“…¡Escucha winka…!”

Libro-ensayo sobre historia nacional mapuche,   “…¡Escucha winka…!”.

Pablo Mariman

Y pese a que existen textos como memorias y testimonios, este es el primer intento académico que se hace desde el mundo mapuche por pensar su propia historia. “No le quisimos poner ‘el primer libro de historia’, pero en términos de una reflexión sistemática es el primero”, explica el mismo Marimán, quien dirigió el trabajo de investigación a partir de 2004 y reclutó a sus colegas Sergio Caniuqueo y José Millalén, además del sociólogo Rodrigo Levil.

El libro, de casi 300 páginas, está dividido en cuatro ensayos sobre la sociedad mapuche prehispánica, el período anterior a la conquista militar chileno-argentina, su absorción estatal entre 1880-1978 y su actual estado, además de un epílogo sobre el futuro. Todo cruzado por sus reivindicaciones históricas y políticas.

“Creo que a algunos les va a sacar ronchas y seguro van a decir que somos unos resentidos”, advierte Marimán, para quien este trabajo significa “crear un estado de conciencia, que reconozcan que del otro lado también están siendo observados”.

De hecho, la diferencia se hace desde el título, como un llamado de atención a los winkas (no mapuches), para indicarles que el conflicto no pasa con la totalidad de ellos, sino con una parte: “El grupo político-económico que no abre canales de negociación”, lanza el gestor de este “texto académico que no se deshace del conflicto político”.

LA MADRE DEL CONFLICTO

La tesis de “…¡Escucha winka…!” es que hubo un hecho traumático que terminó con la sociedad mapuche involucrada dentro de los Estados de Chile y Argentina. Un hecho fundacional de la historia contemporánea indígena: “Una situación de dominio colonial, donde también está involucrada la sociedad”, dice Marimán, quien cursa un doctorado en Etnohistoria en la Universidad de Chile.

Para él son tres las vigas que arman toda esta historia. Una institucionalidad que aplasta y margina la de los mapuches. La pauperización económica producto del despojo del patrimonio material del pueblo mapuche: de 10 millones de hectáreas entre el Biobío y Chiloé quedó reducido al 3%. “El tercio de millón de personas que vive en sus territorios históricos no puede estar condenado a vivir en la pobreza y en el 3% de lo que les correspondió, mientras los grupos de Angelini y Matte juntan un millón de hectáreas y viven de esa riqueza. Más que un pueblo entero, es inaceptable”, arguye.

Y, por último, la supresión de sus derechos, que tienen todos los pueblos del mundo como nación, por parte de la clase dirigente. “No podemos decidir nuestro destino porque a algunos les da pánico que construyamos un Estado dentro de otro, algo que no tiene sentido en este momento histórico”, opina el historiador.

NO HAY DEUDA QUE NO SE PAGUE

Si algo tiene este libro que no tienen los textos históricos es una proyección hacia el futuro. Y eso Marimán destaca, pues “si sólo hubiésemos historiado, a lo mejor sería una joya de la academia, pero lo que más nos interesa es saber para dónde va todo esto”.

Señales hay, pues la ONU aprobó en junio un estatuto para el reconocimiento del derecho de autodeterminación de los pueblos indígenas.

Según el historiador, esto abre un camino a una autonomía dentro del Estado de Chile y “el día de mañana los historiadores tendrán que explicar por qué en 2001 se aplicó la Ley Antiterrorista al pueblo mapuche, una ley heredada de la dictadura que no tenía por dónde aplicarse a la lucha de reivindicaciones que son legítimas”.

- ¿Cómo ves el futuro?

- La situación mapuche no tiene posibilidades de desarrollarse como sociedad. Es tratada desde el punto de vista del asistencialismo del Estado, pero no dan salida a la cuestión social: el colonialismo. Como dijo alguna vez una mapuche: “En vez de darnos las manos, mejor quítennoslas de encima”. LCD

fecha original: 15 de octubre de 2006

Después de 32 años entregan fotos de desaparecidos arrojados al mar

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos las guardó desde 1979; se darán a la Justicia

Verdeolivo

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos las guardó desde 1979; se darán a la Justicia

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En los archivos de la CIDH aparecen fotos de cuerpos mutilados.

