Mujeres, género y política en la historia reciente.

Mujeres, género y política en la historia reciente.

 

Mujeres, género y política en la historia reciente.

Notas para un balance de la investigación y la bibliografía.

En el proceso de consolidación de un campo de estudio dedicado a investigar el pasado reciente, los estudios de género realizan un aporte significativo. Si bien la mayoría de los estudios sobre las décadas del 60 y 70 se han centralizado en la descripción y análisis de temáticas tales como la movilización política y sindical, las organizaciones políticas armadas y no armadas, la implementación del terrorismo de Estado, la reestructuración económica o los cambios culturales, en los últimos años han comenzado a divulgarse trabajados sobre el período que incorporan en sus análisis históricos, la perspectiva de género.
La consolidación de área de investigación
El año 1996 puede considerarse un punto de inicio a partir del cual comenzó a elaborarse una reflexión más sistemática acerca de la traumática experiencia dictatorial iniciada el 24 de marzo de 1976. Los diversos actos que se organizaron entonces para conmemorar el 20º aniversario de ese golpe de Estado –se destaca sobre todo la multitudinaria marcha que tuvo lugar en Buenos Aires– dan cuenta de cierta maduración social para poder decir y poder escuchar de manera más abierta lo acontecido en aquellos años de silencio y muerte. En torno a esa fecha aniversario, marcada por un fuerte clima de interrogación sobre el pasado reciente, se observa la edición de una plétora de textos dedicados a narrar, en clave testimonial y periodística, historias de vida atravesadas por la militancia revolucionaria de los años 60 y 70 y el terrorismo de Estado. Los libros publicados en el último lustro de la década del noventa recuperan mayoritariamente las experiencias militantes de los varones comprometidos con la lucha armada y en cuyos relatos se evidencia la necesidad de explicar la derrota del proyecto revolucionario. También deben considerarse los trabajos dedicados a reunir documentos de las organizaciones político-armadas, notas periodísticas de época sobre ellas, y demás fuentes primarias referidas a cuestiones vinculadas a esa etapa de la historia argentina.

En ese coro de voces masculinas, se distingue el libro de la periodista Marta Diana, Mujeres guerrilleras . La razón que la impulsó a escribir sobre las experiencias de las militantes de las organizaciones político-armadas fue la noticia tardía sobre la desaparición de su mejor amiga del colegio secundario cordobés. Su libro parte de una pregunta: ¿qué motivos pudieron guiar a su entrañable compañera, “una muchacha pacífica, estudiosa” hacia la lucha armada? En su afán por entender esa decisión, Diana recupera los testimonios de otras mujeres que optaron por el mismo camino que su amiga desaparecida. Sus entrevistas permitieron trazar un primer panorama de la militancia femenina en aquellos convulsionados años; una temática escasamente tratada hasta entonces. Es a partir del año 2000 que se observa en el corpus de las literaturas periodística y testimonial dedicadas al pasado reciente la emergencia de numerosos textos que recuperan el decir femenino. Se trata de relatos de mujeres que narran sus propias historias o de mujeres que prestan su pluma para narrar las experiencias de otras que participaron de la política revolucionaria. En ellos, como lo había manifestado de manera incipiente Marta Diana en su pionero trabajo, son puestos de relieve aspectos de la vida militante, hasta entonces ausentes u opacados. Temas como el amor y las relaciones amorosas –en todas sus vertientes–, la vida cotidiana, la sexualidad, y sobre todo las tensiones, las vacilaciones y las contradicciones que la militancia les planteaba a estas mujeres comienzan a tener su lugar en estos relatos y permiten pensar ese “mundo de la militancia” como un estado de vida más complejo y diverso que entra en discusión con otras narraciones –masculinas, en su mayoría– que solían presentarlo casi sin fisuras, homogéneo.

La abundante bibliografía de corte testimonial y periodístico contrastaba, para la misma fecha, con los aportes de la historiografía al análisis y la reflexión sobre la historia reciente, más bien escasos. Existieron ciertos reparos desde el campo de la historia profesional para abordar ese pasado, tal vez demasiado cercano para el canon historiográfico de entonces. Sin embargo, esas reservas parecen haberse superado por el impulso de las generaciones de historiadores e historiadoras más jóvenes quienes junto a la guía, el apoyo y el trabajo de otros colegas más experimentados, han transformado sus intereses en el cimiento necesario sobre el cual se asienta y consolida una nueva área de la investigación histórica dedicada a explorarlo. Sin lugar a dudas, en este proceso de consolidación han resultado decisivos las enormes contribuciones de la historia oral y los trabajos en torno a la memoria.

Hoy, la historia reciente es una temática que ha aglutinado a investigadores en centros de estudios y equipos de trabajos en diversas instituciones académicas y el objeto de estudio de un número importante de tesis en curso (ya de grado; ya de posgrado). En torno a ella se organizan jornadas, coloquios, encuentros y las colecciones de historia argentina recientemente editadas lo han incorporado en sus tomos.

La experiencia en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras.

En el proceso de consolidación de un campo de estudio dedicado a investigar el pasado reciente, los estudios de género realizan un aporte significativo. Si bien la mayoría de los estudios sobre las décadas del 60 y 70 se han centralizado en la descripción y análisis de temáticas tales como la movilización política y sindical, las organizaciones políticas armadas y no armadas, la implementación del terrorismo de Estado, la reestructuración económica o los cambios culturales, en los últimos años han comenzado a divulgarse trabajados sobre el período que incorporan en sus análisis históricos, la perspectiva de género. Éstos, además de recuperar para las mujeres su condición de actores políticos, contribuyen a complejizar, completar y renovar la historia de esa época crucial de la Argentina. En tal sentido, un análisis de género posibilita “resignificar los alcances y los límites de las políticas revolucionarias, reinterpretar las prácticas de violencia institucional, reconceptualizar el sentido y el terreno de las resistencias, visualizar los múltiples espacios de conflicto, y de revelar los complejos mecanismos de poder y representación”.

Desde el año 2000, en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras, el grupo “Mujeres, política y diversidad en los ‘70”, del que formo parte, se dedica a explorar el pasado reciente. Inquietudes comunes tales como la insuficiente producción historiográfica sobre el período y la necesidad de contar con una historia que lo piense y lo analice; la ausencia en los relatos (académicos o no) de las múltiples formas de participación de las mujeres y sobre todo de una reflexión de género dieron lugar a su conformación. La labor desarrollada por este equipo de historiadoras ha prosperado en estimulantes propuestas académicas. Así, el IIEGE, junto al Museo Roca, ha organizado dos exitosas jornadas de reflexión dedicadas a explorar los vínculos entre la historia, el género y la política en los 70- las primeras en el año 2004, las segundas en 2006-; además de la publicación un libro, cuya edición compartió con la editorial Feminaria.

Un análisis comparativo entre ambas jornadas puede resultar un ejercicio muy útil para sopesar la evolución de los aportes de los estudios de género a la reflexión sobre la historia reciente.

Desde una perspectiva puramente cuantitativa, las 31 ponencias presentadas en el evento de 2004 se duplicaron en el segundo. Este crecimiento da cuenta de una doble consolidación, la del IIEGE como un espacio abierto para la reflexión sobre el pasado reciente y la de los estudios de género como un área generadora de esa reflexión. Cualitativamente, son muchos los aspectos a ser considerados. Respecto de los asuntos tratados, en el primero, numerosos trabajos discutidos allí, giraron en torno a la condición de las mujeres en tanto militantes políticas y, sobre todo, a su papel en las organizaciones político-armadas del período, fundamentalmente Montoneros y el PRT-ERP. Esta “preferencia temática”, admite ser pensada como un primer momento de la investigación en la que parecía necesario hacer visibles a las mujeres en las narraciones y análisis históricos sobre los años 70 y cuestionar ciertas imágenes sobre la militancia revolucionaria del período y sus organizaciones construidas a partir de testimonios masculinos. En el segundo, varias ponencias trataron la cuestión. Sin embargo, la mayoría de ellas lograron superar el escalón de la visibilización para establecer relaciones con otros aspectos que condicionaban la militancia política y eran condicionados por ella. Las relaciones de pareja, familiares y de amistad o cuestiones vinculadas con la sexualidad fueron algunos de los ejes tomados en cuenta en varios textos. Así, el tema de la militancia política, tan preponderante en 2004, maduró dos años después en la formulación de nuevas preguntas que parecen correr el foco de la investigación hacia un análisis social de las experiencias políticas. Y si bien en las primeras jornadas la sexualidad y las políticas sexuales, las relaciones interpersonales –en ámbitos domésticos o políticos– tuvieron su lugar, en las segundas, estos asuntos lograron una mayor preponderancia. Por otro lado, la militancia fue el puntapié para indagar otros aspectos como las experiencias de las mujeres en las cárceles del régimen penitenciario o en el exilio, aspectos que no se desarrollaron en las ponencias de 2004 y que en 2006 provocaron un interesante debate.

Vinculados con el eje de la militancia, se presentaron en ambas reuniones varios textos dedicados a explorar la historia del feminismo argentino en los años 60 y 70 y sus posibles conexiones con otras experiencias políticas insurgentes del período. En este punto, estas investigaciones en curso intentan reparar ciertos olvidos de la historiografía local que poco ha recorrido la historia de feminismo en la Argentina reciente, en tanto movimiento político y contracultural.

También se incrementó de un evento a otro, la cantidad de trabajos dedicados a estudiar la historia reciente a partir de las realidades sociopolíticas de las provincias. En todos los casos se trató de ejercicios que recuperaron por un lado, acontecimientos políticos y sociales importantes en la vida de aquellas; por otro, la participación y el accionar de las mujeres en ellos.

En consonancia con el espíritu interdisciplinario del Instituto, tanto en las primeras como en las segundas jornadas se presentaron varios trabajos provenientes de áreas como la crítica literaria, el cine y las artes plásticas en las que se observa un importante desarrollo de la investigación sobre el período. Finalmente, la presencia de investigadoras de otras academias latinoamericanas es el último aspecto que merece ser mencionado. Sus presentaciones como los debates posteriores indican que existe un estimulante camino por recorrer de manera conjunta para abordar ese traumático pasado también desde una perspectiva regional.

NOTAS 

Solo a manera de ejemplo: Luis Mattini, Hombre y mujeres del PRT-ERP: la pasión militante , Buenos Aires, Contrapunto, 1990 [obra reedita por la Editorial de la Campana, cita en la ciudad de La Plata en 1995]; Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La Voluntad , Buenos Aires, Norma, 1997; Miguel Bonasso, El presidente que no fue. Los archivos ocultos del peronismo , Buenos Aires, Planeta, 1997; Ernesto Jauretche,Violencia y política en los 70 , Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1997; Roberto C. Perdía, La otra historia. Testimonio de un jefe montonero , Fuerte General Roca, Editorial Agora, 1997; Ernesto Jauretche y Gregorio Levenson, Historia de la Argentina revolucionaria , Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1998; Gonzalo Chaves y Jorge Lewinger, Los del 73. Memoria montonera , La Plata, Editorial de la Campana, 1999; María Seoane, Todo o nada. La historia secreta y pública del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho , Buenos Aires, Planeta, 1990; Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA , Buenos Aires, Norma, 2000Gustavo Vaca Narvaja y Fernando Frugoni, Fernando Vaca Narvaja, con igual ánimo , Buenos Aires, Colihue, 2002. De todas estas obras, la de Anguita y Caparrós se distingue por factura, densidad y efectos en el debate público. Se trata del primer intento por reconstruir una historia sobre la militancia política de los años sesenta y setenta, alejada, sin embargo de la impronta militante. Deben mencionarse además por su carácter inaugural los libros de Pablo Giussani, Pablo, Montoneros, la soberbia armada , Buenos Aires, Sudamericana, 1984 y Juan Gasparini, Montoneros, final de cuentas , Buenos Aires, Puntosur, 1988.

Se destacan sobre todo los trabajos de Roberto Baschetti, De la guerrilla peronista al gobierno popular: documentos 1970-1973, La Plata, Editorial de la Campana, 1995; Documentos 1973-1976 , La Plata, Editorial de la Campana, 1996;Documentos de la resistencia peronista, 1955-1970 , La Plata, Editorial de la Campana, 1997.

Marta Diana, Mujeres guerrilleras , Buenos Aires, Planeta, 1997.

Se pueden señalar: M. Actis, G. Aldini, L. Gardekis, M. Lewin, E. Tokar, Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA , Buenos Aires, Sudamericana, 2001; Noemí Ciollaro, Pájaros sin luz. Testimonios de mujeres de desaparecidos , Buenos Aires, Planeta, 1999; Laura Giussani, Buscada. Lili Massaferro: de los dorados años cincuenta a la militancia montonera , Buenos Aires, Norma, 2005; Adriana Robles, Perejiles. Los otros montoneros , Buenos Aires, Colihue, 2004; Marisa Sadi, Montoneros. La resistencia después del final , Buenos Aires, Nuevos Tiempos, 2004; Gabriela Saidon, La Montonera. Biografía de Norma Arrostito , Buenos Aires, Sudamericana, 2005; Cristina Zuker,El tren de la victoria, una saga familiar , Buenos Aires, Sudamericana, 2003; Nosotras, presas políticas , Buenos Aires, Nuestra América, 2006; La Lopre, Memorias de una presa política , Buenos Aires, Norma. 2006.

Las escasas obras académicas provinieron sobre todo de la sociología y la ciencia política. Se indican las siguientes: Claudia Hilb y Daniel Lutzky, La nueva izquierda argentina, 1960-1980: Política y violencia , Buenos Aires, CEAL, 1984; María Matilde Ollier, El fenómeno insureccional y la cultura política, 1969-1973 , Buenos Aires, CEAL, 1986 y La creencia y la pasión. Privado, público y político en la izquierda revolucionaria , Buenos Aires, Ariel, 1998; Judith Filc, Entre el parentesco y la política. Familia y dictadura, 1976-1983 , Buenos Aires, Biblos, 1997; Pucciarelli, Alfredo (ed.), La primacía de la política: Lanusse, Perón y la nueva izquierda en tiempos del GAN , Buenos Aires, Eudeba, 1999. Si se toma como ejemplo las producciones académicas en torno a Montoneros observamos una meseta prolongada entre el ya clásico trabajo de Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros , Buenos Aires, Grijalbo, 1987; un artículo de Carlos Altamirano “Montoneros” en Altamirano, Carlos,Peronismo y cultura de izquierda , Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 2001 y las recientes publicaciones de dos tesis de maestrías devenidas en libros: Gabriela Esquivada, Gabriela, El diario Noticias. Los Montoneros en la prensa argentina , La Plata, EPC- Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata, 2004 y Lucas Lanusse,Montoneros. El mito de sus doce fundadores , Buenos Aires, Vergara, 2005.

En el año 1996, el historiador Luis Alberto Romero afirmaba en una nota de opinión publicada en el diario Clarín : “La historia termina hace cincuenta años; lo que sigue es política. La historia debe atenerse a los hechos, a lo realmente ocurrido; lo demás es filosofía”. [“Para que sirve la historia”, Clarín , 11 de octubre de 1996]. Un año más tarde opinaba en el mismo periódico: “Los setenta se han puesto de moda. En estos días, varios libros de éxito nos traen las voces de sus actores, de quienes los conocieron o secundaron, de los que integraban el coro y de quienes los reprimieron. Para justificarse o para vender libros, todos exponen su verdad (…) Se reclama a los historiadores que digan algo, y los historiadores tienen algo que decir: tienen una tarea y una responsabilidad. Lo que sin duda no tienen es la última palabra, pues lo que está en juego es algo más que la historia científica: se trata de la memoria y la conciencia de la sociedad. (…) A todo profesional la disciplina lo ayuda a separar la paja del trigo, a constatar que ocurrió realmente, a veces contra la memoria de los propios protagonistas, a establecer los criterios de verdad, los márgenes de lo opinable. En estos términos, no tenemos todavía una buena historia de los setenta”. [ “Nos falta una buena historia de los años setenta”, Clarín , 15 de mayo de 1997].

En el año 1994, la historiadora Hilda Sabato fue interrogada por la ausencia de trabajos consistentes sobre “los setenta”. Ella respondió: “No tengo una explicación acerca de por qué esto es así, aunque sí tengo una justificación autobiográfica. Lo cierto es que son pocos los historiadores que han trabajado sobre los últimos cincuenta años de historia argentina, y habría que ver por qué. Sobre el período del ’76 en adelante es muy importante no sólo que los historiadores y los intelectuales reflexionen, sino que esta reflexión se extienda a toda la sociedad. Fue una experiencia durísima y que nos ha marcado de la peor manera; si no volvemos sobre eso, va a ser muy difícil saber dónde estamos parados. No tengo pensado por qué quienes estamos en edad de hacer ese tipo de trabajo no lo estamos generando. En lo personal, tengo una dificultad para mirar ese período, no sólo como historiadora, sino como intelectual, como una persona con intereses políticos y hasta como simple argentina (…) Quizás la generación que sigue a la nuestra pueda encarar esa exploración con preguntas que estén un poco más despegadas de la experiencia personal”. En: Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política , Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p.103.

Debe subrayarse la tarea desarrollada por Elizabeth Jelin en el Núcleo Memoria inscripto en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y por la colección de libros Memorias de la Represión que reúne los resultados del Programa desarrollado por el Panel Regional de América Latina del Social Science Research Council que ella dirigió junto a Carlos Degregori.

Ver: Marcos Novaro y Vicente Palermo, Historia Argentina 9. La dictadura militar , Buenos Aires, Paidós, 2003; Juan Suriano (dir.), Nueva Historia Argentina. Dictadura y Democracia (1976-2001) , tomo X, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.

El Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género es dirigido por la Dra. Dora Barrancos. Y la Dra. Nora Domínguez es su Secretaria Académica.

A. Andujar, N. Domínguez, K. Grammático, et. al. (comps.),Historia, género y política en los ’70, Buenos Aires, Feminaria, 2005, p.14

Forman el grupo: Andrea Andujar, Débora D’antonio, Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita, María Laura Rosa, Alejandra Vasallo y Karin Grammático.

Con el respaldo de D. Barrancos y N. Domínguez, y la habitual generosidad de la Lic. María Inés Rodríguez, directora del Museo Roca, se desarrollaron en la sede de esa institución, lasJornadas de Reflexión Historia, Género y Política en los ’70 , tanto en el año 2004 como en el año 2006. En ambas contamos con la colaboración del equipo del IIEGE, Archivo Palabras e Imágenes de Mujeres (APIM), dirigido por la Dra. Mirta Lobato que expuso las muestras fotográficas: “Mujeres en acción: política y feminismos en la década de 1970” (2004) y “De pantalones anchos y vincha… Mujeres y militancia política en los ‘70” (2006).

Participaron, entre otras, Graciela Sapriza, de Uruguay, Maria Lygia Quartim de Moraes y Ana María Collings, de Brasil, y Brenda Rodríguez Ramírez, de México. También estuvo presente en las jornadas del año 2006, la prestigiosa historiadora norteamericana Temma Kaplan quien dictó una conferencia magistral sobre cuestiones vinculadas al género y la memoria en el contexto latinoamericano.

A. Andujar, N. Domínguez, K. Grammático, et. al. (comps.), op. cit. p.16

A modo de cierre
A partir de este recuento pormenorizado de las actividades llevadas adelante por el IIEGE se puede trazar un panorama tentativo de los aportes realizados por los estudios de género en la historia reciente y del cual se desprende una posible agenda de la que merecen subrayarse los siguientes ítems:

* El desarrollo de una historia social de la militancia política de los años sesenta y setenta.

* El afianzamiento del vínculo con otras áreas de género de universidades latinoamericanas a fin de construir un espacio de investigación y reflexión de las experiencias históricas del pasado reciente de América Latina desde una perspectiva regional.

* La reconstrucción de experiencias políticas como las del feminismo u otros movimientos de mujeres que hasta el momento han sido poco tratadas por la historiografía local.

Finalmente retomo las palabras del grupo “Mujeres, política y diversidad en los ‘70” propósito de la edición del ya citado libroHistoria, Género y Política en los ’70 ; “la búsqueda hacia el pasado de esas presencias femeninas no es sólo parte de una labor intelectual. Es, más bien, la consecución de un deseo de arrojar luz sobre nuestras propias presencias y nuestros propios lazos con ese pasado”.

NOTAS 

Solo a manera de ejemplo: Luis Mattini, Hombre y mujeres del PRT-ERP: la pasión militante , Buenos Aires, Contrapunto, 1990 [obra reedita por la Editorial de la Campana, cita en la ciudad de La Plata en 1995]; Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La Voluntad , Buenos Aires, Norma, 1997; Miguel Bonasso, El presidente que no fue. Los archivos ocultos del peronismo , Buenos Aires, Planeta, 1997; Ernesto Jauretche,Violencia y política en los 70 , Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1997; Roberto C. Perdía, La otra historia. Testimonio de un jefe montonero , Fuerte General Roca, Editorial Agora, 1997; Ernesto Jauretche y Gregorio Levenson, Historia de la Argentina revolucionaria , Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1998; Gonzalo Chaves y Jorge Lewinger, Los del 73. Memoria montonera , La Plata, Editorial de la Campana, 1999; María Seoane, Todo o nada. La historia secreta y pública del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho , Buenos Aires, Planeta, 1990; Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA , Buenos Aires, Norma, 2000Gustavo Vaca Narvaja y Fernando Frugoni, Fernando Vaca Narvaja, con igual ánimo , Buenos Aires, Colihue, 2002. De todas estas obras, la de Anguita y Caparrós se distingue por factura, densidad y efectos en el debate público. Se trata del primer intento por reconstruir una historia sobre la militancia política de los años sesenta y setenta, alejada, sin embargo de la impronta militante. Deben mencionarse además por su carácter inaugural los libros de Pablo Giussani, Pablo, Montoneros, la soberbia armada , Buenos Aires, Sudamericana, 1984 y Juan Gasparini, Montoneros, final de cuentas , Buenos Aires, Puntosur, 1988.

Se destacan sobre todo los trabajos de Roberto Baschetti, De la guerrilla peronista al gobierno popular: documentos 1970-1973, La Plata, Editorial de la Campana, 1995; Documentos 1973-1976 , La Plata, Editorial de la Campana, 1996;Documentos de la resistencia peronista, 1955-1970 , La Plata, Editorial de la Campana, 1997.

Marta Diana, Mujeres guerrilleras , Buenos Aires, Planeta, 1997.

Se pueden señalar: M. Actis, G. Aldini, L. Gardekis, M. Lewin, E. Tokar, Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA , Buenos Aires, Sudamericana, 2001; Noemí Ciollaro, Pájaros sin luz. Testimonios de mujeres de desaparecidos , Buenos Aires, Planeta, 1999; Laura Giussani, Buscada. Lili Massaferro: de los dorados años cincuenta a la militancia montonera , Buenos Aires, Norma, 2005; Adriana Robles, Perejiles. Los otros montoneros , Buenos Aires, Colihue, 2004; Marisa Sadi, Montoneros. La resistencia después del final , Buenos Aires, Nuevos Tiempos, 2004; Gabriela Saidon, La Montonera. Biografía de Norma Arrostito , Buenos Aires, Sudamericana, 2005; Cristina Zuker,El tren de la victoria, una saga familiar , Buenos Aires, Sudamericana, 2003; Nosotras, presas políticas , Buenos Aires, Nuestra América, 2006; La Lopre, Memorias de una presa política , Buenos Aires, Norma. 2006.

Las escasas obras académicas provinieron sobre todo de la sociología y la ciencia política. Se indican las siguientes: Claudia Hilb y Daniel Lutzky, La nueva izquierda argentina, 1960-1980: Política y violencia , Buenos Aires, CEAL, 1984; María Matilde Ollier, El fenómeno insureccional y la cultura política, 1969-1973 , Buenos Aires, CEAL, 1986 y La creencia y la pasión. Privado, público y político en la izquierda revolucionaria , Buenos Aires, Ariel, 1998; Judith Filc, Entre el parentesco y la política. Familia y dictadura, 1976-1983 , Buenos Aires, Biblos, 1997; Pucciarelli, Alfredo (ed.), La primacía de la política: Lanusse, Perón y la nueva izquierda en tiempos del GAN , Buenos Aires, Eudeba, 1999. Si se toma como ejemplo las producciones académicas en torno a Montoneros observamos una meseta prolongada entre el ya clásico trabajo de Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros , Buenos Aires, Grijalbo, 1987; un artículo de Carlos Altamirano “Montoneros” en Altamirano, Carlos,Peronismo y cultura de izquierda , Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 2001 y las recientes publicaciones de dos tesis de maestrías devenidas en libros: Gabriela Esquivada, Gabriela, El diario Noticias. Los Montoneros en la prensa argentina , La Plata, EPC- Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata, 2004 y Lucas Lanusse,Montoneros. El mito de sus doce fundadores , Buenos Aires, Vergara, 2005.

En el año 1996, el historiador Luis Alberto Romero afirmaba en una nota de opinión publicada en el diario Clarín : “La historia termina hace cincuenta años; lo que sigue es política. La historia debe atenerse a los hechos, a lo realmente ocurrido; lo demás es filosofía”. [“Para que sirve la historia”, Clarín , 11 de octubre de 1996]. Un año más tarde opinaba en el mismo periódico: “Los setenta se han puesto de moda. En estos días, varios libros de éxito nos traen las voces de sus actores, de quienes los conocieron o secundaron, de los que integraban el coro y de quienes los reprimieron. Para justificarse o para vender libros, todos exponen su verdad (…) Se reclama a los historiadores que digan algo, y los historiadores tienen algo que decir: tienen una tarea y una responsabilidad. Lo que sin duda no tienen es la última palabra, pues lo que está en juego es algo más que la historia científica: se trata de la memoria y la conciencia de la sociedad. (…) A todo profesional la disciplina lo ayuda a separar la paja del trigo, a constatar que ocurrió realmente, a veces contra la memoria de los propios protagonistas, a establecer los criterios de verdad, los márgenes de lo opinable. En estos términos, no tenemos todavía una buena historia de los setenta”. [ “Nos falta una buena historia de los años setenta”, Clarín , 15 de mayo de 1997].

En el año 1994, la historiadora Hilda Sabato fue interrogada por la ausencia de trabajos consistentes sobre “los setenta”. Ella respondió: “No tengo una explicación acerca de por qué esto es así, aunque sí tengo una justificación autobiográfica. Lo cierto es que son pocos los historiadores que han trabajado sobre los últimos cincuenta años de historia argentina, y habría que ver por qué. Sobre el período del ’76 en adelante es muy importante no sólo que los historiadores y los intelectuales reflexionen, sino que esta reflexión se extienda a toda la sociedad. Fue una experiencia durísima y que nos ha marcado de la peor manera; si no volvemos sobre eso, va a ser muy difícil saber dónde estamos parados. No tengo pensado por qué quienes estamos en edad de hacer ese tipo de trabajo no lo estamos generando. En lo personal, tengo una dificultad para mirar ese período, no sólo como historiadora, sino como intelectual, como una persona con intereses políticos y hasta como simple argentina (…) Quizás la generación que sigue a la nuestra pueda encarar esa exploración con preguntas que estén un poco más despegadas de la experiencia personal”. En: Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política , Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p.103.

