Padre Aldunate. En la dictadura no bastaba rezar ni ser cura obrero. Myriam Carmen Pinto.

  • La noticia de que el padre José Aldunate , de 98 años, se encuentra internado en la unidad de cuidados intermedios del Hospital Clínico de la Universidad Católica luego de sufrir un accidente cerebrovacular, el que lo mantiene es estado de gravedad ha remecido dolorosamente al mundo de los DD HH. Su larga y ejemplar vida es narrada en esta crónica.

De acuerdo a su «apuesta por el cielo, pero bien puesta en la tierra, porque aquí se hace el cielo», el padre, José Aldunate Lyon,  se volvió cura obrero para ser y vivir pobre entre los pobres, acompañar y socorrer a quien lo necesite.

Frente a un escenario de asesinatos,  torturas, miedos y hambre, durante la dictadura militar, arriesgando su propia vida, ayudó a muchos a trepar por los muros de las embajadas para lograr asilo, dirigió una revista clandestina y organizó el movimiento «Sebastian Acevedo» para denunciar que en Chile se torturaba a los presos políticos.

Hasta un poco antes que decidiera convertirse en cura obrero y luego activista defensor de los derechos humanos, el padre José Aldunate, navegaba por las profundas aguas de los mares que lo conducían directo a las altas esferas eclesiásticas, sus purpurados y príncipes obispos y cardenales. Podría haber sido uno de ellos. Tenía todos los ingredientes, cumplía los requisitos y exigencias, pero él, siempre buscando situarse por un buen camino, aspiraba un apostolado que le permitiera decir y hacer, llevar a la praxis su opción por los pobres y de cómo conseguir que la fe no sea alienante sino liberadora, cómo ser cristiano en un continente oprimido y de cómo ser una iglesia servidora de vida.

Procede de una familia vasca muy cristiana, conservadora, y del mundo de los empresas. Su madre, de una familia tradicional inglesa lo crió con institutrices traídas de Inglaterra y a la hora de ingresar al colegio, viajó a Londres para que accediera a lo que consideraba la mejor educación. Al terminar sus estudios regresó a Chile, y tras ordenarse  sacerdote jesuita viaja nuevamente a Europa, obteniendo en Italia y en Bélgica un doctorado en Teología Moral; la especialización que más tarde imparte como una cátedra en la Universidad Católica de Chile.

Vientos de cambios

Era por ahí, a mediados de los años 60, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, en Chile las misas comienzan a celebrarse en español, se abría una parroquia universitaria, se potenciaba el movimiento obrero de Acción Católica, y los pastores se disponían a evangelizar no solo en las iglesias sino que metidos entre la gente. Reconociendo a la fe como una herramienta de promoción popular y liberación, las comunidades de base avanzan hacia la promoción popular y en el espacio político los vínculos Cristianismo y Socialismo, dan vida a dos nuevos partidos: Izquierda Cristiana (IC) y Movimiento de Acción Popular Unitario, (MAPU).

Diez años después, en 1973, el padre Aldunate se volvía cura obrero. Lo mismo, los padres Rafael Maroto, Mariano Puga, José Correa, y Santiago Fuster. Era su revolución, rompían no solo con sus historias de vida burguesas sino también con sus ejercicios ministeriales.

El padre Aldunate había trabajado junto al padre santo Alberto Hurtado, a quien a su muerte sucede en la dirección de la revista «Mensaje». También había sido Provincial de la compañía jesuita, además de coordinador del Centro Bellarmino, y secretario del presidente de la Conferencia de Religiosos y Religiosas, Conferre; una asociación erigida por la Santa Sede y miembro de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR).

Esta que era su trayectoria la deja totalmente de lado para ir a vivir entre los pobres, como un pobre. Los curas obreros trabajaban en las faenas de la construcción por lo que no pedían dinero a sus congregaciones. Tampoco a sus superiores, y menos aún a sus fieles. En las poblaciones, nadie les creía lo que eran. Y es que vivían en modestas casas de madera, se preparaban ellos mismos las legumbres que cenaban tres veces a la semana y por las mañanas partían a primera hora a trabajar al igual que sus vecinos pobladores.

El padre Aldunate era ayudante de carpintero, aunque no dejó las clases que impartía en la universidad. El padre jesuita, Ignacio Vergara Tagle, (el maestro Ignacio),  también había cambiado su sotana por un overol, se había convertido en gasfiter y especialista en fierro forjado. Era también un cura obrero vinculado al grupo, pero funcionaba de manera más independiente.