Habían pasado muchos días bajo el agua, pero las uñas de sus pies seguían pintadas cuando le sacaron la foto en la playa La Floresta, de la costa uruguaya. Las piernas tenían quemaduras, marcas de torturas y una soga se ataba todavía, con cuatro vueltas, a su pie derecho.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA) guardó durante 32 años ésta y otras 130 fotos de cuerpos que, de acuerdo con los informes que las acompañan, fueron encontrados entre 1976 y 1979 en distintas playas de Uruguay. La CIDH las recibió durante la inspección que hizo a la Argentina en 1979 y las archivó desde entonces en una carpeta amarilla que dice, escrito en birome, «observation in…

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Preso sin nombre, celda sin número – Jacobo Timerman

VIERNES, 5 DE MARZO DE 2010

Preso sin nombre, celda sin número – Jacobo Timerman

La celda es angosta. Cuando me paro en el centro, mirando hacia la puerta de acero, no puedo extender los brazos. Pero la celda es larga. Cuando me acuesto, puedo extender todo el cuerpo. Es una suerte, porque vengo de una celda en la cual estuve un tiempo— ¿cuánto?— encogido, sentado, acostado con las rodillas dobladas. La celda es muy alta. Saltando, no llego al techo. Las paredes blancas, recién encaladas. Seguramente había nombres, mensajes, palabras de aliento, fechas. Ahora no hay testimonios, ni vestigios. El piso de la celda está permanentemente mojado. Hay una filtración por algún lado. El colchón también está mojado. Y tengo una manta. Me dieron una manta, y para que no se humedezca la llevo siempre sobre los hombros. Pero si me acuesto con la manta encima, quedo empapado de agua en la parte que toca el colchón. Descubro que es mejor enrollar el colchón, para que una parte no toque el suelo. Con el tiempo la parte superior se seca. Pero ya no puedo acostarme, y duermo sentado. Vivo, durante todo este tiempo,—¿cuánto?— parado o sentado.

La celda tiene una puerta de acero con una abertura que deja ver una porción de la cara, o quizás un poco menos. Pero la guardia tiene orden de mantener la abertura cerrada. La luz llega desde afuera, por una pequeña rendija que sirve también de respiradero. Es el único respiradero y la única luz. Una lamparilla prendida día y noche, lo que elimina el tiempo. Produce una semipenumbra en un ambiente de aire viciado, de semi-aire.

Extraño la celda desde la cual me trajeron a ésta—¿desde dónde?—, porque tenía un gujero en el suelo para orinar y defecar. En ésta que estoy ahora tengo que llamar a la guardia para que me lleve a los baños. Es una operación complicada, y no siempre están de humor: tienen que abrir una puerta que seguramente es la entrada del pabellón donde está mi celda, cerrarla por dentro, anunciarme que van a abrir la puerta de mi celda para que yo me coloque de espaldas a ésta, vendarme los ojos, irme guiando hasta los baños, y traerme de vuelta repitiendo toda la operación. Les causa gracia a veces decirme que ya estoy sobre el pozo cuando aún no estoy. O guiarme—me llevan de una mano o me empujan por la espalda—, de modo tal que hundo una pierna en el pozo. Pero se cansan del juego, y entonces no responden al llamado. Me hago encima. Y por eso extraño la celda en la cual había un pozo en el suelo.

Me hago encima. Y entonces necesito permiso especial para lavar la ropa, y esperar desnudo en mi celda hasta que me la traigan ya seca. A veces pasan días porque— me dicen— está lloviendo. Estoy tan solo que prefiero creerles. Pero extraño mi celda con el pozo dentro. La disciplina de la guardia no es muy buena. Muchas veces algún guardia me da la comida sin vendarme los ojos. Entonces le veo la cara. Sonríe. Les fatiga hacer el trabajo de guardianes, porque también tienen que actuar de torturadores, interrogadores, realizar las operaciones de secuestro. En estas cárceles clandestinas sólo pueden actuar ellos, y deben hacer todas las tareas. Pero a cambio, tienen derecho a una parte del botín en cada arresto. Uno de los guardianes lleva mi reloj. En uno de los interrogatorios, otro de los guardianes me convida con un cigarrillo y lo prende con el encendedor de mi esposa. Supe después que tenían orden del Ejército de no robar en mi casa durante mi secuestro, pero sucumbieron a las tentaciones. Los Rolex de oro y los Dupont de oro constituían casi una obsesión de las fuerzas de seguridad argentinas en ese año de 1977.

En la noche de hoy, un guardia que no cumple con el Reglamento dejó abierta la mirilla que hay en mi puerta. Espero un tiempo a ver qué pasa, pero sigue abierta. Me abalanzo, miro hacia afuera. Hay un estrecho pasillo. y alcanzo a divisar frente a mi celda, por lo menos dos puertas más. Sí, abarco completas dos puertas. ¡Qué sensación de libertad! Todo un universo se agregó a mi Tiempo, ese largo tiempo que permanece junto a mí en la celda, conmigo, pesando sobre mí. Ese peligroso enemigo del hombre que es el Tiempo cuando se puede casi tocar su existencia, su perdurabilidad, su eternidad. Hay mucha luz en el pasillo. Retrocedo un poco enceguecido, pero vuelvo con voracidad. Trato de llenarme del espacio que veo. Hace mucho que no tengo sentido de las distancias y de las proporciones. Siento como si me fuera desatando. Para mirar debo apoyar la cara contra la puerta de acero, que está helada. Y a medida que pasan los minutos, se me hace insoportable el frío. Pongo toda la frente apoyada contra el acero, y el frío me hace doler la cabeza. Pero hace ya mucho tiempo—¿cuánto?—que no tengo una fiesta de espacio como ésta. Ahora apoyo la oreja, pero no se escucha ningún ruido.

