La fugaz aparición de un detenido desaparecido

La fugaz aparición de un detenido desaparecido

En agosto del año pasado aparecieron cuatro misteriosas maletas metálicas en las bodegas del Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación, Cide. Contenían parte de la obra inédita del fotógrafo Juan Maino Canales, un detenido desaparecido en 1976. Fotos de pobreza y rigor que escondían una mirada sutil y bella de un Santiago que ya no existe y que, desde fines de mes, se exhibirán en Roma en su primera exposición oficial..

Por Roberto Farías / Fotografía: Roberto Farías y archivo de Juan Maino Canales


Paula 1174. Sábado 23 de mayo de 2015.

Como si bajáramos al posible mausoleo de Juan Maino, se siente manar el frío gélido del subterráneo del Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación, Cide. Este lugar era el emblema de las propuestas educativas jesuitas en la gran reforma educacional del ex Presidente Frei Montalva. Es una casona neoclásica ubicada en Erasmo Escala en pleno barrio universitario, que desde 1964 ocupa esta institución y desde los 90 forma parte de la Universidad Alberto Hurtado y en cuyo subsuelo el polvo, timbres viejos, máquinas de escribir y papeles parecen intactos desde los 60.

A fines de agosto de 2014, la periodista Marcela Jiménez, la encargada de comunicaciones del Cide, recibió una bolsa con material para conmemorar los 50 años del centro de investigación. Entre muchas cosas, había una serie de fotos sueltas que le llamaron la atención. Y como diría Víctor Hugo en Los miserables, ya que “las sociedades humanas suelen enterrar el espíritu de su civilización en calabozos, cementerios y bodegas”, Marcela partió al sótano para averiguar si había más fotos.

–Entre tanta cosa que encontré me llamaron la atención estas maletas metálicas como de la Segunda Guerra. Tan firmes. Y cuando las abrí me sorprendí más. ¡Eran diapositivas de los años 70!

Eran cuatro cajas metálicas verdes. En una había un diaporama con gráficos y en las otras tres, hileras de diapositivas ordenadas por tema. Eran cerca de 250 fotos.

Primero las vio a contraluz porque no encontraba un visor por ninguna parte. Tuvo que reparar uno muy viejo con cinta adhesiva.

–Y quedé prendada. ¡Es que eran tan buenas! ¡Tan bonitas!

Eran imágenes de niños. Algunos retratados en alguna escenas de educación: sumando y restando, haciendo rondas, jugando con una pelota plástica de esas que llevaban impresas el mapamundi. Descalzos. Apoyados en mediaguas precarias, en mesas chuecas, pero con caras de discreta alegría. Miradas de esperanza, no con el clásico brillo de dolor y marginalidad.

Marcela escaneó algunas en una impresora y comenzó a mostrarlas para averiguar quién podría ser el autor. Entre varios funcionarios que recorrió, de pronto el educador Juan Zuleta (con más de 40 años en el Cide) se agarró los lentes y le dijo con su voz suave y pausada:

–Son de Juanito. Sin duda.

Se quedó largo rato mirándolas ensimismado. Se tuvo que sacar los lentes para secarse los ojos.

–Hacía mucho que no las veía. De aquellos años, cuando a Juanito Maino lo detuvieron. Me produjo una sorpresa el hallazgo pero también una enorme pena–, dice Zuleta ahora.


Parte de las fotos encontradas en las cuatro maletas que estaban en el Cide.

Aquellas fotos las hacían juntos entre 1973 y 1976 para el proyecto de educación popular “Padres e Hijos”. Se las exhibían a una comunidad y luego desarrollaban una charla educativa.

Tras el golpe, el Cide, como muchas otras organizaciones de Iglesia o no gubernamentales, cumplieron un doble rol: eran el reservorio intelectual de la izquierda y, a la vez, refugio de militantes y activistas semi clandestinos.

En el Cide se refugió el cura jesuita Gerardo Whelan (famoso por la película Machuca), expulsado del Saint George’s, y el verdadero “Machuca”, el dibujante Emelin Parraguez. Y también numerosos miembros del Movimiento de Acción Popular Unitaria (Mapu) como Carlos Ortuzar y Juan Maino Canales.


Juan Maino en un retrato que conserva su familia.

–Teníamos un fotógrafo –dice Jorge Zuleta– pero Juan era muy superior. Decidíamos hacer una foto que graficara, por ejemplo, la importancia del aseo personal, que después nos permitiera hacer una dinámica de grupo con pobladores y campesinos. Y partíamos a desarrollar la idea.

Iban a los campamentos de El Salto, Peñalolén y Quilicura.

Whelan, que lideraba el proyecto, les decía: “Hagan las fotos y vuelvan altiro”.

Maino era del MAPU y su familia no tenía idea. es uno de los tres ciudadanos Ítalo-chilenos desaparecidos en dictadura por los que el gobierno italiano inició un juicio. Sus inéditas fotos –atesoradas por sus hermanas y otras descubiertas hace poco en las bodegas del Cide– serán exhibidas en Roma.

–Pero Juan era dedicado. Primero entraba en confianza, se adecuaba al lugar, a las personas. Tenía el don de la sencillez, de la confianza. Y luego esperaba el momento, la luz adecuada. Podía pasar horas. A veces se quedaba hasta a dormir con ellos.

A pesar de los 90 mil escudos de la época que recibía (unos 150.000 pesos de hoy), Maino se tomaba varios días en desarrollar la idea e ir en su propia citroneta blanca.

–En esa citroneta desapareció o se la llevaron con él–, dice Zuleta.

EL FOTÓGRAFO DEL MAPU

Whelan discutía a gritos con Maino:

—¡Cómo va a ser tan difícil tomar un par de fotitos!

Pero eran gritos exagerados o más bien, para encubrir su verdadero nexo con Maino al resto de los funcionarios del Cide. Whelan prestaba su casa de Lo Barnechea u otros sitios para que el Mapu se reorganizara en la clandestinidad.