Debe subrayarse la tarea desarrollada por Elizabeth Jelin en el Núcleo Memoria inscripto en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y por la colección de libros Memorias de la Represión que reúne los resultados del Programa desarrollado por el Panel Regional de América Latina del Social Science Research Council que ella dirigió junto a Carlos Degregori.

Ver: Marcos Novaro y Vicente Palermo, Historia Argentina 9. La dictadura militar , Buenos Aires, Paidós, 2003; Juan Suriano (dir.), Nueva Historia Argentina. Dictadura y Democracia (1976-2001) , tomo X, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.

El Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género es dirigido por la Dra. Dora Barrancos. Y la Dra. Nora Domínguez es su Secretaria Académica.

A. Andujar, N. Domínguez, K. Grammático, et. al. (comps.),Historia, género y política en los ’70, Buenos Aires, Feminaria, 2005, p.14

Forman el grupo: Andrea Andujar, Débora D’antonio, Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita, María Laura Rosa, Alejandra Vasallo y Karin Grammático.

Con el respaldo de D. Barrancos y N. Domínguez, y la habitual generosidad de la Lic. María Inés Rodríguez, directora del Museo Roca, se desarrollaron en la sede de esa institución, lasJornadas de Reflexión Historia, Género y Política en los ’70 ,tanto en el año 2004 como en el año 2006. En ambas contamos con la colaboración del equipo del IIEGE, Archivo Palabras e Imágenes de Mujeres (APIM), dirigido por la Dra. Mirta Lobato que expuso las muestras fotográficas: “Mujeres en acción: política y feminismos en la década de 1970” (2004) y “De pantalones anchos y vincha… Mujeres y militancia política en los ‘70” (2006).

Participaron, entre otras, Graciela Sapriza, de Uruguay, Maria Lygia Quartim de Moraes y Ana María Collings, de Brasil, y Brenda Rodríguez Ramírez, de México. También estuvo presente en las jornadas del año 2006, la prestigiosa historiadora norteamericana Temma Kaplan quien dictó una conferencia magistral sobre cuestiones vinculadas al género y la memoria en el contexto latinoamericano.

A. Andujar, N. Domínguez, K. Grammático, et. al. (comps.), op. cit. p.16

Pegado de <http://www.uba.ar/encrucijadas/40/sumario/enc40-mujeresypolitica.php>

Mujeres, género y política en la historia reciente.

 

«NADIE HABRÁ VISTO ESAS IMÁGENES, PERO EXISTEN»1.A PROPÓSITO DE LAS MEMORIAS DEL EXILIO EN LA ARGENTINA ACTUAL

© Ediciones Universidad de Salamanca América Latina Hoy, 34, 2003, pp. 103-118
«NADIE HABRÁ VISTO ESAS IMÁGENES, PERO EXISTEN»1.
A PROPÓSITO DE LAS MEMORIAS DEL EXILIO
EN LA ARGENTINA ACTUAL


«No one has seen these images, but they exist».
The memory of exile in contemporary Argentina
Silvina JENSEN
Universidad Nacional del Sur, Argentina
sjensen@criba.edu.ar
BIBLID [1130-2887 (2003) 34, 101-116]
Fecha de recepción: marzo de 2003
Fecha de aceptación y versión final: mayo de 2003
RESUMEN: Este trabajo analiza los modos en que los argentinos recuerdan el exilio de la dictadura militar, enfatizando la peculiar inscripción pública del tema del exilio en la Argentina en los últimos años. A partir de la contextualización de la memoria del destierro en las luchas por el recuerdo del terrorismo de Estado pretendo mostrar cómo desde mediados de la década de1990 se está produciendo un lento reposicionamiento del exilio en la memoria de la represión.
A juicio de la autora, este nuevo interés social sobre el exilio –expresado en la publicación de literatura sobre el exilio, la configuración de escenarios culturales, judiciales y legislativos queconvocan a problematizar al destierro, etc.– no es tanto el resultado de la aparición de información inédita, indicios desconocidos o flamantes huellas, sino de la nueva mirada que sobre los tiempos del autoproclamado «Proceso de Reorganización Nacional» se está articulando tanto desde la
comunidad académica como de la sociedad en su conjunto.
Palabras clave: exilio, represión, memorias, militancia, dictadura.
ABSTRACT: This paper examines how Argentines remember the experience of exile from
the military dictatorship, with particular emphasis on the public discussion of the theme of exile
in Argentine in recent years. Through a contextualization of the memory of exile in the struggle
to keep alive the memory State terrorism, the article aims to show how since the mid-1990s we
are witnessing a repositioning of the experience of exile in the memory of the years of repression.
1. Jorge SEMPRÚN. La escritura o la vida. Barcelona: Tusquets, 1998.
ISSN: 1130-2887
According to the author, this new social interest on exile –expressed in the emergence of a number
of publications on exile, the development of cultural, legal and legislative spaces are giving rise
to a public airing of the theme of exile– is less the result of the emergence of unpublished material,
but more the result of a new vision which is emerging from the academic community and from
society in general on the self-proclaimed «Process of National Reorganization».
Key words: exile, repression, memories, militancy, dictatorship.
I. CONSIDERACIONES INICIALES
Anclados en la encrucijada entre lo individual y colectivo, los trabajos de la memoria
se inscriben en una trama de significados culturales compartidos, activados y reformulados por los actores sociales según las circunstancias.
Los recuerdos no sólo existen en la mente de los individuos, sino que están distribuidos
en soportes o superficies en los que la relación entre marca, textura y acontecimiento
libera efectos de sentido (Richard, 1998).
El lenguaje es la primera forma cultural de mediación de los recuerdos. Luego, las representaciones del pasado son vehiculizadas por artefactos culturales y discursos públicos.
De este modo, preguntarse sobre qué recuerdan los argentinos sobre el exilio
supone incursionar en las luchas entre actores que compiten por el derecho a nombrar al exilio.
Este trabajo, que forma parte de una investigación más amplia2, centra su atención
en la actual «cartografía del exilio»3, que pone de manifiesto los modos en que diferentes actores sociales están disputando por el derecho a nominar qué se entiende por exilio, quién puede ser considerado un exiliado y cuáles son los sentidos involucrados en esa categoría social.

2. Silvina JENSEN. Suspendidos de la Historia/Exiliados de la memoria. Historia de las representaciones
del exilio en Argentina (1976-2000). Investigación realizada en el marco del programa de formación
e investigación «Memoria colectiva y represión: perspectivas comparativas sobre los procesos de democratización en el Cono Sur de América Latina», Social Science Research Council, coordinado
por Elizabeth Jelin, 1999-2000. Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en las VIII Jornadas Interescuelas/Departamento de Historia, Salta (Argentina), septiembre de 2001.
3. Para estudiar las formas en las que los agentes sociales producen, conservan y transmite memorias bajo la presión de desafíos y alternativas cambiantes, utilizaré la metáfora «cartografía del exilio».

Una cartografía recoge las marcas públicas (huellas o impresiones) dejadas por los actores involucrados en la producción de memoria. Asimismo, cada escenario susceptible de ser cartografiado y reconocido en su peculiaridad, condensa la yuxtaposición de innovación y permanencia, emergencia o agitación superficial y movimiento subterráneo y continuidades de larga duración.
Las sucesivas cartografías del exilio pueden ser individualizadas o por la densidad de marcas exílicas
(proliferación de acontecimientos que remiten al exilio en forma directa o colateral); o por la presencia de la cuestión exilio (persistencia temporal y centralidad en la agenda pública o cultural); o por el nivel de circulación pública (conformación de memorias más inclusivas [JELIN y KAUFMAN, 1999]
y no circunscritas a grupos de afectados); o por la conflictividad (momentos de crisis en los que es posible observar las memorias en disputa [POLLAK, 1989: 6].
Como espacio de disputas, el escenario público de memorias sobre el exilio está
ocupado por narrativas que no ofrecen una continuidad absoluta en el tiempo y que
representan diferentes compromisos de sentido elaborados tanto por aquellos que vivieron el exilio, como por aquellos que no tuvieron la experiencia directa (Jelin y Kaufman,1999).
Teniendo en cuenta que desde mediados de la década de los 90, un nuevo impulso
de revisión de las consecuencias del terrorismo de Estado permite pensar en un «recalentamiento memorialista» (Rousso, 1987: 220), intentaré responder a la pregunta cuál es el lugar del exilio en este nuevo relato sobre el pasado dictatorial que se está construyendo en Argentina, en estos últimos años.
Parto de la hipótesis que el reciente «reposicionamiento» del exilio en la memoria
de la represión no obedece tanto a la aparición de información inédita, indicios desconocidos o flamantes huellas, sino a esa nueva mirada sobre la dictadura militar que desde la sociedad se está articulando.
II. EL EXILIO EN LA MEMORIA DE LA REPRESIÓN
No es el propósito de este trabajo analizar en forma pormenorizada la dinámica de
la producción de memoria del exilio en Argentina. Sin embargo para entender los puentes que los argentinos del nuevo milenio estamos construyendo con el exilio, no pueden obviarse ni la evolución de las prácticas de recuerdo/olvido, ni el análisis de la
relación del exilio con las otras consecuencias de la violencia del Estado terrorista de
los años 70.
En este sentido, mi punto de partida es doble. Por una parte, entiendo que la actual
cartografia es la resultante de la negociación entre actores que disputan por hacer de su narrativa del exilio, la memoria dominante. Pero en tanto un relato pasa a hegemonizarel espacio público, otras narrativas ocupan roles marginales, residuales o emergentes(Williams, 1980). Asimismo, en el escenario actual coexisten relatos inéditos sobre el exilio y otros que, aunque asumen sentidos nuevos –a partir de la intervención de otros agentes y a la luz de otros conflictos y otros intereses–, son vestigios de representaciones pasadas (Perk y Thompson, 1998).
Por otra parte, intento leer el exilio como una huella de la represión dictatorial,
como violación de los derechos humanos (DD.HH.) y en el contexto de la violencia política que explica la partida e impide el retorno del desplazado a su patria. Pero, asumo que esto no es sí mismo un dato, sino que, por el contrario, se trata de una asunción problemática, que ilumina el núcleo mismo de la cuestión, qué recuerdan los argentinos sobre el exilio.
Sin embargo, a la hora de evaluar el grado de visibilidad pública que el exilio tiene
en la sociedad argentina actual valoraré el modo en que aparece (o no) en las narrativas colectivas sobre la violencia de los años 70, excluyendo aquellas lecturas en las que el exilio aparece anexado a otros relatos, como el de las migraciones, el de la «fuga de cerebros», etc.

III. EL RÍO DE LA MEMORIA DEL EXILIO
Desde mediados de los años 90, el recuerdo del terrorismo de Estado volvió a concitar
la atención de los argentinos. Esta eclosión devino después de un periodo en el
que, paralelamente al intento oficial de clausurar el pasado –vía leyes de Punto Final y
Obediencia Debida e Indultos–, la presencia pública del tema DD.HH. había perdido
centralidad en la agenda política y social.
A partir de los últimos años de la década del 80, las huellas de la represión dictatorial
fueron cada vez más débiles y dispersas, al tiempo que la memoria se encriptaba
en los grupos de «afectados», sobrevivientes y familiares de las víctimas. Una «memoria silente» (Páez et al., 1998: 171) pareció dominar el campo de las representaciones colectivas sobre las consecuencias del horror de los años 70. Sin embargo, esta «ausencia» pública no implicó la suspensión de los trabajos de la memoria, ya que como si se tratara de un río subterráneo, su corriente no había dejado de fluir.

Las polémicas declaraciones de Scilingo, la masividad de la conmemoración del XX
aniversario del golpe militar, la aparición pública de la nueva generación de los hijos4 de la represión, la multiplicación de las iniciativas sociales y estatales por «materializar» la memoria desde la recuperación de los «lugares de la memoria» del horror, la inauguración de diversas instancias judiciales en el mundo que pretenden hacer justicia plena, cuando la vía penal está vedada en el país por las leyes de impunidad, y la implementación desde el Estado de una política de reparación a las víctimas del terrorismo,son sólo algunos de los muchos signos y escenarios que señalan que la dictadura es un pasado que no pasa.
La memoria colectiva desde finales de la dictadura militar ha estado dominada por
dos grandes relatos que intentaron dar cuenta de lo ocurrido en el país entre 1976 y
1983. Por una parte, la versión construida por los militares a lo largo de los 7 años de gobierno y cuyo colofón es el Documento Final de la Junta Militar (abril de 1983) y la Ley de Pacificación o Autoamnistía (septiembre de 1983) y, por el otro, el Nunca Más.
Luego de la derrota de Malvinas, el poder pretoriano avanzó en la política de negación
y ocultamiento hasta construir una Verdad, que pretendía alejar tanto una posible
persecución penal como un juicio histórico desfavorable. En su versión de la historia
–enmarcada en la Doctrina de la Seguridad Nacional– las Fuerzas Armadas (FF.AA.) confirmaban que los argentinos habíamos vivido una guerra, donde los culpables eran los «subversivos»; reducían el plan sistemático de exterminio de la oposición, aexcesos,errores o conductas aisladas de militares réprobos y equiparaban las desapariciones a muertes en combate de guerrilleros que usaban nombres falsos, a ajusticiamientos entre los mismos combatientes de izquierda o a exilios dorados de «subversivos» en fuga.

4. Con la palabra hijos nos referimos tanto a la aparición de la generación de los hijos de los
represaliados directos, como a la organización de derechos humanos que aglutina a hijos de desaparecidos,muertos, presos políticos y exiliados.
La sigla HIJOS significa Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. Esta agrupación hizo su aparición pública en 1996 en distintas ciudades de Argentina y también en países donde hay comunidades de argentinos, muchos de los cuales son antiguos exiliados.
En este relato, el exilio se asociaba preferentemente5 a la guerrilla cobarde que huyó del país, luego de ser derrotada por las FF.AA., a vivir del dorado refugio europeo:
Este informe hace fe del nacimiento, desarrollo y desenlace del fenómeno terrorista en
la República Argentina y de su posterior rebrote lejos de sus fronteras una vez derrotado en ésta, el suelo de la Libertad.
[…] El contenido de esa victoria coincide con el significado de la derrota de los violentos.
Sus jefes huyeron a refugios dorados y aquí dejaron –junto con su legado de sangre–
a sus seguidores (Presidencia de la Nación, 1979: 3).
El origen externo de la «subversión» se ponía de manifiesto con el retorno de
los derrotados a su «punto de partida». Desde fuera de la patria, el exiliado no sólo
confirmaba su condición de desertor-cobarde, sino de traidor, agitando una campaña
tendiente a aislar a la República, desprestigiar a su gobierno y a vituperar al pueblo
argentino:
…el ámbito internacional constituye actualmente el centro de gravedad de la actuación
de las bandas de delincuentes terroristas argentinos, quienes contando con importantes
recursos financieros propios y vinculaciones de diversos tipos que permiten la difusión
de lo planificado en sus campañas de acción psicológica contra nuestro país, tratan de
aislar a la REPÚBLICA ARGENTINA de los países tradicionalmente amigos, para provocar dificultades al gobierno con sus pares en el exterior, a fin de que fracasen los objetivos previstos en el Proceso de Reorganización Nacional (PRN) (Presidencia de la Nación,1979: 12).
Cuando el presidente Alfonsín decidió anular la autoamnistía militar, constituir una
comisión encargada de investigar las violaciones de los DD.HH.6, enjuiciar a las Juntas
Militares y ordenar la persecución penal de las cabezas de Montoneros y Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP) en el exilio, dio un fuerte impulso a la organización
de una memoria que no sólo contestaba la lectura militar, sino que impulsaba un nuevo
modo de entender la violencia.
Por una parte, el Nunca Más fue crucial en la construcción social del conocimiento
sobre las consecuencias del autoritarismo. El informe atacaba los cimientos de la teoría
de los «excesos» y «errores» de los militares comprometidos en la «salvación de la
patria» en una «guerra antisubversiva» (Junta Militar, 1983: 11); y, al mismo tiempo,
explicaba que los «derechos humanos fueron violados en forma sistemática y estatal
por la represión de las Fuerzas Armadas». Pero, por otra parte, en el prólogo del informe, y sin divorciarse del espíritu de la Ley de Autoamnistía, se leía el proceso político

5. Para un estudio pormenorizado de las luchas por la memoria del exilio entre 1976 y 1983
Vid. Silvina JENSEN. Suspendidos de la Historia/Exiliados de la memoria. Historia de las representacionesdel exilio en Argentina (1976-2000).
6. Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas.
argentino de la década de los 70 como la lucha entre «dos demonios»: la violencia de
las organizaciones armadas y la de las FF.AA. que ocuparon la estructura del Estado en marzo de 1976 (CO.NA.DEP., 1985: 7 y ss.).
De esta forma, frente a la tesis de la «guerra contrarrevolucionaria» (Díaz Bessone,
1988: 343), el Nunca Más hablaba de «terrorismo de Estado». Pero, en un contexto
fuertemente atravesado por los resabios de una política de sentido autoritaria, la posibilidadde dotar de visibilidad a desaparecidos, torturados, presos políticos o exiliados,sólo fue posible en cuanto víctimas, esto es, como sujetos pasivos de la represión militar.
La borradura de las identidades políticas de las víctimas fue una precondición para su relegitimación social en una sociedad en la que «el por algo habrá sido» era moneda corriente.
Si las prácticas genocidas habían implicado un doble esfuerzo de aniquilamiento
físico y de exclusión simbólica (que incluyó el diseño de la forma en que los enemigos
debían ser pensados y recordados); los gobiernos democráticos, desde la Teoría de los Dos Demonios, ratificaron esa borradura.
Paralelamente, si los militares execraban a los «subversivos», ahora como si se tratara
de un espejo invertido, se demonizaba a los militares y se divorciaba a la dictadura
de la sociedad civil que la había generado, soportado o convalidado. Las FF.AA.eran el mal absoluto, como los «subversivos» fueron el «cáncer» de la «Argentina occidental y cristiana». Pero si los militares eran lo radicalmente abominable y habían mostrado con su accionar los signos de su sadismo, perversión o locura; las víctimas sólo podían ser inocentes. En esta lógica, ser víctima era equivalente a estar libre de culpa, más que a haber sido sujeto de la violación de sus derechos fundamentales (derecho a la vida,la libertad, la legítima defensa, etc.) (CO.NA.DEP., 1985: 9 y 10).

Esta borradura de la identidad de las víctimas fue la resultante de un contexto
político marcado por el clima de la transición democrática que, al tiempo que apostaba por la paz y la no violencia como piedras fundantes del nuevo orden, cargaba con la impronta autoritaria que hizo de la política una mala palabra y equiparó a opositorescon «guerrilleros» o «subversivos».
Este proceso tuvo varias consecuencias para la elaboración social del sentido de lo
ocurrido durante la dictadura. En primer lugar, la prensa privilegió el relato del horror
sobre aquellas víctimas no susceptibles de sospecha: bebés, niños, embarazadas o sacerdotes represaliados.

En segundo lugar, se fue instalando una lógica de jerarquización en el interior del campo de las víctimas, que se dividió en «víctimas de primera» y «víctimas
de segunda»: «desparecidos» y muertos, por un lado y presos políticos y exiliados,
por el otro7. Y, en tercer lugar, se continuó pensando el problema según la lógica

7. Una de las narrativas del exilio que luchaba por ocupar un lugar central en el debate público de la transición fue la que incluía al exilio en la nómina de las consecuencias de la represión dictatorial.
Sin embargo, la posibilidad de leer el exilio como algo más que una vivencia individual o como una incidencia en el destino de los intelectuales, estuvo condicionada por una lógica jerárquica que comparaba el grado de sufrimiento o daño que comportó el destierro con respecto a la cárcel, la muerte o la desaparición. Como ejemplo, en el proyecto del diputado Néstor Perl sobre nacionalidad de dictatorial inocente-culpable, ya sea para contestarla (invirtiéndola) o para confirmarla
desde la reproducción de la mirada evaluadora que hacía de toda víctima un potencial
culpable (Feierstein, 2000).
La despolitización de los represaliados y la imposibilidad de entender a las víctimas
como sujetos políticos, con ideas y proyectos, no sólo bloqueó la «descripción densa
» (Geertz, 1992: 19) de por qué los actores sociales de los 70 actuaron como lo hicieron y fueron capaces de legitimar la violencia como instrumento de orden o de cambio, sino que para el caso del exilio implicó una muy difícil relación (o casi divorcio) de la memoriade la represión.
Hablar del exilio en los primeros años del gobierno de Alfonsín implicaba no sólo
combatir la imagen totalizadora y estigmatizante construida por los militares que identificaron
exilio con «subversión en fuga» y agente de la «campaña antiargentina», sino
la política de sentido emanada del Decreto 157/83 que ordenaba la persecución penal de los líderes guerrilleros, en su mayoría en el exilio (Acuña et al., 1995).
Mientras desde los organismos de DD.HH. se insistía en la urgencia de despenalizar
el exilio, para asumirlo como un «sistema de eliminación de la oposición de bajo costo
»8, contemplado dentro de la Doctrina de la Seguridad Nacional; los referentes públicos del exilio pasaron a ser los intelectuales y artistas.
La prensa de los primeros años de la transición adoptó dos estrategias. Por una parte,la nómina de los militantes políticos en el exilio reproducía los nombres que la dictadura había convertido en prototipos de la «subversión cobarde y apátrida»: Mario
Firmenich, Enrique Gorriarán Merlo, Fernando Vaca Narvaja9, etc. En este sentido,
cuando se hablaba de exiliados aún se pensaba en aquellos que los militares calificaron como «fugitivos», «cobardes» e «hipócritas», que habían condenado a los militantes de base a la muerte, el suicidio o el aislamiento.
Por otra parte, en plena coyuntura del «desexilio» (Benedetti, 1984: 39) artistas,
intelectuales, científicos, escritores y directores de cine relataban en la prensa sus experiencias de destierro. Desde entonces, los nombres de Héctor Alterio, Nacha Guevara,
Norman Brisky, Fernado «Pino» Solanas, Osvaldo Soriano, David Viñas, Daniel Moyano
o Héctor Tizón han pasado a ser los «protagonistas» del exilio.
Sin embargo, un plexo de factores coadyuvaron a fortalecer el silencio sobre la violenciaque implicó la diáspora de los 70. Lo político del exilio y la marca represiva que lo configura como una instancia peculiar en el territorio de viajes y desplazamientos, no siempre fueron explicitados.

los hijos de los argentinos exiliados se afirmaba que el exilio implicó un «traumático desarraigo forzado», pero su «condición es lamentable, aunque no tremendísima» (Néstor PERL. Proyecto de modificación
de la Ley de Nacionalidad y Ciudadanía y eximición del pago de tarifas de importación para elementos de trabajos personal y confort de familias exiliadas. Cámara de Diputados de la Nación, 1986,
6/7 de marzo, p. 1.979.
8. Exilio: Nunca Más. Reencuentro, 1984, nº 2, diciembre. Buenos Aires.
9. Luis TORRES y Juan YOFRE. El regreso al país de 60.000 exiliados. Somos, 20 de abril de 1984,
año 8, n° 396, pp. 16-17. Buenos Aires; Un fantasma sombrío. Clarín, 7 de diciembre de 1983, p. 8.
Buenos Aires.
Pasada la coyuntura del retorno (1982-1987), la conexión entre exilio y represión
dictatorial pasó a constituir una memoria subterránea, habitada por recuerdos vergonzosos,prohibidos o indecibles (Pollak, 1989: 8).

¿A qué obedecía el paulatino divorcio entre exilio y violencia política?
El exilio como experiencia dolorosa remite no sólo al sufrimiento físico y psicológico
derivado de las situaciones de persecución, cárcel y tortura que suelen ser el
preámbulo de la diáspora, sino también a la angustia que conlleva el saberse superviviente.
En este sentido, el carácter amenazante del recuerdo de una situación de
perfiles contradictorios no es ajeno al silencio sobre el exilio. Como afirma uno de los
protagonistas del film Sentimientos. Mirta de Liniers a Estambul (1987), «los pocos días que llevo de exilio me han demostrado que las culpas aumentan con la distancia».
Si el alejamiento forzado fue vivido como un «gesto de desamor y egoísmo» por
muchos exiliados (Tizón, 1998: 435), la culpa del superviviente no era equiparable a la
identidad culpable que los militares atribuyeron a los «fugados» o «expulsados» de
la comunidad nacional10. Sin embargo, sea por rechazo a la mirada estigmatizadora
de la dictadura11, sea por eludir una posible persecución penal en democracia por
la actividad política de denuncia realizada en el exterior durante los años de exilio12,
sea por la culpa de saberse un privilegiado entre sus compañeros muertos o desaparecidos,sea por sentir que su vida anterior y durante el exilio no era comparable a la de personalidades trascendentes de la lucha antidictatorial (Hipólito Solari Yrigoyen) o a la de los próceres desterrados del siglo XIX (San Martín) (Ulanovsky, 1983: 35); los exiliados coadyuvaron a diluir la marca de violencia que explicaba su salida del país.
Las verdades a medias, los silencios tranquilizadores, los deslizamientos semánticos
y el cruce de acusaciones generaron un doble fenómeno. Por una parte, subsumieron
el exilio político en el universo de los exilios metafóricos, los viajes intelectuales, la fuga
de talentos o en la corriente más amplia de las emigraciones; y, por el otro, provocaron
la privatización del sufrimiento del exiliado y lo disociaron de la historia colectiva de
represión que lo explicaba.