Vuelvo entonces a mirar. Él está haciendo lo mismo. Descubro que en la puerta frente a la mía también está la mirilla abierta y hay un ojo. Me sobresalto: me han tendido una trampa. Está prohibido acercarse a la mirilla, y me han visto hacerlo. Retrocedo, y espero. Espero un Tiempo, y otro Tiempo, y más Tiempo. Y vuelvo a la mirilla. Él está haciendo lo mismo. Y entonces tengo que hablar de ti, de esa larga noche que pasamos juntos, en que fuiste mi hermano, mi padre, mi hijo, mi amigo. ¿O eras una mujer? Y entonces pasamos esa noche como enamorados. Eras un ojo, pero recuerdas esa noche, ¿no es cierto? Porque me dijeron que habías muerto, que eras débil del corazón y no aguantaste la “máquina”, pero no me dijeron si eras hombre o mujer. Y, sin embargo, ¿cómo puedes haber muerto, si esa noche fue cuando derrotamos a la muerte?

Tienes que recordar, es necesario que recuerdes, porque si no, me obligas a recordar por los dos, y fue tan hermoso que necesito también tu testimonio. Parpadeabas. Recuerdo perfectamente que parpadeabas, y ese aluvión de movimientos demostraba sin duda alguna que yo no era el último ser humano sobre la Tierra en un Universo de guardianes torturadores. A veces, en la celda, movía un brazo o una pierna para ver algún movimiento sin violencia, diferente a cuando los guardias me arrastraban o empujaban. Y tú parpadeabas. Fue hermoso.

Eras—¿eres? —una persona de altas cualidades humanas, y seguramente con un profundo conocimiento de la vida, porque esa noche presentaste todos los juegos; en nuestro mundo clausurado habías creado el Movimiento. De pronto te apartabas y volvías. Al principio me asustaste. Pero enseguida comprendí que recreabas la gran aventura humana del encuentro y el desencuentro. Y entonces jugué contigo. A veces volvíamos a la mirilla al mismo tiempo, y era tan sólido el sentimiento de triunfo, que parecíamos inmortales. Éramos inmortales. Volviste a asustarme una segunda vez, cuando desapareciste por un momento prolongado. Me apreté contra la mirilla, desesperado. Tenía la frente helada y en la noche fría—¿era de noche, no es cierto?—me saqué la camisa para apoyar la frente. Cuando volviste, yo estaba furioso, y seguramente viste la furia en mi ojo porque no volviste a desaparecer. Debió ser un gran esfuerzo para ti, porque unos días después, cuando me llevaban a una sesión de “máquina” escuché que un guardia le comentaba a otro que había utilizado tus muletas como leña. Pero sabes muy bien que muchas veces empleaban esas tretas para ablandarnos antes de una pasada por la “máquina”, una charla con la Susana, como decían ellos. Y yo no les creí. Te juro que no les creí. Nadie podía destruir en mí la inmortalidad que creamos juntos esa noche de amor y camaradería.

Eras— ¿eres?— muy inteligente. A mí no se me hubiera ocurrido más que mirar, y mirar, y mirar. Pero tú de pronto colocabas tu barbilla frente a la mirilla. O la boca. O parte de la frente. Pero yo estaba muy desesperado. Y muy asustado. Me aferraba a la mirilla solamente para mirar. Intenté, te aseguro, poner por un momento la mejilla, pero entonces volvía a ver el interior de la celda, y me asustaba. Era tan nítida la separación entre la vida y la soledad, que sabiendo que tú estabas ahí, no podía mirar hacia la celda, Pero tú me perdonaste, porque seguías vital y móvil. Yo entendí que me estabas consolando, y comencé a llorar. En silencio, claro. No te preocupes, sabía que no podía arriesgar ningún ruido. Pero tú viste que lloraba, ¿verdad?, lo viste sí. Me hizo bien llorar ante ti, porque sabes bien cuán triste es cuando en la celda uno se dice a sí mismo que es hora de llorar un poco, y uno llora sin armonía, con congoja, con sobresalto. Pero contigo pude llorar serena y pacíficamente. Más bien, es como si uno se dejara llorar. Como si todo se llorara en uno, y entonces podría ser una oración más que un llanto. No te imaginas cómo odiaba ese llanto entrecortado de la celda. Tú me enseñaste, esa noche, que podíamos ser Compañeros del Llanto