No podemos callar lo que hemos visto y oído

11 de septiembre de 1973. A fuego y sangre derramada, el golpe y la instalación del régimen militar remece a todas las iglesias. Cinco sacerdotes mueren  asesinados y torturados, encarcelan alrededor de 50, expulsan del país a los sacerdotes y religiosas extranjeros, allanan  parroquias e incendian  capillas.

Lideradas por el cardenal, Raúl Silva Henríquez, asumen conjuntamente la defensa legal y social de los caídos y perseguidos, ya sean estos del mundo religioso, político o social. A nadie le preguntaban de dónde eran. Todos tenían aquí cabida.

En las poblaciones, los curas obreros les ayudaban a conseguir salvoconductos, y pasaportes para que partieran al exilio, y cuando había casos de mayor urgencia, organizaban operativos para que pudieran ingresar a las embajadas, saltando incluso las murallas si ello era necesario. También los escondían en las capillas y monasterios.

Así fue como sobre la marcha, se fue articulando un grupo desacerdotes y religiosas comprometidos por la defensa de los derechos humanos. Al poco andar, decidieron organizarse en el Equipo Misionero Obrero, EMO,  incorporando también a laicos.

En 1975, los padres, José Aldunate y Roberto Boltón, arriesgando su vida y exponiéndose a ser expulsados de la curia,  ayudaron a un grupo de 22 personas que habían sido requeridas por los militares a saltar las murallas de la Nunciatura Apostólica, donde solicitan refugio o protección para salir de país. Entraron con ellos a la sede diplomática y al día siguiente, los acompañaron hasta subir las escaleras del avión que los lleva a Buenos Aires, donde logran asilo en embajadas de países europeos. En ningún momento los dejaron solos.

La Vicaría de la Solidaridad brindaba atención y apoyo integral a las víctimas de la represión y sus familiares, abriendo una red social solidaria. El grupo EMO sin embargo fue mucho más allá de la postura oficial. Junto a los familiares de detenidos desaparecidos participaban en huelgas de hambre y ayunos, protestas callejeras, además de impartirles apoyos orientados a sostener una suerte de resistencia moral. Talleres de dolor, le llamaban.

También presidían actos solidarios y vías crucis populares, y entre tantos asesinatos, como pan de cada día, presidían eucaristías y responsos fúnebres, encabezando romerías y peregrinaciones a los cementerios.

Se habían convertido en la voz de los sin voz. Si temor alguno denunciaban la verdad silenciada y promovían una nueva manera de pensar a Dios. No era aquel castigador, ni sufriente sino que un Dios de la vida, un Dios amoroso y respetuoso del otro; un Dios de la vida que traía una buena nueva llena de luz y esperanzas. Nacía en Chile una nueva iglesia capaz de dar respuesta a una nueva realidad. Aquí participaba la base cristiana de la mano con la izquierda de base no creyente.  De manera conjunta organizan ollas comunes, comedores familiares, talleres laborales, comités de salud, bolsas de cesantes, comprando juntos… un sin fin de organizaciones populares que buscan soluciones a problemas concretos. La solidaridad se impone como una respuesta desde la propia realidad vivida.

Venciendo muros sagrados por la vida

Respondiendo a la necesidad de información verdadera, en 1975, el grupo EMO, funda la revista clandestina “No podemos callar”,  rebautizada, más adelante, “Policarpo”, el obispo del siglo II, perseguido y mártir, despedazado por fieras del circo romano.

El padre José Aldunate asume la dirección. La imprimían por las noches en los mimeógrafos de un convento, circulaba de mano en mano y la sacaban también de manera clandestina fuera de Chile. Daban a conocer estadísticas de la represión, casos, y reflexiones orientadas a fortalecer la resistencia cristiana y ética. En uno de sus primeros números informaron la muerte de dos de sus agentes pastorales: Catalina Gallardo y su marido, Juan Rolando Rodríguez, ambos torturados a morir, al igual que al padre y un hermano de ella. En 1978, al cementerio en cuatro cajones llegaba una familia completa. La prensa oficialista había informado se trataba de un enfrentamiento.

En 1995 poco antes de cerrarse, «Policarpo», planteaba la urgencia de la justicia previa a una reconciliación nacional.