10. El exilio de los años 70 fue un movimiento desordenado y progresivo, no convocado por ninguna fuerza política e integrado por miles de situaciones individuales. Convivieron en el exilio argentino,fugas, expulsiones, partidas condicionadas, retornos imposibles, «deportados-desterrados» (BROCATO,
1986: 76) y «exiliados del miedo» (ULANOVSKY, 1983: 34).
Pero, si desde una perspectiva analítica es difícil definir un perfil único de exiliado, la dictadura militar reconoció por una parte la existencia de «subversivos que huyeron del país después de la derrota» y, por la otra, de expulsados, como el caso de Timerman o Hipólito Solari Yrigoyen (beneficiados por el «derecho de opción» a salir del país contemplado en el artículo 23 de la Constitución Nacional).
Los «agentes de la campaña antiargentina» en ningún caso fueron nominados como exiliados. En este sentido, el gobierno militar desestimaba las denuncias que afirmaban que el periodista Robert Cox (director del Buenos Aires Herald) se había visto «obligado a abandonar el país» por las amenazas recibidas
(JUNTA MILITAR, 1980: 88).
11. «Estuve a veces tentado de sentirme un exiliado, en el sentido de alguien condenado al ostracismo,
pero me parecía que esto no era legítimo, porque era como asumir que el poder me había aplicado una pena y yo la había aceptado, con lo cual aceptaba también haber cometido algo incorrecto»
(Testimonio de Blas Matamoro, en PARCERO et al., 1985: 100).
12. Causas abiertas. Reencuentro, 1985, n° 4, marzo, p. 7. Buenos Aires.
Como leer el exilio en clave política podía implicar una identificación del desterrado
con el proyecto de la violencia de izquierda, desde el gobierno y desde la sociedad
civil se avanzó en una pendiente de paulatino divorcio del exilio de la trama política
que lo explicaba, lo que a la larga condujo a la subrepresentación del exilio en la memoria de la represión.
IV. ESCENARIOS Y VECTORES DE LAS MEMORIAS DEL EXILIO EN EL 2000
La trama de las memorias del exilio desde mediados de la década de los 90 ha
comenzado no sólo a multiplicar sus marcas, sino especialmente a recuperar una narrativa marginal en las cartografías anteriores. Lentamente, se van descubriendo los caminos
para rediseñar la política de interpretación dominante desde finales de la dictadura
que, luego de abandonar la demonización explícita, ha tendido progresivamente a encubrir,eludir, silenciar o borrar la violencia fundante de todo exilio político.
¿En qué consiste este reposicionamiento del exilio en la memoria de la represión?
¿En qué medida la multiplicación de las marcas del exilio remite a las posibilidades que ofrece la nueva narrativa de la represión que se está organizando en la sociedad argentina?
¿Cuáles son los puentes entre exilio y dictadura que desde el Estado y la sociedad
civil se están explorando? ¿Ha sido necesario descubrir nuevas historias o nuevos
protagonistas de la diáspora para impulsar al centro de la escena pública sentidos marginaleo marginalizados en el pasado? ¿En qué medida la configuración de escenarios legales, judiciales o culturales están favoreciendo la reactivación de las huellas del exilio en su multivocidad política?

En resumen, podría afirmarse que desde mediados de los años 90 se han organizado
escenarios públicos que tienden a resignificar el exilio como un síntoma más de
la sociedad argentina herida por el autoritarismo de las Juntas Militares. Por una parte,
el exiliado es presentado como un ciudadano al que se le ha vulnerado el derecho
a habitar el suelo propio, so pena de ver amenazadas su integridad física y su libertad.
Y, por la otra, comienzan a recuperarse otras marcas políticas del exilio: la identidad
política previa al extrañamiento y su compromiso político en la denuncia internacional
de la dictadura en los países de destierro.
Como víctimas, testigos o actores políticos, los exiliados son actualmente protagonistas
de tres «planos de la experiencia colectiva» (Todorov, 1998: 82): 1. el de la consciencia histórica o del saber (apertura de archivos como el de la represión cultural,
programas de investigación, como el del Archivo del Banco Nacional de Desarrollo
(BA.NA.DE.), edición de memorias de exiliados políticos, etc.); 2. el de la legalidad (proyectos de ley de reparación al exilio y a artistas perseguidos) y 3. el de la justicia: escenarios judiciales internacionales (juicios en distintos países del mundo por connacionalesvíctimas de la dictadura militar argentina y juicios por delitos de lesa humanidad, en especial los llamados «Juicios de Madrid») y locales («Juicios por la Verdad»).
Desde mediados de los años 90, pero de forma más significativa hacia los últimos
años de la década y en el contexto del nuevo impulso editorial sobre el tema dictadura,

comienzan a editarse o reeditarse obras que hablan del exilio en clave política, matizando aquella modalidad de lectura que lo reducía a una clave individual y cultural.
Por una parte, junto a la recuperación de la militancia política de los desaparecidos,
se multiplican las memorias o relatos de «exiliados militantes» y de «militantes exiliados» (Graham-Yoll, 1999: 39). Valgan como ejemplos Rebeldía y Esperanza de Osvaldo Bayer (1993); Mujeres Guerrilleras de Marta Diana (1996); los dos últimos tomos de LaVoluntad de Eduardo Anguita y Martín Caparrós (1998); El presidente que no fue de Miguel Bonasso (1998); Memoria del miedo (retrato de un exilio) de Andrew Graham Yooll (1999); De los bolcheviques a la gesta montonera de Gregorio Levenson (2000) y Diario de un clandestino de Miguel Bonasso (2000), entre muchos otros.
En este reposicionamiento del exilio en el espacio público no importan tanto la proliferación de marcas, como el lugar desde el cual los testimonios del exilio son enunciados.
Para 1996, nadie desconocía que Envar El Kadri, Graciela Daleo, Nicolás
Casullo, Horacio González o Daniel de Santis fueron exiliados, pero que sus historias
aparecieran en un relato de militancia (La Voluntad) o que fueran convocados para hablar en un nuevo aniversario del 24 de marzo, marcaba una diferencia respecto a la descontextulización que había imperado desde fines de los años 80. 13.
Por otra parte, en este intento por conectar el daño individual con el drama colectivo,el exilio asume una nueva dimensión política en el marco del «redescubrimiento»del plan de control cultural puesto en práctica por la dictadura militar.
Aunque la diáspora argentina estuvo conformada mayoritariamente por sectores
medios, universitarios, y en los que artistas e intelectuales tuvieron un peso significativo,
el drenaje de población argentina de mediados de los años 70 no es asimilable a la
perpetua condición de errancia, inconformismo y resistencia de los hombres de la cultura.
Los destierros no fueron «metafóricos» ni tampoco «literarios» (Said, 1996: 63).
Sin embargo, dentro de la lógica desnaturalizadora que se había instalado en el espacio público argentino, la referencia a los artistas o intelectuales exiliados era asumida como «exilios dorados» o como simples marcas de las trayectorias individuales.
Cuando Clarín publicó para el XX aniversario del 24 de marzo, un suplemento dedicado
al Operativo Claridad, recuperaba una dimensión del plan represivo y de «refundación
cultural» del Proceso de Reorganización Nacional, denunciado ya en plena
dictadura por los exiliados (AIDA, 1981).
El dossier del matutino porteño ponía de manifiesto hasta qué punto el aniquilamiento
físico tenía una contrapartida en la prohibición, seguimiento y control en el
ámbito cultural. Para el gobierno militar, la transformación del sistema educativo y cultural era la piedra fundante de la «Nueva Argentina», amenazada no sólo por las organizaciones armadas, sino por los hombres y mujeres de la cultura, verdaderos «propiciantesde la subversión y el terrorismo» (Moreau et al., 2000).

13. Como ejemplo vale observar la presencia de las voces de ex exiliados en el diario Página 12,
en los números dedicados al XX y XXV aniversarios del golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Entre los nombres convocados figuran Juan Manuel Abal Medina, Miguel Bonasso, CarlosUlanovsky, Vilma Ripoy, Rodolfo Terragno, José Nun, etc. En estos relatos, el exilio aparece como un colofón de las otras prácticas represivas (persecución, secuestro, tortura, desaparición, etc.) planificadaspor los militares.
Este informe publicado en 1996 y las más recientes informaciones sobre los archivos
del BA.NA.DE. (Ginzberg, 2001) explicitan aún más los modos que asumió la sistemática eliminación de la oposición durante los «años de plomo».
Tras el golpe, en el seno del Ministerio de Cultura y Educación se creó un organismo
de inteligencia, encubierto bajo el nombre de Recursos Humanos, encargado de evaluar los antecedentes ideológicos de cantantes, cineastas, escritores y actores, muchos de los cuales integran en la actualidad las listas de desaparecidos, torturados, censurados o exiliados por el poder militar.
La apertura de archivos y los programas de investigación sobre la represión cultural
confirman, por una parte, a la persecución de las ideas como capítulo de la maquinaria
represiva dictatorial y, por la otra, al exilio como una de las prácticas contempladas
en el sistema de eliminación de la «otredad».
En la «guerra por el predominio en la cultura» (Cardoso, 1996), muchos exiliados
comparten la calificación de «personas con antecedentes ideológicos desfavorables» con desaparecidos, muertos y presos políticos. Los nombres de Alberto Adellach, EduardoPavlosky, Pedro Orgambide, David Viñas o Mercedes Sosa, acompañan a los de Rodolfo Walsh o Paco Urondo. De las 231 figuras del ámbito cultural que aparecen en los papeles de la oficina de Recursos Humanos, 41 están desaparecidas y el resto conforman el universo de los exilios («de adentro» o «de afuera») (García y Torres Lépori, 1996).
La importancia de estos «hallazgos» para la política de memoria del exilio puede
valorarse en la presentación de varios proyectos tendientes a reparar el daño producido por la persecución de personas y obras, que violó no sólo el derecho a la libre expresión,a la cultura y al trabajo, sino también el derecho a «permanecer, transitar y salir libremente del país»14.
A finales de mayo del año pasado se presentó en la Cámara de Senadores un proyecto
de ley de reparación económica a artistas perseguidos por la dictadura militar que,
inscrito en la política de indemnización a presos políticos (1991) y familiares de desaparecidos (1994), reconoce las «penurias sufridas por los actores del mundo cultural entre 1976 y 1983».
Desaparición, tortura, cárcel, listas negras, censura y exilio forman parte de la misma
lógica represiva. En este contexto, el exiliado se percibe como una víctima más de
la depuración ideológica. Pero, al mismo tiempo, el proyecto del senador Moreau recupera otra de las dimensiones políticas del exilio, porque asume que los intelectuales y
artistas (en el interior o en el exilio) fueron responsables del sostenimiento del espacio
democrático y de la denuncia internacional del régimen militar.

14. Hace unos meses, desde la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires se ha hecho
un llamamiento a las víctimas de la represión cultural a presentar su testimonio para la CO.NA.DEP. de la Cultura y elevar la investigación a la Justicia con vistas a una eventual reparación estatal. Página 12,
14 de abril de 2001. Buenos Aires.

De esta forma, el exiliado-víctima y actor político reconquista un lugar en la memoria
de la represión dictatorial. Elucidada la lógica de la maquinaria terrorista militar, el
exilio no se concibe como anécdota individual u opción personal. Partiendo del diálogo
horizontal con las otras víctimas, esta nueva narrativa del exilio no busca las razones
que explican el destierro en los sujetos afectados, sino en el Estado terrorista que los constituyó en enemigos.
Otros dos escenarios que están permitiendo reinstalar la disputa acerca de los sentidos
del exilio en la memoria de la represión son, por una parte, el proyecto de Ley
de Reparación Económica al Exilio (López Arias et al.,) y, por el otro, los «Juicios de
Madrid».
En ambos escenarios se rescata –aunque con desigual intensidad– la triple marca
política del exilio: 1. las coordenadas de origen del desplazamiento, es decir, la relación entre compromiso político-militante previo al destierro y alejamiento forzado del
país; 2. la identidad política que la dictadura les atribuyó, al demonizar a los exiliados,
transformándolos en «subversivos en fuga, agentes de la campaña antiargentina»; 3. la
lucha antidictatorial desplegada por los exiliados en las tierras de acogida.
El Proyecto de Reparación a exiliados enfatiza que: 1. los exiliados «forman
parte del pueblo argentino»; 2. el exilio comportó dolor y sufrimiento: «desarraigo,
pérdida de identidad, la interrupción violenta de todas las actividades de la vida cotidiana»; 3. el exilio fue una práctica prevista por la Doctrina de la Seguridad Nacional, de manera que «no hay margen de dudas con relación a su encuadre violatorio de los DD.HH.»; y 4. el exilio realizó una labor política de denuncia internacional de la acción del terrorismo de Estado en Argentina.
Si el Proyecto de Reparación al Exilio pone en juego una narrativa que conecta al
exilio con las otras víctimas de la represión dictatorial, los debates públicos suscitados
en torno a qué se entiende por exilio y quién tiene derecho a ser denominado exiliado
ponen de relieve que en los «modos de tratar y de reconstruir la memoria de la represión», el exilio no ha tenido un lugar claro (Comisión de Exiliados Argentinos, 2000).
Dos cuestiones deben tenerse en cuenta. Una que se encuentra en la génesis del
proyecto y es que la presentación legislativa reconoce un antecedente en el fallo a favor
de Mario Bufano, ex preso político, que escapó del centro de detención clandestino al
que había sido confinado, permaneció 5 meses oculto en el país y luego se exilió en
Uruguay, Brasil y finalmente México (Página 12, 24/3/1998). Bufano logró que la Corte
Suprema computara el tiempo de exilio como días de cárcel y así quedar incluido en
la ley que indemnizaba a los presos políticos. La segunda es que, ante el caso Bufano,
miles de exiliados comenzaron a reclamar por un doble reconocimiento pecuniario y
simbólico, lo que motivó la presentación parlamentaria del diputado López Arias. Sin
embargo, a diferencia de las leyes reparatorias anteriores, el Proyecto de Reparación a
Exiliados carece de una definición explícita de la condición de exiliado y, aunque, puntualiza la situación de refugiados y asilados, deja como territorio de conflicto la importante «zona gris» del exilio argentino, constituido por aquellos que carecieron del estatus legal de tales.

De este modo, el reingreso del exilio en la agenda pública se produce desde los
huecos dejados por figuras más centrales de la memoria de la represión dictatorial (presos políticos). Carente de una legitimidad propia en el universo de las víctimas, este
proyecto recupera para los ex exiliados la condición de ciudadanos a los que se les ha
conculcado su derecho a habitar el suelo propio. Pero, si por una parte, el exilio en el
proyecto legislativo deja de ser una categoría existencial y pasa a concebirse como una
injuria colectiva perpetrada por el Estado terrorista, por el otro, la ambigüedad de su
articulado –que refiere a una realidad histórica compleja y de perfiles difusos en la consciencia colectiva–, ha abierto un debate en el que a veces las voces «progresistas» y las de los «reaccionarios» se superponen para descalificar la iniciativa parlamentaria y en esa descalificación vuelven a cuestionar al exilio comoconsecuencia de las violaciones a los DD.HH.
Excluidas las voces que reeditan la demonización del exilio como «agente de la
antipatria» (Torlaschi, 1999), resulta interesante puntualizar cómo el debate en torno
al Proyecto de Reparación a Exiliados recobra no sólo la inevitable dualidad del destierro
como padecimiento y de la salida/huida/abandono del país como acto voluntario;sino que, al exigir «credenciales de auténtico exilio», pone en entredicho el quantum de desdicha que el exilio comportó en comparación a la cárcel, la muerte o la desaparición.
A los escalafones de sufrimiento se suman las viejas rivalidades relativas a la paternidad y eficacia de la lucha antidictatorial. De este modo, los debates por la reparación económica del exilio ponen de manifiesto que el reconocimiento de la violencia que implicó el extrañamiento del país no resulta fácil. Aunque el desentrañamiento de la lógica represiva permita entender al exiliado como una víctima más, los trabajos de relegitimación social del exilio no han llegado a su fin. Quizás el descubrimiento de la verdadera trama de los «Juicios de Madrid», del rol de los exiliados como testigos y querellantes en los procesos, de la recuperación para las causas internacionales de los 25 años de memoria y de denuncia de las organizaciones de DD.HH. en Argentina –pero también en el exilio–, sean por la lógica del castigo a los represores, la mejor vía para reconstruir los puentes solidarios entre las víctimas del pasado, muchas de las cuales aún viven en el exterior, pero afirman sentirse «parte de la sociedad argentina».
V. A MANERA DE EPÍLOGO
La demanda contra militares argentinos en España fue presentada en marzo de 1996,
pero no fue sino hasta la detención de Pinochet en Londres (octubre de 1998), cuando
el tema comenzó a tener peso y dejó de ser una nota en la sección Internacionales
en los diarios argentinos, para incorporarse a los apartados DD.HH., Terrorismo de Estado o simplemente Juicios a militares argentinos en Madrid.
En forma sintomática, aunque la geografía de las causas judiciales que se cursan en
países europeos (España, Francia, Italia, Suecia, Alemania, etc.) reproduce el mapa de
los lugares que acogieron a las colonias más numerosas de exiliados, la construcción
periodística de los «Juicios» no ha iluminado especialmente esta relación. Por varios
años, los medios de comunicación argentinos han circunscripto el juicio a las figuras
de Garzón y, en menor medida, del fiscal Carlos Castresana, han apuntado a la «globalización de la Justicia» y escasamente han mencionado a «los argentinos que residen en aquellos países».
Sin embargo, aunque la literatura sobre los «Juicios» y la prensa argentina han tardado
en reconocer al exilio como uno de los actores de las causas contra represores
que lleva adelante el juez español Baltazar Garzón, en los dos últimos años esta situación ha comenzado a modificarse.
El camino del silencio a la alusión y de ésta, a la mención explícita del rol de las
asociaciones de DD.HH. de Argentina o de argentinos que aún viven fuera del país –como consecuencia del exilio– está aún transitándose. Quizás, la referencia más concreta a la«carnadura» de los procesos judiciales internacionales, sea Sano Juicio de Eduardo Anguita, quien rescata de las penumbras –y sin desconocer la osadía en la interpretación de las leyes o el compromiso solidario de Garzón, Castresana, o el juez mexicano que autorizó la extradición del marino Miguel Ángel Cavallo a España, etc.–, el rol de aquellos exiliados devenidos hoy emigrantes.
En la memoria colectiva de la represión, el exilio ha ocupado un lugar ambiguo y
de contornos difusos y su rescate suele valorarse como un intento de reivindicar una
experiencia represiva y una experiencia militante.
Si bien, el destierro en sí mismo no dice nada de las cualidades morales o políticas
de quienes lo vivieron, sin embargo, constituye un capítulo de la historia de la represión.
Como afirmaban los integrantes de la Plataforma Argentina de Barcelona, «fuimos
golpeados, secuestrados, violados» y «pudimos escapar». Luego, la coyuntura actual de los «Juicios» es la continuidad histórica de aquella lucha contra la impunidad, que hoy se expresa en nuevas campañas de firmas, aporte de dinero para llevar a España a familiares de las víctimas o supervivientes, en la colaboración de los antiguos exiliados como testigos o víctimas en las «causas por robos de bebés» y también en los «Juicios por la Verdad» que se desarrollan en Argentina.
En 1998, el escritor español Manuel Vázquez Montalbán afirmaba que «hubo desaparecidos españoles», pero que la clave de los «Juicios de Madrid» se encuentra en que «ha habido una emigración de argentinos exiliados en España» (Página 12, 29/10/1998).
Mientras para buena parte de la sociedad argentina, el exiliado ha sido un actor
secundario y ha tejido en torno a él una memoria discreta en el contexto del recuerdo
de la represión dictatorial, los militares han mostrado un sistemático reconocimiento
del papel del exilio. A tal punto han sido (y son) conscientes del actor silencioso (silenciado) que, ante la detención de Cavallo en México, rápidamente denunciaron un
nuevo «complot internacional contra Argentina» y una «maniobra de la ultraizquierda»,
a la manera de la «campaña antiargentina» de los «subversivos en fuga» de los años 70.
Pero, en esto no sólo valoraron una supuesta superposición de sentidos, sino que, de
hecho, el ex marino Cavallo fue uno de los encargados de la coordinación de la actividad represiva en el Centro Piloto de París, «centro encargado de infiltrar y neutralizar al exilio» en su tarea política de denuncia (Página 12, 4/1/2001). Hoy, Garzón lo acusa, entre otras causas, por dichas acciones. La Justicia recompone la trama de la represión dictatorial y la distancia física de los ex exiliados se acorta.

Finalmente, quiero mencionar otro hecho. Carlos Slepoy, militante del Partido
Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo, detenido a disposicióndel poder ejecutivo, torturado, beneficiado por la opción, consumó su destierro en noviembre de 1977. Su militancia en el exilio, lo llevó a ser parte fundamental de la Asociación Argentina pro Derechos Humanos de Madrid, organismo clave de la acusación particular ante el Juzgado n° 5 de la Audiencia Nacional. Hoy, brinda su testimonio como víctima y testigo en los «Juicios por la Verdad» de La Plata (asamblea@yahoogroups.com, 22/5/2001). El desexilio simbólico de los exiliados se fortalece.
En resumen, la cartografía actual revela un escenario de fuertes conflictos sobre el
sentido del exilio en los que si, por una parte, se reeditan narrativas que lo dejan atrapado en la culpa, la vergüenza y hasta el estigma, por la otra, se organizan escenarios que transitan los puentes entre la experiencia individual de los destierros y la historia colectiva de la represión y en los que el exiliado disputa tanto un lugar entre las víctimas del terrorismo de Estado, como un rol de actor con identidad política anterior y posterior al extrañamiento.
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Cuando la revolución parecía esperar a la vuelta de la esquina… Eugenia Palieraki.2008