Durante el régimen militar, Timerman fue detenido por orden del extinto general Ramón Camps, y permaneció en centros clandestinos, cuando el militar ocupaba la jefatura de la Policía Bonaerense. Esa detención fue cuestionada y denunciada por EL DIA reiteradas oportunidades.
Posteriormente recuperó su libertad y se asiló en Europa hasta el retorno de la democracia.
Esta experiencia Timerman la reflejó en su libro «Preso sin nombre, celda sin número», editado en 1982, y en 1988 publicó «Chile: el galope muerto», en donde hizo un análisis de la situación política del país trasandino y el golpe de Augusto Pinochet, en 1973.
Pero su capítulo profesional más destacado pasó por el diario «La Opinión», que dejó una huella en la forma de hacer periodismo.
La semana pasada, en una larga entrevista -que resultó póstuma- por un canal de cable, hablando sobre la reciente muerte de su entrañable amigo y poeta Rafael Alberti, y ponderando su alegría de vivir y su optimismo, Timerman dijo, sorpresivamente: «él se murió, pero yo le gané, estoy muerto desde antes». Nunca pudo reponerse a la muerte de su mujer, Risha, ocurrida en 1992.

Timerman había nacido el 6 de enero de 1923 en Bar, al sur de Kiev, en Ucrania y llegado a la Argentina a los cinco años, el 11 de octubre de 1928 junto con sus padres, Natan Timerman y Eva Berman, y su hermano José, de siete años.
Como militante de Mapan, una organización del socialismo israelí, en febrero de 1950 fue a un seminario en Mendoza, donde conoció a Risha, una joven cordobesa y judía que por primera vez había dejado las sierras para conocer la montaña, y de la que él se enamoró.
En mayo de ese mismo año se casaron, en mayo de 1951 nació su primer hijo, Daniel Natalio, en diciembre de 1953, Héctor Marcos, ex director de ‘Trespuntos’, y en mayo de 1961, Javier Gustavo, el menor.
En sus primeros tiempos, Timerman trabajó como cronista y traductor en Correo literario, Qué, Noticias Gráficas, France Press, Nueva Sion, Comentario, pero recién en 1957 se le abrió la puerta grande del periodismo: entró como columnista político al vespertino La Razón, bajo la tutela de Félix Laíño, porque era el único diario en el que no se trabajaba de noche.
Después de pasar por varios medios, hizo su propia empresa: nació Primera Plana, en 1962. El staff lo integraban, entre otros, Ramiro de Casasbellas -que, por esas vueltas del destino, vino a morir justamente dos días antes-, Tomás Eloy Martínez, Osiris Troiani y Jorge Listosella.
Llegada la última dictadura en marzo de 1976, Timerman, ya en La Opinión, fue detenido.
El periodista pasó por varios centros clandestinos: Puesto Vasco a Campo de Mayo, de Coti Martínez a Magdalena, antes de ser «blanqueado». Su calvario concluyó con su arresto domiciliario en abril de 1978.

La secreta obscenidad de la Historia de Chile contemporáneo. El informe Church

La secreta obscenidad de la Historia de Chile contemporáneo

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“LA SECRETA OBSCENIDAD DE LA HISTORIA DE CHILE CONTEMPORÁNEO”
Luis Corvalán Marquez

El 18 de diciembre de 1975, el senador norteamericano Frank Church dio a la luz pública un documento que para los chilenos tiene la mayor significación. En él se expusieron los resultados de las investigaciones que llevara a cabo una comisión del Senado de los EE.UU. sobre las actividades clandestinas que durante diez años el gobierno de ese país realizara en Chile. El documento recibió el título de Acciones encubiertas en Chile, 1963-1973. Sin embargo, es más conocido por el nombre de Informe Church. Años después, en febrero de 1999, con posterioridad a la detención del general Pinochet en Londres, el tema se vio reavivado en los EE.UU., fue así como el Senado de ese país aprobó una enmienda a través de la cual se exigía al gobierno norteamericano que presentara un informe escrito sobre las operaciones encubiertas que llevara a cabo la CIA en Chile. Como resultados de ello se desclasificaron cerca de tres mil documentos secretos de distintas agencias norteamericanas. El Informe Church y los documentos norteamericanos desclasificados muestran una realidad sorprendente, sobre todo cuando ponen en evidencia el carácter integral que la intervención de los EE.UU. tuvo en Chile. Este libro intenta poner de relieve lo que algunos de esos documentos nos informan y de visualizar a la luz de ellos los procesos políticos que se dieran en el país entre comienzos de los sesenta y mediados de los setenta del siglo XX.