–Una vez tuve que pasar a la casa de Whelan y me dijo –dice Juan Zuleta–: vas a oír o ver cosas que quizá no te convenga y puede ser peligroso.

Ahí estaban Carlos Ortúzar, Eugenio Tironi, Carlos Montes (actual senador) y otros miembros de la directiva del Mapu clandestino. El resto estaba en el exilio.

Juan Maino militaba en el Mapu desde antes de la UP en la célula que funcionaba en el departamento de Artes de la Comunicación de la UC, en el centro. Como su madre, Filma Canales, era una conocida documentalista y profesora del Instituto Fílmico y una de las primeras críticas de cine en Chile, Juan Maino se conseguía con ella películas en Chilefilms y organizaba exhibiciones en las poblaciones y talleres con niños.

En eso lo acompañaba Gloria Torres, su pareja de entonces,  que estudiaba Derecho en la Universidad de Chile y también Mapu.


La encargada de comunicaciones del Cide, Marcela Jiménez, fue la autora del hallazgo: encontró 4 cajas metálicas con 250 diapositivas de Maino.

–Íbamos a los comedores populares de Lo Hermida a tomar hartas fotos de niños, era su tema –dice Gloria, hoy una abogada de familia y mediadora del Consejo de Defensa del Estado–. Siempre andaba tomando fotos. También en las marchas y actividades del Mapu.

Los Maino vivían bien. Su padre era gerente de una gran empresa lechera del sur y tuvieron grandes casas y buen pasar. Hasta que murió en 1967, poco después de separarse de Filma que, hasta ese momento, era una acomodada dueña de casa.

–Filma,entonces, renació –recuerda Bernardita, la menor de los cinco hijos Maino Canales–. Se dedicó a hacer clases, documentales, fue la primera crítica de cine de la incipiente televisión. Sin duda, ella despertó la sensibilidad artística a Juan.

Él pasó por varios colegios, como el Seminario Menor y el Patrocinio San José. Estudió unos años en Temuco y luego entró a Ingeniería Mecánica en la Universidad Técnica del Estado. Probablemente ahí se acercó al Mapu para las elecciones del 70. Y digo probablemente porque, así como muchos funcionarios del Cide, en su familia ignoraban su otra vida política. Margarita Maino recuerda que su hermano Juan siempre fue muy cuidadoso, muy discreto en cuanto a su vida política. Especialmente después del golpe.

–Creo que para no ponernos en riesgo. Por eso dejó ese testamento–, dice Bernardita.

–¿Cuál? ¿Dónde está?

–Unos días antes de que desapareciera, me pasó una carta para la mamá, con la condición de que la abriera solo si le pasaba algo. Y eso lo sabrían porque llamarían a la casa y dirían: “Juan está enfermo”. Y así fue.


En los 70, Maino era fotógrafo del Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación (CIDE) donde hace poco Marcela Jiménez desempolvó sus diapositivas: “¡Eran tan buenas, tan bonitas!”, dice.

Un día antes, al despedirse, no quiso acercarse a la casa en Bilbao y dejó a Margarita, de 17 años, con un televisor en la vereda de Avenida Ossa. Fue la última vez que se vieron. Dos días después recibieron el llamado: “Juan está enfermo”.

Margarita le entregó la carta a Filma. Junto con las instrucciones de ir a su departamento en Villa Portales y sacar los negativos y otras cosas, le citaba a Antoine de Saint-Exupery: “Ser hombre es, precisamente, ser responsable. Es conocer la vergüenza frente a una miseria que parece no depender de uno. Es estar orgulloso de la victoria que los camaradas han obtenido. Es sentir, poniendo uno su piedra, que se contribuye a construir el mundo”. Al final le pedía que quemara la carta y casi contra su voluntad Filma la prendió con un fósforo en plena vereda.


La mayoría de las fotos encontradas en el Cide fueron tomadas entre 1973 y 1976, para el proyecto de educación popular “Padres e Hijos”. Juan tomaba las fotos y luego hacían charlas educativas a la comunidad.

La misión secreta de Juan Maino era brindar seguridad a la cúpula del Mapu y servir de correo humano a Carlos Montes, el máximo dirigente en la clandestinidad. Si alguien quería llegar a Montes, tenían que pasar por Maino. También era el impresor y distribuidor del microperiódico Venceremos, del tamaño de una estampilla grande y que los militantes leían a escondidas.

Gloria Torres recuerda que el día antes de ser detenido discutió con Juan cuánto era posible y ético soportar las torturas sin hablar.

—Él tenía la idea que había que soportar tres días. ¿Y por qué tres días?, le pregunté a mi vez. “Porque en ese tiempo el partido se puede reorganizar completo y los compañeros se pueden esconder en otro sitio”, me dijo.

Y parece que cumplió su palabra. Luego de detenerlo en un departamento en Villa Los Presidentes en Ñuñoa, la noche del 26 de mayo de 1976, junto a Antonio Elizondo y Elizabeth Reka, entre los pocos rastros de sus últimos momentos está el testimonio de un detenido en Villa Grimaldi que reconoció el ruido defectuoso del motor de su citroneta y la voz del “Doc”, el torturador de la Dina Osvaldo Pincetti, que dijo al pasar que el dueño de ese auto “se les había ido en el primer interrogatorio”.

Sobre la mesa del departamento quedó una botella de vino, su reloj pulsera y una taza sobre la revista Foto-graph. Carlos Montes se salvó. Bautizó a su hija Juanita en honor a Juan.

A la familia de Maino, como no era militante de izquierda, le costó comprender a qué verdad se enfrentaba. Al principio hasta consultaron una vidente, que les dijo que buscaran en el mar en Concepción. Caían en las pistas falsas que sembraba la Dina, como la declaración de un chofer de la familia que dijo que Juan le había confesado que se iría a esconder a Argentina.