La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile Polis, 19 | 2008 Eugenia Palieraki Cuando la revolución parecía esperar a la vuelta de la esquina, el dilema entre vía armada y vía electoral se planteaba en todas las organizaciones con mayor o menor intensidad y persistencia. La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (1965-1970) Introducción 1 Chile se ha jactado permanentemente de ser un país de orden y con una larga tradición democrática y republicana*; un país donde la búsqueda de consensos ha sido por largo tiempo -y sigue aún considerándose- como la fuerza motriz de su historia. Si esto corresponde a una verdad histórica o a una construcción –fundada tanto a partir de los trabajos de politólogos extranjeros como de los mitos de la historiografía nacional- lo cierto es que este imaginario nacional sigue vigente hoy. 2 No obstante, en los últimos años la historiografía chilena muestra un claro interés por sujetos complejos y polémicos. Prueba de ello es la atracción que suscita en las jóvenes generaciones de historiadores, los periodos “problemáticos” de la historia reciente – en especial el gobierno de la Unidad Popular (UP) y en menor medida el conjunto de los años sesenta-. Sin embargo, este retorno no ha significado necesariamente la emergencia de un verdadero debate y las lecturas que se realizan de este periodo están –muchas veces- sometidas a consideraciones ideológicas o políticas. 3 La reflexión histórica sobre los largos años sesenta (1960-1973) se vuelve mucho más ardua a medida que se enfoca sobre aspectos más polémicos. Y he aquí uno de ellos: el rol político de la nueva izquierda revolucionaria1, nacida a mediados de los años sesenta y cuya presencia en la escena política influenció fuertemente el curso de los acontecimientos durante la Unidad Popular. Esta izquierda frecuentemente es identificada con el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), pero en los años sesenta y setenta estaba compuesta de numerosos grupos pequeños. La mayoría gravitaban alrededor del MIR, escindiéndose de él para a veces, volver a integrarse2. Nuestro artículo se focalizará sobre el MIR y la problemática de la violencia política3, que fue central en su historia. Estudiaremos el discurso que tuvo el MIR sobre este punto durante el período 1965-1970, construido tanto en los escritos teóricos como en los discursos de sus dirigentes, así como el lugar y el rol que ocupó la violencia en la práctica política del MIR. La articulación entre prácticas políticas y representaciones estará en el centro de nuestra atención. El camino tortuoso hacia una historia de la “izquierda revolucionaria” 4 En la bibliografía chilena, la izquierda revolucionaria y la violencia política son dos temas que a menudo se entrecruzan. Relacionado con el primer tema, es necesario constatar que la calidad no siempre abunda. En el caso del MIR, estamos obligados a navegar entre una historia militante –seguramente necesaria, pero que plantea numerosos problemas-, los estudios periodísticos, y la más infinita desigualdad de artículos y referencias en las revistas y la bibliografía general. 5 Las obras de historia militante, además de su deseo de excluir al no-militante, plantean igualmente graves problemas, fundamentalmente en lo que concierne la plena comprensión del objeto de estudio. El militante, teniendo por definición un apego particular hacia su propio partido, ve su grupo político en tanto depositario de la verdad, pero también como radicalmente diferente de los otros grupos políticos. Los estudios sobre la izquierda han tendido a menudo a separar el partido estudiado del contexto en el cual éste realizaba su acción política. De esta manera, la izquierda ha terminado por entregar retrospectivamente su rol marginal y extranjero al campo político, puesto que parecía no recibir ni generar influencias sobre los otros partidos y movimientos. Para no mencionar el tratamiento aun más problemático de temas sensibles, tales como el de las relaciones con las organizaciones internacionales, o el apoyo a la lucha armada, a los cuales raramente estos estudios se refieren. A propósito de la violencia política, durante las cuatro últimas décadas las ciencias sociales, tanto en Europa como en América Latina, han realizado un trabajo sistemático de estudio y de conceptualización. Chile parece haber escapado, salvo excepciones4, a esta ola de “violentología” que ha invadido a otros países del sub-continente –Colombia es un caso ejemplar. La falta de estudios sobre la violencia política en Chile ha impedido que ella sea objeto de un debate nacional5, incluso cuando no está menos presente en la historia chilena que en la de otros países del continente. No obstante, a partir de las pocas obras que tratan el tema,cuatro principales interpretaciones se destacan. Es necesario señalar aquí que a menudo están vinculadas a una posición política. La primera consiste en negar prácticamente la existencia de la violencia política: los “extremistas” (de izquierda, evidentemente) serían asimilados a los criminales, a los delincuentes comunes. Esta interpretación, defendida en el terreno de las ciencias políticas y de la sociología por Talcott Parsons, ha hecho su aparición en Chile sobre todo a través de los medios de comunicación de centro y de derecha y ello a partir de finales de los años 1960. La segunda interpretación ve en la utilización de la violencia política en Chile,una imitación de modelos extranjeros –de la Revolución cubana y de la guerrilla guevarista,en este caso. Curiosamente, ella fue concebida y defendida con fervor por los intelectuales del PCCH, en los años 1960 y 1970 y retomada por los intelectuales ligados a la dictadura de Pinochet. Para los defensores de esta teoría, la violencia política era extranjera a las costumbres nacionales y su adopción no podía ser sino una influencia maléfica de otros países, deseosos de entrometerse en los asuntos nacionales. La tercera interpretación, a menudo vinculada a la anterior, atribuye la violencia política a los extremos: ya sea de aparición simultanea en los dos extremos y que se retro-alimenta, o bien como la violencia de la extrema derecha en tanto respuesta a la violencia de extrema izquierda (la encontramos en los escritos y la prensa del PCCH y de la Democracia Cristiana). Se trata de una versión chilena de la “teoría de los dos demonios”6. Ésta es la mas difícil de tratar, puesto que es la más repetida y la que se ajusta mejor a la versión nacional de una “historia de consenso”. En una interpretación donde los dos extremos se juntan, esta ultraizquierda extremista –que por su radicalismo es vista como extranjera a la historia y al temperamento chileno- es presentada a la vez como colaboradora de la extrema derecha, agente de Fidel Castro, el movimiento menos significativo de la izquierda chilena, y al mismo tiempo principal responsable de la crisis de los años 70-73 y de la caída de Allende7. En un registro completamente diferente, la cuarta interpretación encarna la violenciapolítica a través de dos actores que se oponen sin tregua desde el alba de los tiempos: el Estado, por una parte, y por otra los Dominados; la violencia de las clases dominantes contrala del bajo Pueblo. Esta interpretación concibe la violencia como una constante de la historia chilena, ocultando toda dimensión temporal. En este marco interpretativo, la violencia del MIR llega a ser la traducción de la violencia popular; y la represión después del Golpe de Estado la repetición del ciclo violencia popular-violencia del Estado. Teniendo el mérito deintegrar al actor-Estado en el debate sobre la violencia, esta interpretación es a pesar de todo algo esquemática. 7 De estas interpretaciones de la violencia política de los años 1960 podemos sacar nuestras primeras conclusiones. En primer lugar, la izquierda revolucionaria es a menudo considerada como actor principal de la violencia política de los años 1960-1970. En segundo lugar, las otras corrientes políticas son raras veces tomadas en cuenta y el Estado menos aún. En tercer lugar, las conclusiones son más dictadas por los fines ideológicos que por un estudio histórico basado en las fuentes. Por último, la violencia política es imaginada como una táctica propia de ciertos movimientos o partidos políticos, una práctica innata, sin que las razones que hayan conducido a su adopción y el rol especifico que cumple sean examinados. 8 Ahora bien, hacer la historia del recuso –en el discurso o en la acción- de una organización política a la violencia no es una tarea fácil, a causa de la complejidad del fenómeno. El discurso que legitima la violencia se forja siempre paso a paso. Por otra parte, dicho discurso no es necesariamente coherente ni unívoco. Además, cumple numerosas funciones: legitima en el plano interno las prácticas violentas, las justifica socialmente y los argumentos se adaptan cada vez a las necesidades del momento. Los usos de la violencia pueden igualmente variar,diferenciarse en relación al discurso que les precede y en general encontrar su justificación y lógica, una vez los hechos consumados. Cuando el historiador se acerca a este tema candente,debe considerar el elemento pasional (la fascinación por la violencia). Y debe sobre todo incluir en su esquema interpretativo la incertidumbre que caracteriza la toma de decisiones en política. Numerosas tendencias convergen a cada momento y producen un acontecimiento cuyas consecuencias los actores no conocen con antelación. Ahora bien, el problema para el historiador se plantea así: ¿Cómo hacer para construir a la vez una interpretación de los hechos coherente y tomar en cuenta las incertidumbres y las incoherencias del momento estudiado? 9 Proponemos aquí examinar la relación que mantiene la nueva izquierda revolucionaria chilena con la violencia política a partir de los ejes de reflexión siguientes. Primero, tomando en cuenta el contexto intelectual, ideológico y político que permite a cada momento la legitimación de la violencia en tanto instrumento para hacer política. Enseguida, estudiando la violencia revolucionaria en tanto discurso: los debates sobre la táctica y la estrategia, respecto a los límites de la utilización de la violencia, sobre las referencias históricas y los modelos para cada táctica adoptada. Luego, la utilización de la violencia en tanto elemento regulador de las tensiones internas al movimiento, pero también en tanto creador de divisiones internas a largo plazo8. Por último, a través de la visión del Estado, sobre todo la que la policía y luego el poder judicial tienen de estos grupos; como legitimación de la represión, represión basada en el postulado de que la violencia es incompatible con la política. Este último punto será solamente esbozado. La apología de la violencia: la violencia discursiva en su contexto histórico 10 Una cuestión siempre vigente hoy en día es saber si la violencia puede ser un medio legítimo para hacer política9. Trátese del debate actual, o de aquél de los años 1960, que es objeto de este artículo, siempre es necesario comenzar por reubicarlo en su contexto histórico. Tratar de comprender a través de qué procesos la violencia política se convirtió (o no) en opción principal a fin de provocar cambios sociales y políticos. No hay que confundir, sin embargo, la contextualización que intentamos hacer aquí con la apología de la violencia. 11 En lo que concierne a los años 1960 chilenos, afirmar que la vía armada hacia la toma del poder era un asunto de los extremos, es desconocer las verdaderas dimensiones que este debate tenía en ese momento. Cuando la revolución parecía esperar a la vuelta de la esquina, el dilema entre vía armada y vía electoral se planteaba en todas las organizaciones con mayor o menor intensidad y persistencia. 12 Todo esto se expresaba en el marco de la violencia “discursiva”10. Porque si miramos la violencia política más cotidiana, podemos constatar que a partir del gobierno de Eduardo Frei (1964-1970), la violencia política invadió las calles de las grandes ciudades chilenas,pero también el campo. Y en ningún partido, ni organización política, de izquierda como de derecha, estuvo ausente. Afirmar que el recurso sistemático a la violencia ha sido consecuencia de los discursos y los llamados a las armas de los movimientos políticos más radicalizados,es reconocerles una incidencia tal sobre la sociedad chilena y sobre la opinión pública que incluso ellos mismos no osarían asumir. No podemos más que constatar la existencia de un proceso generalizado de politización y radicalización de la sociedad civil en el que todos los partidos u organizaciones políticas han contribuido. No obstante, aquellos que la reivindican públicamente y la convierten en su estandarte, son mucho menos numerosos. 13 Volvamos ahora al contexto en donde la “vía armada” se volvió, en vista de la conquista del poder, la única o la principal opción de la nueva izquierda revolucionaria. La arqueología de una justificación y adopción discursiva de la violencia no es evidente y amerita un estudio más detallado. La toma del poder por las armas estaba regularmente propuesta en el seno de la izquierda desde finales del siglo XIX. Por último, en los años 1950, no eran los partidos políticos sino sobre todo la CUT (Central Única de Trabajadores) que lanzaba el llamado a las armas. Ahora bien, en los años 1960, un viraje se produce en el debate sobre el uso de la violencia política. Primero, este último es mucho más generalizado y no se limita a algunas fracciones marginales y minoritarias de la izquierda. Una franja importante de la izquierda se desplaza lento pero seguro hacia el culto a la lucha armada. Los debates se centran sobre la táctica y la estrategia, y sólo se espera la insurrección de las masas o bien la aparición de un núcleo de elegidos que cumplirá con la misión. Este cambio tiene relación con el período muy particular que fueron los años 1960. El contexto intelectual se presta. Y los ejemplos concretos abundan: Cuba ante todo, pero también toda América latina, Argelia, Viet-Nam… 14 El rol que juega la revolución cubana en este viraje del debate fue central. Ella constituyó entonces, una referencia ineludible para el conjunto de la izquierda latinoamericana –y no solamente para aquella que le fue cercana. Mientras que la revolución cubana confirmaba en los hechos que en América latina se podía llegar al poder por la vía de las armas, el ejemplo del Che Guevara y sus escritos contribuían a la formación de un discurso, de un imaginario, de una estética y de una nueva moral revolucionaria propia de los años 1960. La violencia reaparecía como inherente a lo político. No obstante, el impacto de la revolución cubana no puede explicar todo. Evocar la “influencia extrajera”, creer en una imitación ciega de los modelos venidos del exterior, para explicar el nacimiento y el recorrido de la nueva izquierda revolucionaria en Chile, y en general en América latina, sigue siendo un enfoque insatisfactorio11. 15 Aunque las relaciones estrechas entre Cuba y los movimientos revolucionarios latinoamericanos es un hecho acertado, no podemos sacar conclusiones precipitadas sobre la naturaleza de éstas, ni pensar que los movimientos armados eran los únicos en tener relaciones con Cuba (el PCCH y el PS, tenían también intercambios constantes con la isla de la revolución). Por otra parte, las particularidades nacionales, los financiamientos cubanos que ya no se distribuían a destajo a partir de 1967, el viraje bajo la presión soviética de la política cubana en esa misma fecha, todo esto nos conduce a una historia de las relaciones entre la “izquierda revolucionaria” y Cuba, más matizada y compleja que lo que podríamos suponer hasta ahora (Levesque 1976; Lagonotte 2003). Desgraciadamente, la imposibilidad de acceso a los archivos cubanos complica extremadamente la tarea. 16 Otro elemento que es necesario no desatender: la revolución cubana se ha constituido como referencia para la izquierda latinoamericana sobre la base de una fuerte reivindicación latinoamericanista. Ella era concebida por los militantes de la izquierda armada latinoamericana como una segunda independencia (Rodríguez Elizondo 1995: 134), lo que la convertía en la realización definitiva de las independencias continentales, estableciendo así un vínculo inquebrantable con la historia y el imaginario nacionales del conjunto de los países latinoamericanos. En este sentido la tradición latinoamericanista y nacionalista del Partido Socialista chileno (Benavides 1988), de donde provenía una gran parte de los militantes del MIR, es consumada a través del MIR. Y puesto que la revolución cubana había sido armada, la conclusión más fácil, si se creía en la unidad de la historia continental, era que la revolución latinoamericana debía también hacerse por las mismas vías. 17 Los años 1960 latinoamericanos están tan marcados por la revolución cubana como por los acontecimientos del tercer mundo, en que la vertiente mas radicalizada desarrolla un discurso muy construido sobre el problema de la violencia política y su legitimidad. “Si los 60 se inician con la Revolución Cubana, puede afirmarse que en las ideas se hallan formulaciones sesentistas bien tempranamente en Frantz Fanon” (Devés 2003: 136)”, afirma el historiador Eduardo Devés. Editado en castellano en 1963, Los condenados de la tierra constituyen una teorización sólida que reúne a menudo las conclusiones que se desprenden de la experiencia cubana. La obra de Fanon inaugura, de una cierta manera, la visión política romántica y radical que fue la de los años 1960 en América latina, y en las tesis de la “nueva izquierda” del continente no ha sido apreciada en su justo valor. 18 Los condenados de la tierra inaugura toda una corriente interpretativa, proponiendo una nueva lectura de la violencia política. La violencia revolucionaria llega a ser el medio privilegiado,incluso el único medio hacia la liberación. La violencia no es solamente legítima sino indispensable para la toma de conciencia popular. Es la condición previa a la movilización de masas y el instrumento principal para la construcción del hombre nuevo. “La construcción de la nación se facilita por la existencia de esa mezcla hecha de sangre y de cólera (Fanon 1963: 85)”, advierte Fanon. La división entre lo militar y lo político está abolida –y veremos que La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (19 (…) 6 Polis, 19 | 2008 esta es una de las principales características de las nuevas izquierdas revolucionarias de los años 1960. “La táctica y la estrategia se confunden”, dice Fanon, “El arte político se trasforma simplemente en arte militar. El militante político es el combatiente. Hacer la guerra y hacer política es una sola cosa (Ibíd.: 121)”. 19 Introduciendo la indivisibilidad entre lo político y lo militar, entre la política y la guerra, Fanon también adopta la teoría expansiva de la violencia. Ésta marcó los años sesenta para constituir el principal argumento de la nueva izquierda no sólo en América latina, sino también en Europa, en los Estados Unidos y en otras partes del mundo. La injusticia y las desigualdades sociales, el colonialismo, son una forma de violencia. La violencia revolucionaria es la única respuesta posible y en consecuencia una respuesta legítima a la violencia institucionalizada, aquella del colono en los países colonizados y aquella del Estado en los países latinoamericanos, denominados también semi-coloniales (Ibíd.: 32). 20 La cuestión que se plantea ahora es la del vínculo entre el contexto y nuestro objeto de estudio. Para ser más precisos, la recepción y la apropiación del contexto intelectual y político descrito anteriormente por el MIR. Si el MIR se ha impregnado por este contexto, también ha recorrido su propio camino con el fin de establecer una fuerte justificación de la violencia política. Porque, incluso si el contexto se prestaba, la lucha armada era una opción, y no una necesidad histórica. La prueba: después de la fundación del MIR en 1965 hasta el año 1969, el uso de la lucha armada fue objeto de un debate cerrado. Fue la etapa de la justificación interna de la violencia. Una vez cerrada esta etapa, el MIR pasó a la acción. La irrupción del MIR en la escena política pública con los asaltos a bancos cambió radicalmente la situación. La violencia mirista escapó entonces del debate interno en que se podían controlar las modalidades. Ella se agregó al debate más general desarrollado en el seno de la izquierda. El MIR debió también enfrentar las dificultades materiales y los límites culturales, que se hacía necesario desde ya tomar en cuenta. En el plano interno, por otra parte, las dificultades suscitadas por el paso a la acción no fueron menores. Lo político y lo militar que la dirección mirista se obstinaba en hacer coexistir en cada militante, devinieron fuente de incesantes debates internos, de oposiciones y de divisiones. 21 Sobre este punto algunas precisiones son necesarias. La dirección del MIR –Secretariado Nacional y Comité Central- cambió durante el periodo 1965-1969, para permanecer prácticamente el mismo a partir de 1969 y hasta 1974. En un primer tiempo, entre 1965 y 1967 la dirección estaba controlada por la “vieja generación”, fundadora del MIR y trotskista en su mayoría12. Enrique Sepúlveda fue elegido secretario general del MIR hasta 1967. Fue entonces reemplazado por Miguel Enríquez, representante de la “joven generación”, de 25 años de edad, surgido del medio estudiantil de la ciudad de Concepción. La vieja generación trotskista fue expulsada del MIR en 1969. Estos cambios de dirección fueron decisivos para la definición de las principales líneas teóricas y de acción del movimiento. 22 Los trotskistas que estuvieron al origen de la fundación del MIR se decían herederos de la tradición más radical de la izquierda. Consideraban seriamente –sobre todo a nivel del discurso, más que de la acción- el recurso a la lucha armada para conducir la clase obrera al poder. Al mismo tiempo, permanecían estrechamente ligados al Partido Socialista. Es necesario precisar aquí que el PS chileno contaba -después de su fundación- con una fracción trotskista importante, que hacia el lazo con los trotskistas extra parlamentarios (Sarget: 1994). En 1965, estos últimos fueron protagonistas en la fundación del MIR. Si comparamos esta fecha de fundación, 1965, a aquella de la mayoría de los otros grupos de la “nueva izquierda” latinoamericana (con algunos matices para el cono Sur), nos damos cuenta que los chilenos llegaron a la cita con algunos años de retraso. 23 No es casualidad. En 1964, año de elecciones presidenciales, todos estos trotskistas aportaban su “apoyo critico” a la candidatura del doctor Salvador Allende. Ahora bien, el resultado no fue el esperado: Allende perdió las elecciones de 1964 y fue Eduardo Frei Montalva, el candidato de la Democracia Cristiana, quien salió vencedor. Los trotskistas habían afirmado claramente que las elecciones no eran más que una “necesidad táctica y momentánea”, pero la crisis desatada por la derrota en el seno de la izquierda chilena, comprendido su sector más radical, fue muy importante. Cansados de las aventuras electorales del PS, fundaron, algunos La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (19 (…) 6 Polis, 19 | 2008 esta es una de las principales características de las nuevas izquierdas revolucionarias de los años 1960. “La táctica y la estrategia se confunden”, dice Fanon, “El arte político se trasforma simplemente en arte militar. El militante político es el combatiente. Hacer la guerra y hacer política es una sola cosa (Ibíd.: 121)”. 19 Introduciendo la indivisibilidad entre lo político y lo militar, entre la política y la guerra, Fanon también adopta la teoría expansiva de la violencia. Ésta marcó los años sesenta para constituir el principal argumento de la nueva izquierda no sólo en América latina, sino también en Europa, en los Estados Unidos y en otras partes del mundo. La injusticia y las desigualdades sociales, el colonialismo, son una forma de violencia. La violencia revolucionaria es la única respuesta posible y en consecuencia una respuesta legítima a la violencia institucionalizada, aquella del colono en los países colonizados y aquella del Estado en los países latinoamericanos, denominados también semi-coloniales (Ibíd.: 32). 20 La cuestión que se plantea ahora es la del vínculo entre el contexto y nuestro objeto de estudio. Para ser más precisos, la recepción y la apropiación del contexto intelectual y político descrito anteriormente por el MIR. Si el MIR se ha impregnado por este contexto, también ha recorrido su propio camino con el fin de establecer una fuerte justificación de la violencia política. Porque, incluso si el contexto se prestaba, la lucha armada era una opción, y no una necesidad histórica. La prueba: después de la fundación del MIR en 1965 hasta el año 1969, el uso de la lucha armada fue objeto de un debate cerrado. Fue la etapa de la justificación interna de la violencia. Una vez cerrada esta etapa, el MIR pasó a la acción. La irrupción del MIR en la escena política pública con los asaltos a bancos cambió radicalmente la situación. La violencia mirista escapó entonces del debate interno en que se podían controlar las modalidades. Ella se agregó al debate más general desarrollado en el seno de la izquierda. El MIR debió también enfrentar las dificultades materiales y los límites culturales, que se hacía necesario desde ya tomar en cuenta. En el plano interno, por otra parte, las dificultades suscitadas por el paso a la acción no fueron menores. Lo político y lo militar que la dirección mirista se obstinaba en hacer coexistir en cada militante, devinieron fuente de incesantes debates internos, de oposiciones y de divisiones. 21 Sobre este punto algunas precisiones son necesarias. La dirección del MIR –Secretariado Nacional y Comité Central- cambió durante el periodo 1965-1969, para permanecer prácticamente el mismo a partir de 1969 y hasta 1974. En un primer tiempo, entre 1965 y 1967 la dirección estaba controlada por la “vieja generación”, fundadora del MIR y trotskista en su mayoría12. Enrique Sepúlveda fue elegido secretario general del MIR hasta 1967. Fue entonces reemplazado por Miguel Enríquez, representante de la “joven generación”, de 25 años de edad, surgido del medio estudiantil de la ciudad de Concepción. La vieja generación trotskista fue expulsada del MIR en 1969. Estos cambios de dirección fueron decisivos para la definición de las principales líneas teóricas y de acción del movimiento. 22 Los trotskistas que estuvieron al origen de la fundación del MIR se decían herederos de la tradición más radical de la izquierda. Consideraban seriamente –sobre todo a nivel del discurso, más que de la acción- el recurso a la lucha armada para conducir la clase obrera al poder. Al mismo tiempo, permanecían estrechamente ligados al Partido Socialista. Es necesario precisar aquí que el PS chileno contaba -después de su fundación- con una fracción trotskista importante, que hacia el lazo con los trotskistas extra parlamentarios (Sarget: 1994). En 1965, estos últimos fueron protagonistas en la fundación del MIR. Si comparamos esta fecha de fundación, 1965, a aquella de la mayoría de los otros grupos de la “nueva izquierda” latinoamericana (con algunos matices para el cono Sur), nos damos cuenta que los chilenos llegaron a la cita con algunos años de retraso. 23 No es casualidad. En 1964, año de elecciones presidenciales, todos estos trotskistas aportaban su “apoyo critico” a la candidatura del doctor Salvador Allende. Ahora bien, el resultado no fue el esperado: Allende perdió las elecciones de 1964 y fue Eduardo Frei Montalva, el candidato de la Democracia Cristiana, quien salió vencedor. Los trotskistas habían afirmado claramente que las elecciones no eran más que una “necesidad táctica y momentánea”, pero la crisis desatada por la derrota en el seno de la izquierda chilena, comprendido su sector más radical, fue muy importante. Cansados de las aventuras electorales del PS, fundaron, algunos La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (19 (…) 7 Polis, 19 | 2008 meses más tarde, el MIR, destinado a devenir el único verdadero movimiento revolucionario chileno, que salvaría a las masas de la ilusión electoral, abriéndoles los ojos sobre una gran verdad histórica: la vía hacia el poder popular debía ser trazada por las armas. En torno a este motivo se juntaron no solamente los trotskistas, sino también algunos anarquistas, y los miembros expulsados de las Juventudes Comunistas y de las Juventudes Socialistas (entre ellos Miguel Enríquez). 24 Al momento del Congreso de fundación, una división de tareas se efectuó espontáneamente, pero que ya era reveladora de las tensiones internas por venir. Mientras que los viejos trotskistas se consumían en interminables discusiones sobre el nombre que había que dar al nuevo partido; mientras que Luis Vitale, trotskista e historiador, redactaba la Declaración de Principios, que insistía sobre el carácter antiimperialista del movimiento, Miguel Enríquez y su grupo eran los únicos en ocuparse de la redacción de las tesis político-militares. Las tesis político-militares de 1965 eran una versión revisada de las tesis de Mao sobre la guerra popular y prolongada y de Ernesto Guevara sobre la guerrilla rural. Luis Vitale a su vez, criticaba el tono demasiado guevarista de estas tesis y planteaba como cláusula para su adopción, la moción siguiente: la condición para comenzar la lucha armada era asegurarse del apoyo previo de las masas13. 25 Las posiciones descritas anteriormente no son casuales. Aunque Luis Vitale y la mayor parte de los trotskistas apoyaban el principio de la lucha armada, tenían tras de ellos una larga trayectoria política, marcada por la tradición sindical y las movilizaciones sociales más que por el guevarismo. La condición sine qua non para cualquier acción armada, era que ella reflejara la voluntad de las masas y ser seguida por ellas. Los trotskistas estaban poco atraídos por el modelo guevarista o foquista de una elite revolucionaria que, comprometiéndose sola en la acción, provocaría enseguida la movilización de las masas. Para ellos, la lucha armada jugaba el rol de un despertador del pueblo, sacudido de su pasividad electoralista obligándose a movilizarse, pero también integrado a la lucha y a la movilización. El equilibro era delicado, porque ¿cómo incitar al pueblo a la revolución y a la vez pretender seguirlo en sus deseos e intuiciones? Y concretamente, en el contexto de los años 1960, ¿cómo hablar a la vez de lucha armada y seguir al pueblo en su deseo de votar por Allende y de participar por la vía de las elecciones? 26 Miguel Enríquez representaba otra cultura política en el seno del MIR, pero también otra generación. Una generación que vacilaba entre la fascinación por la lucha armada y la guerrilla guevarista y las precauciones frente al foquismo, constantemente formuladas por la vieja generación. Proviniendo de las Juventudes Socialistas, Miguel Enríquez era más cercano de sus corrientes más radicales. Pero no tenía relación de larga data con el PS como la “vieja generación” del MIR, ni había trabajado activamente por la campaña electoral. Como muchos jóvenes de su edad, había sobre todo sufrido el efecto de la desilusión antes del entusiasmo y había sido rápidamente expulsado del PS, en 196414. 27 Otro elemento constitutivo de la cultura política de Miguel Enríquez y de la generación que él representaba, era la fuerte fascinación por la revolución cubana. La lectura de los textos del Che15 y la mística de la guerra de guerrillas y la lucha armada rural, llevaron a la redacción de la tesis político-militar de 1965, luego a la de 196716. Cuba, admirada pero criticada en cierta medida por los trotskistas, era adulada por los jóvenes. La adopción de tesis más o menos foquistas se convirtió rápidamente en un índice importante de la toma de distancia entre las dos generaciones. 28 A pesar de las diferencias que los separaban, los trotskistas apoyaron en 1967 la candidatura de Miguel Enríquez, que fue elegido secretario general del MIR. Después de la llegada de Miguel Enríquez al secretariado nacional del Movimiento, la hora de la acción había sonado. Una vez que los miembros de la organización adoptaron la lucha armada en tanto principal medio de la toma del poder, los debates internos debían restringirse, la disciplina imponerse y la lucha armada ser por fin puesta en práctica. El paso a la acción tardó, de todas maneras, dos años. En 1969, el dilema interno del MIR a propósito de las vías que debía tomar la revolución sale a la luz pública, gracias a los asaltos a bancos. La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (19 (…) 8 Polis, 19 | 2008 De la palabra a la acción 29 Hemos hasta aquí re-trazado brevemente el camino que llevó hasta la adopción de las tesis político-militares, y luego a la imposición de la lucha armada sobre las otras formas de lucha. En un país en apariencia tranquilo, con dos partidos de izquierda que estaban completamente integrados al sistema político, optar por la lucha armada parecía ser el único medio que disponía un nuevo movimiento de izquierda para existir. Conjugando las tesis maoístas con las guevaristas17, la joven generación del MIR pensaba poder abrirse un camino propio, en ruptura radical con los otros partidos de la izquierda chilena18. Hasta 1968, este camino parecía conducir a la guerrilla rural. Dos escuelas de guerrillas fueron organizadas en el sur del país19. Los primeros contactos fueron establecidos en la zona de Concepción con personas susceptibles de querer formar una guerrilla en el lugar20. Pero, en junio de 1969 cuando fueron realizadas las primeras acciones armadas del MIR, no fue en la cordillera de Los Andes sino en Santiago. Y no fue en un enfrentamiento con el ejército en las montanas del sur sino asaltando bancos. Los asaltos han sido, por otra parte, las solas y únicas acciones armadas del MIR hasta el Golpe de Estado de 1973. 30 Pero, ¿por qué, después de cuatro años de interminables discusiones, donde la “joven generación” hizo lo mejor que pudo por imponer internamente su opción por la guerrilla rural, terminó por invertirse en las acciones de guerrilla urbana? Las razones son múltiples. Primero, el MIR fue esencialmente un movimiento urbano. Su conocimiento del campo a finales de los años 1960, era muy precario e inestable. En un documento interno de 1970, la dirección del movimiento constataba siempre la insuficiente implantación en el campesinado y en los obreros21. Comprometerse en la aventura de una guerrilla rural sin tener los apoyos suficientes, era un suicidio. 31 Por añadidura, el dilema guerrilla urbana o rural había también sido objeto de debates. En el seno del Secretariado Nacional, Sergio Zorrilla defendió con pasión la primera opción y había comenzado, durante el año 1969, la creación de la primera escuela chilena de guerrilla urbana22; lo que permitió una organización eficaz de los asaltos a bancos algunos meses más tarde. Sin embargo, -y varios testimonios confirman el hecho23- los asaltos a bancos no estaban considerados en un primer momento por razones de tipo teóricas, sino simplemente por razones prácticas: para realizar acciones armadas, era necesario tener dinero. Ahora bien, las cajas de la revolución estaban vacías. Y la de los bancos llenas y mal protegidas24… 32 La guerrilla urbana parecía igualmente “estar de moda”. Los asaltos a bancos habían sido popularizados con la acción del Movimiento de Liberación Nacional –Tupamaros de Uruguay (Fernández Huidobro 2001; Lessa 2003). Los Tupamaros, por otra parte, se encargaron de teorizar la guerrilla urbana (Biedma 1972). En el mismo momento, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) argentino estaba en pleno proceso de “destrotskización” y de militarización, y las acciones de guerrilla urbana se volvían cada vez más recurrentes (Bufano 2004; De Santis 1998; Santucho 2004; Seoane 1992). 33 El final del año 1968 significó para el MIR el paso a la acción. Extrañamente, fueron justamente los “viejos trotskistas” los primeros en lanzarse. Sus operaciones no fueron, por cierto, siempre selladas de un gran éxito25. Sin embargo, en junio de 1969, cuando fueron “gentilmente” expulsados del movimiento, fueron acusados de consumar su tiempo a las discusiones teóricas y no dedicarse suficientemente a las acciones. Un mes más tarde, otra fracción constituida en torno al Departamento de Ciencias Humanas de la Universidad de Chile (Pedagógico) y de Rafael Ruiz Moscatelli, era expulsada. Sus miembros formaron entonces el MR2 (Movimiento Revolucionario Manuel Rodríguez). Según la Dirección Nacional del MIR, eran demasiado radicales y sospechosos de desviación foquista (Naranjo: 59)… A pesar de las afirmaciones de la Dirección Nacional, el MR2 no instaló jamás una guerrilla rural. Ellos se dedicaron, por el contrario, al igual que el MIR a los asaltos de bancos. ¿Qué interpretación darle a esto? 34 Los debates en torno a la táctica y a la estrategia revolucionaria a adoptar eran, ciertamente, virulentos en el seno de la izquierda chilena y latinoamericana en los años 1960. No obstante el debate servía también para arreglar cuentas internas. El argumento “demasiado violentos, La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (19 (…) 9 Polis, 19 | 2008 demasiado radicales”, o bien, “no bastante violentos, no suficientemente revolucionarios” era utilizado para evitar las disidencias y alejar a los rebeldes de la organización. Miguel Enríquez estaba deseoso de crear un nuevo partido político, capaz de existir al lado de dos grandes partidos de izquierda y de cambiar los destinos de su país. La conquista del poder debía, según él, pasar por la construcción de una organización homogénea, con un líder poderoso y sin oposición interna (Naranjo 2004: 62). Los trotskistas fueron las primeras víctimas de la “limpieza interna” del MIR. Luego, fue el turno de la “disidencia” de la Universidad de Chile. Las críticas que ella formulaba empezaron a ser molestas26. Es, por cierto, durante una reunión amistosa, que se les comunicó su salida voluntaria de la organización27. 35 El partido así creado ponía en marcha otro modelo de militantismo y de organización interna. Se debatía mucho menos y era hora de la acción. Incluso si la nueva Dirección del MIR proclamaba la indivisibilidad entre lo político y lo militar, lo militar parecía aún tomar la delantera sobre lo político: 36 “Hoy día… si los objetivos son los mismos, las prioridades y los métodos son diferentes. El volumen relativo de “tareas especiales” [es decir las tareas militares] deben aumentar enormemente. Las “tareas especiales” deben dejar de ser privativas de un sector de la organización para transformarse en el problema de la mayor parte del Movimiento. Las cuestiones políticas estarán estrictamente ligadas a las tareas especiales. La integración de lo político y lo militar se hará una realidad […] No habrá más espacio para las tendencias demasiado divergentes (Naranjo 2004: 62)”. 37 Fiándose a las consignas de la nueva izquierda latinoamericana, la joven dirección del MIR se lanza sin pestañear sobre el terreno de lo militar. Una nueva estructuración es inventada para promover la formación del militante integral, reuniendo en su persona las cualidades de hombre político y de soldado de la revolución: esta estructura se denomina GPM, Grupo Político-Militar. Ahora bien, a pesar de la afirmación del vínculo inquebrantable entre lo militar y lo político y la primacía de lo político sobre lo militar, el riesgo de inversión era inminente. A partir del momento donde la política comienza a ser concebida en términos militares, como una guerra, los limites entre lucha política y lucha militar se vuelven difíciles de definir (Ollier 1998: 131). 38 Sin embargo, la utilización mirista de la violencia no parecía ser, a finales de los sesenta, un mal cálculo político. Si comparamos Chile con otros países de América latina (Colombia, Argentina), el terreno era relativamente virgen. El MIR podía jactarse entre sus militantes de ser el que había introducido las prácticas radicales en la escena política chilena, luego de décadas de pasividad. Mientras que la pasividad de la sociedad chilena aseguraba a las acciones armadas miristas un efecto de golpe mediático sin precedentes (Deas 1999: 63-72), el riesgo era que la naturaleza política de sus acciones no fuera comprendida socialmente o que fuera cuestionada. Edgardo Enríquez, miembro de la Comisión Política se explicaba así en 1972 frente a un periodista extranjero: 39 “…no hay ninguna duda que en Chile, el uso de la violencia estuvo y está siempre concebido a ojos del pueblo por connotaciones bien particulares. Es un hecho indiscutible que en Chile el uso de la violencia con fines políticos o de cualquiera otra naturaleza, requiere de un tal grado de justificación pública que en el caso en que no lo logremos, se produzca una reacción popular de desaprobación hacia los autores de la violencia y de conmiseración hacia la víctima…Los márgenes de los usos de la violencia están fijados por el pueblo, y nosotros, debíamos ser realistas reconociendo que no tenemos grandes posibilidades de cambiarlas… Las represalias […] las hemos siempre ejercido no contra las personas, sino contra los bienes materiales y los inmuebles pertenecientes al enemigo, y en las coyunturas extremadamente agudas de la lucha de clases en el país”28. 40 La criminalización de la violencia política mirista se rastrea rápidamente en la prensa de finales de los años 1960. Cuando el MIR se lanzó a los asaltos a bancos, -llamados “expropiaciones” con el fin de explicitar su contenido político-, un gran debate se llevó a cabo en la prensa para definir este nuevo modo de acción –nuevo por lo menos para Chile. Los principales dirigentes del MIR y autores de los asaltos –Miguel Enríquez, Luciano Cruz, Bautista Van Schouwen, Sergio Zorrilla- sintieron ellos mismos, en un primer tiempo, la necesidad de explicar las La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (19 (…) 10 Polis, 19 | 2008 motivaciones de sus acciones. En plena clandestinidad y mientras que la policía los buscaba por todo Santiago, se abocarían en la importante misión de proteger su imagen. En el centro de la capital, se reunirán en pleno espacio público con un periodista del diario Clarín, periódico que tenía relaciones privilegiadas con el MIR. Allí. Miguel Enríquez afirmaba: 41 “Necesitamos financiar nuestro aparato organizativo armado. Las organizaciones revolucionarias de acción –no de palabra- necesitan proteger a obreros, campesinos y pobladores, para que no ocurra más que se asesine impunemente a los obreros…”29. 42 La violencia social era, entonces, aquella que imponía la violencia revolucionaria. Elevándose al rango de salvadores del pueblo, los dirigentes del MIR comenzaban así a crear una imagen, muy rápidamente retomada por los medios de comunicación, para ser aprobada o desmentida. Los autores de los asaltos eran “jóvenes dirigentes revolucionarios”, los “Robin Hood chilenos”30 o bien “delincuentes comunes”31, los “ideólogos del guatapique y del piedrazo”32 El dilema no sólo quedó en el papel. Las primeras detenciones de militantes, autores o colaboradores de los asaltos, la dificultad de dar una definición a estas “acciones directas” llegaron a ser un verdadero problema jurídico. Los inculpados terminaron por ser juzgados y castigados, a la vez según el Derecho penal, y según la Ley de Seguridad Interior del Estado (Canovas Robles 1989: 47-55), antes de ser indultados por el gobierno de Salvador Allende. 43 Los asaltos a bancos organizados por el MIR produjeron entonces un doble efecto. Por una parte y siempre a través del debate público, entraron en el repertorio del activismo político de las acciones que tradicionalmente eran consideradas como relevantes de la delincuencia común. Las “acciones directas” devenían para algunos una vía plausible para hacer política. Pero al mismo tiempo, en los medios de comunicación críticos hacia el MIR –tanto de derecha como de izquierda- toda violencia revolucionaria era calificada de violencia criminal. En este discurso, la violencia y la política se volvían poco a poco irreconciliables, y la cuestión de saber dónde se encontraban los límites de lo político era planteada con urgencia. Es así como hacer uso de la violencia se volvía sinónimo de locura, de falta de argumentos y de soporte político33. 44 La despolitización de la violencia no era solamente una expresión de la antipatía visceral sentida hacia ella. Este enfoque parecía igualmente cumplir otra función. En el Chile de los años sesenta, las “acciones directas” del MIR popularizarían el debate sobre las vías de la revolución –pacíficas o violentas- llevado con fervor en el seno de la izquierda, fundamentalmente a partir de la revolución cubana. La vía armada comenzaba a tener más visibilidad, y a menudo a suscitar las simpatías en ciertos sectores de la izquierda “tradicional” o de los intelectuales. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria se tornaba en el símbolo de esta “nueva” vía, transformándose igualmente en nueva fuerza política34. Vaciar esta “nueva vía” de todo contenido político y de todo argumento fue un medio muy eficaz para deslegitimarla y de excluir al MIR de la carrera política. Esta no tuvo éxito. Las acciones directas del MIR impusieron a este como actor relevante del espacio publico chileno. 45 Por otra parte, las acciones armadas crearon a favor del MIR todo un capital de simpatía, sobre todo entre los cuadros dirigentes del Partido Socialista. Las acciones armadas miristas agrupaban y reforzaban el debate acerca de las vías de la revolución al interior de la izquierda, presente de manera bastante tímida hasta entonces. Incluso los defensores de la vía electoral estaban prestos a reconocer que después de décadas de puras prácticas electorales, la izquierda se encontraba seriamente desgastada (Puccio 1985: 141 y 167). La locura simpática de los jóvenes miristas, recordaba a los viejos cuadros socialistas el romanticismo de su juventud. El discurso mirista remitía a un estado puro de la revolución y el motivo de “la Revolución traicionada” y prohibida por el MIR sonaba bastante familiar a los oídos del PS35 *** 46 Es así como el MIR evolucionó de una justificación parcial de la violencia política, realizada por la “vieja generación” a su adopción completa por la joven generación. Una vez impuesto el discurso, así como el grupo de Miguel Enríquez en la dirección del Movimiento, sólo faltaba emprender la acción. Confrontados a las restricciones de la cultura política nacional adaptaron el contenido de sus acciones, y desarrollaron un doble discurso. La idea de la contra-violenciase volvió entonces en una cuestión central. Por un lado, estaba la fascinación por la violencia,la fe en sus virtudes y en su naturaleza creadora, fundadora de un nuevo orden; una violencipartera de la Historia. Y por el otro lado, el uso de la violencia era justificado en tanto respuesta ya fuera a la represión y la violencia del Estado, o a la injusta distribución de las riquezas y a la violencia larvada de las relaciones sociales. En el primer caso, la violencia era la opción de la verdadera izquierda, la sola izquierda revolucionaria. Y en el segundo caso, la violencia era la única vía que la sociedad dejaba abierta, una imposición. Bibliografía Álvarez Alarcón, R. (1999), Formación y fundación del MIR : de Clotario Blest a Miguel Enríquez (1965-1967), Tesis de Licenciatura en Historia, Instituto de Historia, Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile. Arancibia, P. (2001), Los orígenes de la violencia política en Chile. 1960-1973, Libertad y Desarrollo, Santiago. Aróstegui, J. (1994), “Violencia, sociedad y política: la definición de la violencia” en Ayer N°13, Madrid. Arriagada, G. (1974), De la vía chilena a la vía insurreccional, Pacífico, Santiago. Avendaño, D.; Palma, M. 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PODERES POPULARES EN AMÉRICA LATINA: PISTAS ESTRATÉGICAS Y EXPERIENCIAS RECIENTES

