su oficina y me entregó un sobre con dinero. Yo no sabía qué decir. Imagínate. Al final le dije que no sabía cómo se lo iba a pagar y él me dijo: Anda tranquila, Negrita, ¿quién te está diciendo que me lo pagues?

#Etiquetas:
LOS MALOS

LEILA GUERRIERO

2015, 558 páginas.

ISBN: 978-956-314-318-8

Precio de referencia: $18.000

Este libro contiene 14 perfiles de ciudadanos de América Latina: policías siniestros, pandilleros feroces, narcos, torturadores, traficantes de carne humana, violadores seriales, soldados sin ley, caníbales, presos con más poder que el mismo Estado. Algunos de los mejores periodistas de Chile, Argentina, El  Salvador, México, Perú, Venezuela, Panamá y Colombia entrevistaron no sólo a esos hombres y mujeres sino a sus víctimas y a sus enemigos, a sus esposas y a sus padres, a sus hijos y a sus amigos de infancia, con el fin de entender esa forma terrible y compleja de la naturaleza humana: el mal.

Los malos, editado por la periodista argentina Leila Guerriero, reúne perfiles biográficos de: Manuel Contreras, “El Mamo”, por Juan Cristóbal Peña/ Miguel Ángel Tobar, por Óscar Martínez/ Santiago Meza López, “El Pozolero”, por Marcela Turati/ Ingrid Olderock, Por Alejandra Matus/ Norberto Atilio Bianco, Por Miguel Prenz/ Luis Antonio Córdoba, “Papo”, por Sol Lauría/ Félix Huachaca Tincopapor Ángel Páez/ Rubén Ale, “La Chancha”, por Josefina Licitra/ Bruna Silva, por Clara Becker/ Wilmer Brizuela Vera, por Alfredo Meza/ Mirta Graciela Antón, por Rodolfo Palacios/ Alejandro Manzano, “Chaqui Chan”, por Juan Miguel Álvarez/ Jorge Acosta, “El Tigre”, por Javier Sinay/ Julio Pérez Silva, por Rodrigo Fluxá.

El resultado es un mapa perturbador de la maldad en América Latina, un atlas de lo más oscuro de la condición humana, un libro que mira a estos hombres y mujeres en primerísimo plano, más allá de los estereotipos, intentando responder esta pregunta: ¿qué es un malo, de qué está hecho?

LEILA GUERRIERO (1967, Junín, Argentina), es periodista. Su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Publicó los libros Los suicidas del fin del mundo (2005, Tusquets); Frutos extraños (2009, Aguilar y Alfaguara); Plano americano (2013, Ediciones Universidad Diego Portales), Una historia sencilla (2013, Anagrama), Zona de obras (Círculo de Tiza, 2014). En 2010, su texto “El rastro en los huesos”, publicado en El País Semanal y Gatopardo, recibió el premio CEMEX-FNPI. En 2013 recibió el premio González-Ruano de Periodismo, que concede la fundación Mapfre. En 2011 editó el libro Los malditos (Ediciones UDP), diecisiete perfiles de escritores malditos latinoamericanos realizados por autores de todo el continente. Desde entonces, ha editado diversos proyectos para Ediciones UDP, como el libro Temas lentos, de Alan Pauls, Fuga de materiales, de Martín Kohan, y Un hombre flaco, de Daniel Titinger.

La pista Suiza. Investigación periodística en 1986 de Juan Gasparini, detenido ESMA #774

La pista suiza

http://www.juangasparini.com/libros/la-pista-suiza/

Lagasa, Argentina, 1986.

El retorno a disposición de los lectores de La pista suiza ocurre 27 años después de su estallido en librerías, pero ahora su edición es gratuita, digitalizada en mi página web. El milagro de internet, que no existía en 1986, recupera así mi primera investigación periodística y la mayoría de sus ilustraciones originales, preservando su contribución testimonial y documental a la verdad histórica del fenómeno represivo sufrido por la Argentina durante la pasada dictadura militar (1976-1983). La razón de su vuelta al público radica en que sus tres protagonistas, los ex-paramilitares Luis Martínez, Rubén Bufano y Leandro Sánchez Reisse, que irrumpieran en el libro operando clandestinamente en ciudades helvéticas hacia 1981, reaparezcan en 2013 ante la Justicia federal en Buenos Aires, para hacer frente a los crímenes, de cuyas responsabilidades huyeran durante casi 40 años.