–Pero poco a poco fueron cediendo–, recuerda Gloria Torres. Filma, que era una señora aristócrata, se dedicó 100% a encontrar a su hijo. Iba a la puerta del campo de prisioneros Cuatro Álamos con la foto de Juan preguntando a la gente que entraba o a prisioneros que liberaban: “¿Han visto a esta persona?, ¿estará detenido acá?”. Participó en la primera huelga de hambre por los detenidos desaparecidos en la Iglesia San Francisco, en 1977.

Con los años, cuando la desaparición de Juan era irremediable, sus fotos y negativos comenzaron a tener valor de tesoro. Filma reservó una esquina de su departamento para las cajas de negativos y cartas. Eran intocables. No los prestaba. Muchos de los negativos nadie los pudo ver, sino hasta que murió, en junio de 2014. Varios de ellos son las fotos que se expondrán en Italia.


“Juan era dedicado. Primero entraba en confianza, se adecuaba al lugar, a las personas. Tenía el don de la sencillez, de la confianza. Y luego esperaba el momento, la luz adecuada”, recuerda el funcionario del Cide Juan Zuleta, quien trabajó con él.

Su primo y también fotógrafo, Pablo Adriasola, Gloria Torres, Víctor Maturana y otros amigos recordaron que Juan les había dicho después del golpe que había enterrado sus fotos del movimiento obrero.

–Era una larga serie de fotos que hizo durante la UP para un diaporama del Mapu–, recuerda Gloria.

La única pista que les dio es que las había enterrado junto a  un papayo.

–Como la familia tenía una casa en Algarrobo donde había un papayo, pensaron que era ahí. Excavaron el jardín entero varias veces y nunca han encontrado nada.

Aún de repente hacen expediciones para buscar las fotos perdidas de Juan. En la casa de los abuelos, en un jardín cercano. Bajo cualquier papayo que encuentran. Todavía no aparecen.

ENTERRAR EL MOTOR

–Alrededor de 1985 –recuerda Margarita Maino– se nos acercó un ex colaborador de Colonia Dignidad que decía que ahí habían enterrado unos autos de detenidos desaparecidos.

Se trataba del matrimonio de Georg y Lotti Packmor quienes se había fugado de la colonia. Sostenían que dos colonos cercanos al doctor Hopp, Gerard Mücke y Kart Stricker, tuvieron la tarea de enterrar los motores y carrocerías y borrar los números de serie con una lima. Los autos, entre ellos un Citroën blanco, habían sido regalados a los alemanes por el general Contreras.

–Nadie nos creyó –dice Margarita–. O en realidad los jueces nunca hicieron nada por la causa. Hasta que en 2003 tomó el caso de nuestro hermano el ministro Jorge Zepeda.

En marzo de 2005, allanó la colonia y en un campo muy retirado, ya cerca de las montañas, como si la tierra se negara a ser cómplice, apareció un barretín donde habían sido sepultados dos motores de auto.

Gloria Torres entró con Margarita casi a la fuerza. Lograron llegar al sitio.

–Y fue emocionante porque –dice Gloria– te das cuenta qué tan abierta está la herida. Instintivamente nos pusimos a sollozar con Margarita frente al motor como si fueran los restos de Juan, su cuerpo. ¡Lo queríamos sepultar, homenajear, no sé, algo! ¡Imagina el vacío!

Quizás por suerte, un miembro de la PDI interrumpió sus sollozos y les dijo que estaban llorando en el motor equivocado. Que el Citroën estaba un poco más allá. Ese era un Renault.


Las hermanas de Juan Maino: Bernardita y Margarita. Durante años su madre, Filma Canales, hoy fallecida, conservó en el departamento donde vivía un espacio intocado que cuidaba con celo en recuerdo de su hijo desaparecido: ahí estaban otras cajas con los negativos de las fotos y las cartas de Maino.

Tiempo después hicieron una romería y una especie de funeral simbólico en el lugar del entierro, que quedó registrado en el mini documental El valor de la esperanza. Y el curioso deseo de sepultar el motor, lo convirtió en obra de teatro el hijo de Gloria Torres, Leonardo González, en la obra Aquí no se ha enterrado nada, que ganó el concurso de dramaturgia de la Universidad de Chile en 2012. Antes había hecho el monólogo Madre he vuelto, que retrataba la lucha de Filma.

El hallazgo del motor de la citroneta permitió condenar a Manuel Contreras y a otro miembro de la Dina como autores de la desaparición de Maino y a tres integrantes de Colonia Dignidad como cómplices. Pero, a su vez permitió, que en 2014 se sumara el caso de Maino al llamado “Juicio al Plan Cóndor” que inició el gobierno de Italia contra militares y civiles de Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile que se coludieron en los años setenta para detener y hacer desaparecer a numerosas personas, entre ellos 33 ciudadanos italianos.

Maino era ítalo-chileno. Su padre era descendiente de un pobrísimo tallador de muebles de Ancona, al norte de Italia. Los otros casos de ítalo-chilenos son el del integrante del MIR, Omar Venturelli, desaparecido en Temuco en octubre de 1973; el GAP socialista Juan José Montiglio, detenido en La Moneda el 11 de septiembre y desaparecido desde el Regimiento Tacna; y el del dirigente comunista Jaime Patricio Donato, detenido el 5 de mayo de 1976 y desaparecido desde Villa Grimaldi.

En mayo de 2014, los familiares de Maino y de Omar Venturelli fueron recibidos por el Papa Francisco I en Roma y por el fiscal principal de la causa italiana. Posteriormente, en una cena que organizó el embajador de Chile, Fernando Ayala, él se acercó a Margarita y le dijo:

–¿Y si hacemos una exposición con las fotos de Juan?

Así se gestó la primera exposición oficial de las fotos de Maino que se exhibirá en Roma, a partir del 1 de junio, en una sala auspiciada por la embajada de Chile y, luego, en una muestra colectiva en Milán y otra en el salón del ayuntamiento en Bologna.

–En Bologna será bonito–, dice Margarita–. El año pasado fui allá a hacer una charla a un colegio junto a una torturada uruguaya y mostramos las fotos de Juan. Fotos de niños, de esa pobreza que es tan lejana a lo europeo. Y, al mostrarlas, me conmovió su mirada, su preocupación por los niños. ¡Y pude llorar por primera vez desde que desapareció!