Português: Os presidentes do Paraguai, Fernand...
Português: Os presidentes do Paraguai, Fernando Lugo, da Bolívia, Evo Morales, do Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, do Equador, Rafael Correa, e da Venezuela, Hugo Chavez, participam com integrantes do Fórum Social Mundial do painel América Latina e o Desafio da Crise Internacional (Photo credit: Wikipedia)

Especial para G80
PODERES POPULARES EN AMÉRICA LATINA: PISTAS ESTRATÉGICAS Y EXPERIENCIAS RECIENTES

[Introducción del libro colectivo: Amériques latines. Emancipations en construction, Paris, Syllepse, 2013 (Américas latinas. Emancipaciones en construcción), publicado en asociación con Francia América Latina.]

“Emancipación” (del latín  emancipatio, -onis): Acción de liberarse de un vínculo, de una traba, de un estado de dependencia, de una dominación, de un prejuicio .

El laboratorio latinoamericano [1]

Desde hace más de una década, América Latina aparece como una “zona de tempestades” del sistema-mundo capitalista. La región ha conocido importantes movilizaciones colectivas y luchas sociales contra los estragos del neoliberalismo y sus representantes económicos o políticos y, también, contra el imperialismo; dinámicas de protestas que han llevado en algunos casos a la dimisión o la destitución de gobiernos considerados ilegítimos, corruptos, represivos y al servicio de intereses extraños a la soberanía popular. El cambio de las relaciones de fuerzas regionales, en el patio trasero de los Estados Unidos, se ha traducido también en el plano político e institucional en lo que ha sido calificado por muchos observadores como “giro a la izquierda” [2] (Gaudichaud, 2012) así como, en algunos casos, en una descomposición del sistema de partidos tradicionales:

“A comienzos de los años 90, la izquierda latinoamericana agonizaba. La socialdemocracia se adhería al más desenfrenado neoliberalismo. Sólo algunos embriones de guerrillas y el régimen cubano, superviviente a la caída de la URSS en un período de penuria denominado “ período especial”, rechazaban el “final de la Historia” tan querido por Francis Fukuyama. Después de haber sido el laboratorio de experimentación del neoliberalismo, desde comienzos de los años 2000 América Latina se ha convertido en el laboratorio de la contestación al neoliberalismo. Han surgido oposiciones en América Latina, con formas diversas y desordenadas: revueltas como el Caracazo venezolano (1989) [3] , ahogado en sangre, o el zapatismo mexicano, luchas victoriosas contra los intentos de privatizaciones como las guerras del agua y del gas en Bolivia, y también movilizaciones campesinas masivas como la de los cocaleros bolivianos y los sin-tierra brasileños. Entre 2000 y 2005, seis presidentes fueron derrocados por movimientos llegados de la calle, principalmente en su zona andina: en Perú en 2000; en Ecuador en 2000 y 2005; en Bolivia, tras la guerra del gas en 2003 y en 2005; además de una sucesión de cinco presidentes en dos semanas en Argentina, durante la crisis de diciembre de 2001. A partir de 1999 se han constituido gobiernos que se reivindican de estas resistencias. En poco más de una década, más de diez países se han inclinado hacia la izquierda, sumándose a Cuba donde los hermanos Castro siguen estando en el poder. Llevados por estos poderosos movimientos sociales, nuevos gobiernos de izquierda con trayectorias atípicas se han instalado en el poder: un militar golpista en Venezuela, un militante obrero en Brasil, un sindicalista cultivador de coca en Bolivia, un economista hostil a la dolarización en Ecuador, un cura de la Teología de la Liberación en Paraguay…” (Posado, 2012).

Aunque el tema del “socialismo del siglo 21” es reivindicado por líderes como Hugo Chávez, la región no ha conocido experiencias revolucionarias, en el sentido de una ruptura con las estructuras sociales del capitalismo periférico, como fue el caso de la revolución sandinista en Nicaragua, el castrismo en Cuba o, en cierta medida, el proceso de poder popular durante el gobierno de Allende en Chile. Sin embargo, en un contexto mundial difícil, caracterizado por la fragilidad relativa de las experiencias progresistas o emancipadoras, las organizaciones sociales y populares latinoamericanas han sabido encontrar los medios para pasar de la defensiva a la ofensiva, aunque no siempre de manera coordinada. Haciéndose eco de las reivindicaciones de las y los “de abajo” y/o al comienzo de la crisis de hegemonía del neoliberalismo, algunos gobiernos llevan a cabo políticas con acentos antiimperialistas y reformas de gran envergadura, sobre todo en Bolivia, en Ecuador y en Venezuela. Más que un enfrentamiento con la lógica infernal del capital, estos gobiernos se orientan hacia modelos nacionales-populares y de transición post-neoliberal, de vuelta al Estado, a su soberanía sobre algunos recursos estratégicos, en ocasiones con nacionalizaciones y políticas sociales de redistribución de la renta dirigidas hacia las clases populares, pero manteniendo los acuerdos con las multinacionales y las élites locales (ALAI, 2012). En estos tres últimos países se han desarrollado también los mayores avances democráticos de esta década en el plano constitucional, gracias a innovadoras asambleas constituyentes; un contexto que ofrece nuevos espacios políticos y un margen de maniobra creciente para la expresión y la participación de los ciudadanos. El “progresismo gubernamental” se viste a veces también con el ropaje de un social liberalismo sui generis , en particular en Brasil (y de manera diferenciada, en Argentina), combinando una política voluntarista y de transferencias de rentas condicionadas, destinadas a los más pobres, favoreciendo a las élites financieras y al agrobusiness .

Según el economista Remy Herrera: “ La inteligencia política del presidente Lula se demostró al haber resuelto un dilema completamente insoluble para sus predecesores de derecha, en su búsqueda de un neoliberalismo “perfecto”: profundizar la lógica de sumisión de la economía nacional a las finanzas globalizadas, ampliando al mismo tiempo la base electoral en el seno de las fracciones desfavorecidas de las clases explotadas contra las cuales se dirige sin embargo esa estrategia. Una explicación puede ser sin duda el modo de gestionar la pobreza que ha adoptado el Estado: cambiar la vida de los más miserables, en concreto, gracias a una renta mínima, sin tocar las causas determinantes de su miseria” (Herrera, 2011).

En otros países, los movimientos populares tienen que seguir haciendo frente a regímenes conservadores o abiertamente represivos, al terrorismo de Estado, a las mafias o al paramilitarismo, como ocurre en grandes países como Colombia y México, o incluso Paraguay (desde el golpe de Estado “legal” de junio de 2012) y Honduras (desde el golpe de Estado de 2009) [4]. En plena crisis internacional del capitalismo, la región logra asombrosas tasas de crecimiento del Producto Interior Bruto (y además durante un largo período), que suscitan la admiración del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, aunque se trata de un “crecimiento” desigual, basado esencialmente en un visión neo-desarrollista que mantiene o renueva el saqueo de los recursos naturales, la extracción de materias primas (petróleo, gas, minerales, etc.) y una fuerte dependencia respecto al mercado mundial, por medio de una estrategia de “acumulación por desposesión” (en palabras de David Harley) extremadamente costosa en el plano social y ambiental. Esta estrategia “extractivista”, compartida por el conjunto de los gobiernos de la región, es una de las principales tensiones del período (Svampa, 2011):

“A nivel económico, este modelo, orientado esencialmente hacia la exportación, induce un despilfarro de riquezas naturales en gran medida no renovables. Engendra una dependencia tecnológica respecto a empresas multinacionales y una dependencia económica respecto a fluctuaciones de los precios mundiales de las materias primas. Aunque los elevados precios de estas últimas en la actual coyuntura han permitido a los países de América Latina superar la crisis después de 2008, la reprimarización de las economías, esto es, la incitación a volver a dirigirse hacia la producción de materias primas no transformadas, las hace muy vulnerables a un eventual cambio de los mercados. En un contexto de mundialización económica, este modelo refuerza una división internacional del trabajo asimétrica entre los países del Norte, que preservan localmente sus recursos naturales, y los del Sur. A nivel ambiental, las minas a cielo abierto, la sobreexplotación de yacimientos de débil concentración, el agrobusiness o incluso la extracción de hidrocarburos, implican el vertido de metales pesados en el entorno, la contaminación de los suelos y de las capas freáticas, la deforestación y la destrucción de los paisajes, de los ecosistemas y de la biodiversidad. […] Esta situación crea –casi mecánicamente– las condiciones para una intensificación de los conflictos sociales. El margen de maniobra de los gobiernos es sin embargo estrecho: por una parte, estas economías están basadas en gran medida en la exportación de materias primas, y por otra, las izquierdas recién llegadas al poder necesitan, para poder mantenerse, resultados tangibles a corto plazo en términos de redistribución y de desarrollo social” (Duval, 2011).

No obstante, si comparamos el estado actual del continente con el período de los años 70-90, saltan a la vista muchos cambios sociopolíticos. Porque habría que recordar brevemente “de dónde viene” el subcontinente. Después de los años 80, los años de la década “robada” (más que “perdida”), años de explosión de una deuda exterior por lo general ilegítima, los 90 fueron los años de las aplicaciones salvajes de los preceptos del FMI, de los ajustes estructurales, de la continuación de las políticas de consenso de Washington, de las desregulaciones y privatizaciones en nombre de una supuesta eficacia económica, que llevaron a la destrucción de sectores enteros de los servicios públicos y a una mercantilización de los ámbitos sociales de una amplitud sin igual. América Latina ha sufrido de lleno el “neoliberalismo de guerra” ( para retomar la expresión del sociólogo mexicano Pablo González Casanova), su hegemonía, y después su crisis, en particular en América del sur, aunque este último persiste –e incluso se refuerza– en otros países: en México, en Colombia y en una parte de Centroamérica. Estos períodos han sucedido en muchos casos a largas dictaduras. Chile encarna todavía este capitalismo de desastre de los Chicago-boys y de la doctrina del “choque neoliberal” [5]. Producto de las derrotas de las izquierdas, de la represión del movimiento obrero y de la imposición de este nuevo modelo de acumulación, el subcontinente es el más desigual del planeta: la región de las desigualdades sociales, territoriales y raciales. A pesar de una ligera mejora en este aspecto, y también, de forma más clara, en el de la pobreza (en Colombia, un contraejemplo, las desigualdades han continuado aumentando) (Gaudichaud. 2012) [6].

Movimientos sociales, utopías concretas, poderes populares

En un reciente análisis de las “gracias y desgracias de la conflictividad social” en Francia desde los años 1970 a los 2000, Lilian Mathieu señala, a justo título, que: “la cuestión de las alternativas al orden capitalista se plantea con tanta agudeza hoy que hace treinta o cuarenta años. Tal vez incluso con más urgencia: las consecuencias desastrosas de este modo de producción para la simple supervivencia de la humanidad son ahora mucho más tangibles”; pero también que después de los desvíos autoritarios de varias experiencias post-capitalistas en el siglo 20: “No sólo se ha hundido la credibilidad de las alternativas. También los intentos de construir sobre el terreno formas de vida que se sustraen al orden dominante se han malogrado en su mayor parte y sólo son contempladas en tono de burla. El fenómeno de las comunidades, aunque numéricamente marginal, tuvo cierto eco e impresionó mucho a los contemporáneos, sobre todo por el hecho de ser obra de jóvenes diplomados, destinados como tales a asegurar la reproducción del orden capitalista. Las temáticas de la “vuelta a la naturaleza” (o al “país” regional), la exigencia de autenticidad en la producción y el consumo, la voluntad de escapar de la lógica mercantil, la reivindicación de relaciones sociales más igualitarias (en la pareja, la familia, la empresa…), en resumen, varios elementos de lo que Luc Boltanski y Eve Chiapello denominan “crítica artista” [7], han sido invalidadas tras infructuosos intentos de aplicación concreta, o reprimidos, o “recuperados” y sometidos al orden capitalista. Estas dos lógicas de “descredibilización” de las alternativas al capitalismo pueden ser ilustradas con el tríptico de Albert Hirschman [8]. Al haber fracasado tanto la opción de la “voice” (acelerar la instauración del socialismo por medio de una movilización de masas) como la del “exit” (la instauración de “bolsas” de existencia que escapan al orden dominante, en el interior mismo de sociedades capitalistas, sin cuestionarlas frontalmente), sólo quedaría la opción de la lealtad al capitalismo” (Mathieu, 2012).

Esta constatación parte de una descripción crítica del “nuevo espíritu del capitalismo” y de las realidades político-sociales de los países industriales de los centros de la economía mundial y de la cuarta edad (neoliberal) del capital. ¿Pero qué ocurre en el sur y en la periferia del sistema, en las sociedades dependientes y sometidas al intercambio desigual mundializado? Para comprender tanto los intentos de transiciones post-neoliberales como los de construcciones comunitarias de emancipaciones locales, de autogestión territorial en América Latina, es indispensable tener en cuenta la temporalidad propia de la región (aunque integrada en un todo mundial) y sus formaciones sociales específicas. Así, aunque la reflexión sociológica arriba citada puede proporcionarnos elementos teóricos sobre las relaciones actuales –y pasadas– entre experiencias revolucionarias y ensayos de construcciones locales (lo que algunos denominan “utopías concretas”), debe estar supeditada a la consideración de las realidades de una América indo-afro-latina.

Primera evidencia, esta realidad ha estado atravesada por grandes momentos revolucionarios y varios proyectos nacionales, muchos derrotados, de transición antiimperialista: de la revolución mexicana de 1910 –mucho antes que la revolución rusa– hasta las actuales –aunque embrionarias– discusiones sobre el socialismo “del siglo 21”, pasando por la revolución cubana (1959) y otras más… Otra evidencia, ya mencionada, el continente latinoamericano, a diferencia de un “viejo mundo” en plena crisis de civilización, es de nuevo un terreno de ensayo para la construcción de alternativas: bajo estas latitudes se abrió, desde los años 90, el ciclo altermundialista (Pleyers, 2011) y tuvieron lugar los foros sociales mundiales, concebidos como experiencias de democracia participativa (en particular en Porto Alegre, Brasil); también ahí se pueden situar las primeras explosiones de resistencias globales al neoliberalismo (Vivas y Atentas, 2009), simbolizadas en el grito de los neo zapatistas chiapanecos contra los tratados de libre comercio: “¡ Ya basta !”; y es también al sur del Río Bravo donde se viene hablando de “buen vivir” [9], de derechos de la Naturaleza y de los bienes comunes, de Estado plurinacional o incluso de autonomías indígenas. En cuanto a la noción de “poder popular”, ha recorrido todas las grandes movilizaciones sociales del siglo 20 latinoamericano, tanto en Argentina, como lo demuestra Guillaume de Gracia (2009), como en el resto de la región: designa una dinámica que se puede ver en marcha durante los períodos de crisis revolucionarias, pero también en varias experimentaciones locales o comunitarias, circunscritas a un barrio, una fábrica, un territorio; una noción que ha conocido por tanto múltiples puestas en práctica aunque todas ellas ligadas directamente al movimiento obrero y social. Este poder popular consiste en una serie de experiencias sociales y políticas, la creación de nuevas formas de apropiaciones colectivas (a veces limitadas), que se oponen –en su totalidad o en parte– a la formación social dominante y a los poderes constituidos. En otras palabras, se trata de un cuestionamiento de las formas de organización del trabajo, de las jerarquías sociales, de los mecanismos de dominación materiales, de género, de raza o simbólicos. América Latina ha estado recorrida, en varios puntos de su territorio, por estos “relámpagos autogestionarios” cuyas identidades y geografía social están inextricablemente ligadas a su arraigo en este continente (Petras y Veltmeyer, 2002).