Luis Corvalán Marquez
Profesor; Magíster Artium en Historia con mención en Historia de Chile por la Universidad de Santiago, y Doctor en Estudios Americanos con mención en Pensamiento y Cultura en el Instituto de Estudios Avanzados de la USACh. Es académico en el Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso. También imparte docencia en el Departamento de Historia de la USACh. Se ha orientado al estudio de la historia política y de las ideas de Chile contemporáneo y a la historia de las ideas en Latinoamérica. Ha participado en Congresos, dirigido investigaciones y tesis de titulación sobre estas materias y ha publicado sobre las mismas en diversas revistas especializadas. Es autor de los siguientes libros: Los partidos políticos y el golpe del 11 de septiembre. Contribución al estudio del contexto histórico. Universidad Bolivariana, 2004. [CESOC, 2000]; Del anticapitalismo al neoliberalismo en Chile. Izquierda, centro y derecha en la lucha por los proyectos globales. 1950-2000. Ed. Sudamericana, 2002; Nacionalismo y autoritarismo durante el siglo XX en Chile. Los orígenes, 1903-1931. Ediciones de la Universidad Católica Silva Henríquez, 2009; Manuel Rodríguez, más allá del mito. Editorial de la USACH, 2009 y de Centenario y Bicentenario: los textos críticos. Ed. Universidad de Santiago, 2012

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Un eterno presente.“De la brigada Secundaria al Cordón Cerrillos”. Reseña

Prólogo al libro “De la brigada Secundaria al Cordón Cerrillos” de Guillermo Rodríguez, Ediciones Escaparate, junio de 2017.

 

Un eterno presente.

por Rafael Agacino.

 

Son 15 capítulos distribuidos en poco más de 140 páginas. En ellas se recorre, desde la perspectiva de una biografía personal, el paso de siete vertiginosos años. Sin embargo, no se trata de un puro relato autobiográfico; no. En estas páginas se entremezclan las vivencias personales, el análisis político e incluso el ensayo histórico, produciendo como efecto final un entreverado mapa de un período crucial e irrepetible para quienes lo protagonizaron, para las organizaciones populares como sus actores, y finalmente, para la propia historia político-social de este país.

En los primeros cuatro capítulos y en los dos últimos, está acentuado el relato autobiográfico. En los primeros, se nos aparece un joven con sólo escasos quince años pero que sin saberlo es portador de las inquietudes acumuladas por décadas de luchas previas; ellas están mudas de teoría, pero elocuentes en la palabra de sus padres, de su abuelo y de los vecinos de los barrios populares en que habitó. Por ello, no es extraño que sin preverlo, los juegos y chascarros con los amigos de liceo, fueran matizándose con los destellos de un mundo que palpitaba allá afuera. Y no podía ser de otro modo. Eran los años finales de la década del 60 del siglo XX, con Guevara y las guerrillas en Latinoamérica, con las insurrecciones de Paris, Berlín y Checoslovaquia, con Vietnam en Indochina y con la condensación de un flujo de fuerzas populares que darían paso al Chile de Allende. Son los años de maduración de todo aquello que se había incubado en las luchas universales de liberación y emancipación. Y así, hasta saltar en los dos últimos capítulos, a la vida de un joven que se empina a los 20 años justo cuando la lucha es más aguda que nunca y cualquier acto, pensamiento o palabra, resulta urgente. Es la dinámica inexorable de los acontecimientos que lo envuelve y que lo hace presentir las debilidades estratégicas del proceso chileno, esas que más de una vez le sugirieron, primero un guajiro en Cuba, y más tarde otro cubano, cuando Fidel pisaba tierras chilenas. No era derrotismo – no es el tono de la prosa de Rodríguez ni es la lectura que hago- sino una súbita toma de conciencia del significado real de la lucha de clases, de los procesos revolucionarios; un momento de maduración abrupta en que el cuerpo se estremece al caer los velos de la verdad, esa verdad total en que se juega todo. Es la atmósfera de éstos últimos capítulos que relatan la reacción de los trabajadores y militantes, incluido el propio autor, frente a un Golpe que ni por tan anunciado dejó de ser una sorpresiva tormenta…. Serán las horas del pensar rápido, del sobreponerse, del dar y darse ánimo frente al shock. Serán las horas de la resistencia en Maipú el mismo 11 y los días siguientes, y luego, como si el tiempo no existiera y solo fuera un largo presente, del cautiverio en el Estadio Nacional. Qué lejos está el liceo, qué lejos el pensionado de República, qué lejos los amores juveniles, qué lejos las reuniones que dieron luz el Cordón Cerrillos-Maipú… Qué cerca el horror, que cerca la muerte y el denso y pastoso aroma de la sangre… ¿Cómo no madurar de una vez y para siempre? Es el punto ciego del espejo, ése que deja al individuo sumido en su soledad y sus propias circunstancias.