Siguiendo su tarea de denuncia, y tras constatar las prácticas de torturas en las comisarias donde se disponía de equipamiento especializado, en 1983, el grupo EMO, da vida al movimiento «Sebastián Acevedo». Hasta ahora, ni los mismos torturados, y menos todavía, los torturadores hablaban de esto.En siete años de actividad realizan 180 protestas, venciendo al miedo,  a los gases que les arrojaban a la cara, y a los palos y golpes que intentaban disolverlos mientras la gente en la calle los aplaudía, incluso sumándose a ellos.

Cantando y rezando, todos tomados de la mano resistían, de acuerdo a los postulados de la no violencia activa. Si a uno de ellos lo llevaban preso, todos se subían al carro policial, y los que no alcanzaban o no los dejaban, partían a los recintos policiales, en donde, los cuarteles, los uniformados no sabían qué hacer con ellos al constatar que una buena parte eran curas y monjas de hábitos.

Sebastián Acevedo, fue un obrero del carbón que se inmoló frente a la catedral de Concepción. Estaba desesperado. No tenía ninguna información acerca del paradero de dos de sus hijos detenidos en una cárcel secreta.  A su muerte, horas después, la policía daba a conocer el lugar donde los tenía, liberándolos poco después.

Estatua viviente de aquellos años

Chile 2012. El padre José Aldunate,  ya no vive en mediaguas de madera, ni trabaja como obrero, ni participa en huelgas de hambre y ayunos, pero igualmente, a sus 95 años, sigue activo y vital. Reside en un convento jesuita, donde el teléfono no para de recibir llamados de amigos y personas que lo buscan. Quieren escuchar un sabio consejo, solicitarle prologar un libro, invitarlo a un acto de homenaje recordatorio o bien a una inauguración de algún memorial. También lo buscan los estudiantes tesistas de Historia o de registro de la memoria.

Hay quienes llegan desde el extranjero a verlo para agradecer su apoyo que les permitió salir al exilio, sus sabias palabras y alientos que les permitieron recuperar la confianza, las esperanzas y sobre todo vencer los miedos para seguir adelante con sus vidas. Muchos vienen con sus hijos; los hijos de una misma historia, los exiliados, a quienes brindó refugio, escondió en una casa de amigos o en un convento, consiguió pasajes, y en definitiva les salvó la vida.

A todos recibe y acoge con su espontánea sencillez y humildad. Es la misma actitud cuando lo aplauden en los actos, otorgan reconocimientos y premios que relevan su valiente accionar, su vida totalmente consagrada a los perseguidos, caídos, a los pobres entre los pobres.

Sus ojos ya no ven como antes, pero se las arregla para seguir escribiendo en una antigua máquina de teclas y carros donde pone una hoja en blanco. Estos escritos son después revisados y editados por quienes le ayudan en su entorno y están de manera permanente cerca de él. Ha escrito libros,  artículos de opinión y trabajos de análisis teológico que da a conocer la revista  “Reflexión y Liberación”, algunos medios de comunicación, e importantes publicaciones internacionales.

Aunque sus ojos ya no ven, su cuerpo conserva la misma energía. Y es que es un pedazo vivo de la historia, una estatua viviente de aquellos oscuros años, un testimonio vivo de vida, desde la vida y por la vida. Cuando joven, no quiso seguir el camino de los negocios trazado por su padre, quería hacer el bien al prójimo, andar libre y mantenerse lejos de los círculos económicos y de poder; caminar sin nada a cuestas, encontrando por fin su buen camino, según sus propias palabras: «una apuesta por el cielo, pero bien puesta en la tierra, porque aquí se hace el cielo». Así es, así fue.

Myriam Carmen Pinto. Zurdos no diestros (serie). Historias humanas de humanos demasiados humanos.

Santiago, Chile – julio- agosto 2012.

Nota de la edición: Entre 1973 y 1985, los padres, José Aldunate y Mariano Puga, fundadores del movimiento, fueron detenidos en más de cinco ocasiones. En 1988, el padre Aldunate recibe el premio Nobel Alternativo de La Paz y en 2009, el padre Mariano Puga, que reside en Chiloé,el premio Héroe de la Paz. El padre Aldunate también es socio fundador de la Corporación Parque por La Paz Villa Grimaldi, que fuera un centro de secuestro, tortura y desaparición de prisioneros políticos durante los primeros años del régimen militar.

Fotografias: (1) retrato blanco y negro. Fernando La Voz; (2) foto color Marcelo Agost (Recuperación del centro de tortura Villa Grimaldi hoy Museo Parque por la Paz); fotos manifestaciones archivos institucionales de la Fundación Archivos de la Vicaría de la Solidaridad, organizaciones de promoción y defensa de derechos humanos y archivos Fortín Mapocho.