Con esta pequeña obra colectiva, nuestra ambición es revisar estas gramáticas de una emancipación plural –parcial y atravesada por múltiples conflictos, pero “en actos”–, en el curso de la última década. Las diez utopías concretas que nos proponemos tratar aquí reflejan la diversidad de estas experimentaciones, algunas “desde abajo”, directamente surgidas del movimiento social, otras más ligadas a formas de democracia participativa y en relación con algunas instituciones. Experiencias que esbozan la cartografía, parcelada, de otros mundos posibles: Comuna de Oaxaca, mujeres y feministas mexicanas frente a la violencia y al patriarcado, ensayos difíciles de control obrero en Venezuela o empresas recuperadas en Argentina, consejos comunales en los barrios populares de Caracas, luchas de los sin techo en Uruguay o ejemplar organización colectiva de los trabajadores sin tierra en Brasil, iniciativa para una sociedad post-petróleo y del “buen vivir” en Ecuador y agroecología en una comunidad colombiana, a pesar de la guerra; finalmente los análisis del proceso constituyente boliviano que plantea la cuestión de las instituciones y la construcción de una democracia postcolonial. En contextos diversos, surgen gérmenes de poderes populares que buscan a tientas los caminos de la emancipación, casi siempre contra los poderes constituidos y la represión del Estado; aunque también, en ocasiones, en relación con políticas públicas post-neoliberales y el campo político o partidista nacional. Por supuesto, los ejemplos que hemos seleccionado no pretenden dar una imagen exhaustiva de todo el mosaico de experiencias en curso. Habríamos podido citar también los medios de comunicación comunitarios de muchos países, la lucha de los mapuches de Chile por su supervivencia y por la recuperación de sus tierras, la autoorganización campesina en Honduras, la increíble capacidad de resistencia de los “caracoles” y el asesoramiento de los buenos gobiernos Zapatistas, los comedores comunitarios autogestionados de Buenos Aires o incluso las juntas de vecinos de la ciudad de El Alto (Bolivia), el “asambleísmo” y las ocupaciones estudiantiles del último período, etc. Por medio de textos cortos y accesibles, escritos por autores y autoras que conocen de cerca estas experiencias, a menudo a través de observaciones de participaciones en el terreno, nuestro objetivo es desbrozar algunos temas poco o nada abordados en los medios masivos de comunicación dominantes, con la esperanza de invitar al debate sobre las cuestiones estratégicas que suscitan estas experiencias.

Lejos de nuestra intención la idea de mitificar lo que el sociólogo Franck Poupeau ha designado como “pequeños universos” cerrados en sí mismos, “una micro-sociedad formidable, por ser singular, gobernada por la ayuda mutua y el compartir, separada de los flujos de la comunicación mercantil y de los intercambios interesados que son la suerte de la masa de consumidores”: estos “senderos de la utopía” [10] en construcción que aquí explicamos no pretenden “pensar la utopía a partir de experiencias de comunidades en ruptura con el resto del mundo social”. Porque pensamos que “ lo ‘común’ obtiene su eficacia de lo que es universalizable, extensible más allá de la comunidad de iniciados, en las esferas donde el antagonismo entre trabajo y capital deja entrever la posibilidad de un cambio profundo” (Poupeau, 2012), y que debe dirigirse al mayor número, comenzando por las clases populares y por aquellas y aquellos que sufren directamente la miseria del mundo. Esto es precisamente lo que dejan entrever –con un grado de éxito o de fracaso variable y a escalas diversas– las experiencias que ponemos en debate en esta obra colectiva. Todas ellas resisten a su manera al signo de los tiempos (neoliberal, racista, machista y austero) y participan, aquí y ahora, a la construcción de nuevos espacios políticos, territorios sociales en busca de “lazos que liberen”. En cierta manera, podría sugerirse que estos poderes populares responden concretamente al eco planetario y a los interrogantes de las y los indignados, al surgimiento de este “pueblo de las plazas” y a las múltiples revueltas que, desde hace meses, rasgan el consenso neoliberal en varios países. Estos 99% de ciudadanas y ciudadanos que hacen frente a la arrogancia del 1% de oligarcas de las finanzas y de una política politiquera ciega:

“El año 2011 supone un cambio histórico. La oleada revolucionaria iniciada en Túnez ruge todavía en la plaza Tahrir, en Egipto. Ha cambiado el panorama político en el mundo árabe y se ha extendido rápidamente como una mancha de aceite a las cuatro esquinas del planeta. De Santiago de Chile al municipio de Wukan en el sur de China, de la Puerta del Sol a la plaza Sintagma, de Moscú a Wall Street pasando por los motines de Londres, se ha visto alterado el curso regular de la dominación. En el ciberespacio, se ha abierto un nuevo frente con la guerrilla de los Anonymous contra las grandes corporaciones y los dispositivos del Big Brother. Estos acontecimientos están todavía demasiado cercanos para poder seguir los hilos que los unen, comprender sus raíces. La amplitud y la naturaleza de los cambios desencadenados son por ahora imposibles de conocer. Pero resulta claro que, al igual que en 1848 o 1968, la posibilidad de otro futuro se ha entreabierto en 2011”. (ContreTemps, 2012).

Hay que subrayar sin embargo que las emancipaciones latinoamericanas en proceso que aquí presentamos se diferencian también ampliamente de la constelación de las indignaciones mundiales. En primer lugar porque han podido pasar, incluso desde hace varios años, de la ofensiva a la construcción, de la indignación a la creación alternativa. Pero también por el hecho de vínculos específicos y directos con las clases populares de la región, lejos de un “sujeto revolucionario” incorpóreo o de una reivindicación de ciudadanía abstracta, como se pueden encontrar entre algunas y algunos indignados. Pero, sobre todo, estas experiencias tienen su propio repertorio y en ningún caso pretenden significar modelos “llave en mano”, ni tampoco “prêt-à-porter” de praxis militantes que deban ser aplicadas mecánicamente bajo otros cielos. Por el contrario, deseamos mostrar cómo estos procesos nacen de las entrañas mismas de las condiciones materiales y subjetivas del capitalismo latinoamericano, de su violencia, de su exclusión en las cuales están inmersos. Son el fruto de un ciclo de movilizaciones que comenzó globalmente a mediados de la década de los 90, hace más de quince años, y revelan la lucha de muchos actores. Una multiplicidad producto en parte de los efectos de la fragmentación social neoliberal y de su implantación brutal en América Latina:

“Estos movimientos tienen historias, bases sociales y reivindicativas y arraigo en los territorios rurales o urbanos, muy diferentes. Son sin embargo capaces de movilizarse colectivamente en torno a objetivos comunes, sobre todo cuando un proyecto político gubernamental, supranacional o económico (la estrategia de una multinacional, por ejemplo) amenaza las estructuras que representan. Es posible identificar a algunas familias que estructuran en esta nebulosa de organizaciones locales, regionales o nacionales cuya historia común se ha forjado en las resistencias a las oligarquías y a las políticas neoliberales desde hace una treintena de años: los movimientos indígenas (muy activos en particular en los países andinos), los movimientos y sindicatos campesinos (presentes en el conjunto del sub-continente, siendo el más emblemático y poderoso el Movimiento de trabajadores rurales sin tierra del Brasil. MST); los movimientos de mujeres; los sindicatos obreros y de la función pública; los movimientos de jóvenes y de estudiantes, las asociaciones medioambientales” (Ventura, 2012).

Estamos por tanto ante un sujeto emancipador plural y complejo, caracterizado por la multidimensionalidad. ¿Quiero esto decir que la componente de clase, el sindicalismo o incluso los trabajadores estarían ausentes o “diluidos” en una nebulosa post-moderna, definida sólo por la novedad de estos movimientos? En ningún caso. La dimensión de clase de estos conflictos sigue siendo central y los asalariados han jugado un papel esencial en este ciclo ascendente de protestas, y lo siguen haciendo por medio de experiencias como las que describimos en este libro (ver los textos sobre Uruguay, Argentina o Venezuela). Sin embargo, se constituye una praxis propia a las movilizaciones del último período, en particular la del movimiento indígena y su cuestionamiento de la “colonialidad del poder”[ 11], que “ ha renovado y enriquecido los programas y los horizontes, con una profundidad estratégica todavía lejos de ser asumida en toda su dimensión para ser coherente con la máxima de Mariátegui, que decía que el socialismo indo-americano no puede surgir del calco ni de la copia. […] Desposeídas o amenazadas de expropiación, temiendo por sus tierras, su trabajo y sus condiciones de vida, muchas de estas organizaciones han encontrado una identificación política en su desposesión (los sin tierra, los sin trabajo, los sin techo), en las condiciones sociopolíticas de vida comunitaria amenazada (los movimientos de habitantes, las asambleas ciudadanas” (Algranati, Taddei, Seoane, 2011). Estas nuevas movilizaciones se caracterizan sobre todo por la horizontalidad de las formas de organización, la importancia de la discusión en asambleas y la reivindicación de un territorio de luchas.

Durante la última década, hemos asistido a una relocalización de los movimientos sociales y a un ascenso potencial del espacio local como base territorial de sociabilidad, pero también como centro de reivindicaciones y de la acción de protesta: luchas contra las expropiaciones de tierras, luchas por el medio ambiente, luchas por la vivienda, luchas contra el cierre de fabricas, etc… Se trata de construir territorios alternativos o incluso “espacios de experiencia en los cuales los participantes intenten traducir a la práctica los valores de participación, de igualdad y de autogestión” . Sin embargo, “el arraigo local de actores y de movilizaciones no es en absoluto incompatible ni con el vínculo político nacional, ni con una proyección de la ciudadanía más allá de las fronteras del Estado-nación” (Merklen, Pleyers, 2011). Desde luego, estas prácticas situadas y circunscritas a un espacio específico, pese a todo su potencial, plantean también la cuestión de los límites de movilizaciones que se esfuerzan en obtener resultados a nivel nacional, en ausencia de proyecto político a una escala más amplia. El conjunto de estos procesos plantea por tanto importantes cuestiones estratégicas sobre el “arriba” y el “abajo”, los instrumentos y las tácticas de una estrategia emancipadora para el siglo 21…

Desde abajo, desde arriba y a la izquierda [12]. Cambiar el mundo transformando el poder y … la sociedad

Una reflexión sobre este laboratorio latinoamericano en términos de experiencias democráticas, autogestionarias, participativas, y potencialmente emancipadoras, como las que aquí se presentan, se muestra rica en pistas sobre toda una serie de cuestiones: relación entre autonomías sociales y Estado, relación entre movimientos, partidos e instituciones, formas de organización de las clases populares y relaciones entre lo local, lo nacional y lo global, relación con el mercado así como con otros sectores sociales subalternos, etc. Desde hace algunos años, están muy presentes en América Latina los debates en torno a cómo “cambiar el mundo” (Whitaker, 2006), pero también sobre la relación que las diversas modalidades de transformación social entablan con el Poder.

Algunos analistas y militantes han sido seducidos por la idea de construir un “antipoder”, o de un contra-poder, basado únicamente en la autonomía de los movimientos sociales, de las “multitudes” y de espacios comunitarios autogestionados. Podemos encontrar estas ideas, con sensibilidades diferentes, en Toni Negri, Miguel Benasayang y, sobre todo John Holloway. Este último, inspirándose en particular en la rica experiencia zapatista, llama a “cambiar el mundo sin tomar el poder”, a construir más “poder-acción”, “poder-hacer” (potentia), en vez de interesarse en el “poder sobre” (potestas), el del Estado y las instituciones: “el mundo no puede ser cambiado por medio del Estado”, el cual constituye sólo “un nudo en la red de relaciones de poder” (Holloway, 2008). El objetivo estratégico sería por tanto liberar la potentia de la potestas, prevenir las experiencias autogestionadas del “peligro” de las instituciones. Desde esta perspectiva, como lo señaló mordazmente Daniel Bensaid, Holloway ha forjado hasta cierto punto una especie de “zapatismo imaginario” [13], muy alejado de las realidades de México: desde luego, las conquistas de los zapatistas son considerables y hay que defender su “digna rabia”, cueste lo que cueste, al igual que su propuesta de “mandar obedeciendo”, porque tienen mucho que aportar a las prácticas políticas y militantes de este comienzo de siglo. ¿Pero por qué no ver también sus dificultades y sobre todo la existencia concreta de un poder –muy real (y en ocasiones necesariamente vertical)– que practican en lo cotidiano, a través de instituciones como los “consejos de buen gobierno”, de un ejército (EZLN), de dirigentes (a veces incluso sobrerrepresentados)? (Baschet, 2002).

Entre los más fecundos autores “movimentista” latinoamericanos interesados por las experiencias bolivianas (“guerras” del agua y del gas), Argentina (piqueteros  [14]) y, en particular, mexicana, hay que citar también a Raúl Zibechi. Según este último, se trata más bien de “dispersar el poder” (2009), basándose especialmente en el pensamiento comunitario de las poblaciones amerindias, una comunidad percibida, según el antropólogo Pierre Clastres, de la sociedad contra el Estado. Para Zibechi, el desafío sería “huir del Estado, salir de él”, mientras que procesos como el de la Comuna de Oaxaca representan “momentos epistemológicos, que hacen comprender lo no visible, lo que la vida cotidiana recubre el resto del tiempo. La dispersión del poder se realiza allí de dos maneras: asistimos por una parte a una desarticulación de la centralización estatal, y por otra parte estos movimientos no crean nuevo aparato burocrático centralizado, sino que adoptan una multitud de formas de organización, de manera que en el interior los poderes están distribuidos a través de toda la trama organizativa”. Describe micropoderes, inspirados en Foucault, Deleuze y Guattari. Pero en la cuestión –esencial– de la estructuración (democrática) de tales alternativas, de su perennización, prefiere alternativas “sólo provisionales. Hoy existen, mañana tal vez no. No es un problema, porque siempre pueden renacer” [15]. ¿Constituyen estas movedizas fundaciones perspectivas sólidas para otro mundo posible? ¿No se corre el riesgo de caer en una política sin política, teorizando una cierta impotencia para franquear los obstáculos de una revolución que rechaza tomar el poder? Además, aunque la Comuna de Oaxaca es seguramente la primera gran comuna del siglo 21, como lo recuerda Pauline Rosen-Cros en este libro, se presenta siempre como una institución al servicio del pueblo e incluso como un “espacio de ejercicio del poder” que integra a “todas las organizaciones sociales y políticas, los sindicatos democráticos, las comunidades y todo el pueblo”. Se trata de eso, no de una lógica de anti-poder o ni siquiera de su “dispersión”, aunque sea cierto que para Holloway lo importante es combatir al Estado, y la comuna de Oaxaca lo ha intentado con todas sus fuerzas.

Otros autores, en la senda de un marxismo más ortodoxo, han tenido tendencia a torcer el bastón en el otro sentido e insistir –a la inversa– en la necesidad de tomar el poder de Estado para forjar alternativas sólidas al imperialismo y al capitalismo [16]. Reivindicando aún más la herencia cubana o el proceso bolivariano venezolano, recordando (con toda razón) la violencia de las experiencias contrarrevolucionarias en América Latina, el sociólogo argentino Atilio Borón critica la falta de consistencia intrínseca del anti-poder frente al imperialismo, a los militares o a las multinacionales. Muestra la “fragilidad constitutiva, sociológica, de la multitud”, que no consigue tomar forma en una estructura política amplia, un proyecto nacional capaz de resistir y construir en el marco de la mundialización (Borón, 2001). Porque un movimiento, una comunidad, un colectivo, autónomo pero aislado, pueden verse cooptados o marginalizados y reprimidos por el poder –bien real – del Estado existente (la historia argentina es ejemplar en este sentido). ¿Cómo federar entonces una multiplicidad de espacios alternativos y autónomos para contrarrestar el rodillo compresor del capitalismo militar-industrial neoliberal? Volvemos a encontrar aquí algunos rasgos del debate iniciado en el siglo 19 en Europa por Proudhon, Bakanounine y Marx, y también por los comuneros parisinos.

Según el editorialista de Le Monde Diplomatique Serge Halimi, sería contradictorio hacer “como si algunas prefiguraciones de una utopía ‘libertaria’ (una cooperativa en Boston, un movimiento indígena en Chiapas, un squat en Ámsterdam), y el establecimiento de diversos ‘lazos’ (Internet, Foros mundiales) entre estos islotes participativos, equivalieran a una estrategia política. Como si las experiencias locales a pie de tierra no fuesen tributarias de decisiones nacionales o internacionales (nivel de vida del país, fiscalidad, acuerdos de libre comercio, moneda, guerras,…) que impiden confeccionar aparte su pequeña utopía, ‘sin tomar el poder’. Como si un internacionalismo legítimo debiera hacer olvidar que algunos Estados-nación habían constituido terrenos de luchas, de solidaridad, y permitido garantizar las conquistas obreras que la « mundialización » se ha propuesto romper en pequeños trozos” [17].

Aunque esta observación tiene cierta pertinencia estratégica, se desentiende de un problema (¡y no de los menores!): los socialismos “reales” del siglo XX no han resuelto en absoluto el problema de la existencia del Estado, de su burocratización, su autoritarismo, como ha sido denunciado con toda razón por los movimientos libertarios. ¿Cómo “tomar” el poder sin ser tomados por el poder o sin acomodarse en nombre de un cierto “realismo” institucional (cuestión planteada recientemente por la historia del Partido de los Trabajadores en Brasil)? ¿Cómo construir formas de poder popular constituyente, o incluso de doble poder, moldeando instituciones radicalmente democráticas, controladas por abajo y socializando el poder en todos los poros de la sociedad (en lugar de estatizarla)? Lo que está en juego es el difícil paso de poderes constituyentes a poderes constituidos y los métodos de articulación entre democracia directa, participativa y representativa, entre espacios de deliberación y de decisión: en definitiva, la cuestión clásica de la “soberanía” del pueblo. ¿Esta construcción-destrucción-creación debe desarrollarse totalmente externa al Estado (para echarlo abajo) o bien como emergencia combinada a la vez de formas externas y de un impulso procedente de instituciones gubernamentales? Esta cuestión está claramente planteada por los consejos comunales de Venezuela, efectivamente soberanos a cierta escala, pero directamente dependientes de una relación vertical con el ejecutivo bolivariano, como nos lo explica Mila Ivanovic.

El mismo problema a nivel económico, con las cooperativas, empresas recuperadas y otros experimentos locales: ¿cómo coordinar estos ensayos autogestionarios que no sea por medio del mercado, que tiende a desarticular la dimensión alternativa de estos espacios? ¿Con qué instrumentos? ¿Partidos, organizaciones, movimientos? ¿Y cómo abordar la discordancia de tiempos entre las elecciones –hoy América Latina vive en regímenes constitucionales, tras la noche negra de las dictaduras y guerras civiles– y lo indispensable, las luchas sociales y de autoorganización? Hervé Do Alto nos recuerda por ejemplo que la actual experiencia boliviana no habría podido surgir sin la creación del partido-movimiento MAS (Movimiento al Socialismo), que no sólo ha llevado al gobierno a Evo Morales por medio las urnas, sino que ha comenzado también a democratizar este país, el más pobre de América del Sur. Sin embargo, los gobiernos actuales, y su orientación general neo-desarrollista o en favor de un “capitalismo Ando-amazónico”, recuerdan una vez más que las izquierdas pueden ganar el gobierno, sin que el pueblo gane el poder, ni que esto signifique un proceso de ruptura (Toussaint, 2009). Todo lo contrario, ocurre a menudo que iniciativas venidas desde abajo son el blanco del autoritarismo de ejecutivos que, inicialmente, habían sido elegidos como una posible vía de cambio. ¿Qué pensar del gobierno nacionalista de Ollanta Humala en Perú, que había recibido el apoyo de una gran parte de la izquierda y de la sociedad civil y que hoy día encarna la figura de un gobierno al servicio de las transnacionales mineras, dispuesto a reprimir a su pueblo?¿Y qué ocurre con las relaciones entre toda una parte de los movimientos sociales, indígenas, obrero, con gobiernos nacionalistas-populares o progresistas (como por ejemplo los de Correa en Ecuador, Roussef en Brasil o Morales en Bolivia? Muchos militantes denuncian lo que consideran un nuevo rostro del capitalismo en vez de una perspectiva de reformas post-neoliberales, y por ello los repetidos conflictos entre estos presidentes y una parte de la población o de los trabajadores organizados.

En sus reflexiones sobre el “futuro del socialismo”, el economista Claudio Katz recuerda que el debate no se refiere tanto a la realización inmediata de otro mundo posible sino a su comienzo, condición esencial para cualquier avance futuro. Afirma que una estrategia de transformación radical se extiende necesariamente durante un largo período y que, en este camino sembrado de trampas, “todo proyecto político y económico basado en la mayoría de la población que presente signos que van hacia la extensión de la propiedad colectiva y la consolidación de la autogestión popular, representa una forma embrionaria de socialismo” (Katz, 2004). Con este rasero (y en marco de las relaciones existentes con el imperialismo) podrían juzgarse los procesos de transformación en la región. Sobre esta base, nadie duda de que el camino será todavía largo, a pesar de los saltos logrados hacia la emancipación…

Cambiar el mundo favoreciendo la autoorganización y transformando el modelo de desarrollo, modo de producción, instituciones y sociedad: un desafío para pensar la emancipación del siglo 21… Pero se trata también de lograr aquí y ahora otras formas de vida posibles, hacer la demostración de las alternativas, verificar in vivo nuevos horizontes y crear bienes comunes: como lo decía Jacinta, militante del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) brasileño, se trata de convertirse en “sujeto de su propia historia”, o para José Martínez, productor agroecológico colombiano, recrear “sistemas de vida”. Jules Falquet recuerda que a pesar de la violencia masculina, neoliberal y guerrera que reina en México, mujeres y feministas han sabido retomar la iniciativa. En suma, con este libro colectivo, hemos intentado mostrar el momento vertical y el momento horizontal de una política de emancipación, y sus tensiones permanentes. Se trata de una invitación a inspirarse en la riqueza de las experiencias “desde abajo”, comunitarias, locales, autogestionadas, sino también en parte «desde arriba”, con el papel de los partidos políticos, de los procesos constituyentes, de los gobiernos progresistas, con el fin de retomar un debate estratégico necesario, que en parte ha quedado sepultado bajo los escombros del muro de Berlín y eclipsado por la asfixia de la revolución cubana.

Para Richard Neuville:

“La diversidad de las experiencias [en curso] demuestra ampliamente la riqueza de las prácticas emancipadoras en marcha en el subcontinente latinoamericano. Expresan relaciones diferenciadas con el poder […]. En su diversidad, los movimientos sociales plantean claramente la cuestión de la democracia en sus aspectos económico, político y social, tanto a través del control y la gestión directa de la producción, la participación activa en las instancias de decisión como la autoorganización y la autonomía. Por ello, aún con matices, pueden ser categorizados como movimientos autogestionarios” (2012).

Se trata también de pensar los vínculos entre el campo social y político que estas variadas experiencias plantean, para continuar una reflexión que sigue abierta. Retomando figuras teóricas antes citadas, para enfocar la articulación entre crítica “artista” y crítica “social” del capitalismo, entre la Voice y el Exit, entre utopías concretas y proyectos políticos post-capitalistas y écosocialistas. Cuando se recorren los ejemplos aquí presentados, se puede avanzar la hipótesis de que en América Latina, las denuncias de la alienación neoliberal o los ensayos de emancipación comunitarios están precisamente conectados a la crítica social y ambiental del capitalismo (OSAL, 2012) y, sobre todo, a sus movimientos populares. Esto es lo que hace la fuerza del panorama actual en el subcontinente. Junto con otras cuestiones fundamentales que evidentemente habrá que tratar: los modelos de desarrollo cuando extractivismo y ecocidios hacen estragos en todo el continente, las relaciones de “raza” y de género, las integraciones regionales y la solidaridad internacional. ¡Un vasto programa en perspectiva!

Como señalaba Daniel Bensaid en su debate con John Holloway:

“Hay que atreverse a ir más allá de la ideología, sumergirse en las profundidades de la experiencia histórica, para retomar los hilos de un debate estratégico enterrado bajo el peso de las derrotas acumuladas. En el umbral de un mundo en parte inédito, donde lo nuevo cabalga sobre lo antiguo, más vale reconocer lo que se ignora, estar disponible a las experiencias que vendrán, que teorizar la impotencia minimizando los obstáculos a franquear” (ContreTemps, 2003).

Este pequeño libro colectivo es una invitación al viaje, al debate más amplio y a pensar otros posibles para el mañana. Una invitación al “principio esperanza” y al optimismo que defendía el filósofo Ernst Bloch [18], por encima de las catástrofes y la barbarie que acechan. Una convicción: estas utopías concretas vistas desde el Sur, llegadas de la “gran patria” de José Martí y de Mariátegui, pueden, junto con otras, ayudarnos a rearmarnos en el plano de las ideas y a (re)pensar cómo transformar el mundo.

Franck Gaudichaud
Viento Sur / ContreTemps

Bibliographie

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R. Zibechi, Disperser le pouvoir : les mouvements comme pouvoirs anti-étatiques (Dispersar el poder: los movimientos como poderes antiestatales), L’Esprit frappeur, Paris, 2009.