La ex pareja de Juan, Gloria Torres, recuerda de pronto un hecho singular. Quizá para el último cumpleaños de Juan, en febrero de 1976, le preguntó cuál sería un buen regalo y él le mostró unas cajas metálicas verdes para guardar diapositivas que vendían en la tienda Reifschneider de Huérfanos.

–Las vi y le dije: ¡Pero si unas cajas te las puedes hacer tu mismo! Pero él era riguroso, y me dijo: “Esas cajas son herméticas, están hechas para durar mucho, mucho tiempo”.

Le regaló tres. Él ya tenía una. Esas son las cuatro cajas que aparecieron 39 años después con sus fotos intactas. Juan Maino germina desde el subsuelo. ·

Juan Maino Expone en Roma

Creado en Viernes, 09 Junio 2017 18:26

Estampilla MainoJuan Bosco Maino Canales

Nace el 19 de febrero de 1949

Detenido desaparecido desde el 26 de Mayo de 1976

El 26 de mayo recién pasado se cumplieron 41 años de la desaparición de Juan Bosco Maino Canales. Víctima de la “Operación Cóndor”.

Juan Bosco Maino Canales era fotógrafo, un buen fotógrafo.

 

Foto embajada Maino 02Conmemorando el triste aniversario, la embajada de Chile en Roma realizó una exposición, con parte de su obra y a fines de este mes se publicará, en Italia, una edición con parte sus fotos.Tapa Libro

 

Escribe su hermana “ese día tan lleno de significado: 26 de mayo 2017, como homenaje a Juan y a la belleza que todavía vibra de su mirada.

A fines de agosto de 2014, la periodista Marcela Jiménez, la encargada de comunicaciones del Cide, recibió una bolsa con material para conmemorar los 50 años del centro de investigación.

Entre muchas cosas, había una serie de fotos sueltas que le llamaron la atención. Y como diría Víctor Hugo en Los miserables, ya que “las sociedades humanas suelen enterrar el espíritu de su civilización en calabozos, cementerios y bodegas”, Marcela partió al sótano para averiguar si había más fotos.

-Entre tanta cosa que encontré me llamaron la atención estas maletas metálicas como de la Segunda Guerra. Tan firmes. Y cuando las abrí me sorprendí más. ¡Eran diapositivas de los años 70! Eran cuatro cajas metálicas verdes. En una había un diaporama con gráficos y en las otras tres, hileras de diapositivas ordenadas por tema. Eran cerca de 250 fotos. Primero las vio a contraluz porque no encontraba un visor por ninguna parte. Tuvo que reparar uno muy viejo con cinta adhesiva. –

Y quedé prendada. ¡Es que eran tan buenas! ¡Tan bonitas! Eran imágenes de niños. Algunos retratados en algunas escenas de educación: sumando y restando, haciendo rondas, jugando con una pelota plástica de esas que llevaban impresas el mapamundi. Descalzos. Apoyados en mediaguas precarias, en mesas chuecas, pero con caras de discreta alegría.

Miradas de esperanza, no con el clásico brillo de dolor y marginalidad. La muestra de fotografías tomadas por Maino entre 1973 y 1976 especialmente a niños de poblaciones marginales,  fue llevada a Italia por su hermana Margarita.

Esa exposición, luego de ser mostrada en la embajada de Chile inicia una itinerancia por Florencia y Bolonia, a solicitud de entidades de DDHH y agrupaciones de familiares de víctimas.

En sentidas palabras, Margarita Maino señaló:  “Al recorrer sus fotografías, está este hombre de ojos pardos, al que no pudieron arrebatarle su integridad.Un militante que no dejó de serlo después del golpe de Estado. Por el contrario, asumió mayores y más comprometedoras responsabilidades. Esta muestra de su obra, que nunca expuso públicamente, es un caleidoscopio de imágenes diversas en cada una de las cuales está Juan Maino.

Pese a que no ha sido ni será posible recuperar su cuerpo, que sea el compartir con ustedes estas imágenes del sur del mundo, el modo de honrarlo.  Y la exigencia de justicia, el modo de dignificar su vida y sus sueños”.

Ver Muestra de la obra de Juan Bosco Maino Canales

Mas Información en Memoria Viva:

Reportaje en Revista Paula: 

Sácate la venda…

Sácate la venda

Escrito por rcb el . Posteado en //03Cine Chileno

Por Matías Jiménez“El cuerpo, primer territorio sometido y moldeado por el poder”. Michael Foucault

En lo particular, siempre he tenido una inquietud por contar algo sobre “La Venda Sexy”. Lugar que se caracterizaba por los vejámenes y violaciones de todo tipo. Se le decía la “Discoteque “, ya que para acallar los gritos de las torturas, ponían música ambiental. Este centro de torturas funcionó continua y sistemáticamente entre los meses de agosto a diciembre de 1974, aunque siguió siendo utilizada ocasionalmente en fechas posteriores. Durante el período en referencia una treintena de personas fueron muertas como producto de las torturas que les fueron aplicadas, o simplemente, fueron asesinadas.

Había una mujer, Ingrid Olderock, quien tuvo a cargo el entrenamiento del perro pastor alemán ´Volodia´-en referencia a un entonces alto dirigente del Partido Comunista- para violar a las detenidas que eran forzadas a asumir una posición que facilitara la penetración por parte del animal. También se cuenta que los “Exquisitos” de los celadores no les gustaba violarlas cuándo estuvieran con la regla, así que las chicas organizaron un plan: si una de ellas andaba en ese periodo, tenía que manchar una toalla con sangre para que las otras aparentarán andar con la regla. Me parece notable cómo ocuparon su menstruación para disminuir su opresión. Un hecho tan real y orgánico para resistir. Acto que se lleva mi profunda admiración.