Pero también hay otro ángulo en el mismo instante: la trama de las circunstancias históricas y el papel de los individuos, o dicho de un modo más directo, un guion que marca con fuerza de un escenario político definido y que a la vez impele a los actores colectivos a la acción. Por ello, será el análisis político el que predomine, sobre todo desde el capítulo 5 en delante, dejando en entrelineas el relato autobiográfico. Y es así porque se trata de un contexto inédito, inaugurado por el triunfo de Salvador Allende y seguido por sus tres años de gobierno hasta el mismo Golpe de septiembre; son años resumidos a pluma veloz que repletan decenas de hojas que evocan experiencias, epopeyas, y la memoria de millones de vidas que enarbolan la demanda de un mundo nuevo. Entre ellos, los cientos de miles de activistas de la izquierda, y por cierto, los militantes del MIR cuyas definiciones tácticas y voluntad de lucha, serán puestas a prueba una y otra vez… El autor, con 19 años, elaborará sus primeras ideas políticas propias respecto de la izquierda revolucionaria, buscando conectar el trabajo militar y el trabajo de masas. Su inserción en el GAP de la mano de nuestro compañero Mario Melo, lo instala en una estructura cerrada y compartimentada, en la que la cotidianidad remite a lo uniforme, a la disciplina y a la disposición operativa, atmosfera muy distinta al fluir del barrio y de los frentes de masas cuya pluralidad de formas y colores, configuran a un pueblo que tras saltos de conciencia impone por doquier el pulso vital de un nuevo día. Esta distancia entre lo uniforme y el poli tonal empuje de los de abajo, sin embargo no será una pura sensación subjetiva. Por el contrario, adquirirá toda su objetividad e importancia a partir del paro de octubre de 1972, cuando la sucesión de hechos y sus demandas de acción, abran un debate sobre el modelo orgánico, la concepción de partido y las definiciones estratégicas. En efecto, la misma estructura de los GPM, muy útil para afrontar la clandestinidad en tiempos de Frei y las tareas inteligencia y seguridad que MIR asumió desde el triunfo de Salvador Allende hasta inicios de 1972, mostrará sus limitaciones a la par que la lucha de clases se torne más aguda y extendida, y por tanto, el problema del poder se replantee como una cuestión directamente práctica y de masas. El análisis político que nos ofrece el libro muestra, por una parte, cómo el escenario de lucha por el poder es una lucha territorialmente situada que no discurre en el vacío, y por otra, que los actores, tanto las franjas medias derechizadas como los trabajadores y las masas populares, se enfrentan en sus espacios inmediatos: las escuelas y liceos, los campos, las fábricas y finalmente las calles. Las formas de Poder Popular que nacen de las propias luchas por la soberanía sobre los medios de producción y la infraestructura pública, y por el orden social mismo, se afincan y hacen práctica en los espacios vitales y/o productivos inmediatos. El nacimiento del Cordón Cerrillos Maipú en junio de 1972 y toda la lucha posterior, incluida la planificada toma masiva de fundos de la comuna y la ofensiva frente al tancazo del 29 de junio de 1973, así lo reafirman. Los trabajadores, campesinos y demás franjas populares, fortalecían sus niveles de coordinación, su conciencia como clase y su voluntad federativa más allá de sus sindicatos y orgánicas individuales, como resultado del necesario ejercicios de la soberanía sobre sus espacios locales, vitales y productivos. Guillermo nos relata que en este período pre revolucionario –aquel que no madura y se prolonga-, cada día aumentaba la distancia entre el esquema orgánico tipo GPM y el modelo de organización territorial-sectorial. A esa altura, además, entrecruzándose ya las estructuras de los GPM con las estructuras por frentes  (trabajadores, campesinos, pobladores, estudiantes, etc.), aparecían fuertes contradicciones entre las diferentes áreas y en el seno mismo de la propia militancia. La complejidad del período político una vez más superaba cualquier idea preconcebida. Las necesidades de conducción de enormes contingentes de trabajadores y sectores populares, que incluso tendían a sobrepasar a sus propios partidos, requerían un tipo de organización móvil, más flexible y más veloz, capaz de sintetizar y asumir la coordinación y conducción que la sucesión de coyunturas agudas demandaban. Estas contradicciones, impuestas por la ascendente lucha de clases, en el trasluz, reeditaban la discusión estratégica entre guerra irregular y prolongada y la tesis insurreccional. La primera concebida a partir de las tesis militares del 67-68, y la segunda, proveniente de la tradición trotskista que predominó en el MIR hasta antes del giro del Tercer Congreso en diciembre de 1967.

Mientras discurre este debate al interior de la militancia, el proceso no se detiene y avanza raudo. Los capítulos 10 al 13, contextualizados entre julio y los primeros días de septiembre de 1973, cubren 9 semanas, menos de 70 días, pero en ellos se jugará toda la historia. La insurrección de la burguesía, cuyo primer ensayo general fue en octubre del 72, ahora en julio de 1973, pasaba a una segunda fase ofensiva: por abajo, se relanzaba la unidad social de comerciantes, camioneros, colegios profesionales, estudiantes, los sectores medios “enardecidos” como los calificaría Miguel; y por arriba, la dirección política de la Confederación Democrática – alianza entre los partidos Democracia Cristiana (PDC), Nacional (PN), Democrático Nacional (PADENA) y Democracia Radical (DR)-, era asumida por la fracción decididamente golpista más el apoyo paramilitar de Patria y Libertad (MNPL). Todo esto, en medio de un entrampamiento institucional del Ejecutivo por parte de un Parlamento, una Contraloría General de República y un Poder Judicial, que hacían labor de zapa contra las iniciativas y ejercicio de la acción gubernamental y operaban abiertamente a favor del Golpe. Incluso, la “jugada maestra” de Allende al incorporar a los militares al Gobierno luego del paro de octubre (el “gabinete UP-Generales”), daba paso con la aprobación de la Ley de Control de Armas, la declaración de estado de sitio y la renuncia del general Prat, al aislamiento del propio presidente y su gabinete. Los sabotajes continuos a la infraestructura pública realizados por paramilitares de Patria y Libertad y del Comando Rolando Matus; el asesinato del Edecán Naval del presidente; los allanamientos en San Antonio -dirigidos por Manuel Contreras, el futuro jefe de la DINA-, en Santiago a Indugas y Cobre Cerrillos, en Punta Arenas a Lanera Austral; y la renuncia de los ministros militares más leales a Allende, anunciaban la capitulación de facto del Gobierno. En efecto, hacia fines de julio e inicios de agosto, el control de vastas zonas del país, el poder territorialmente situado, estaba ya en manos de la burguesía criolla y el imperialismo… aunque no todos se sacarán aún sus máscaras de “constitucionalistas” o “demócratas”.