NOTAS

[1] Nuestro agradecimiento a Emmanuel Delgado Hoch, de las ediciones Syllepse, por sus comentarios críticos a este texto. El resultado final, como tiene que ser, es de mi entera responsabilidad.
[2] Se trata en realidad de una gran variedad de gobiernos: de centro-izquierda, progresistas, social-liberales o nacional-populares, siguiendo las configuraciones socio-históricas nacionales, y sus relaciones con los movimientos sociales, con el imperialismo y con las clases dominantes.
[3] Caracazo : insurrección popular ocurrida el 27 de febrero de 1989 en Caracas contra la política neoliberal y las subidas de tarifas, impuestas por el presidente social-demócrata Carlos Andrés Pérez. La represión policial causó, según las estimaciones, entre 1.000 y 3.000 muertes.
[4] Sobre esta nueva generación de Golpes de Estado, a veces denominados “legales”, ver: “Coup d’Etat au Paraguay”, 23/06/2012, y “Honduras, un an après le coup d’Etat” (por Renard Lambert), La valise diplomatique, 28/06/2010, http://www.monde-diplomatique.fr.
[5] N. Klein, La Stratégie du choc , Actes Sud, París 2008.
[6) Ver también el dossier: “Menos desigualdades, ¿más justicia social?”, Nueva Sociedad, nº 239, junio 2012, http://www.nuso.org.
[7] En su libro, Boltanski y Chiapello distinguen la crítica “artista” que denuncia la alienación, la sociedad de consumo y la inautenticidad del capitalismo (asumida muchas veces por estudiantes, artistas e intelectuales), de la crítica “social”, centrada en la explotación y llevada a cabo por el movimiento obrero; recuperada la una por el sistema de gestión y muy desconectada de la otra, desde sus comienzos, en 1968 ( Le nouvel esprit du capitalisme , Paris, Gallimard, 1999).
[8] Albert O. Hirschman, Défection et prise de parole, Paris, Fayard, 1995.
[9] Sobre la noción mestiza del “ buen vivir” e indígena de Sumak Kawsay, ver el artículo de Matthieu Le Quang sobre Ecuador en este volumen.
[10] Ver el rico reportaje sobre varias utopías comunitarias europeas de Isabelle Fremeaux y John Hordan: Les sentiers de l’utopie , Zones – La Découverte, Paris, 2011, y el informe crítico de F. Poupeau: “Peut-on changer le monde? Des gens formidables…”, Le Monde Diplomatique, Paris, noviembre 2011.
[11] El concepto de “colonialidad del poder” fue presentado por primera vez por el intelectual peruano Anibal Quijano. Según este último, la matriz colonial se basa en cuatro pilares: la explotación de la fuerza de trabajo, la dominación etno-racial, el patriarcado y el control de las formas de subjetividad (o imposición de una orientación cultural etno-centrista). Dos siglos después de las independencias latinoamericanas, esta matriz seguiría siendo central en las relaciones sociales: “esta colonialidad del poder se ha mostrado más duradera y más arraigada que el colonialismo en cuyo seno se engendró, y que ayudó a imponerla mundialmente”, inscribiéndose por tanto en una dominación de tipo post-colonial (Quijano, 2007).
[12] La idea de “Por abajo, a la izquierda” es una referencia central de la experiencia zapatista.
[13] D. Bensaid, “La Révolution sans prendre le pouvoir? À propos d’un récent livre de John Holloway », ContreTemps, 2003.
[14] Piqueteros: “trabajadores desocupados” que cortaron las carreteras con grandes “piquetes” de huelga, tras la crisis de 2001 en Argentina.
[15] Ver la interesante entrevista a Zibechi aparecida en la revista libertaria Réfractions (2007).
[16] Sobre este debate estratégico internacional y sus prolongaciones, así como las repuestas aportadas por Holloway, ver: Contra y más allá del Capital (2006).
[17] S. Halimi, “Quelle societé future ? Dernières nouvelles de l’Utopie », Le Monde Diplomatique, Paris, agosto 2006.
[18] A. Münster, Ernst Bloch, messianisme et utopie, PUF, Paris, 1989.

Traducido del francés por: VIENTO SUR
Revisado por:  María Piedad Ossaba (Red Tlaxcala – La Pluma)
Fuente: Contretemps, 10 de enero de 2013

Franck Gaudichaud

MI CARNE ES BRONCE PARA LA HISTORIA.

MI CARNE ES BRONCE PARA LA HISTORIA

 
 
 
 
 
En el marco de la 34º Internacional del Libro de Santiago Editorial Momentum les invita a la Presentación del Libro SALVADOR ALLENDE MI
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En el marco de la 34º Internacional del Libro de Santiago
Editorial Momentum les invita a la Presentación del Libro
SALVADOR ALLENDE
MI CARNE ES BRONCE PARA LA HISTORIA
LA VERDAD DE SU MUERTE
de la periodista de investigación Maura Brescia
El acto será el domingo 3 de Noviembre, a las 19 horas, en la sala Acario Cotapos de la Estación Mapocho
Presentan:
Luis Casado, editor de la revista Politika
Matías Coll, abogado querellante en la causa Salvador Allende
Entregando esta invitación tiene ingreso libre para 2 personas
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«La verdad de su muerte. Mi carne es bronce para la historia». Libro investiga la muerte de Salvador Allende

20/08/2013 |

Cuarenta años han pasado desde el bombardeo al Palacio de la Moneda y de la muerte del ex presidente Salvador Allende y todavía persisten serias dudas sobre como murió realmente el ex mandatario y se impone el deber de esclarecer la verdad sobre este hecho.

Por ello, el libro «La verdad de su muerte. Mi carne es bronce para la historia» de la periodista Maura Brescia, publicado por Momentum, a través de una rigurosa investigación periodística busca mostrar la verdad sobre la forma en que el ex presidente falleció el 11 de septiembre de 1973 en el palacio de Gobierno.

La presentación será el 22 de Agosto, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Matucana 501, Santiago Centro.

 

Intervendrán el médico legista Luis Ravanal, el abogado Matías Coll, los periodistas Juan Pablo Cárdenas, Mauricio Weibel y Ernesto Carmona, además de la autora además, se presentará el video«Exhumación de Salvador Allende» del cineasta Pablo Salas

 

Este trágico episodio se transformó en el caso más emblemático de la historia de Chile y en uno de los hechos más trascendentales de la historia contemporánea.

 

Después de los funerales oficiales, que se efectuaron junto con el restablecimiento de la democracia en Chile, la tesis del suicidio se impuso aunque hasta ahora no ha quedado claro como fue que realmente murió el primer Presidente socialista elegido democráticamente en las urnas.

 

La autora de este libro- reportaje fue desenredando una telaraña que entrecruza a personajes que actuaron ese día en La Moneda e igualmente, se incluyen reveladoras cartas intercambiadas, durante ese período, por Salvador Allende, Fidel Castro y Augusto Pinochet. Además, se anexan reales documentos médicos- legales y estudios balísticos que permiten concluir un final incuestionable.

 

La legitimidad de la muerte del Presidente Allende no es patrimonio de quienes, por interés o temor, han certificado su suicidio. Para la autora actuaron, desde la sombra, fuerzas interesadas en la consecución de sus propias agendas, de carácter político o personal, más que en el descubrimiento de la verdad histórica acerca del destino del trigésimo tercero Presidente de Chile.

Este libro busca revelar un oculto secreto de Estado. La verdad sobre la muerte de Salvador Allende.

 

 

Memoria Contingente. MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES, REIVINDICACIONES PARALELAS (I)

lunes, 20 de junio de 2011

MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES, REIVINDICACIONES PARALELAS (I)

Termina en breve el año académico en todas nuestras universidades y desde lo vivido en estos últimos años no podía sino brindar alguna que otra entrada a quienes lucharon y a aquellas personas que hoy en día mantiene viva la llama de las reivindicaciones en nuestras universidades.Dicen quienes aman la historia que esta siempre se repite una y otra vez, dice también un refrán que el hombre (o la mujer) es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” pero, y si la historia realmente estuviese repitiéndose. Bueno quizás una repetición sería exagerar, pero no puedo evitar ver ciertos ¿paralelismos?

No voy a alejarme mucho en el tiempo, pero hace tan solo unos 35 años en un país sumido en la dictadura del General F. Franco…

 

Cuentan las y los historiadores y corroboran diversos escritos que allá por los años 60 y 70 del siglo XX, la universidad que conocemos se hallaba sumida en un mar de contradiciones, luchas internas y vientos de renovación. Dicen también que ya por 1956 nacía una de las primeras protestas estudiantiles en contra de lo que se denominaba Sindicato Español Universitario (SEU) y que tras aquella protesta se constituía el primer Congreso Libre de Estudiantes...

Aún recuerdo aquel año, apenas habría llegado a adecuarme al funcionamiento de la universidad, pero había algo que llamaba mi atención. Un grupo de estudiantes que reclamaban más participación, un grupo de estudiantes que pedían tener voz en aquello que se estaba construyendo (y de lo que ni siquiera se nos estaba informando). Mientras tanto, yo vivía inmerso en uno de tantos “programas piloto” del proceso “Bolonia”.

Los años 50 pasaron con el proceso de “apertura” que comenzaba a realizar la dictadura de cara a obtener cierta aceptación internacional. Aquel viejo SEU empezaba a llenarse de estudiantes que guiados por la necesidad de constituirse como voces críticas (democráticas y altenativas) dentro del propio sindicato llevaban a cabo actividades culturales, elaboraban revistas y difundían información sobre la situación de la universidad, estableciendo enlaces con los mivimientos obreros y la ciudadanía…

Mientras, yo en 2009 comencé a involucrarme de una forma más activa en la representación estudiantil. No tenía claro cómo, pero quería cambiar aquello que consideraba no funcionaba bien, tampoco era consciente de la diversidad de intereses y movimientos contrapuestos o confluyentes que existían en este tipo de organización.

Las elecciones a los cargos de la Delegación General de Estudiantes (DGE) marcaron de forma drástica mi camino dentro de la representación. Pero, quizás lo que más podría destacar del comienzo de ese activismo representativo, es la suerte de haber podido conocer a un grupo de compañeras y compañeros comprometidos con lo que hacían y que además no vacilaban ni escatimaban ni un instante para ponerse a trabajar en aquello en lo que creían.

En estos años (y aún antes, según he ido leyendo y me han ido informando) ya existía la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de las Universidades Públicas (CREUP) un foro que a simple vista podría antojarse como encuentro de quienes dentro de las distintas universidades quieren buscar caminos alternativos a los marcados por las instancias de poder, dejadme pensar que puede resultar lo contrario. Pero, más allá de esto en varias universidades españolas habían asumido la representación personas bastante críticas con las reformas que se llevaban a cabo, personas que en algunos casos, en otros no, habían formado parte de aquellos movimientos “antibolonia” y que planteaban formas y estructuras de participación más democráticas y transparentes de cara al conjunto de la comunidad universitaria y sobre todo al sector estudiantil. Más allá de eso en Andalucía coincidían, gracias al empeño y empuje sobre todo (según me cuentan) de una compañera de Cádiz, un grupo de personas que volvían a relanzar lo que en años anteriores ya se conocía como Coordinadora Andaluza Interuniversitaria(CAI), un foro donde los máximos representantes estudiantiles discutían, se formaban y establecían planes de acción conjuntos….

Un decreto de septiembre de 1961 proclamaba la posibilidad de elección libre de los delegados de curso y centro, un triunfo de la lucha estudiantil que posibilitaba la coordinación por parte de grupos como la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE) de estudiantes en los cargos del SEU. Entre 1963 y 1964 los representantes elegidos democráticamente por los estudiantes proclaman la ruptura con las jerarquías no sujetas a normas democráticas del SEU. Nacía un sindicato democrático e independiente de los poderes universitarios y gubernamentales con “la idea de unir la lucha por la democracia en la universidad, con la lucha por la democracia en España”(1) …

A finales de los 90 y principios del siglo XXI, los movimientos antibolonia reflejaron el sentimiento de una buena parte del sector estudiantil universitario. Buscaban una reorientación de la reforma y un debate abierto sobre el proceso que se estaba llevando a cabo. Sus peticiones y su análisis no han sido, aún, reconocidas a pesar de demostrarse la anticipación en sus documentos a lo que actualmente denuncian muchas de las personas que sufren esta reforma. Los poderes gubernamentales han actuado con cierta anticipación, y dibujando una historia muy diferente a la realidad hacían como suya la puesta en marcha a finales de 2010 de una de las reivindicaciones históricas del movimiento estudiantil, la creación de un órgano de representación, debate y puesta en común de las necesidades del colectivo más amplio de la Universidad, las y los estudiantes.

En 1964, la Cámara de Estudiantes de Ciencias Económicas de Barcelona transmite en su revista “Siega” un análisis “demoledor” de la situación en la universidad en la que consideran que hay “un profesorado seleccionado de forma dudosa y poco garantista, que permite la existencia de muchos catedráticos incompetentes; con unos planes de estudio mal elaborados, en cuya concepción y ejecución los estudiantes no tienen ni voz ni voto… Una universidad mal dotada económicamente y peor administrada. De ahí, que los estudiantes no conciban su trabajo como una responsabilidad intelectual, que no estén orientados en sus estudios, y que la universidad se encuentre aislada de los problemas del país.”(2) Para terminar pedían “un sindicato independiente y representativo, diferenciado de las autoridades politicas y académicas y con capacidad de diálogo frente a ellas”(3).

A finales de 2010 y principios de 2011 el Ministerio de Educación organizaba sendas reuniones por medio de la cátedra UNESCO de política universitaria a la que asistían casi la totalidad de representantes de estudiantes elegidos de forma democrática por sus compañeras y compañeros de universidad. En aquella reunión un amplio sector de las personas allí reunidas expresaban su desacuerdo con el Estatuto del Estudiante Universitario sobre el que se instaba a debatir (entre otras cosas porque ya no había nada que cambiar y se trataba de una reunión de trámite) y con la composición del órgano estatal que actuaría como representación (en la figura de su presidente) ante los órganos de Gobierno Estatales en las negociaciones sobre aquellas políticas universitarias que afectaban al sector estudiantil, entre otras cosas porque la figura presidencial del Consejo de Estudiantes Universitario del Estado (CEUNE) estaba ya bien definida y recaería en el Ministro de Educación de turno. Los representantes de estudiantes reclamabamos entonces “un órgano independiente y representativo, diferenciado de las autoridades políticas y académicas, y con capacidad de diálogo y negociación frente a ellas”.

Continuaŕa…

MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES, REIVINDICACIONES PARALELAS (II)

MAI 1968,

¡Se cierra!Grito del corazón de los guardianes del museo hombre usado

Grito del corazón para transplantar

para remendar
Grito de un corazón extenuado
¡Se cierra!
Se cierra la Filmoteca y la Sorbona también
¡Se cierra!
Se aprisiona la esperanza
Se enclaustran las ideas
¡Se cierra!
Y si la juventud abre la boca
por la fuerza de las cosas
por las fuerzas del orden
se la hacen cerrar
¡Se cierra!
Pero la juventud por tierra
aporreada pisoteada
gaseada y cegada
se levanta para forzar las grandes puertas abiertas
las puertas de un pasado emntiroso
caduco
¡Se abre!
Se abre sobre la vida
la solidaridad
y sobre la libertad y la lucidez. (Jacques Prévet) 

Pero, ¿en qué terminaron las reivindicaciones de aquellos sectores estudiantiles más críticos con el SEU y con las políticas complacientes de quienes estaban al frente?

Las críticas vaticinaban un gran cambio en la representación estudiantil, y sobre todo una enorme repercusión en las políticas gubernamentales y universitarias. Pero, el régimen no permitiría que estas reivindicaciones superaran lo previsto por los órganos de poder y llevando a cabo un cambio de estrategia (hasta ahora la respuesta a tales reivindicaciones había sido la imposición por medio de la fuerza) creaba las Asociaciones Profesionales Estudiantiles (APE) (1) con las que lograba absorver a una gran parte del sector estudiantil, ya que estas proporcionaban la posibilidad de salidas profesionales y se constituían como una “alternativa profesional y apolítica” tanto al SEU como a los Sindicatos Democráticos de Estudiantes Universitarios (SDEU) algo que ya denunciarían por aquel entonces tanto la FUDE como la Unión de Estudiantes Demócratas (UDE).

La desaparición del SEU vino sobre todo precedida por una intensa actividad política y reivindicativa de muchas personas que al margen de este sindicato y como independientes comenzaron a vertebrarse en actividades paralelas, inbrincándose con movimientos sociales y constituyendo vías alternativas a un órgano que ¡no les representaba!. En la revista “Díaleg” de la Universidad de Valencia José Antonio Noguera decía:

”Había un gran movimiento cultural. Un grupo de independientes nos organizamos al margen del SEU. Decidimos no conceder representatividad a los cargos del SEU, que a veces éramos nosotros mismos. Recuerdo que hacíamos revistas orales: Paco Brines y Jacobo Muñoz hicieron “La caña gris”, lo mejor que se hacía en poesía. Bartrina, Alfons Cucó y Raimon cantaban. Yo presidía el cine club universitario -que teóricamente era del SEU-. Había revistas orales, de gran aceptación y éxito. Editábamos la revista “Concret”, y después “Dialeg” – Vicent Álvarez, J. V. Marques, el sacerdote latinoamericano Pablo Varela, Cucó y yo mismo-”.(2)

La vertebración del CEUNE en 2010 iba a contar en su composición con la presencia de varios actores que ayudarían a equilibrar la balanza en aquellas decisones contradictorias, asegurando un punto de apoyo más a las políticas impuestas por los gobiernos de turno. Las asociaciones de estudiantes y la inclusión de la representación de las Universidades privadas del Estado tendrían el mismo peso que la representación estudiantil elegida democráticamente y a través de los órganos estudiantiles de representación correspondientes, con una sorpresa añadida, aquellas universidades que no contaran con una Delegación o Consejo de Estudiantes legalmente constituido deberían elegir a su representante de entre los estudiantes representantes en Consejo de Gobierno, posibilitando así, una vez más, el uso de la pillería en la elección de representantes (algunas universidades dictaminaron que para la elección a representante en el CEUNE pudieran votar no solo las y los representantes estudiantiles en Consejo de Gobierno, sino también el profesorado y PAS presente en dicho órgano). El CEUNE nacía así perdiendo parte de las garantías democráticas que vaticinaba de cara a la participación y representación estudiantil.

Para parte de quienes forman hoy dicho Consejo de Estudiantes del Estado o algunas de las personas que han visto como se ha impuesto un Estatuto y una organización contando tan solo con el apoyo y asesoramiento de asociaciones que no recogían a toda la representación estudiantil democráticamente elegida en cada Universidad, la respuesta al CEUNE está clara, hay que garantizar estructuras paralelas al mismo, que se construyan desde las garantías democráticas y de representatividad y que se transformen en verdaderas promotoras de las necesidades y decisiones de las y los estudiantes de a pie.

La historia que continúa desde 1965 y 1966 es de sobra conocida por todas y todos, en varias Universidades (Sevilla, Madrid y Barcelona) el rechazo a las APE se acentúa, consiguiéndo además el apoyo de un sector del profesorado crítico con las políticas del régimen y que se adhería personalmente a las protestas estudiantiles.

Se volvía a crear un Sindicato Estudiantil paralelo, tras el triunfo del Congreso Democrático de Valencia sobre el intento del presidente de las APE’s, a quien los estudiantes no reconocían como su representante, de reunir de nuevo a todos los estudiantes (3). Este Sindicato se estructura sobre los principios de la democracia asamblearia, se constituían asambleas de curso, facultad y distrito, y se organizan los trabajo en distintas especialidades: estudios universitarios, que analizaba documentos y proponía alternativas tanto al funcionamiento académico como político; Información, que intentaba conectar las reivindicaciones estudiantiles con las obrearas y sindicales , realizando además todas las labores de difusión; y actividades culturales, que ponía en marcha teatros, encuentros, conciertos, creación de revistas, seminarios, etc.

Lo que sigue desde este año 2011 y el año que nos sigue es cosa de quienes tienen la certeza de luchar por los intereses compartidos de una Universidad Pública; Democrática en todas sus decisiones, órganos y procesos electorales; que garantice el acceso de todas las capas sociales a la educación, sin restos de discriminación; aislada de intereses políticos partidistas… lo que sigue es construcción de todas y cada una de las personas que están directamente relacionadas con la representación y participación estudiantil y, estoy seguro de que he conocido a muchas personas que no cederán en su empeño.

¡nunca dejéis que nada os haga desfallecer!

 

 

1. Rojos y demócratas. La oposición al franquismo en la Universidad de Valencia. 1939-1975. Benito Sanz Díaz. Edita: CC.OO. PV, FEIS y Albatros. Valencia. 2002. ISBN 84-7274-256-3 ; Gómez Oliver, Miguel. El movimiento estudiantil español durante el franquismo (1965-1975).Revista crítica de ciencias sociales ISSN 0254-1106, Nº. 81, 2008 , 93-110

2. Rojos y demócratas. La oposición al franquismoen la Universidad de Valencia. 1939-1975. Benito Sanz Díaz. Edita: CC.OO. PV. FEIS y Albatros. Valencia. 2002. ISBN 84-7274-256-3 

3. Sanz Díaz, Benito. El fin del Franquismo en la Universidad. “II Encuentro de Investigadores del Franquismo”. Volumen II, pp. 97-114.I nstituto Gil-Albert, FEIS, y Universidades de Valencia y Alicante. Alicante. Alicante. 1995

+info:

Claret Miranda, Jaume. Cuando las cátedras eran trincheras. La depuración política e ideológica de la UNiversidad española durante el primer franquismo. HISPANIA NOVA. Revista de Historia Contemporánea. Número 6 (2006) http://hispanianova.rediris.es 

1. Gómez Oliver, Miguel. El movimiento estudiantil español durante el franquismo (1965-1975).Revista crítica de ciencias sociais, ISSN 0254-1106, Nº. 81, 2008 , 93-110

2. Ibid.

3. Op. cit.

Más info:

Informe de la Cámara de Estudiantes sobre «los problemas de los Universitario» aparecido en el número 3 de la Revista oral «Siega» de la Facultad de ciencias económicas de Barcelona. 5 de marzo de 1964.

Rojos y demócratas. La oposición al franquismo en la Universidad de Valencia. 1939-1975. Benito Sanz Díaz. Edita: CC.OO. PV, FEIS y Albatros. Valencia. 2002. ISBN 84-7274-256-3

Jaume Claret Miranda, Cuando las cátedras eran trincheras. La depuración política e ideológica de la Universidad española durante el primer franquismo. HISPANIA NOVA. Revista de Historia Contemporánea. Número 6 (2006) http://hispanianova.rediris.es

Fernández-Montesinos Gurruchaga, Andrea (2008). Hijos de vencedores y vencidos: los sucesos de Febrero de 1956 en la universidad central. Memoria de Máter presentada en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Compluense en Septiembre de 2008.

Marx, la tribu urbana, la afinidad y el coleto

Marx, la tribu urbana, la afinidad y el coleto

 

Las tribus urbanas comienzan su apogeo en los Estados Unidos de la recesión, después de los años 30. Los negros hasta allí eran ordenados en iglesias protestantes, donde practicaban la música de sus ancestros y sus variantes, como el spiritual, se divertían y los muchachos conocían ahí a la que le robaría el corazón. Esa imagen idílica del negro oprimido al más puro estilo Tío Tom comienza a cambiar con los primeros gangs. La Mafia y otras organizaciones se estructuran como partidos políticos, unidos en torno a la ganancia derivada de actos ilícitos, los antecedentes del narcotráfico, tales como comercio de alcohol clandestino, prostitución, extorsión, etc.con los antecedentes de las luchas raciales entre italianos e irlandeses que anteriormente disputaban los docks de Nueva York formando verdaderos ejércitos que se enfrentaban en las calles dejando decenas de muertos.

 

No es casualidad el auge internacional del narcotráfico en la época del comienzo del fin del keynessianismo, el estado de bienestar asumido por un importante sector de la burguesía, la socialdemocracia y los partidos comunistas en la pos guerra, desde finales de la década del sesenta, al igual que en la recesión inciada por el crack del año 1929. En ambos casos el gigantesco desempleo llevó a que parte de la población, en especial jóvenes, se agrupasen en las más diversas modalidades, algunos como los Panteras Negras en función del cambio social y otros dedicados exclusivamente a disfrutar algunos placeres que incentivaba el propio sistema, interesado en desviar la energía y dinámicas juveniles hacia si mismos, ojala en choque frontal con el resto de la sociedad. Las tribus urbanas, estudiadas hasta el cansancio por la sociología norteamericana, que adscribía a la metodología interpretativa del estructural-funcionalismo, nace así. Sin olvidar que hay muchos antecedentes, una de las actividades más difundidas por el comercio y el establishment fue el Rock, que habiendo nacido entre los negros como expresión artística contestataria, al igual como sería posteriormente el Rap y el Hip Hop, fue colocado hacia la opinión pública a través de la midia y el enriquecimiento de una cadena de intermediarios, contratistas, promotores y usureros de todos los pelajes, que utilizaban la calidad artística de los músicos y el afán de escucharlos (y comprar discos), a partir de la masividad obtenida por la propaganda que hicieron con Elvis Presley, fenómeno muy bien trabajado por el sistema mercantil y que atrajo a descargar energías y compartir con otros a millones de jóvenes en todo el mundo utilizando el fin de semana en el hedonismo del placer obtenido así en medio del desempleo y la descarnada explotación salarial. Un poco de alegría y voladas para que no se maten, se suiciden, etc. y menos aún que se organicen para oponerse y pretender cambiar la sociedad.

 

Los mismo sucedió con otras formas musicales y algunas otras diferentes modalidades de la vida y el comercio, tales como las carreras de autos, los juegos de azar callejeros, los motoqueros y aún los propios camioneros. Por ejemplo los motoqueros formaban sus clanes o tribus con tatuajes y aún pinturas, chaquetas negras con calavera cruzada, remedando el rol contestatario de los piratas, llegando a instalar banderas negras con ese símbolo de los famosos “bandidos” de los mares. Así su vida y su tiempo libre giraba en torno a la adquisición de la moto (que aumentaron las ventas de forma extraordinaria) y la compra permanente de gasolina (lo que contribuyó a la aceptación social de la explotación y uso del petróleo), pero como su capacidad adquisitiva era baja, había que ingresar en muchos casos a las filas del delito para satisfacer la demanda. Los choques entre tribus motorizadas fueron de antología y ayudaron junto al Rock a perfilar la imagen de una sociedad “libre” a la cual todos querían llegar. Muy hábil desde el punto de vista geopolítico de la potencia que no ocultaba sus afanes de dirigir al mundo mediante sus figuras guerreras como Popeye el marinero, Joe Palooka, el chicle y luego Rambo, así como sus figuras heroicas vestidas con los colores de la bandera yanqui, como Superman y la seguidilla de ridículos personajes con poderes similares a los dioses, que salvaban al mundo de los malvados, que siempre tenían una cara que no se asemejaba al típico yanqui de mentón cuadrado de tanto mascar chicle, como dice Piero en aquella inolvidable canción.

 

En Inglaterra llegan a ser famosos los Hooligans, bandas de estructura clandestina y con metodologías de entrenamiento para el choque, que dirigían las barras de los simpatizantes de algún club de fútbol y provocaban enfrentamientos sanguinarios con muertos y heridos en ambos lados, lo que llevó a Scotland Yard a realizar una de las más espectaculares acciones de penetración, infiltración y desmantelamiento de esas agrupaciones o de otras que recuerde la historia.