Me topé con esta banda del Batallón 601 del Ejército argentino en 1981, leyendo diarios y revistas en Ginebra, donde un año antes había solicitado y obtenido el asilo político, en tanto miembro de la tendencia revolucionaria del peronismo, perseguido por el régimen de las Fuerzas Armadas. Mi compañera, Mónica Jáuregui,* venía de ser asesinada por el Grupo de Tareas que actuara desde la ESMA, el 10 de enero de 1977, campo de concentración que secuestrara durante varias semanas a nuestros dos hijos, Emiliano y Arturo, y me mantuvieran en cautiverio alrededor de 20 meses. Luego escapé de Argentina con identidad falsa y la historia que fui descubriendo en los medios suizos aprendiendo el francés, se terminaría convirtiendo en mi narrativa final de Diploma en Periodismo en la Universidad de Friburgo, en 1985, anticipo del libro que saliera de imprenta en Buenos Aires el 12 de agosto de 1986.

Dedicado a Mónica, dicho trabajo anunció el inicio de una nueva etapa en mi vida, dejando atrás la militancia política, para asumir el periodismo, comienzo de una carrera que conoció ulteriormente otras obras de equivalente formato, extensión y envergadura, a las que puse término en 2009. Eso coincidió con la creación de mi sitio web, una vez agotados los desafíos de largo aliento en la profesión que impusieran escribir libros. Continué mi actividad desde el periodismo electrónico y mediante apariciones esporádicas en algunos medios gráficos con artículos puntuales. La reedición digital de La pista suiza no transgrede la decisión de abandonar la ambición de nuevos libros propios, aunque nadie está al abrigo de nada. Tampoco cuestiona proseguir mi labor periodística de cualquier manera.

He resistido a la tentación de corregir y actualizar el manuscrito original de La pista suiza, por la legítima vanidad de sumarme a los beneficios del reconocimiento que una buena investigación periodística es la que mantiene su vigencia, al menos dos décadas posteriores a su publicación. Por supuesto que hoy somos todos más inteligentes que ayer, y que la experiencia profesional desde entonces acumulada permitiría una redacción más satisfactoria. Sin embargo, me produce placer correr el riesgo de ser tal vez considerado pasado de moda al recobrar viejos personajes, quizá decrépitos por el paso de los años, viejas estrellas del Hollywood represivo, que han fracasado acaso travestidos de otros: uno haciéndose presuntamente pasar por su padre muerto, el segundo obteniendo prisión domiciliaria por Alzheimer, el tercero enredado en sus infinitas batallas de la ficcionaria tercera guerra mundial.

No poco se ha hablado sobre ellos de 1986 en adelante, y alguna notas significativas se proponen en los Anexos de esta digitalización para seguirles el derrotero hasta el presente, junto a una galería fotográfica más exhaustiva, a modo de complemento de un texto incólume que enfrenta valientemente los estragos del tiempo. Aquellos autores de secuestros extorsivos contra pago de rescate, que cometieran el error de elegir a Suiza para el cobro del botín, aportaron la prueba material en el extranjero, de una metodología vernácula del terror. Ello condujo a los tribunales nacionales a considerarla un delito contra la humanidad por el carácter masivo y sistemático del daño en perjuicio de la población civil: el secuestro y tortura de miles de personas en lugares secretos, antes de la desaparición de los cuerpos de las víctimas, arrojándolas a profundas aguas, como reveló por primera vez uno de los victimarios en el juicio de Zurich, que viene a cuento en La pista suiza.

Juan Gasparini, Ginebra, Suiza.