Michael Foucault en su gran obra Vigilar y castigar, hablaba del panóptico, donde un vigilante se sitúa sobre una torre y custodia al castigado. Nosotros no podemos ver a nuestro carcelario, pero, sabemos de su presencia. Según Foucault: “El panóptico una construcción … (de celdas y espacios) donde cada prisionero es perfectamente individualizado y constantemente visible (a los ojos de quien observa), mientras que, desde la celda, el reo no puede observar quien lo observa si es que lo observa alguien”. La posibilidad de no verlo puede transformarse en un método mucho mas eficaz y terrorífico de control social. Así la persona vigilada es sometida a una normalización que busca individualizarla; “La disciplina ‘fabrica’ individuos; es la técnica específica de un poder que se da a los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio” En otras palabras, por medio de la disciplina se puede enseñar a los sujetos para que sean útiles y “El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido” Por tanto, la disciplina busca fiscalizar y controlar la conducta, sus comportamientos, sus aptitudes, sus preferencias, a través de diferentes formas. Imagínense a las chicas de “La venda” que fueron atacadas por una entidad que solo pudieron escuchar y sentir, “A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las ‘disciplinas’”. En la Venda el cuerpo es expuesto como objeto de poder para ser sometido.

El documental de Gloria Camiroaga propone una nueva mirada en la concepción de este tipo de relatos, utiliza la lógica testimonial para dar cuenta de un grupo de sobrevivientes de este tenebroso lugar. Algo tiene este trabajo que lo hace diferente, hay una intención de subvertir los eslabones clásicos en la narración. La cámara no se queda fija, alejándose para asumir una diferencia. El montaje plantea un cuestionamiento a lo patriarcal y la cosificación de la figura femenina. De pronto nos encontramos entre medio con imágenes de un rodeo, donde la indolencia masculina castiga sin clemencia a otro ser. La película asume una postura mas allá de un hecho en dictadura; proclama la re valorización de la mujer bajo el yugo represor de la masculinidad.

Propuesta que remece con su desgarrador testimonio, jugando con nuestro imaginario, penetrando cada uno de los detalles de su inconsciente castigo. Hay que hacernos cargo, sacarnos las vendas de nuestro ojos. La sociedad actúa cómo los verdugos de la venda; cegándonos los ojos de una verdad que insisten con no mostrar.

Etiquetas:

NORA STREJILEVICH: “EL TESTIMONIO NO ES UNA COPIA DE LA REALIDAD SINO SU CONSTRUCCIÓN”

NORA STREJILEVICH: “EL TESTIMONIO NO ES UNA COPIA DE LA REALIDAD SINO SU CONSTRUCCIÓN”
nora foto

Por: Andrea Zambrano

 

La escritora y académica Nora Strejilevich formó parte del encuentro “El Silencio Interrumpido: Escrituras de mujeres en América Latina” y es la autora del capítulo dedicado a literatura testimonial de The Cambridge History of Latin American Women’s Literature. Andrea Zambrano conversó con ella sobre este género, su imbricación con la literatura de mujeres y su propia experiencia como víctima y testigo de la última dictadura militar argentina.


La subversiva, la judía, la rusita. La hermana de aquel chico traviesointeligenteaudaz, que va de frente en las asambleas universitarias, al que ficharon por escribir demasiado. Gerardo, aquel chico con quien comparte de por vida esa marca de diferencia, ese apellido de segunda y de infinitos trabalenguas que a los locales les exaspera pronunciar.

A Nora Strejilevich la secuestró la última dictadura argentina un 16 de julio del año 1977, días después de ver por última vez a su hermano, aquel nene que en la infancia la molestaba por ser más chica, que le tiraba del pelo, que le hacía cosquillas, con quien se peleaba una y otra vez en el jardín de la que recuerda como una feliz casa materna. Gerardo, a quien no pudo asignarle ni un plano, ni un vector, ni una tumba. “Peores son los recuerdos que nunca podré tener: la hora en que fue arrojado desde un avión ya sea al río o al mar. Peores son las memorias que ni siquiera pueden llegar a ser recuerdos.”

El recuerdo de aquel fatídico sábado por la tarde la acompaña hasta el día de hoy. “En cualquier lugar al que intente fugarme, la historia me encuentra”. Si bien cree en el olvido como una necesidad de escape, a la escritora argentina le es imposible evadir los recuerdos. Estos vuelven una y otra vez, incluso contra su propia voluntad.

Exiliada en la gris Canadá, en donde hablar de literatura testimonial era algo totalmente inusualStrejilevich decidió avanzar, aún en profundo aislamiento, en un proyecto que la acompañaría de por vida: testimoniar su propia experiencia rememorada y la de muchos de sus contemporáneos a través de una práctica narrativa que le permitiese hablar de lo indecible, para relatar esa historia no contada, esa historia no oficial.

Nora Strejilevich se doctoró en literatura latinoamericana en la Universidad de la Columbia Británica de Canadá, país que le brindó refugio político tras haber vivido por varios años en distintos países (Israel, España, Italia y Brasil), luego de haber sido liberada del centro clandestino de detención, tortura y exterminio “Club Atlético”, ubicado en el barrio de San Telmo de la ciudad de Buenos Aires. Ejerció la docencia tanto en Canadá como en Estados Unidos, y hoy dicta un seminario sobre violencia estatal y memorias en Buenos Aires para el programa de Master de la Universidad de Middlebury, Vermont, además de ejercer como profesora emérita en la Universidad de San Diego, California.

Su obra más reconocida, Una sola muerte numerosa, publicada por primera vez fuera de su país en el año 1997, la hizo merecedora del Premio Nacional Letras de Oro para Novela, otorgado en EEUU, siendo traducida tanto al inglés como al alemán. El arte de no olvidar: literatura testimonial en Chile, Argentina y Uruguay entre los 80 y los 90, su más reciente investigación publicada, pone de manifiesto diversos relatos de experiencias traumáticas vividas en estos tres países del Cono Sur, a fin de discutir la función social que, aún hoy, cumple el testimonio como práctica narrativa en América Latina.