A esa altura, la patronal –pero no los revolucionarios, como señala Guillermo- ya disponía de un libreto preciso y estaba presta a intervenir de forma definitiva en la escena de la política.  La trama estaba a horas de dilucidarse, y la falta de claridad al interior del MIR era ostensible: el mismo GPM4, el grupo de militantes conducido por Martín Elgueta, Renato, ese colectivo militante que había desarrollado todo el trabajo en Cerrillos, Maipú y Caro Ochagavía, estaba intervenido por el Secretariado Regional Santiago, y como probarán los hechos posteriores, estratégicamente debilitado para hacer frente al asalto final que desataría la patronal.

Llegados a este punto, es imposible no mirar el texto en su conjunto e ir más allá de la biografía y del análisis político del período y sus coyunturas. Los Capítulos 14 y 15, se nos aparecen ahora como piezas personales de un drama colectivo, y a la vez, como un acontecimiento histórico, y escribo acontecimiento en cursivas, para relevar aquel hecho que hace de parteaguas de la vida y de la historia. Es aquí cuando frases dispersas en estos capítulos y en los anteriores, parecen condensarse y parir lo que me parece – tal vez equivocadamente y a contrapelo del propio autor- una interpretación de mayor alcance, una insinuación ensayística sobre el carácter histórico de esas horas críticas. Y aunque resulte irónico, será el coronel Parodi, al momento de interrogar a Guillermo en el Estadio Nacional y que ya sabía de Bertín, del Guajiro, de Santos Romeo, del Malo, de Chango, de Winka, quién desate ese flash que hace pasar por los ojos la instantánea de todo un trayecto vital: “Mientras iba camino a la celda de incomunicación, por orden del coronel, me prometí que ese todo, desde la brigada secundaria al cordón cerrillos, algún día lo relataría”, es exactamente el último párrafo del libro. Y este párrafo, que puesto al final del libro no es sino el comienzo del mismo, no es un sólo un recurso literario que revela la calidad de la pluma del autor. Es también -y es lo que quisiera resaltar- la manifestación implícita de una necesidad, de esa necesidad de balance que persigue a todo militante, hombre y mujer, sobreviviente de esa Batalla de Chile. Un balance personal, un balance político y un balance histórico; todo mezclado porque así es la vida. Cuando leí la primera edición de este texto a fines de 2007, experimenté la misma sensación; y la lectura de obras posteriores de Guillermo la han reforzado. Por ello, me permito retomar aquí una pregunta que formulé hace una década con ocasión del lanzamiento de la primera edición: ¿Y dónde estábamos cuando llegó la “hora de Miguel”?

Recurro a las figuras de Allende y Miguel no porque crea que las voluntades individuales determinen el curso de la historia, sino porque son las dos caras de una misma trama y de la historia que precipita ese fatídico martes 11.

Septiembre de 1973 fue el momento de la política por antonomasia, la política en toda su extensión y complejidad; ese momento dónde quedan fundidas todas las circunstancias y sus actores colectivos, y entre ellos, el individuo con su biografía pegada a las biografías de otros, y así, a toda la historia posible. La política, es la calibración inteligente de las posibilidades de la voluntad y de las perspectivas futuras de la acción. Quienes tienen sentido de la historia, discurra ésta o no por los derroteros esperados, son aquellos que pueden actuar y actúan, que pueden optar y optan; los que no vacilan ante la incertidumbre porque la conjuran con la razón política que se esfuerza por hacer verosímil la posibilidad que anida en la voluntad colectiva de un pueblo. La política, como la guerra, es más que una técnica, es un momento de creación de posibilidades.