Mónica jauregui

jueves, 30 de septiembre de 2010

Un detenido de la ESMA interrogado cosntantemente por Graiver

 Juan Gasparini declaró en el juicio por la ESMA

El periodista y escritor Juan Gasparini afirmó ayer que fue interrogado insistentemente sobre el banquero David Graiver y los fondos de la organización Montoneros durante su cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada. “Me preguntaban mucho por cuestiones financieras: David Graiver y las inversiones de los Montoneros en Cuba. También me interrogaban por unos supuestos ‘Doctor Paz’ y ‘Doctor Peñaloza’, que según ellos iban a retirar dinero a las oficinas de Graiver”, dijo el testigo al prestar declaración en el juicio por delitos de lesa humanidad contra 18 represores de la ESMA, que se desarrolla en el Tribunal Oral Federal 5.

Gasparini, quien se identificó como “militante de lo que se llamaba Tendencia Revolucionaria del peronismo”, confió a los jueces que “yo no sabía nada de lo que me preguntaban sobre dinero y les decía a los marinos lo que se sabía en la militancia: que Montoneros tenía acuerdos con la Confederación General Económica (CGE) de José Ber Gelbard, que en ese momento estaba exiliado en Estados Unidos”.

El autor del libro Graiver, el banquero de los montoneros recordó que fue secuestrado el 10 de enero de 1977 por una patota comandada por el jefe de inteligencia del Grupo de Tareas 3.3, capitán Jorge Acosta, y sometido a tormentos desde ese mismo día. En la ESMA “yo era el número 774 y me llamaban por ese número”, dijo. Identificó y señaló en el banquillo de los acusados a los capitanes Juan Carlos Rolón y Ricardo Miguel Cavallo como ejecutores del operativo en el que fue asesinada su esposa, Mónica Jáuregui, en un departamento en Sánchez de Bustamante 731. “También intervino un tal Suárez, que vino y me dijo que él le había dado el tiro de gracia a mi mujer”, añadió.

El testigo contó que en enero de 1978, alojado en “Capucha”, vio “cuando sacan moribunda a Norma Arrostito”, una de las fundadoras de Montoneros. “La habían envenenado con una inyección que le provocó la muerte”, dijo, e identificó al autor como “el mismo médico que controlaba mis paros cardíacos en las sesiones de tortura”.

Gasparini contó que camino al baño del tercer piso del Casino de Oficiales pudo ver a través de un espejo a “una mujer alta y delgada asomarse desde una ducha”. “Mucho después, al ver fotos publicadas en la prensa, supe que era la monja francesa Alice Domon”, la religiosa desaparecida junto con su compañera Léonie Duquet.

Durante el testimonio identificó al ex marino Juan Carlos Rolón “que está sentado acá”, como jefe del grupo que pocas horas después de su secuestro asesinó en su domicilio a su mujer, Mónica Jáuregui.

“Ricardo Cavallo, que también esta sentado acá, manejaba el coche, en que fui llevado a la casa y después vino un tal Suárez que se jactó de haberle dado el tiro de gracia” Gasparini identificó también a ex capitán de corbeta Jorge “Tigre” Acosta como el que lo torturó “a cara descubierta”, junto a Alberto González Menotti y Francisco Whamond.

“Yo era el detenido 774”, dijo, antes de exhibir al tribunal un antifaz que “es el tabique tuve que llevar puesto durante dos años”.

También exhibió ante los jueces y a pedido de la fiscalía las marcas de los grilletes en sus piernas. En el extenso testimonio, dijo que vio a la monja Domon -cuyos restos fueron encontrado en una fosa común- una vez que se cruzaron e los sanitarios y luego la reconoció por fotos.

También recordó haber visto en la ESMA a Graciela Tauro y Jorge Rochestein, que están desaparecidos, y son los padres del “nieto 102” recién encontrado por la Abuela de Plaza de Mayo.
Gasparini dijo que tuvo los tobillos encadenados “desde enero hasta diciembre de 1977”. “Tengo el record de grilletes”, aseguró, y exhibió las cicatrices que le quedaron en las piernas y en un codo, producto de los golpes contra “la parrilla”, en referencia al elástico metálico donde se aplicaban las torturas. Luego sacó de un bolsillo una prenda de color negro y la exhibió con la mano en alto. “Acá traje el tabique con que me vendaban los ojos en mi cautiverio. Lo saqué de la ESMA y lo conservé todos estos años para aportarlo al juicio.”

Archivos relacionados con este libro