En tu libro El arte de no olvidar, señalas que recorriste la Argentina con un grabador buscando voces que te develaran el misterio de tu propia desaparición. ¿Cómo fue tu acercamiento con el testimonio como género narrativo?

Nora Strejilevich: Cuando vine a recorrer la Argentina mi centro fue Tucumán. En esta provincia hubo un mini golpe en el año 75, el Operativo Independencia, que fue el anticipo del golpe del 76.  Vine a fines de los ochenta y la gente de la zona que había padecido el terror durante el gobierno de Isabelita nunca había hablado. Esta era la primera vez que le  contaban a alguien lo que les había pasado. En estos casos se genera un relato intenso y novedoso incluso para quien habla: al testigo le sorprende su propia historia, que va cobrando forma. Esas situaciones compartidas fueron cruciales para mí porque pude palpar la importancia del testigo y de su versión.

Fue la contundencia de esos testimonios lo que me dio la pauta de lo importante que eran esas historias que yo recogía, seleccionando sobre todo las partes más simbólicas, más sugerentes, más misteriosas, en lugar de optar por un perfil informativo.

Yo empecé a escribir mi propio testimonio, en cambio, al tomar un curso de autobiografía y el profesor nos invitó a escribir nuestra propia historia o un ensayo. Yo escribí mi propia historia y él me instó a que siguiera. De allí surgieron los fragmentos autobiográficos que hoy figuran en Una sola muerte numerosa. Pero más que conocerme a mí misma yo quería entender ese momento histórico que significaba un antes y un después para mí misma y para el país.

Este recorrido por la Argentina fue el que me dio la pauta de un país atravesado por un coro de voces que no eran precisamente literarias pero que bien podían configurar una literatura. Por esta razón, a la hora de hacer la tesis, elegí este tema.

¿Te brindó la literatura testimonial la posibilidad de reconstruir la memoria a partir de la palabra escrita?

NS: No solo la posibilidad de reconstruir, sino además la posibilidad de crear. Estas personas, al brindarme su testimonio, iban descubriendo su propia historia.

No sabemos con exactitud qué es lo que esconde la memoria traumática. Por eso el testimonio no es una copia de una realidad sino la construcción de una realidad. El testimonio brinda la posibilidad de rearmarse, porque a través de él se reconfigura una subjetividad resistente. Ya no solo soy la víctima de lo que me hicieron sino que ahora estoy creando una historia con todas esas hilachas y esas ruinas. E incluso más que rearmar, para mí el testimonio es crear, construir(se) una vez que el peso del mundo, como dice un amigo, te aplastó, te pasó por encima, pero no te mató. Una vez que sobreviviste…

En la Microfísica del Poder, Foucault habría profundizado en la posibilidad de inducir efectos de verdad a través del discurso literario. ¿Ves a la literatura como una alternativa narrativa al horror? 

NS: Sí. Y además de alternativa concibo a la literatura como ‘lo otro’. En las escenas de tortura, el objetivo es llevarte al grito y a la desarticulación del discurso. Todo lo que no se puede decir en la tortura se puede decir en un testimonio o en una ficción o en un poema. Y cuando digo testimonio me refiero sobre todo a testimonios literarios con una intención artística, en cuyo caso el lenguaje se fuerza, se retuerce, se envuelve, se acurruca para pronunciar el sufrimiento y el dolor.

Reitero entonces que, por esta razón, a estas construcciones literarias las concibo como una alternativa, como una respuesta y como un lugar de creación en el que puede habitar otra forma de decir y de narrar.

En Una sola muerte numerosa, parte de la narración de la experiencia traumática que viviste, hace mención a tu origen judío. ¿El contar en esta obra la historia de tu familia través de una narración intertextual, se constituye como una forma de aludir también a la historia de la persecución judía? ¿Es una forma de dejar registro de un presente traumático descendiente del crimen y el horror del pasado?

NS: El objetivo durante la dictadura fue acabar primero con los llamados subversivos, o sea con los Montoneros y otras organizaciones revolucionarias, y en segundo lugar con los judíos. Al menos eso es lo que me dijeron cuando me interrogaron por judía. En relación al vínculo con lo que fue el genocidio más paradigmático del siglo pasado, yo diría que el nuestro es una reencarnación simbólica. Se pueden por supuesto enfatizar las diferencias, que son muchas, pero el Mal con mayúsculas va asumiendo formas emparentadas. Quiero decir que hay un mismo ADN en la genealogía del Mal. Y yo creo, por eso mismo, que es fundamental marcar las similitudes. El Holocausto fue el primer experimento del siglo XX donde realmente se llevó a cabo un crimen dentro del crimen, donde se trató de exterminar y al mismo tiempo de borrar las huellas de la masacre, para negarla y para afirmar que nunca existió lo que había existido. Eso fue también lo que intentaron hacer acá en la Argentina con los desaparecidos, enviándolos a la Noche y a la Niebla. En ese sentido quise subrayar los vasos comunicantes.

A nivel personal el tema me atraviesa por donde lo mires: tengo tres abuelos cuyos hermanos murieron en Auschwitz, y tanto mis dos primos hermanos, Hugo y Abel, como mi hermano Gerardo y su novia, Graciela Barroca, son desaparecidos.

Puedo afirmar entonces que el terrorismo de Estado se constituye como un descendiente directo del nazismo por lo paradigmática que fue la Shoá, y que yo soy, a nivel familiar, descendiente directa  de las fábricas del horror, que me dejan vivir pero con la imborrable marca que deja la tragedia colectiva.

Este libro se publicó en la Argentina en el año 2006 justo a 30 años del golpe militar. ¿Qué sentiste al ver que este testimonio se trasladaba al lugar al que debía pertenecer?¿Cómo te sentiste al saber que este cúmulo de historias comenzaba a circular dentro de tu país? 