 

A nivel internacional surgen los Punks, vestidos de ropa rasgada y llenos de puntas y púas, con lo que demuestran que no aceptan las reglas del juego sistémico, muy interesantes por lo demás, ya que denota una clara conciencia de que vivimos en una sociedad de porquería, sin embargo poco contribuyen al cambio, ya que la gente no adhiere a su modo de vestirse y actuar, con lo que van quedando como tribus encerradas en si mismas. Sin embargo surgen de allí otras dos variantes, una de ir al choque a enfrentar a los grupos fascistas y racistas, y otra de anarcopunks, que se alían a colectivos anarquistas y culturales para generar espacios más amplios de reproducción de la contestación, van juntos a manifestaciones, algunos asumen ciertos principios de la ecología y los menos deciden irse a vivir en comunidades como ecoaldeas, pero siempre aislados del resto de la población.

 

Serán los hippies los que rompen la continuidad de los grupos de afinidad más cerrados y abren hacia todos lados el ejemplo del pacifismo y del vivir en comunidades, desarrollan con fuerza la espiritualidad y el naturismo, visten de colores y de forma desarrapada, se dejan barba y tienen sus propias expresiones musicales, como los Mamas and the Papas y los Abbas, siendo los primeros los que incorporan a la familia casi completa en la acción musical y la tramoya, rescatando antiguas tradiciones artísticas, lo que fue asumido inicialmente por los Jaibas. Tuvieron una notable participación política en las movilizaciones contra la guerra y aún en la academia, siendo en los años sesenta un referente conceptual para muchos teóricos que desarrollaron reflexiones críticas y publicaron libros en campos como la psicología, la epistemología, la criminología, la sociología y otros. Es inolvidable el libro “Alguien voló sobre el nido del cuco”, que Jack Nicholson representó en la película “Atrapados sin salida” y que expresa una de las más fuertes críticas al sistema: el “tinglado” que denuncia el indio prisionero en el manicomio.

 

Actualmente los hippies están reducidos a una mínima expresión, sin embargo muchos rescatan sus enseñanzas en la búsqueda de formas diferentes de vida, más próximas a la naturaleza y a las comunidades originarias.

 

Hoy día encontramos el espíritu de tribus en los grupos de afinidad ideológica, donde el instinto de agregación es canalizado para muchos jóvenes en “colectivos ideológicos” o colectivos de afinidad, el “coleto”, que continúan el espíritu de “vanguardia” de los viejos partidos políticos de izquierda y buena parte invierten esfuerzos en la futura toma del poder, especialmente a nivel universitario, donde las diferentes corrientes procuran reclutar jóvenes idealistas retirándolos del desarrollo de sus propias capacidades para incorporarlos en orgánicas y estrategias previamente elaboradas, por lo que hay para escoger desde la extrema izquierda, pasando por una enorme gama y variedad de propuestas, hasta la extrema derecha.

 

Esas propuestas dicen estar basadas en el paradigma marxista, conjunto de interpretaciones, visiones y pasos a dar que habría elaborado Marx, lo que bien analizado resulta ser un craso error, pero bien utilizado por los dirigentes de esos grupos, que aspiran a dirigir el aparato del estado imaginando que así podrán “hacer cambios” y reclutan a sus militantes sobre la base de la comprensión lógica de los contenidos ordenados dentro de dicho paradigma. Veamos, pues, que tan paradigmático fue Marx:

 

Al menos en tres oportunidades Marx escribió en sus cartas que no era “marxista” ni aceptaba esa categoría, que Engels intentaba instalar en la teoría y práctica para “conducir” desde las dirigencias, aprovechando de forma oportunista las investigaciones de Marx para hacer de ellas una receta de cocina cerrada. Marx fue muy claro en el capítulo 3 de “La guerra civil en Francia” que los obreros no necesitan un programa acabado. Tampoco planteaba que el estado era el instrumento del cambio, ya que afirmó que la Comuna cumple las funciones del estado. Engels no aceptó esas conclusiones y anotó posteriormente su opinión, contraria a la de Marx, en la introducción de dicho libro y, como si fuera poco, en su tumba inaugura lo que llamó “marxismo”, que Lenin toma para ordenarlo en lo que llamó “Las tres fuentes y tres partes integrantes del Marxismo”, demostrando en ese texto y en “El estado y la revolución” que en realidad era seguidor de Engels y no de Marx. Luego Lenin escribiría la obra fundamental trabajada por los partidos burocráticos, llamada “El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, donde establece los principios de un modo autoritario de gobernar, aún contra la crítica de grupos marxistas que allí son señalados prácticamente como agentes del enemigo, al igual que los anarquistas. Es un error asumir, como pretenden los partidos comunistas, que los opositores a Lenin eran solamente los anarquistas, pues habían varios grupos que rescataban los principios de Marx y cuestionaban la orientación Engelista de Lenin.

 

De allí entonces que no era extraño ver en los soviets autónomos interactuando a anarquistas, grupos marxistas, autónomos y aún marineros y soldados, como hoy día interactúan en las bases estudiantiles movilizadas en Chile y en la organización de formas de vida comunitaria en los barrios y localidades. Los “ultraizquierdistas” atacados por Lenin, son los mismos ultras que atacan todos hoy día en la composición mayoritaria de la Confech.

 

La mayoría de esos grupos de base hoy día en Chile, más que “imponer” un paradigma a la población, procuran generar prácticas participativas y horizontales de democracia directa. Esperamos que estas notas contribuyan a la profundización del debate y a la multiplicación de la práctica democrática entre la población, donde se dan dos tipos de experiencias:

 

Unas priorizan por la búsqueda y acción conjunta mediante la afinidad conceptual, es decir, estar de acuerdo en las opiniones o visiones (por ejemplo, esos son de izquierda y aquellos son de derecha, un absurdo). Otras procuran descubrir lenguajes y miradas comunes entre gente que aparecía como distantes ideológicamente (a lo cual nosotros mismos contribuimos involuntariamente), en torno a la identidad del barrio, su historia, tradiciones, necesidades, características locales, encuentros, actividades comunes, diálogo, etc. Esperamos que pueda ampliarse, profundizarse y multiplicarse esta segunda modalidad de trabajo.

 

La Universidad Libre ha abierto el taller de “Marx y las comunidades”, donde los participantes podrán conocer y conversar sobre la gran cantidad de material escrito por ese autor respecto de la comunidad. Participe. Entre en contacto. 

 

Abrazos

Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)

Coordinador ULibre

unlibre@gmail.com   

 

Memoria colectiva.la ideología

Memoria colectiva
 Es una reconstrucción del pasado que vincula ciertos acontecimientos recordado con deseos, inclinaciones y temores del presente, es decir, con la ideología Es untérmino que hace referencia a los recuerdos y memorias que atesora y destaca la sociedad en su conjunto. La memoria colectiva es compartida, transmitida y construida por el grupo o la sociedad.
Por qué hacer una memoria Colectiva?
Porque esta constituye una mirada de los pueblos, una forma de construir un legado que otorga la posibilidad de recrear el pasado y concebir el presente como una transformación continua en búsqueda de estrategias que fortalezcan los intereses colectivos.
Para que construir una memoria colectiva
*-Para aprender del pasado y no cometer los mismos errores en el presente,*-Transformar el presente, si tenemos una base podemos mejorar la manera de actuar.*-Tomar medidas que permitan restablecer una nueva base de convivencia social,tratando de reivindicar principalmente a las personas más afectadas en los hechosocurridos.
El papel preventivo de la memoria
Para promover que la memoria colectiva cumpla este papel:*- Los hechos deben ser recordados de forma compartida y expresados en rituales ymonumentos.*– Explicar y aclarar lo ocurrido dentro de lo posible.*- Evitar la fijación en el pasado, la repetición obsesiva y la estigmatización de los/las sobrevivientes como víctimas.*- Debe insertarse en el pasado y futuro del grupo.

La ideología como forma de memoria colectiva

Enviado por t_maria_laura

 

  1. El papel de los signos en la memoria
  2. La ideología y el recuerdo social de la historia
  3. Sobre la memoria colectiva y el proceso de conmemoración
  4. Un 12 de octubre de 1492
  5. Conclusión
  6. Bibliografía

Introducción:

En una investigación sobre las formas que adopta el recuerdo social que pretende ser seria se deben definir dos conceptos que lo atraviesan inevitablemente, y que por lo tanto resultan cruciales para nuestro estudio, a saber, estos dos temas como mente y memoria. Así, y sólo así, establecidos los conceptos sobre estos términos y tomándolos como la base de nuestras exploraciones podremos dedicarnos al análisis de la memoriasocial. Examinaremos cómo se puede distinguir una clara relación entre ésta y la ideología, cómo ésta última modela a la primera y cómo entre ambas se influyen y se reproducen en las prácticas sociales, siendo la conmemoración una de las formas que adopta, en donde las comunidades celebran hechos del pasado con el propósito de recordarlos y que se mantengan vigentes en el tiempo, pero que en ese mismo proceso conmemorativo a su vez se silencian ciertos aspectos contradictorios de la historia común a ellos en función de su identidad e unión como grupo social. Para dar cuenta de todos estos aspectos de la memoria colectiva hemos seleccionado un ejemplo, que esperamos, eche luz sobre estas cuestiones, siendo este la celebración del Día de la Raza, del cual nos servimos también para articular muchos de los conceptos aquí tratados.

El papel de los signos en la memoria:

Con el fin de poder dar cuenta que significa memoria colectiva para nuestro estudio, mencionamos que debemos caracterizar las concepciones de mente y memoria anteriormente. Con este fin, nos vamos a situar en los trabajos del psicólogo ruso Lev Vigotsky (1896-1934). Para él la conciencia es un conjunto de capacidades cognitivas interrelacionadas, entre las cuales encontramos a la memoria y el pensamiento. Estas surgen de un desarrollocualitativo entre funciones elementales y superiores. Las primeras son biológicas y se distinguen el pensamiento no verbal, la atención y memoria primitivas. Las segundas son características de los humanos y entre ellas se distinguen el pensamiento verbal y las formas voluntarias de atención y memoria. Los cambios cualitativos que se producen entre las primeras y las segundas dependen de la adquisición del signo, éste es una creación cultural que media la relación entre los sujetos y el mundo. A través de ellos interpretamos al mundo, pero como su significado se establece a partir de interpretaciones no individuales podemos afirmar que los signos son constituidos socialmente, y como éstos actúan sobre nosotros y no sobre el mundo tal cual es, permiten el desarrollo desde las funciones elementales a las superiores y por lo tanto se producen cambios entre las capacidades cognitivas. Al principio se puede decir que la memoria determina el pensamiento. Pensar significa recordar. Pero, con el desarrollo de las funciones superiores, la memoria quedará reducida a establecer relaciones lógicas y va a quedar determinada por el pensamiento. A partir de esto podemos caracterizar los cambios que se producen en esta capacidad llamada memoria.

Originalmente la memoria es natural, de origen biológico, surge a partir de estímulos externos y se caracterizan por su inmediatez. Con la incorporación del signo va a surgir una memoria mediada por ellos, son el producto del desarrollo social y surgen a partir de estímulos autogenerados y que operan sobre la conducta en vez del mundo físico.

Nos dedicaremos a estudiar la memoria mediada por signos, ya que por su constitución social es de la cual nos servimos para nuestras investigaciones. Sin embargo, se debe aclarar que no se puede estudiar la relación entre la herencia biológica y las creaciones culturales por separado, porque ambas son constitutivas del ser humano.

La ideología y el recuerdo social de la historia:

Entendemos la noción de ideología como un sistema de creencias, valores y costumbres de una comunidad. Algo del sentido común que presenta temas opuestos como una contradicción y podemos decir respecto a los sujetos que: «La gente utiliza la ideología para pensar y discutir sobre el mundo social y, por su parte, la ideología determina a su vez la naturaleza de tales argumentos y la forma retórica que adquieren» ¹.El proceso de recuerdo social se forma en el ámbito pragmático, en las instancias comunicativas de la vida cotidiana. Es allí en donde surgen visiones contradictorias de la historia y se expresan en discusiones a partir del uso de la ideología. Esta determina el origen de esas visiones opuestas, cómo se van a constituir retóricamente, así como va a determinar el significado que los sujetos le atribuyen al pasado. Por lo tanto, podemos decir que el pasado «nace» de la discusión de posturas contrarias y por esto mismo la verdad del pasado podría poder ser puesto en tela de juicio Las ideologías intervienen en la reconstrucción del pasado porque es indispensable para una sociedad el poseer una conciencia histórica, ésta no se relaciona con el simple recuerdo de hechos históricos como pasaron realmente, sino que siempre implican una lectura del pasado, y es en esa lectura donde se juega la ideología.

Esta va a determinar la interpretación del pasado ya que silencia los aspectos contradictorios que la historia presenta para la comunidad y avala aquellos necesarios «1. Billig, M. Estudiando la sociedad pensante, Oxford University Press, Londres, 1988para la constitución de su identidad y de esta manera determinará lo que se recuerde en el presente. En este sentido la historia puede ser abordada como punto de discusión. Si tenemos en cuenta que en la formación del recuerdo social de la historia la ideología interviene determinando lo que activamente se recuerda, podríamos plantear que para estudiar el recuerdo colectivo se debe también estudiar la ideología que la determinó en principio y cuales aspectos de la historia se modificaron en función de esa ideología.

Sobre la memoria colectiva y el proceso de conmemoración:

Es posible definir memoria colectiva como una reconstrucción del pasado que vincula cierto acontecimiento recordado con deseos, inclinaciones y temores del presente, es decir, con la ideología. El recuerdo colectivo se sostiene por medio de prácticas sociales, en donde podemos distinguir tres formas: La memoria como proceso, pero no como objeto de pensamiento, la conmemoración del pasado en sí mismo en lugar de la reconstrucción de un hecho pasado y la memoria como proceso mediante el cual se reconstruyen hechos pasados. Nos basaremos en este última para nuestro estudio. Esta se produce en el marco cotidiano del discurso, en donde los hablantes se identifican con el pasado y lo reconstruyen a partir de la ideología. «Se podría decir que los hechos pasados se rememoran y conmemoran juntos» ². En este tipo de memoria colectiva la memoria es tanto proceso como objeto de pensamiento. La conmemoración es un espacio temporal en el cual la sociedad se reúne para recordar algún hecho histórico que tiene como fin preservar el pasado y alterarlo a su vez, todo en función de conservar la fisonomía moral de la colectividad. Dicho esto, se estudia a continuación como estos aspectos tan vitales para la constitución de una memoria colectiva se relacionan en el «2. Derek Edwars y David Middleton, Recuerdo conversacional y relaciones familiares: como los niños aprenden a recordar, Journal of Social and Personal Relationships, Londres, 1988.proceso de conmemoración de un hecho pasado en particular, el día del descubrimiento de América.

Un 12 de octubre de 1492:

El día de la raza se festeja en nuestro continente el 12 de octubre, como conmemoración del día del descubrimiento de América. En nuestro país se considera ese día como un feriado nacional a modo de un día de celebración. En las escuelas se multiplican los trabajos sobre la vida de Cristóbal Colón y las historias acerca de sus carabelas y su encuentro con los «indios». En las revistas aparecen fotos y recortes para estos trabajos, pero este tipo de mentalidad no abarca sólo a los niños en edad escolar, sino a toda nuestra sociedad. Nos preguntamos entonces que es lo que nos hace conmemorar así ese día y no tener en cuenta el genocidio que hubo de los aborígenes después de eso. ¿Por qué recordamos la relación entre aborígenes y colonos de una manera simpática como lo muestran los manuales primarios?¿Por qué recordamos de esa manera ese día y no de otra? ¿Cuál es la ideología subyacente a ese día? ¿En función de qué lo hacemos así? Recordamos así ese día porque no nos sentimos identificados con el aborigen, sino con el colono. Somos su producto y reproducimos esa parte de la historia con esa función. Nuestra ideología podría resumirse así: No somos aborígenes, somos colonos, y ésta es nuestra historia. Reproducimos la parte necesaria para la constitución de nuestra sociedad como esa mezcla europea que somos. Si bien este último tiempo parece que esta concepción está cambiando, dista mucho de cambiar esta ideología. Se puede demostrar de esta manera que en la conmemoración, como práctica social de memoria colectiva, se reproducen valores de la sociedad indispensables para su identidad y continuidad y se alteran o se silencian aquellos que interfieren con esos objetivos.

Conclusión:

Proponemos a la ideología como uno de los métodos para analizar las formas que adopta el recuerdo social, ya que ésta interviene en la naturaleza constructiva recuerdo.

Los recuerdos no se producen aisladamente, sino en un contexto que los influye activamente. Este contexto es siempre social y aunque los hablantes pueden no ser conscientes de esto, ellos están reproduciendo los valores de ese espacio social de manera continua, sin importar cuál en que tipo de discurso nos encontremos, sea un espacio conversacional o conmemorativo, en ellos siempre intervienen los valores de sus integrantes, y de allí la importancia que tiene ésta para el estudio de esas formas de recuerdo social.

Sostenemos que se debe analizar la ideología como forma de memoria colectiva. Y de esta manera no podremos investigar una sin dirigirse inevitablemente a la otra. Ambas se relacionan y se influyen mutuamente y es en una de las formas de recuerdo social, como lo es el proceso de conmemoración, donde esto se puede distinguir claramente.

Aquí se observará cómo la ideología moldea el recuerdo de los hablantes, y por lo tantodeterminará que aspectos del pasado se van a perpetuar, así como a su vez cuales se silenciarán por mostrarse como contradictorios para la comunidad. El recordar social actúa reproduciendo incansablemente esa relación entre la ideología y la historia de la sociedad, por lo cual sería posible plantear una relación de tensión entre memoria e historia, dado que es en el ámbito pragmático de las prácticas sociales donde ambas se constituyen. De esta manera concluimos que la ideología es una forma de memoria colectiva y que resulta muy beneficioso estudiar la relación entre ambas, en un contexto social tal como los actos de conmemoración, para dar cuenta de cómo la primera interviene en la segunda.

Bibliografía:

David Middleton y Derek Edwars: Memoria Compartida, Cap 1,2, 4, 5, 6, 11.

Lev Vigotsky: Pensamiento y lenguaje, Cap 6

Maria Laura

 

Buenos Aires, Argentina.

Importancia
La importancia de la construcción de una memoria colectiva radica en el hecho de que permite reconstruir hechos del pasado que han dejado huellas en una sociedad para asícontribuir a formar una nueva base para el desarrollo social y dar a conocer losacontecimientos por sus propios protagonistas.Además que la información en ella suministrada permite a las nuevasgeneraciones extraer lecciones y conclusiones para le servirán para una mejor convivencia en el presente.Cabe destacar que hay algo muy importante en las memorias colectivas y es elhecho de que estas no son historia, por lo general la historia es contada por todos losque resultaron victoriosos en tales acontecimientos, sin embargo la memoria colectivaes construida por todos aquellos que de una u otra forma resultaron oprimidos y que consus relatos, fotos, etc. logran reconstruir lo sucedido.

LA MASACRE DEL ESTADIO CHILE o EL ASESINATO DE VÍCTOR JARA. De XIMENA GAUTIER GREVE*

LA MASACRE DEL ESTADIO CHILE o EL ASESINATO DE VÍCTOR JARA. De XIMENA GAUTIER GREVE*

PRÓLOGO:

No muere a balas el amor, simplemente porque es vida.

Por Luis Arias Manzo**

CHILE-Santiago: Estamos al alba de un nuevo decenio de aquel

brutal acontecimiento que enlutó a Chile y al mundo; cuarenta años de aquel sangriento horror de humanos contra otros humanos, de chilenos contra otros chilenos. Y por mucho que se diga de mirar al futuro, el pasado golpea como martillazos las conciencias de las viejas y nuevas generaciones. Si tuviera un martillo, nos cantaba el poeta, golpearía por la mañana, golpearía por la noche, por todo el país; él quería ponernos en máxima alerta del espanto que se anunciaba, y a horas de ser asesinado nos cantaría: Canto, que mal me sales cuando tengo que cantar espanto.

Ximena Gautier Greve nos envía desde Francia, en palabras, las notas del guitarrista, los versos del poeta, los ejemplos del hombre, el coraje del guerrero y la sensibilidad del artista, haciéndonos revivir al mártir asesinado hace cuatro décadas, renacimiento necesario para seguir las luchas de nunca acabar.

Desde la noche de los tiempos el hombre se ha dividido en explotados y explotadores, en víctimas y victimarios, y a menudo han surgido grandes hombres, probando diversos métodos para alcanzar la liberación. El “arma” más eficaz que se ha usado, ha sido la palabra; hace algún tiempo, algo así como dos mil años, un hombre joven entraba a Jerusalén, su única arma era la palabra, su mensaje era de amor y de paz, todos sabemos su trágico final.

Tus ojos quedan abiertos y van treinta y ocho,

¿qué es lo que tu asesino no consigue destruir?

Víctor Jara tomó la palabra y la hizo verso y el verso lo hizo canto, se nutrió del dolor de los que sufren; fue a las poblaciones, bajó a las minas, subió por los andamios y caminó por los campos, los bosques y las montañas, y amó, amó su gente, amó su pueblo, amó profundamente la vida. Fue eso lo que su verdugo no podía destruir: su amor, su amor en aura clara y pura como el reflejo de un ventisquero, la luminosidad de su espíritu, los destellos de su alma.

Treinta y nueve, cuarenta balas, cuarenta y una.

¿Por qué tanto odio en este crimen? Cuarenta y dos.

Me temblaron las manos, crujieron los engranajes que mueven la vida y los círculos regulares del universo perdieron su lógica cuando avanzaba en la lectura de estos poemas, pero el amor siempre es mayor, cura cualquier herida, y la poesía nos recuerda que no estamos solitarios en esto; porque ahora no estoy solo, porque ahora somos tantos, como nos decía el poeta. Siempre hemos sido muchos los de este lado de la vida.

La poeta nos trae la palabra lejana haciéndonos ver un espectáculo de gracia como si fuera vapor que surge de la tierra, esa exhalación que germina del suelo luego de una lluvia seguida por un cálido sol que se extiende por la calle mojada. Nos hace revivir la historia para aquellos que tuvimos el privilegio de marchar en aquellos años, al ritmo del canto popular que llegaba a estremecer la planta de los pies, y con melodías de palas y arados que enternecían hasta las palmas de las manos causando sensaciones de profunda felicidad, sin saber que pronto se convertirían en vértigos de dolor y en tenebrosas y sombrías realidades que sólo el cielo sabe por qué ocurren.

La crueldad con que actúan aquellos que crecen al abrigo de las armas, del dinero y del poder, no tiene calificativos, porque no existe manera alguna de describir con exactitud la bestialidad y la cobardía de sus actos. La poesía tiene ese rol, y el poeta tiene el don para hacerlo; Ximena tiene ese mérito, porque logra describir con mucha precisión las escenas de lo ocurrido en el estadio Chile, que para muchos eran hasta ahora inimaginables, incluso para mí. No creo haber leído antes algo sobre esta masacre y el vil asesinato de Víctor Jara del tenor con que lo hace la autora de este ejemplar libro; ella tiene con creces el don y el talento para narrar en versos esa parte trágica de nuestra historia.

Mucho se habla por estos días de la bendita reconciliación, cada año para estas fechas se repite lo mismo, y cada vez pienso igual: yo no tengo que reconciliarme con nadie, no he cometido faltas graves contra nadie, quienes cometieron los crímenes, traicionaron su patria y se ensañaron con su pueblo, que se reconcilien ellos con su propia conciencia primero, que partan por reconocer con valentía y honor sus asesinatos, pero no lo lograrán, se irán a la tumba como se fue el gran jefe de todo esto, porque no tienen agallas, porque son simplemente cobardes; tendrán que morir y volver a nacer, a ver si regresan a la vida con otras cualidades, quizás para entonces tengamos la tan manoseada reconciliación y una nación unida.

Luis Arias Manzo

Santiago de Chile, septiembre 2013

*Ximena Guatier Greve, Poeta del Mundo – Francia:

Ximena Gautier Greve – Francia

via Movimiento Poetas del Mundo.

PRESENTACIÓN:

MARTES 15 DE OCTUBRE 2013: 09:30 a 13:00 HRS.

SALA AMÉRICA – BIBLIOTECA NACIONAL – SANTIAGO DE CHILE

En el marco del 9° Encuentro Internacional de Poesía: “Tras las Huellas del Poeta”

http://www.youtube.com/watch?v=fdyk21-Z8SY

 

Otra poeta acallada por el poder. Alaíde Foppa.

Otra poeta acallada por el poder.Imagen 1

vía Otra poeta acallada por el poder.

En memoria de Alejandra Pizarnik, 
que escribió “Presencia de sombra”

“Con ‘la cabeza llena de flores’,/

se fue aquella mujer hacia la muerte,/

yo también quisiera morir así/

y aunque no lo supiese nadie/

de mi oscura cabeza silenciosa/

nacería más tarde/

un ramillete de primavera.//”

Eso deseaba la escritora Alaíde Foppa, que murió a manos de la tortura, a los 67 años. Hoy, en la tierra mágica de Tepoztlán termino de leer esta antología suya y me estremece su vida signada por la tragedia.

Nacida en 1913, hija de dramaturgo argentino y terrateniente guatemalteca, estudia en varios países europeos; luego llega a Guatemala y se asienta ahí. A raíz de los golpes militares de los años 50 viaja a México. Casada con el exiliado guatemalteco y luchador de izquierda Alfonso Solórzano, sus horas entre ser madre de cinco, escribir poesía, militar en el feminismo, ser maestra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. A fines de los 70, tres de sus hijos van a Guatemala a luchar contra la represión de Romeo Lucas García: uno es guerrillero, otro periodista opositor y la tercera, médica rural. En 1980 Juan Pablo, el guerrillero, muere en un combate con el ejército. Luego, Alaíde queda viuda: su esposo es atropellado en la Ciudad de México.

Más involucrada con la lucha clandestina y con la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión (AIMUR), viaja a Guatemala. En el aeropuerto dice a su amiga, Marta Lamas: “Este 1980 ya no nos puede suceder nada malo; ya todo lo que tenía que pasar, pasó”. Se equivoca. El 19 de diciembre, su auto es interceptado por el ejército y Alaíde desaparece. En México se organizan manifestaciones, mítines, protestas en los diarios… para nada. Al poco tiempo es asesinado otro hijo suyo, el periodista. Tiempo después se enteran de que Alaíde fue torturada y asesinada por su participación con la guerilla.

Estudiante yo misma de la Facultad de Filosofía y Letras, conocía de oídas su historia, pero leerla hace temblar. Desde la paz de estas montañas mexicanas me llega el eco de sus versos desgarradores:

“Tenía miedo/

en la infancia/

de que se me durmiera/

el tiempo,/

hoy tengo miedo/

del tiempo despierto”.