Allende en su soledad – y así se trasluce en sus palabras referidas a Miguel- asumía la derrota final de su ensayo institucional, pero, me arriesgo a afirmar, mantuvo la esperanza en las posibilidades del proceso en curso; por ello, en esas horas definitivas apeló a Miguel, buscando una suerte de posta política que relanzara las fuerzas gigantescas de los trabajadores y el movimiento popular por los carriles de la resistencia. Y en esas horas cruciales, cuando el reformismo obrero fracasaba y las tesis de la izquierda revolucionaria se realizaban como tragedia, cuando llegaba el día para el que siempre nos habíamos preparado, cuando el propio presidente – ese que recibió y protegió a los combatientes de Guevara, que amnistió a los presos políticos del gobierno de Frei, que recibió y protegió a los combatientes de Trelew, que ofreció al MIR conformar su guardia personal, ese que en ese instante combatía en la Moneda- enviaba su mensaje ¿dónde estábamos?

Miguel y la mayoría de la CP, días antes, enterados del llamado a Plebiscito que haría Allende, pensaron en la capitulación del Gobierno y la clausura del ensayo institucional de la UP, pero nunca en la derrota del proceso; a fin de cuentas, eso era lo que todos esperábamos como resultado inevitable de la política reformista. El putsch se hacía innecesario o bien tomaría la forma de un “golpe blanco”. Sin embargo éste siguió adelante. Otros sectores del MIR, ya desde la conformación del “gabinete UP-generales” en noviembre de 1972, y sobre todo luego del tancazo de junio de 1973, denunciaban el cambio de carácter del Gobierno –ya ni siquiera un gobierno reformista obrero, sino objetivamente burgués- y reclamaban preparar la insurrección; varios GPM, comités regionales y locales fueron intervenidos por la dirección. Al interior del propio Partido se vivía un agudo debate que no tomó la forma orgánica requerida – un Congreso- que pusiera en juego las diferentes perspectivas y tácticas para el periodo. Así, atravesados por una pugna interna latente y en muchos casos afectos a la censura, cuando debimos estar si estuvimos… pero como fragmentos, y por supuesto como militantes individuales. Pero no como se requería: como voluntad colectiva, entera, armada, asumiendo la dirección y dispuesta a sobrepasar al reformismo y al propio Allende. No fue así cuando la marinería denunciaba la conspiración del almirantazgo, no fue así el 29 de junio ni tampoco en la madrugada o en la mañana del mismo 11, en que un llamado a la resistencia generalizada y de todo el pueblo, aun cuando las FF.AA. no se quebrarán y el golpismo triunfara, sin duda hubiese teñido la historia de otros colores. Incluso – y perdonen la crudeza de la afirmación- me atrevo a sugerir que la propia derrota se viviría – tanto ayer y hoy- como el desenlace de un combate abierto, como epopeya de un pueblo en lucha y no como resultado del embate sobre un pueblo perplejo, disperso, desorientado, desmoralizado y victimizado.

Días después, en medio los escombros de un país destrozado, finalmente la fuerza de la política se impondría y cuajaría en la consigna “el MIR no se asila”, a juicio de muchos, un acierto ético pero un error político. Pero fuere como fuere, lo cierto es que en esas palabras se coagularon la impotencia del ayer reciente con el imperativo del presente: la voluntad militante de no abandonar al movimiento obrero y popular y resistir con él. Intentar detener la dispersión; evitar que la fuerza popular se disipara en medio de la desmoralización y el desbande; luchar por mantener una franja activa que permitiera si no una contraofensiva al menos una defensiva ordenada. Eran la razón y la voluntad ética, entremezcladas en la política, las que estuvieron presentes en esos meses finales de 1973. Y de nuevo con crudeza, me permito afirmar, nada seríamos -nosotros como militantes y como sujeto político colectivo, como Partido- sin esa consigna y la decisión de iniciar sobre la marcha la resistencia. La estatura histórica del MIR, de sus mujeres y sus hombres, con mucho se jugó ahí.

Lo sé; mis afirmaciones son atrevidas. Pero escribo ahora, cuando la contra revolución neoliberal desplegó todo su potencial y sabemos que el Golpe no fue sólo contra Allende ni con el propósito de restaurar el orden constitucional. No. El Golpe fue el inicio de una contrarrevolución que se propuso derrotar estratégicamente a las fuerzas obreras y populares que, en el trascurso de medio siglo, precipitaron en el triunfo de 1970 y en el más potente ensayo de construcción de poder popular conocido hasta ahora en Chile. No fue restaurador fue refundacional.

La lectura que he hecho del texto buscó desentrañar del relato biográfico inmediato, que por cierto tiene un interés en sí mismo, el análisis político que aflora por todos lados pues quien lo escribió fue y es un militante activo. Y también lo que está explícita o implícitamente presente en los entresijos de éste: la interpretación larga de esos momentos cruciales. Hay anuncios de una mirada histórica, una insinuación de una interpretación de esos pocos años que marcaron el último tercio del siglo XX y que continúan indelebles en la memoria individual y colectiva, como un eterno presente.

Rafael Agacino.

Santiago, junio 10 de 2017.