NS: Hubo dificultades para publicarlo acá. En la presentación que hicimos en 2006 en Buenos Aires, Tununa Mercado hizo notar cómo el texto circulaba en fotocopias, cómo la gente lo leía todavía como se solían leer materiales prohibidos que circulaban durante la dictadura, aún cuando ya estábamos en democracia y se publicaban testimonios sin tanta censura. Tal vez porque yo no vivía acá o porque no di con la editorial adecuada, el mío no salía. Hasta que una editorial de Córdoba se hizo cargo de la edición, y me emocionó que por fin el libro se lanzara en la Argentina porque lo había escrito pensando en que se leyera acá. Hay allí muchas cosas que alguien de afuera no entiende de una manera tan exacta, cosas que no las expliqué porque iba dirigido sobre todo a un público local. Incluso en la traducción al inglés hubo que agregar una suerte de glosario. Sin embargo, aunque fue muy emotiva y reflexiva la presentación, con la participación de quien ya mencioné, Tununa Mercado, de Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo, y de Alejandro Kaufman, el evento no trascendió. Si bien se hizo en una sala del gremio de periodistas, no hubo ni una sola nota ni una sola reseña en ningún periódico. No se le daba al tema, aún en esta época, la difusión que merecía. Es llamativo. En la Argentina no asocian el trabajo literario con el testimonio y supongo que algunos periodistas a los que contacté pensarían: “bueno, un libro testimonial más, ya sabemos de qué se trata.”

Sin embargo hubo otra instancia en la que el libro formó parte de una intervención pública por los derechos humanos que atesoro como hecho significativo a nivel comunitario y personal. Me refiero a una lectura que hice de la primera página de mi libro, que es el relato de mi secuestro al Club Atlético, justamente en el ex Club Atlético, el centro clandestino transformado en Espacio de Memoria. Leer en ese lugar mi recuento poético del trayecto de mi casa a ese preciso lugar me hizo sentir que la palabra es, como ya dije, resistencia y, además, núcleo de transformación.

¿La literatura testimonial en América Latina es un campo en el que se han destacado las mujeres?

NS: Desde que se han producido estos genocidios en América Latina han sido las mujeres las que siempre han resistido, por uno u otro motivos. Me refiero a la denuncia, a la construcción de movimientos por los derechos humanos, a las intervenciones públicas. Gran parte de los movimientos han sido de mujeres, desde Centroamérica hasta acá. Para mí el testimonio es un género muy afín a la mujer, y eso se detecta desde los primeros libros en los que las mujeres militantes cuentan sus experiencias, como por ejemplo Si me permiten hablar de Domitila Barrios, o Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia escrito por  Elizabeth BurgosDebray. Se trata de mujeres que empezaron a tomar el micrófono y a dar testimonio y de mujeres que hicieron una tarea de montaje y lograron que se los publique. Estos son pasos de un proceso que va de la mano de la participación de la mujer en la cultura, en la política, en los movimientos sociales.

Y digo que es un género afín a la mujer porque a la mujer le resulta indispensable que su voz incluya el registro de la intimidad. Hacer público lo íntimo es un acto político. Al salir a la plaza a marchar por sus hijos, al apropiarse de la palabra de la intimidad y mostrarla, la mujer está llevando a cabo un acto político. Poner sobre la mesa la desesperación, el dolor, el desgarro de las experiencias traumáticas, es un acto político. Es en ese nivel en el que se han destacado las mujeres. Tal y como afirmó la escritora nicaragüense, Ileana Rodríguez, en el Encuentro El Silencio Interrumpido, la mujer tiene la habilidad de retrotraerse a sus historias ancestrales. Esa forma de escribir, hablar o pensar es muy propia de la mujer. Lo que antes era visto como defecto, lo que la caracterizaba como el sexo débil, ahora, a partir del siglo pasado, se torna virtud. Las mujeres contamos con rizomas.

Si bien nombres como el de Rodolfo Walsh destacan, al menos en la Argentina, por inaugurar una nueva forma de narrar los hechos a través del periodismo de investigación, ¿qué nombres de mujeres latinoamericanas destacas dentro del estudio y rescate de la literatura testimonial? 

NS: Emma Sepúlveda fue una de las primeras que escribió sobre el testimonio de mujeres en Chile, por lo tanto, el suyo es un trabajo pionero. Además, en el movimiento que hubo en EEUU, Estudios Subalternos, se destacan John Beverley, Ileana Rodríguez y otros que rescataron testimonios centroamericanos como parte de la lucha y la resistencia de esa región. También Doris Sommer, igualmente en EEUU, estampó la expresión del ‘yo plural’ para definir al testimonio. Y Margaret Randall fue otra pionera en estudios del testimonio. Hay muchas estudiosas del testimonio fuera de la Argentina.

Dentro del país, recuerdo a Beatriz Sarlo, quien, aunque criticándolo, escribió sobre el tema. También a María Sonderéguer, a Rossana Nofal, y a Leonor Arfuch, que escribió sobre biografía y testimonio, vinculando ambos géneros. En cuanto a las que han escrito testimonios del genocidio argentino puedo nombrar a Alicia Partnoy, a Susana Romano-Sued, a María del Carmen Sillato y a mí, entre otras. En Chile a Nubia Becker, quien narró su experiencia en un campo de concentración de Santiago, Villa Grimaldi. Y hay muchas más.

¿Circulan los trabajos de estas mujeres en el continente y/o fuera de él, o presentan dificultades para ser editados y distribuidos? ¿Cómo es la relación del mercado editorial con la literatura testimonial y sobretodo con el trabajo de estas mujeres?

NS: Hay concursos literarios que premian a la novela y/o al ensayo. En Cuba se premia el testimonio, pero fuera de ese desconozco otros concursos donde figure una sección para el testimonio. Por eso mi trabajo lo mandé a un concurso de novela, y ellos lo consideraron como tal. Yo no tengo problema, ya que se trata en todo caso de narrativa, pero muchos jurados no quieren considerar novela a un trabajo en el cual hay material documental, y en el cual el o la protagonista tiene el mismo nombre que el o la autora que figura en la tapa. Escribí otro libro con esas características y se presenta el mismo problema.

El testimonio es un género híbrido muy difícil de ubicar, especialmente cuando tienen un trabajo estético que resulta tan prioritario como en una novela. Los otros, que son más directamente discurso oral registrado, o ensayo, tienen un público y una entrada mucho más directa. Hay ciertas editoriales que se comprometen con ese tipo de textos y que producen eventos políticos por tiempo determinado para darles circulación, pero inmediatamente después desaparecen de los estantes. No obstante, acá hay un público lector para ese tipo de libros, y lo hubo especialmente en la época del kirchnerismo, cuando se le dio salida a libros más directamente testimoniales, sobre todo de figuras políticas. Pero en general este tipo de literatura, tanto por ser testimonial como por ser de mujeres, tiene mucha más dificultad de circular que la novela propiamente dicha.

Yéndonos a la academia, a los programas de grado y posgrado. ¿Es la literatura testimonial tomada en cuenta en planes de estudio?        

NS: Por lo que he conocido de cerca últimamente, es muy difícil que esto entre en la academia porque no forma parte de los programas tal y como están armados. En EEUU y Canadá, donde viví, tuve la suerte de que este libro entrara en los circuitos universitarios, como lectura de cursos dictados en programas de Estudios Latinoamericanos que se empezaron a abrir a otras tendencias, porque la literatura estadounidense contemporánea es mucho más híbrida, y por ende esta narrativa se acepta más.

En nuestros países los programas de estudio son mucho más tradicionales. No obstante, muchos profesores y profesoras tienen actualmente la capacidad de vincular todo tipo de disciplinas con temas relacionados a la memoria, lo cual es muy loable y abre debates. Pero este tipo de bibliografía no es la que abunda, sino más bien los ensayos, que en general tienen más presencia en las universidades. La crítica negativa que se le hizo al testimonio, al que no se lo considera (al decir de Beatriz Sarlo) capaz de elaborar intelectualmente lo acontecido, restringió sus posibilidades. Sin embargo, estoy convencida que el testimonio es un género que debe enseñarse en las universidades para que la literatura palpite con experiencias vividas y la historia gima desde cuerpos concretos.

¿Te encuentras trabajando en algún otro proyecto actualmente relacionado con la literatura testimonial?

NS: Quiero desligarme de la escritura académica. De hecho, me hubiera gustado escribir mis libros de ensayo (el ya nombrado y La escritura y la vida, un manuscrito que acabo de terminar) de una forma más personal. Hay palabras que faltan en lo académico.

Por otra parte, tengo un proyecto que aún está en veremos en Canadá. Hay un músico que no es argentino pero que hace rock argentino, que quiere hacer una ópera rock en Vancouver sobre la historia de una hija de desaparecidos, y me pidió a mí que la escribiera. Así que es algo totalmente distinto para mí, pero es un proyecto que me atrae. Yo quiero cultivar el decir desde el arte, tengo más predisposición para esa vertiente.

Por otra parte, acabo de terminar otro libro, El viaje perpetuo, una serie de viajes de alguien traumatizado por la memoria del horror que trata de huir de ella pero siempre cae y se entrampa. Es una persona que, al realizar todos estos intentos de fuga, siempre se encuentra con la misma historia. Ese alguien soy yo, y aunque no lo pensaba narrar en primera persona, finalmente pensé que no podía evadirme del testimonio. El libro todavía no ha salido, veremos si alguien lo quiere publicar (risas).

Desde tu rol de escritora latinoamericana, ¿Cómo crees que deba escribirse la historia de la literatura de mujeres en América Latina?

NS: Participando en proyectos como el libro The Cambridge History of Latin American Women’s Literature, editado por Ileana Rodríguez y Mónica Szurmuk, del cual formé parte escribiendo un artículo sobre literatura testimonial de mujeres en América Latina. Yo creo que esa es la mejor manera. Este libro narra una historia que empieza mucho antes de la llegada de los españoles y que rescata el aporte de las mujeres desde el viaje, desde el testimonio, desde la narrativa, desde el ensayo, desde la novela, desde todos los lugares. Porque la literatura es todo lo que sea historia; la literatura son todas esas vivencias contadas desde una forma viva y no con un lenguaje técnico. La idea es cultivar esa otra manera que tenemos las mujeres de contar lo que nos duele, lo que nos obsesiona y nos hace ser quienes somos, lo que nos permite apropiarnos de nuestra experiencia mediante la palabra.

¿Crees que en el rescate de esa historia no contada, de esa historia no oficial, el género testimonio tiene aún un desafío mayor al rescatar las voces de mujeres víctimas de horrores como las dictaduras del Cono Sur?

NS: Yo creo que esta es la era del testigo. Si hay proyectos que consisten en borrar las huellas y borrar la historia, el testigo pasa a ser la prueba más importante del crimen. Y más significativo es aún si ese testigo es una mujer, porque en general las mujeres no cesan en su intento de encontrar y transmitir lo que para ellas cuenta, las mujeres se destacan por su persistencia. Alguna vez le pregunté a una Madre de Plaza de Mayo por qué existían Madres y no Padres, y su respuesta fue que las mujeres están acostumbradas a hacer todos los días labores consideradas por la sociedad como inútiles, pero que ellas las siguen haciendo (como limpiar la casa). Y entonces este aprendizaje les sirve, y siguen acudiendo a diario a lugares donde saben que les cierran puertas, donde saben que van a recibir un ‘no’ como respuesta. No obstante, las mujeres, acostumbradas a insistir en tareas sin destino, de alguna manera persisten hasta obtener increíbles resultados, porque la micropolitica presiona y empuja a la macropolítica. Esa es la filosofía de las Madres de Plaza de Mayo. La suya es una marcha que no acaba nunca, y esa insistencia marca un hito en el tipo de militancia que surge con ellas y que se ramifica en una serie de brazos, todos inspirados en la estrategia incansable de machacar.

Estas voces y estos cuerpos que reiteran y reiteran son un caleidoscopio en movimiento perpetuo, dispuesto a nombrar su lucha hasta que sus consignas sean oídas y respondidas.